Entrevista a Luis Bravo

Bienvenido a Altavoz Cultural, querido Luis. ¿Cuál dirías que fue el estímulo primigenio que desembocó en el nacimiento creativo de Las horas grises como concepto y plan de obra?

―Rut, Ferki, antes de empezar, muchas gracias por haberme dejado responder a esta entrevista y haberos leído el libro. Os conocía por anteriores que habéis ido sacando, y es de agradecer siempre que a los que escribimos se nos den unos minutos en el palco para las palabrillas que ayuden a publicitar el trabajo.

Es más acertado que lo llaméis estímulo en vez de concepto y plan de obra, sí. Los libros de poemas, como cualquiera en otros géneros, tienen su parte de planteamiento, evidentemente, pero no creo que nazcan de un objetivo claro a desarrollar, sino de esa rara e imperiosa necesidad que resulta escribir un poema, y luego otros, si el estímulo continúa hasta buen puerto.

En el caso de Las horas grises, fue sencillo: escribí los cinco primeros poemas, que son los mismos que abren el libro, en el agosto de 2020, en mi pueblo, en Soria. Me apetecía hacer un libro más centrado en cuanto a elementos o temáticas, y la naturaleza y el tono elegíaco eran los que tiraban. Es cierto que el momento coincidió con ser el verano del año pandémico por excelencia y que todo el mundo seguía aturullado, pero yo lo recuerdo muy tranquilo. Pasé ese mes entero en el campo ―cual idílico verano inglés de novela―, un tanto aparte de las cosas, y eso permitió que lo que me interesaba escribir surgiera. Regodeado en el bucolismo, vaya. Y si me tengo que centrar en ese primer latido que posibilitó el libro, diría que fue el ruido del aire entre los álamos y algunos chopos ―ya talados, por desgracia― a la entrada de mi pueblo.

John Keats se revela como el capitán referente del conjunto. Sendos fragmentos de su voz emergen para introducirnos en tus páginas, así como para darnos la bienvenida en el primer apartado, de carácter prologuístico, que contiene Frente a los bosques y para acompañarnos hasta el final, antes de Coronarte de rosas…, que funciona como epílogo. ¿Cuándo y cómo conoces al autor y qué te lleva a hacer de su literatura una base adecuada para producir la tuya en este poemario? Asimismo, ¿qué puedes contarnos acerca de la mencionada estructura tripartita de Las horas grises, especialmente respecto de la misma idea previa de disponerla de tal manera y acerca de cómo contribuye esto al significado del conjunto?

―Keats es de mis poetas favoritos, de los que siempre releo. Fue en el instituto cuando empecé a frecuentarlo, y ya desde la universidad y resto de mi veintena ha seguido conmigo. Me encanta.

En este segundo libro, me pareció adecuado mencionarle al inicio de las tres partes porque la primera cita, sacada de su Endimión, de la traducción de Ángel Rupérez para Lírica inglesa del siglo XIX, fue la que me cercioró del tono y la atmósfera que quería extender de principio a fin. Lo umbrío y lo melancólico. Una conferencia en la Fundación Juan March, de Rupérez sobre las cartas de Keats y Fanny Brawne, también supuso un acicate. De esas palabras vino, por ejemplo, el primer verso del poema Otoñales. Hablar del desánimo y los días sombríos merecidos, para que sepamos valorar lo contrario que nos ocurre y pasamos de largo, tan pendientes de nuestras penas. Esto vivirlo es más difícil que escribirlo. Qué jodío, se puede pensar si se lee, porque ahora mismo lo que se busca a toda costa es la felicidad o todo lo que nos haga culminar en ella. Algo imposible, claramente.

Respecto a la estructura en tres partes, fue de ese modo por no cargar las tintas. Ya los poemas son bastante cargados o cargantes. Uno es redicho y tiende a dificultar un poquito, todo sea porque el poema gane fuerza o atracción. Así que pensé, simplemente, que dos poemas abrieran y clausurasen el libro, y entre medias, los que vinieran. Aparte, donde acabó Triestino, empiezan Las horas grises, y así será con el siguiente.

