por Clementine Lips

VI Jornadas sobre Arte y Cultura del Escalofrío

Altavoz Cultural – Noviembre 2023

Las madres. Seres adoradas u odiadas, pero rara vez consideradas desde lo tibio, como personas que se equivocan como todas, que tienen puntos débiles, estereotipos y deseos propios. Las madres, como las mujeres en general, existen en una dicotomía imposible: deben ser las madres ideales, pero cualquier cosa puede condenarlas a la categoría de “malas madres”. Una categoría absoluta y permanente. El grado de maldad varía, pero el rechazo hacia la madre que no es perfecta no. La exigencia para las madres pervive con ideas muy parecidas a las de antaño, derivadas del sistema de valores patriarcal, aunque hay madres que, hartas, se apropian de la etiqueta de mala madre. Porque ser una buena madre implicaría renunciar a su humanidad, y muchas mujeres no estamos dispuestas a eso ya.

Para ser buena madre es necesario olvidarse de una misma. Una madre ideal (según el patriarcado) deja de existir para darle vida a sus criaturas, a veces incluso literalmente. Ciertas ideas alrededor del aborto apuntan a esa concepción de la maternidad, donde la madre debe “aguantarse” (por haber abierto las piernas) y tener hijos no deseados, o parir a pesar de que corra riesgo su vida durante el embarazo o el feto vaya a nacer muerto. Por lo tanto, cualquier cosa que denote que la madre aún tiene personalidad y que se preocupa de sí misma además de por su descendencia la pone en la categoría de mala madre.

Alrededor de cualquier figura que genera orden dentro del patriarcado es inevitable que surjan narrativas culturales que justifiquen el personaje ideal y que castiguen o pinten de hostil al personaje que se aleja de la norma. Y con las madres no podía ser distinto.

A pesar de la extensa evidencia de que la mayoría de crímenes violentos y abusos son cometidos por hombres, la literatura de terror y el thriller se han cebado con el estereotipo de la mala madre, convirtiéndola frecuentemente en el origen del mal. Que aquella persona que pensamos debería ser esclava del resto sea en realidad un ser malvado (con propia voluntad) genera un pavor primitivo: quien asociamos -por obligación- al cuidado resulta ser letal. Si nuestra propia madre es mala, ¿qué seguridad nos queda?

La repetición de este dilema, muchas veces obviando que las acciones y ausencias de los padres contribuyen a los efectos negativos de una infancia miserable, ha deshumanizado a las madres. A los padres, por otro lado, rara vez se les echa la culpa de que su hijo sea un asesino en serie -incluso cuando son maltratadores o padres ausentes, la culpa acaba siendo de alguna manera de la madre en un giro de guion tan retorcido como frecuente-. Los efectos positivos de las madres “buenas” (a.k.a. abnegadas, invisibles pero omnipresentes) rara vez se refuerzan en la literatura oscura. En lugar de eso, la madre que está siempre ahí puede ser convertida en un ser monstruoso también: una madre que ahoga a su descendencia, no la deja crecer ni abandonar el nido, tanto así que en según qué historias será la madre -de carne y hueso o ya convertida en fantasma- la asesina. En resumen, las madres nunca pueden ganar: por ausencia o por exceso siempre lo hacen mal.

La pregunta pues es: ¿cómo nos reconciliamos con esta figura trascendental desde la literatura feminista? Cuando se trata de buenas madres es fácil. Podemos representar madres que tratan bien a sus hijos sin necesidad de borrarse a sí mismas del mapa, cuyos hijos además logran triunfar en la vida. Pero ¿qué hacemos con las malas madres? Porque existen malas madres de verdad: las hay maltratadoras, psicológicamente abusivas, ausentes y asesinas. Generalmente, los abusos de estas mujeres surgen de la violencia masculina, algo que rara vez se señala con empatía en la literatura de terror o en el thriller.

