
Carlos Blanco (Madrid, 1986) es profesor titular de filosofía en la Universidad Pontificia Comillas. En 2007 acabó simultáneamente tres carreras: filosofía, química y teología. Doctor en filosofía y doctor en teología, entre 2009 y 2011 fue Visiting Fellow en la Universidad de Harvard, becado por la Fundación Caja Madrid. Ha publicado más de veinte libros, entre los que destacan El sentido de la libertad, The integration of knowledge, Athanasius, Grandes problemas filosóficos, Lógica, ciencia y creatividad, Historia de la neurociencia, El pensamiento de la apocalíptica judía, Conciencia y mismidad y El nacimiento de la civilización egipcia, así como numerosos artículos de investigación en revistas nacionales e internacionales que versan sobre filosofía, historia y ciencia cognitiva. En 1997 ingresó en la Asociación Española de Egiptología y en 1998 pronunció su primera conferencia, en el Museo Egipcio de Barcelona. Desde entonces ha impartido conferencias en países como Estados Unidos, México, Italia, Bélgica y Rusia. En 2015 fue elegido miembro de la World Academy of Art and Science y en 2016 de la Academia Europea de Ciencias y Artes de Salzburgo. Pertenece también al capítulo español del Club de Roma. En 2012 cofundó The Altius Society en Oxford, que ha reunido a algunas de las mentes más brillantes de la ciencia y de la filosofía para abordar desafíos globales como el transhumanismo, la inteligencia artificial y el futuro de la educación.
Bienvenido a Altavoz Cultural, admirado Carlos. Nos gustaría comenzar preguntándote acerca de tres experiencias personales que consideres que han marcado especialmente tu vida, con ecos de haber contribuido notablemente a forjar la persona que eres hoy en día.
La sensación de soledad e incomprensión que experimenté en la infancia, la exposición temprana cuando empecé a aparecer en medios de comunicación como niño prodigio y el tiempo que pasé en Harvard. La primera, aunque negativa y alienante, me hizo ser consciente de lo que era, de que era distinto, de que siempre habría una falla demasiado tajante con otras personas, pero que no debía renunciar a ser quien soy, a buscar lo que me apasionaba y a preservar mi independencia mental, mi libertad. La segunda, porque me abrió al gran mundo, me infundió confianza en mí mismo y propició que conociera a personas muy diversas, a artistas e intelectuales en distintos países. Todo ello me ayudó a desarrollarme notablemente, pues me proporcionó oportunidades con las que nunca había soñado (o quizá sí, pero que nunca imaginé que llegarían a realizarse). Además, me permitió comprobar que mucha gente me apreciaba y que no me juzgaba como una criatura extraña, sino que me respetaba profundamente y estaba dispuesta a ayudarme y a creer en mí. En cuanto a Harvard, la posibilidad de conocer a tantas mentes ilustres, de aprender de ellas, así como a alumnos brillantes de muchos países, donde también pude trabar amistades y amores, fue una experiencia singularmente bella e inolvidable. Me enseñó que pocas cosas son imposibles.
¿Cómo valoras el panorama educativo actual, específicamente el que atañe al ámbito universitario? Por otro lado, ¿qué es lo que más te satisface de la labor docente?