En Triestino, que tiene cuatro capítulos, ya me resultó complejo el hecho de compartimentar tanto los poemas, pues aunque estaban unificados al ser un libro más conceptual, tenía ese gesto más cabida como llamada de atención, un este es mi libro y así luce, que intención de guía lectora, que también. Es decir: en Las horas grises, ni quería repetir la fórmula explícita ni engalanar desmedidamente. En las óperas primas, sí, porque el autor debe hacerse notar, presentando sus intereses, sus de aquí vengo y esto traigo. Pero con el segundo, uno debe asentarse en lo que verdaderamente le preocupa y el camino que pueda tomar. Como en el poema de Frost, la elección supondrá toda la diferencia.

¿Contribuye al significado? Bueno, importará, supongo. Quizá sean intríngulis más adecuados para filólogos o la lectura íntima que quiera hacer cada uno. Todo válido. Por parte de uno, no tiene más vueltas. Es bastante cansino cuando un autor quiere recalcar esa importancia de la estructura por encima del texto. Cortázares, Joyces, Bolaños, Fosters Wallaces… Qué mareo, copón. Una vez, un par de veces, bueno, pero esa prodigalidad cansa. Leerla en libros de otros, está bien. Hacerla uno para los suyos, no. Virgen Santa, qué suplicio sería. Parecería que estuviéramos ideando catálogos de arte moderno en vez de literatura.

Tres partes, como nos ocurre en la vida. Así queda mejor explicado.

Además de referentes, complementos, dianas o boomerangs de mensajes, Las horas grises se muestran trufadas de voces y personas amigas, cercanas, pertenecientes a un círculo íntimo. Así podemos verlo en dedicatorias e inserciones textuales de diverso calado. ¿Cómo elaboras el tono que, cohesionado a lo largo de todos los poemas, atraviesa el libro de punta a punta? ¿Qué reminiscencias de tu Triestino puede un lector anterior de Luis Bravo saborear en estas páginas?

―Son muy importantes los referentes y demás particularidades que mencionáis. Ayudan a tejer el libro, acercándote a ellos o separándote según te encuentras en el proceso. Creo que las influencias no actúan directamente en lo que se crea. Sólo te alientan. Si uno es bueno en lo que hace, si va sabiendo de su mundo y la forma de narrarlo y mostrarlo, se dará cuenta de que no ha sentido ese apego constante, esa devoción que puede llegar a impedirnos escribir lo nuestro por ser demasiado parecido a lo que hemos leído, a lo suyo. El trabajo debe ser equivalente al ensueño, sin descompensaciones.

No ocurre lo mismo, no es similar el nivel de intensidad en la atención prestada a los maestros ―por así llamarlos aunque suene un poco antiguo― que a los amigos. De estos sí que me gusta pensar que, como amigos que son, te apoyan de forma más directa o te advierten si te estás yendo por las ramas. Ahí el gusto de leerlos y mencionarlos en citas, o mejor charlando tomando unas cervezas sobre el tema, dónde va a parar. Con mi amiga Candela de las Heras, entre otros, esto es un placer constante, bien lo sabemos.

El tono cohesionado lo da, en el caso de Las horas grises, una plasticidad en la visión de los ambientes recreados. Estampas campestres con velos azulinos. Estampas urbanas donde priman los jardines y los parques, con parejas y solitarios, estos mismos solos o en pareja. Acuarelas elegíacas, como en la poesía de Bonet. Horas grises, como en el poema de Foxá, origen del título, en las que las conversaciones, los pensamientos, pueden tener tanta morosidad como sugerencia, igual que las hojas secas que se barren con sus imperfecciones eternas, su irse sin brújula. Nosotros vamos igual, y darse cuenta de ello desequilibra, pero aprendiendo de esos vaivenes se obtienen mejores o diferentes, cuanto menos, enseñanzas, tan inútiles como bellos pueden resultar unos poemas. La melancolía, una vez más, también unifica. Se dice en Esquina del cementerio en primavera. Toda una declaración, homenajeando la pieza homónima para piano de Déodat de Séverac.

