-Traducción de María Pérez de San Román-

-La biblioteca de Carfax-

   Ali Seay nos ofrece, en este nuevo desembarco del Deméter en nuestras orillas literarias, un cuento de hadas negras -tomando prestado de Gemma Solsona el juego cromático-, una versión subterránea del mito del genio de la lámpara y un magnífico ejemplo de evolución del tópico “pacto con el diablo”. Todo ello aderezado con una habilidad narrativa que nos causa un extraordinario entretenimiento: los libros de La biblioteca de Carfax cada vez duran menos entre nuestras manos, pues tendemos a tragarlos con pocos bocados de lo sabrosos que están.

   Con una magistral traducción de María Pérez de San Román, disfrutamos de un viaje compuesto por un prólogo titulado “Antes” y una sucesión de treinta y tres capítulos de muy ligera extensión que se encadenan a un ritmo frenético, sin apenas respiro entre escenas, acciones, giros y auténticos cuadros de terror. Un terror de brujas, monstruos y fantasía oscura.

   Nuestros ojos siguen a Ben, de 16 años, recién despojado de su padre, con toda la fatalidad posible, y al instante de su madre, por circunstancias bien distintas. Una doble pérdida que, entre sus extremos emocionales, vertebrará como hondos pilares el argumento de una nueva vida en la que la búsqueda de la supervivencia y la estabilidad (quizás la paz) será el primer y más inmediato objetivo; después se propondrán el placer y, finalmente, por supuesto, la familia.

   Hurgando consuelos en los retales de su padre, una biblioteca se abre paso ante sus ojos: el libro de los libros le aguarda, con una bestial figura demoníaca como protagonista… y próxima dueña de su atención más urgente. Para ofrecerle placer es su nombre. Y cambiará la existencia de Ben para siempre. 

   Mientras se asienta dicho hallazgo en su día a día, gotean personajes cuidadosamente diseñados que enriquecen el perfil de nuestro chico. La gata Solaz emerge para su compañía y su muy querido amigo Mikey le abastece de aventuras, entre el miedo y la diversión, para hacer respirar a su cerebro. Esas escapadas al bosque, el susto al desentrañar aquellos túneles… funcionan como estupendas primeras semillas introductorias del componente sobrenatural y terrorífico en la historia. En esta línea, la autora maneja de manera excelente los tiempos: nunca se precipita, es justa con sus propios personajes y prefiere la angustia/ansiedad a la gratuidad de la violencia o el esperpento. Ali Seay cuida muy bien de sus bombas hasta que decide soltarlas.

   Una buenísima muestra de ese autocontrol refiere a la vecina de Ben, la señora Molly, casi más molesta para el lector que para el propio protagonista: conforme avanza la trama intuimos, ¡incluso deseamos! que la vieja sea sacrificada. En el otro extremo, tememos por Alice, la diosa de los sueños del bisoño Benny, y otra de las principales atracciones de la novela. Así las cosas, Seay dirige nuestros impulsos hacia lugares que ni sabíamos que existían entre la expectativa y la cálida decepción, exhibiendo un catálogo de decisiones que convierten su texto en una obra absolutamente sólida, sin fugas, caprichos ni prisas.

    Un dedo lo cambia (mejor dicho: lo inicia) todo. Alrededor del ecuador formal de la obra, sobre los capítulos catorce-quince, asistimos al comienzo de la relación quid-pro-quo. Como un relámpago acude al momento el “aborrecible” Steve: personaje que nos hace caminar desde el disfrutable sadismo hasta la piedad como quien contempla un corderito indefenso. Esto también es un acierto de la autora: logra imprimir emociones constantemente maleables en nuestra lectura, de modo que ni las celebraciones sean tan efusivas ni las pequeñas derrotas nos duelan tanto. 

   Transitamos entre presencias y desapariciones, regresos y nuevas prácticas: el baile de buenas y malas energías es un huracán. La conexión entre los mundos del aquí y el más allá se estrecha hasta el contacto y la potencia visual del imaginario se despliega sin pudor. La bola de sangre y fuego que se acumula es tan imponente como plausiblemente original, con lo difícil que es lograr esto después de tantísima bibliografía, de cara a la comunidad literaria del escalofrío. 

   El in crescendo final resulta catártico, especialmente por el inconformismo de Seay en su amor por exprimir a Ben hasta el máximo de su contribución vital. La autora no se arredra en ejercer su autoritaria crueldad y juega con sus piezas como mejor le conviene para armar un puzle en el que no sobra ni falta nada. Cuando creemos, inocentes, que ya estaba todo el pescado vendido, Seay eleva un grado más la temperatura.

   Cegados por el fogonazo final, todavía entusiasmados por un par de masacres bien merecidas, tocamos el fondo de una novela con los dedos manchados de sangre y, sin embargo, no completamente saciados: Ali Seay se preocupa por nuestro bienestar y deja flotando en el espacio indefinido un futuro empañado cuya incertidumbre nos pesa en el alma y nos hace gritar sin palabras. ¿Acaso se puede tener todo: lo restaurado y lo conquistado?

   Para ofrecerle placer es altamente recomendable. La mirada afilada de Ali Seay nos regala una singular propuesta tan ácida como seductora: una novela meditadamente salvaje que alberga en su círculo de personajes fuertes motivos para cautivar al lector. Nos impresiona en su modo de esquivar lugares excesivamente comunes y completa los huecos con valentía y un saber hacer literario fuera de serie. ¡Genial libro que con éxito alcanza nuestro puerto! 

Altavoz Cultural

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