Tengo sentimientos encontrados. Por un lado, soy optimista, porque creo que hoy en día existe un acceso a la información único, y que podemos aprender por nuestra cuenta, conocer planteamientos diversos, escuchar a grandes mentes sin necesidad de acudir a sus universidades… Sin embargo, esa facilidad también ha hecho que a veces se pierda la curiosidad, la “chispa”, el deseo y la pasión por comprender, por buscar, por aportar, que nos bendice con un gozo intelectual extraordinario. Hay sobreabundancia de información, y demasiado dato satura la mente, cierra la imaginación e inhibe el pensamiento. Opino que la universidad, al menos en España, tendrá que adaptarse a numerosos cambios. La labor docente, que me apasiona, pues me permite transmitir e inspirar amor por el saber, deseo de preguntar y de buscar, reflejo de la belleza de aprender y de conocer como fines en sí mismos, ha de reinventarse. ¿Qué significa enseñar? ¿Enseñar el qué? Ante semejantes posibilidades de adquirir el conocimiento como las que hoy existen, la universidad ya no es el templo del saber de antaño, ya no ostenta el monopolio de su producción y difusión. Más bien pienso que lo que puede aportar es una perspectiva no tanto cuantitativa como cualitativa; no tanto dar conocimientos (aunque en muchas ramas sigue siendo imprescindible que esos conocimientos se adquieran en la universidad) como ayudar a ordenarlos y jerarquizarlos. Panorámica y selección, perspectiva general sobre los fundamentos y las grandes ideas y preguntas de las distintas áreas, así como capacidad de discriminar, de distinguir lo relevante de lo que no lo es, son quizá las dos contribuciones principales de la enseñanza universitaria. ¿Lo más gratificante de la labor docente? Sin duda, la posibilidad de sembrar en los alumnos el espíritu de búsqueda, de curiosidad, de deseo de comprender. Mostrar cuán bello es dedicarse al conocimiento y encontrar algo que nos une, una búsqueda universal del saber que ha implicado a tantas culturas, a tantas mentes, y que, al no tener término, siempre nos proyecta al futuro.
Desde tu propia óptica como alumno en el pasado y ahora también desde tu óptica como profesor, ¿cómo consideras que ha ido caminando durante esa distancia temporal entre un estadio y otro la concepción y, sobre todo, el tratamiento (desde la comprensión hasta el respaldo) hacia las personas que atesoráis altas capacidades intelectuales?
Ahora hay más conciencia de las necesidades educativas de las personas de altas capacidades. Creo que hay más conocimiento sobre el tema, más especialistas, y, sobre todo, que la sociedad se ha convencido del valor único que pueden aportar a su desarrollo. Aun así, el día a día de los estudiantes con altas capacidades suele ser muy difícil. Esa sensación de incomprensión, ese aburrimiento fundamental ante tantas cosas que les resultan más fáciles, esa rigidez del sistema, que hace que estas personas estén prácticamente secuestradas en los colegios, sin poder expandir su mente y cultivar adecuadamente lo que les interesa… El sistema puede hacer mucho más. ¿Cuántas grandes mentes no se habrán visto frustradas por no haber recibido atención y estímulo tempranos? Es cierto que la alta capacidad intelectual es una bendición, y que quien tiene una menta de esas características puede encontrar con mayor facilidad su camino, vencer las dificultades y brillar por sí misma, pero todos necesitamos ayuda, acompañamiento, inspiración. Sueño con el día en que las altas capacidades no se vean con recelo, sino con entusiasmo por lo que pueden aportar a la sociedad en tantas facetas (ciencia, arte, economía, tecnología, pensamiento…).
¿En qué momento llama tu atención el cerebro como materia explorable?
Ya cuando estaba en la universidad me interesó el problema mente-cerebro. Creía –ilusamente- que podría resolverlo con relativa facilidad mediante un nuevo sistema filosófico que estaba desarrollando por aquel entonces. Después de doctorarme me di cuenta de que casi todos los interrogantes de la filosofía desembocaban en el problema mente-cerebro, porque al final casi todas las grandes dualidades remiten, directa o indirectamente, al problema de cómo relacionar lo mental con lo material. Por eso profundicé en la neurociencia, acudí como oyente a clases en la facultad de medicina, leí a los neurocientíficos e intenté desarrollar un modelo que integrara la perspectiva de la neurociencia con los principales planteamientos filosóficos. Me considero reduccionista; creo que la mente puede reducirse al funcionamiento del cerebro. Sin embargo, me parece que estamos muy lejos de entender cómo un conjunto de neuronas y sinapsis, por complejo que sea, produce experiencias conscientes. Éste es el gran misterio de la ciencia y de la filosofía. Queda mucho por investigar y por pensar.