Las reminiscencias, una palabra hermosa, más en plural. Diría que un lector que venga de Triestino podría encontrar una mayor depuración ―a propósito de lo que hablábamos antes, de la división de poemas, citas elegidas, etc.― en un libro que dialoga más entre lo vivido y lo escrito. Me he ido mostrando, en su justa medida, amén de haber ido aprovechando lecturas, películas, mucha música clásica y contemporánea, para escribir de los mismos temas de los que lleva hablando la poesía desde tiempos de Homero. No traigo ningún cambio, no me interesa la innovación como motor de la escritura. Eso es una memez como una catedral. Uno debe hablar y escribir de lo que le pete, como mejor sepa, y ya irá encontrando gente interesada en sus afanes. Uno debe seguir, solo, triste, cansado, pensativo y viejo, como decía Machado, o hallando los caminos de la gracia y la ternura que no se deja de otorgar, como dijo Dalia Alonso. Según el día o el nivel de azúcar en sangre, un humor u otro.

También os confieso: si una persona se ha leído el primero y le sigues interesando con el segundo, hay que mostrar gratitud. Hasta que se bajen del carro, o se suban otros, que disfruten, faltaría más.

La naturaleza desborda el texto en múltiples formas, como vehículo emocional de un poemario extraordinariamente atmosférico. ¿Cómo se gesta ese imaginario tan apabullante en términos de flora, espacios estacionales y sus diferentes flujos y elementos tan acertadamente escogidos para expresar cosas que se escapan al mero reduccionismo del ser humano como centro absoluto de las imágenes y las sensaciones?

―Me es muy importante la naturaleza. Aunque nos empeñemos en destruirla, es quien nos acaba salvando. Pasa cuando vemos una película o una serie donde aparecen jardines privados, bosques, valles, y nos decimos, quién los pudiera tener a mano, estar allí ahora mismo, pasear y divagar con gusto de lo que sea, acompañado o con uno mismo. En las películas de Rohmer es donde más apego se le demuestra, o al menos donde uno encuentra esos lugares con el protagonismo que merecen. El jardín de los Finzi-Contini, o las playas y la casa de Helena o el mar del verano: ¿quién no querría quedarse en tales escenarios?

En la poesía busco el enriquecimiento que nos ofrece. Es también una manera perdonable de sentir pena por uno mismo, creyéndonos mejores que el resto lo que dura un garbeo bajo los árboles. Esto debe ser una consecuencia de leer diarios.

Lo gestado es fruto de años y años de estas mismas actividades, las pausadas y activas mediante el cine y la lectura, y las activas y pensativas mediante los paisajes sorianos, norteños o sureños. Es cierto que hay poca presencia humana en lo que escribo, ciñéndome a lo lírico. De la gente, aunque me guste, como decía Gaya, espero poco. Si la muestro en un poema, es de manera impresionista, por detrás de lo que sienten o lo que ven, y así pongo el foco de nuevo en unas flores, en un tapial comido por rosas limoneras, en olmos enfermos. En todos esos remilgos perfumados y herederos del modernismo, sí. Pero es que no me canso de mencionarlos o sacarles diferentes perspectivas, en absoluto. Su simbolismo me resulta tan realista y confortable como un abrazo de ser querido. Según la edad o el instante vital, supongo, regalan unos visos u otros. Uno cree que vale más una rosa perdiendo pétalos que mil poemas de corte social, muriendo a las horas tras creerse novedad apabullante. Nada; humo, hojarasca. Las rosas, de Eça de Queirós, es uno de mis libros predilectos. Sintetiza bien mis obsesiones florales, pero hay ejemplos de sobra, no digamos en poesía: Jammes, Rilke, Yeats, María Victoria Atencia, etc.

Más allá de tonos y escenas, hallamos en esta obra un poder léxico-lírico muy grande, imposible de ser imitado por una inteligencia artificial, por su sentido de la emoción y de la belleza. ¿Cómo te llevas con las tecnologías pro-literarias (procesadores de texto, fuentes automatizadas, libros electrónicos y bibliotecas infinitas…)? ¿Qué tiene Las horas grises de resistencia frente a ese huracán que amenaza con llevarse el papel y alguna que otra pluma de poeta?

―Muchas gracias por el halago. Con las tecnologías pro-literarias no hay relación alguna la verdad. De todo ello, los libros electrónicos es lo único que salvaría para su uso. El resto, ni idea, majos. Soy muy de letras.

Lo de la inteligencia artificial para escribir literatura, en fin, es el loco pidiendo peras al olmo. Por mucho que haya casos y admiraciones, ¿alguien cree de verdad que de una máquina va a salir algo mejor o más sentido que de una persona? Parece que no se han hecho películas apocalípticas o de ciencia ficción de corte amenazante con la raza humana suficientes para tener un poco de respeto hacia la investigación desmesurada, y cada vez más deshumanizada, en favor de esas quimeras.