Pero ¿se debe humanizar a las malas madres? ¿Y se puede hacer esto respetando la experiencia de quienes han sufrido a sus manos en la vida real? Sobre si se debe o no hacer no tengo una respuesta clara. Creo que, por un lado, es importante comprender el origen del dolor de estas mujeres para lograr una respuesta efectiva contra el crimen que hayan cometido. Solemos pensar que las mujeres que actúan de manera violenta “están locas”, pero tras escuchar las historias de muchas de las mujeres más peligrosas de la historia (Criminal Broads), una se da cuenta de que su maldad siempre tiene un origen lógico, y de que si hubiese habido una intervención justa contra la violencia machista en el sentido más amplio del término, se hubiese podido evitar la violencia concreta de esa mujer. O, en otras palabras, el crimen de la mujer es la punta del iceberg, que vemos porque nos extraña sobremanera que una mujer actúe así. La violencia previa a la que la sometieron a ella no la vemos porque la tenemos normalizada, y estamos acostumbrados a que las mujeres la acepten sin rechistar.

Por otro lado, también entiendo a quien piense que tus circunstancias personales no justifican tu violencia hacia los demás. Comparto esa visión, pero a su vez no puedo evitar separar la violencia egoísta (la que se origina para ejercer un control inmerecido) de la violencia reactiva (la que se ejerce como defensa). Tampoco culparía a quien habiendo sido víctima “de rebote” de esa violencia reactiva no quiera comprenderla. Las heridas duelen aunque nos las hicieran por una razón entendible. Y que algo sea entendible no significa que sea justificable.

Sobre cómo podemos humanizar a las malas madres tengo más idea. El primer paso, creo, es el que ha dado la editorial Horror Vacui con su antología de relatos cortos Madres oscuras, donde recoge diez relatos sobre “malas madres” de voz exclusivamente de autoras. La imagen de la madre se ha visto tan deformada por la mirada masculina que sin duda hemos integrado en parte su visión, pero las mujeres solemos tener una perspectiva más compasiva de otras mujeres que los hombres aunque se diga que somos nuestras peores enemigas; narrarnos siempre es el comienzo del cambio.

He de admitir que la primera mitad del libro, compuesta por relatos de autoras del s. XIX, no me convenció para nada. No parecen ser los relatos más fuertes de ninguna de las autoras seleccionadas. Sin embargo, la segunda mitad, compuesta por relatos de autoras contemporáneas, captó mi atención mucho más.

En esta segunda parte creo que a las malas madres se las representa con mayor humanidad: sin condescendencia ni la lejanía de quien estudia un espécimen extraño. Posiblemente esto se debe a la elección de narradoras; en lugar de contar la historia con una narradora omnisciente, en la mayoría de los casos las narradoras están directamente relacionadas con la mala madre o tienen algún vínculo emocional con la historia. Les da a los relatos una humanidad que sigue siendo escasa cuando se habla de malas madres.

Creo que el siguiente paso en la desmitificación de la mala madre (que parece ser siempre la madre que tiene más cosas que hacer que cuidar) sería darle un trasfondo a esas malas madres. Un por qué a su ausencia, a su dolor, que pueda explicar por qué se comportan de manera distante o retorcida con su descendencia, una mujer con la que podamos empatizar o a la que al menos podamos entender. Madres oscuras no hace eso aún, pero creo que apunta maneras, y que cada vez, simplemente porque constantemente más mujeres escriben y publican, veremos relatos más humanizados de esas malas madres que tanto pavor nos dan hoy en día. Algunos ejemplos que adoro son los libros de Gillian Flynn, que tantea la línea de la humanización y la culpabilización de la madre de la mejor manera que he visto hasta hoy.

Llegará el día en el que nos daremos cuenta de que hay otras cosas que deberían darnos más miedo que las malas madres. Al fin y al cabo, ellas nunca actúan solas; lo que crea a un psicópata es la ausencia de vínculos seguros, de los cuales la madre es solo uno, abandonado por el resto de la sociedad hasta convertirse en el esencial. En aquel que, en su ausencia, transforma a madre e hijo en seres monstruosos que llenan nuestros libros de terror.

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