¿Cómo ha evolucionado The Altius Society desde su fundación hasta hoy? Sentimos mucha curiosidad por preguntarte acerca de si crees que el mundo estaría mejor en las manos de aquellas personas que, objetivamente, son más inteligentes y están más preparadas. Desde el punto de vista opuesto, ¿conectas con la misma facilidad la virtud de la inteligencia con la capacidad para hacer el mal?
Nació como un proyecto muy humilde, de personas que nos habíamos conocido en Harvard y que queríamos preservar ese ambiente de diálogo interdisciplinar del que nos habíamos imbuido en Boston. Para ello, empezamos a reunirnos periódicamente en Oxford con el objetivo de discutir retos actuales desde distintos ámbitos del saber y de la acción: el transhumanismo, la inteligencia artificial, el futuro de la educación, las tensiones geopolíticas… Al poco de comenzar invitamos a grandes mentes, a ganadores del premio Nobel, a escritores y filósofos a los que había leído y a los que admiraba, y sorprendentemente aceptaron la invitación, pues aunque nunca hemos remunerado las intervenciones, creo que lo que más valoran es la atmósfera de diálogo entre personas de distintas edades, procedencias y ramas de investigación, así como el entorno único para el debate que proporciona la Oxford Union, la sociedad de debates oxoniense. Siempre he sido un idealista. Mi sueño de congregar a grandes mentes de todo el mundo y de todos los campos del saber viene de lejos. Lo albergué desde niño: reunir a los sabios, a las inteligencias más brillantes y creativas, para ver el poder de la mente humana en todo su esplendor. Pienso que las mejores mentes, con independencia de su origen, con igualdad de oportunidades, deberían estar al frente de las principales instituciones; pero los mejores no son sólo los más inteligentes: también lo son los que tienen una más alta conciencia moral y una visión más sabia y profunda del mundo. Aunque la inteligencia es nuestra mayor herramienta para progresar, y no hay nada que se le compare, pues gracias a ella no sólo resolvemos problemas, sino que nos elevamos a las cumbres de la abstracción, ella sola no basta. La sabiduría nace precisamente de esa unión de inteligencia y conciencia, que hace que la inteligencia no se cierre en ella misma y sea consciente de sus límites y de su falibilidad.
¿Debemos temer el exponencial progreso de la Inteligencia Artificial?
No. Estoy convencido de que no. La inteligencia artificial será una herramienta extraordinaria para ayudarnos a resolver numerosos problemas y, por qué no, para plantearnos posibilidades que ni siquiera imaginamos. Lo que hace falta es una regulación de la inteligencia artificial, para que no esté en manos de unas pocas empresas, así como una capacidad de controlarla, tal que, incluso en el hipotético y lejano caso de que adquiriera agencia, actividad propia y toma de decisiones autónoma, en último término sus decisiones siempre pudieran depender de nosotros. De todas formas, aunque antes era más optimista sobre la evolución de la inteligencia artificial, cada vez soy más escéptico sobre la viabilidad de que esa inteligencia se convierta en una verdadera inteligencia, en una inteligencia general, en una inteligencia en sentido fuerte. Por el momento procesa información, calcula probabilidades, predice sobre la base de una gigantesca cantidad de datos que ha acumulado, pero ¿piensa? ¿Entiende? ¿Razona? ¿Concibe el mundo? ¿Posee estados mentales? En mi opinión, la respuesta a todas estas preguntas es negativa.
¿Cómo nace Las fronteras del pensamiento (Dykinson, 2022)? ¿Cómo fue su proceso de escritura y qué frutos sientes que te ha reportado en cuanto a tu propia curiosidad y su reflejo en tu trayectoria investigadora?