Como se ve, igual que con la naturaleza, lo natural de la escritura parece que quisiera erradicarse. Cuánta tontería, en fin. Quienes se dediquen a investigarlo y sacar y advertir sus posibilidades y riesgos, perfecto. Pero usarlo como sustitutivo, imposible. Lo descreo con tranquilidad. El amigo y poeta Guillermo Marco Remón sabrá mucho más al respecto.

Las horas grises de resistencia tiene poco, porque eso implicaría un carácter más revolucionario, y yo soy más partidario de la seducción, así lo que escribo y en adelante, espero. Como escritor, soy introvertido y ensimismado, con toda la acidez y pesimismo que eso conlleva. Pero se lleva muy bien, no me quejo. Me divierte incluso.

¿Cómo consideras que conversa Las horas grises con el panorama literario en este preciso momento, en su actualidad poética? ¿Cómo ha sido tu experiencia editorial en manos de Comares?

Las horas grises es un verso suelto. No le hace especial, ni a uno, estar aparte de las publicaciones, de editoriales más o menos reconocidas y sonantes, que sí suelen acaparar un cierto número de miradas. Mis dos libros van a lo suyo, y eso sí les hace distintivos en la actualidad poética, pero por su razón de ser: no se ajustan a las tendencias que ayudan a hacer grupos o interesar. Son románticos en ese sentido. Lo debe ser uno también. Eso me han dicho a veces. Tiene sus ventajas e inconvenientes. Qué se le va a hacer.

La experiencia de ser editado en Comares, en la colección La Veleta, una maravilla, ciertamente. El manuscrito venía de perder un premio muy dotado económicamente e importante por su bombo mediático. Fue a parar donde debía, siguiendo el hilo de lógica interna en relación con Triestino: este, porque resultaba un homenaje a la poesía editada en Trieste, un sello madrileño llevado por Valentín Zapatero y Andrés Trapiello ―ambos de vital importancia para uno―, y Las horas grises por ser editada en la colección que Trapiello creó al finalizar la labor de Trieste tras la muerte de Valentín. De un río a otro, y en uno esas aguas que siguen sonando y de las que no puedo alejarme. Ni me apetece dejar de evocar.

¿Qué recorrido promocional ha disfrutado el poemario hasta la fecha y qué huella consideras que deja en lo que escribes después de su publicación? ¿Qué proyectos nuevos tiene Luis Bravo entre manos, a corto y medio plazo?

―Ha tenido un año de vida, que es más o menos el de cualquier libro no relevante (en el sentido de no ser un éxito o que no sea reconocido con algún premio), y diría que muy bueno. Reseñas en revistas y pequeñas publicaciones, la atención de lectores amigos, conocidos y nuevos que han llegado. Las mínimas tapas para engañar el hambre del ego. ¿Hay huella en lo que escribo después de su publicación? No me preocupa mucho ese aspecto. Se me escapa por completo la impronta que pueda dejar, aparte de intentar mejorar en las futuras creaciones. Si lo consigo o no, el tiempo lo dirá. Mientras tanto, capeando las inclemencias. Me acuerdo, además, que recientemente al amigo Julen Azcona, siendo él novelista y estando a salvo de las galernas poéticas, le confiaba en un bar mis preocupaciones sobre inquietudes propias de ese ruedo sin fin que es escribir, intentar publicar, promocionar, etc. Julen me tranquilizaba quitando hierro al asunto: ni somos importantes ni vamos a cambiar nada con las salidas de nuestros libros. Y esta frase, que parece de primeras un incremento de los desasosiegos, tenía mucho sentido: invitaba a disfrutar más que a desgañitarse por hacerse hueco en los catálogos y librerías.

De proyectos, en el momento de escribir estas líneas, no puedo desvelar mucho, pero hay, por supuesto que hay, a corto y medio plazo, como apuntáis. Varios manuscritos por salir, por buscarles editorial, ideas que gestionar y pueden salir adelante… Crucemos los dedos. Veremos dónde todo acaba, pero no todavía, que uno tiene cuerda para rato.

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