Javier Salvago

-Renacimiento-

   Salvago siendo Salvago. Un día más. Una obra más. Una muesca más en su revólver literario. Salvago volando: con su incomparable estilo fuera de catálogo y un sentido letal de la economía del lenguaje; directo, duro, acaso áspero, sin esquivar ciertos tiernos reflejos de algunas de sus virtudes lírico-poéticas, con un humor negro casi salvaje, nos presenta esta obra narrativa llamada La primera que lo llamó Alain Delon.

   Una novela que va más allá del género policíaco ‘sucio’, que de hecho lo remueve, lo agita, así como sacude el propio cimiento de la novela como método finito. Deja a un lado la etiqueta efectista de ‘thriller’ para ser mucho más: un cocktail de sobrenaturaleza y pasión en su término más amplio, un cohete que embauca desde el primer esquinazo de página, cuyo disfruta máximo radica en la hondura de sus personajes y la complejidad de su trama, magistralmente conglomerada. 

   En su estructura avistamos tres partes -de ocho, siete y dos capítulos, correlativamente-: Una morena, una rubia, un espíritu reencarnado, un fugitivo y un poli; Por ti no habría vuelto la cara; La primera que lo llamó Alain Delon (la homónima de un título elegido, esta vez sí, con todo el peso y la gracia de los cánones del género central sobre los hombros, porque simplemente funciona) y un Epílogo. Las citas previas que ajardinan el comienzo, la entrada al texto, apuntan hacia la maldad intrínseca al ser humano, su infierno y su perversión humana, su mejor mancha del ‘homo homini lupus’. 

   Escrito con una voz en tercera persona lo suficientemente temeraria como para cancelar su presupuesta distancia de seguridad, el río de tinta liberado por Salvago chapotea las historias de los ricos personajes, que se entrelazan capítulo a capítulo alternando protagonista y enfoque. Así, sin exceder el límite de la ALERTA SPOILER, diremos que la primera parte desarrolla la introducción al fascinante mundo de Sara Sarmiento, viuda morena y ardiente que recibe la visita del espíritu de su marido Ramón Espejo para acostarse cada noche con ella -y habitar el desván-. El segundo capítulo vira hacia Gabriel Vergara, el recluso llamado “Alain Delon”, y posiciona los pilares de los otros dos grandes, gigantescos nombres: el inspector Bermúdez y Rosa Galindo -ay, Rosa, Rosa…-.

   Cunden el humo, el fuego, la pólvora; huele a sangre, sudor y semen; vivimos una secuencia imparable de sucesos con espacio para pensamientos en voz alta, diálogos excepcionales, soliloquios, dibujo de personalidades y descripción puntillosa de cada escenario según las necesidades de un guión ambicioso: Salvajo es hipnótico y magnético (no sabemos cuál le queda mejor, así que dejaremos las dos para no promover un conflicto). 

   El imaginario peliculero -que no ‘cinéfilo’- y el manejo del entretenimiento como ingrediente irrenunciable en pro de intereses “””mayores””” convierten a Salvago en un estupendo productor de “cine de autor”. Te guía por donde quiere llevarte, te obliga a mirar escenas, recuerdos-flashbacks y proyecciones a futuro que te dejan marca y que sirven para completar una configuración literaria a la que no le sobra ni le falta nada.

   Renacimiento ofrece en su catálogo una nueva ventana al Universo Salvago con todo lo que ello implica -oh, aquí los fans- y con tanto o más no transparente hasta abrir el regalo. Porque por encima del resto de emociones queda una profunda gratitud a una de las plumas más originales, sublimes y demoledoras de nuestras letras. El novelista se sienta a conversar con el poeta en la misma mesa. Uno toma café solo y el otro, solo café.

Altavoz Cultural

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