Lo escribí en menos de una semana. Me salió casi sin esfuerzo, porque refleja, quizá como ninguna otra obra filosófica mía, mi planteamiento más profundo y genuino. Creo que llevaba tanto tiempo pensando sobre estas cuestiones que lo menos complejo fue ponerlas ideas por escrito. A veces uno entra en una especie de éxtasis; todo lo ve con claridad y siente que posee una fuerza incontenible para llevar a cabo lo que ha concebido. Me fascina la pregunta por los límites del pensamiento. Creo que atañe al fundamento de todo: de la ontología, de la teoría del conocimiento, de la ciencia… Entender la mente, integrar datos neurocientíficos con planteamientos filosóficos, ver a la luz de la historia de las matemáticas cómo nociones que parecían insuperables fueron trascendidas gracias al poder combinado de la imaginación y de la razón… Lo que intento en ese libro es examinar las facultades de la mente para pensar más allá de lo pensado, para pensar “lo impensable”, por paradójico que suene. El hilo conductor no es otro que el de la superación de ciertos límites intelectuales que nos parecen infranqueables, pero que, si se contemplan como subconjuntos de conjuntos más amplios, en realidad pierden su supuesto carácter absoluto.
Hemos crecido asombrados por aquel Carlos niño que destacaba, entre otros motivos, por su extraordinaria capacidad expresiva. ¿Cómo dirías que ha prosperado el lenguaje, desde su prisma más sociocultural, en estos tiempos de aplicaciones y redes sociales, necesidad de inmediatez y códigos coloquiales que se cuelan cada vez con mayor facilidad en nuestras aulas y nuestros medios de comunicación? ¿Cuál es tu lengua preferida más allá del español, por cierto?
Siempre me ha fascinado el lenguaje, en su faceta más abstracta y general, como capacidad de expresar ideas, y en sus manifestaciones concretas, en forma de lenguas. Siempre he tratado de usarlo de la mejor manera posible, porque la palabra puede transmitir profundidad, agudeza y belleza al mismo tiempo. Creo que el uso del lenguaje ha empeorado. Con las redes sociales y la exigencia de inmediatez tendemos a una simplicidad expresiva que en realidad es simpleza lingüística, olvido de la riqueza de la lengua, de los matices, de la variedad léxica, de la elegancia… El lenguaje, aunque sea instrumento para expresar ideas, y lo importante sea la idea más que la palabra, posee un valor propio, irreductible. Hablar y escribir con elegancia y propiedad no sólo mejora la comunicación, sino que también nos permite recrearnos en la dimensión puramente estética del lenguaje. Que el lenguaje no sólo sirva a la transmisión de ideas, sino que también constituya un fin en sí mismo, añade riqueza y variedad al pensamiento. La hermosura de ciertas metáforas, la fuerza de determinadas palabras, el orden y la claridad que podemos alcanzar si cultivamos la expresión escrita…, todo ello contribuye a enriquecer el pensamiento. A veces el lenguaje puede oscurecer el concepto, y muchos se refugian en opacidades lingüísticas para esconder su falta de ideas, pero cuando logramos una armonía entre fondo y forma, entre pensamiento y lenguaje, descubrimos un plano superior, que satisface no sólo nuestra ansia de entendimiento, sino también nuestra facultad estética. En cuanto a mi lengua preferida, diría que el ruso, por su sonoridad y belleza. También admiro la concisión de la lengua latina, la suavidad fonética del sánscrito, la viveza del italiano… ¡Hay tantas lenguas hermosas!
La Egiptología acompaña tu vida desde temprana edad también. ¿Qué es lo que más te atrae de Egipto, a nivel, digamos, «genérico» o más «abstracto» en términos socioculturales, y qué elemento, monumento, paisaje… concreto te atrae especialmente después de haberlo visitado?
Su antigüedad, su longevidad (estamos ante una civilización que perduró durante casi tres mil años) y su singularidad, su especial manera de ver el mundo. Ser la pionera –junto con los sumerios- en tantos aspectos, haber desplegado una creatividad tan asombrosa, haber inventado la escritura, haber desarrollado las matemáticas, haber construido obras tan formidables, que aún hoy despiertan nuestra admiración y que ponen a prueba nuestro ingenio… Y cuando uno lee ciertos textos de la poesía egipcia, de sus himnos religiosos y de su literatura, siente una comunión profunda con una cultura tan distante de la nuestra, con una civilización primordial a la que tanto debemos, pero que, al fin y al cabo, no hace sino reflejar el mismo genio humano.
Otra cuestión que nos interesa muchísimo alrededor de esta gran oportunidad que supone poder hablar contigo es la que se refiere a la relación entre ciencia y arte. ¿De qué formas consideras que se complementan o se alimentan entre ellas?
Por supuesto, son complementarias. He dedicado un largo diálogo filosófico, Logos y Sofos, a estudiar la relación entre ciencia y arte desde perspectivas contrapuestas. La ciencia busca entender la estructura y el funcionamiento del cosmos mediante modelos reproducibles que se ajusten a las evidencias empíricas; el arte tiene como objetivo la expresión de lo que somos y la creación de lo que podemos ser. La ciencia puede inspirarse fecundamente en el arte, en la grandeza y en la pluralidad de la creatividad humana; el arte puede también encontrar en la ciencia y en su progreso un estímulo único para esa búsqueda de la expresión, para ese intento de transmitir la emotividad humana a través de los distintos canales que ofrece el arte. El científico, aunque se nos antoje epítome de objetividad, tiene también algo de artista; ha de imaginar, ha de crear, ha de arriesgarse con ciertas hipótesis, ha de lanzarse a lo desconocido. El artista, aunque parezca que busca la subjetividad más que la objetividad, también quiere captar la complejidad del mundo, de la naturaleza, de la humanidad… Quiere mediar entre los demás seres humanos y la emoción a la que pueden acceder, gracias precisamente a su sensibilidad, que es también capacidad de comprender. No veo, por tanto, oposición entre ciencia y arte, sino complementariedad. Imaginar para comprender, comprender para imaginar, en una retroalimentación eterna entre el conocimiento objetivo del mundo y la capacidad que tenemos los humanos para expresarnos y en ese camino descubrir formas bellas e inspiradoras, que nos permitan profundizar en nosotros mismos, en nuestra capacidad de contemplar y de crear.
No podemos abandonar esta conversación sin pedirte por favor que nos recomiendes cuatro libros, entre los que debe figurar un poemario, que pienses que nos pueden hacer viajar a lugares ciertamente hermosos de nuestra mente.
Me resulta tan difícil elegir… Hay tantas cosas grandes, sabias y bellas que ha producido la humanidad… Pero como me pides que me limite a cuatro, escojo las siguientes: Así habló Zaratustra de Nietzsche, Fausto de Goethe, El Banquete de Platón y, aunque no es un poemario, sino una epopeya espiritual en verso, la Divina Comedia de Dante. Como sólo puedo mencionar cuatro dejo fuera obras admirables, que leo y releo, de nuestro Siglo de Oro y de literaturas como la persa, la árabe y la india.
¿Qué proyectos, iniciativas y planes tienes a corto, medio y largo plazo?
Tengo varios libros en proceso, y algunos concluidos, pero aún no editados, que combinan filosofía, ciencia, poesía… Mi gran proyecto sigue siendo el diseño de un sistema filosófico lo más completo y abarcador posible, que desde un pequeño número de conceptos fundamentales permita entender lo que existe y pensar más allá de lo que hemos pensado hasta ahora. Lo que más placer me produce es entregarme a la creación intelectual, relacionar ideas, expresarlas con belleza, imaginar otras posibilidades… No puedo desprenderme de una curiosidad a veces indómita, incluso despótica, de un deseo voraz de entender y de imaginar cosas nuevas. Siempre siento la necesidad de emprender nuevos proyectos, de leer, de escribir, de revisar ideas… He aprendido a “controlar” algo esa búsqueda de estímulos intelectuales. Ahora valoro más cierto reposo en las ideas, cierta serenidad, pero la llama sigue encendida, y nunca se apaga.