La memoria, el florecimiento de la identidad y la fuerza contenida en la misma fragilidad del ser humano son algunos de los elementos que nos encontramos al asomarnos a Veinticinco (Talón de Aquiles, 2021), un poemario intimista nacido de la pluma de Ana Sánchez Anguix.
En esta obra reviviremos nuestra infancia de la mano del yo lírico, no solo para visualizar el álbum de recuerdos más agradables que conservamos en la memoria, sino también para destapar aquella caja de vivencias que, escondida en lo más profundo de nuestro subconsciente, tintó nuestra inocencia con sombras que, sin ser nosotros conscientes, nos continúan persiguiendo incluso a día de hoy. Veinticinco es la obra que nos ayuda a comprender nuestro propio proceso de maduración; es un libro que, como un esbozo, nos enseña a encajar las piezas de lo que es, en la actualidad, nuestra propia identidad.
Desde luego, son muchos los elementos que terminan, como las piezas de un puzzle, forjando la imagen de nuestra persona. La familia, los amigos e incluso la escritura o la misma literatura son algunos ejemplos de aquellos factores que pasan a transformarse en agentes que moldean nuestro ser. Ahora bien, por supuesto, para dar forma a un jarrón hemos de acudir a la materia prima, la arcilla. Al final, somos mucho más que aquello que nos hacen ser; detrás de nuestras sonrisas y de nuestras lágrimas hay un elemento intrínseco que nos define, y esa es nuestra fortaleza, que nos empuja a ser, a existir y a seguir viviendo a pesar de las cicatrices que nos cubran la piel.
Con este poemario, Ana Sánchez Anguix nos ofrece el retrato de un yo lírico que se empodera al reconocer, en las vivencias que componen su memoria, aquellas pinceladas que lo ensombrecen y, por supuesto, también esos trazos que le dan forma y le hacen ser. La poeta nos guía de la mano en un proceso de análisis, autoconocimiento y aceptación del que es inevitable escapar y del que, por consiguiente, terminamos formando parte si somos capaces de dejarnos llevar.

ENTREVISTA A ANA SÁNCHEZ ANGUIX
¿Cómo nació Veinticinco? ¿Por qué ese título?
La idea del poemario nació en un momento de cambio en mi vida. Yo tenía 25 años ya cumplidos y, en un largo proceso de autoconocimiento que acababa prácticamente de comenzar, estaba acercándome a los miedos e inseguridades que habían obstruido mis relaciones con los demás y conmigo misma.
Yo siempre he sido una persona con muy baja autoestima y había empezado a ir a terapia hacía poco, y, aunque ya sabía en cierta medida lo que me sucedía y podía intuir el porqué, no era capaz de comprenderlo del todo. Además, coincidió en el tiempo con un diagnóstico que al principio fue duro, pero que resultaría clave para, finalmente, aceptarme.
Veinticinco es un poemario de autoaprendizaje en el que reflexiono sobre el crecimiento de una misma, el paso del tiempo, los vínculos familiares y los lazos que nos marcan. Trata también de la memoria personal del dolor y de la posibilidad de redimirnos.
La elección del número es significativa porque es la edad que tenía cuando empecé a trazar el poemario, pero también porque me pareció un número redondo (exactamente, un cuarto de siglo) para encajar el cambio de una persona hacia su etapa adulta; el momento en el que toma conciencia de lo que ha limitado su vida y busca redimirse mediante el autoaprendizaje y la resiliencia.
Veinticinco se podría catalogar como un libro de tinte intimista en el que la memoria tiene un papel fundamental. ¿Hay algún autor u obra en concreto de la literatura que siga esta misma línea que haya hecho mella en ti?
Realmente, la memoria y cualquier otro tema relacionado con el tiempo ha sido una constante en toda la literatura universal, no solo en la poesía.
Aunque no hay autores u obras concretas que me hayan inspirado para escribir este poemario, podría decirse que la literatura (y la escritura) marca el desarrollo del libro; en el sentido de que se trata de una herramienta más para la reflexión y el autoconocimiento. Por ejemplo, uno de los primeros poemas de Veinticinco se solapa con los versos de un poema que escribí en la infancia, y viene a señalar el importante papel que la escritura ha tenido en mi vida, no solo como forma de exorcizar nuestros demonios y un medio de expresión, sino también en cuanto que, como individuos, vamos descubriendo y escribiendo quiénes somos. Es decir, la escritura como conformación de la identidad.
En este sentido, lo que sí ha inspirado la estructura del poemario ha sido el género del Bildungsroman o la novela del autoaprendizaje; de hecho, aparecen dos referencias literarias a Jane Eyre y a Mujercitas como obras en las que está muy presente este género de ficción. En Veinticinco, al igual que en este tipo de textos, quería mostrar la evolución de un personaje (el yo poético, que también puede identificarse con su autora) a lo largo de su vida hasta alcanzar su madurez.
La memoria es un componente intrínseco en la existencia del ser humano. ¿Qué destacarías sobre tu memoria? ¿Qué elemento de tu pasado conservado en la memoria destaca en tu obra? ¿Por qué?
Si hay un elemento muy presente en mi historia y en la de Veinticinco ese es el dolor, la soledad y la sensación de no pertenecer a ninguna parte. Desde pequeña, me sentía diferente, estaba sumida en miedos que ni yo misma entendía. Siempre he sido muy sensible, podría decirse que demasiado, aunque no me gusta del todo lo que con esa palabra se sobreentiende: parece que, en esta sociedad, donde falta empatía y sobra en exceso la desidia y la pasividad, no caben ni el pensamiento divergente, ni las sensibilidades alternativas o más intensas. El mundo te hace creer que eres débil, que debes cambiar y amoldarte a lo mayoritario para sobrevivir.
Una de las cosas que he aprendido o que incluso aún me encuentro en vías de aprender es que la fragilidad no es lo opuesto a ser fuerte. Precisamente, el autoconocimiento nos enseña que lo que nos hace inseguros es lo que nos hace humanos, y que podemos salir de esas sombras que nos paralizan, aceptar esa oscuridad como parte de nosotros mismos.
Ese paso, que es imprescindible para la madurez, es el que intento mostrar en Veinticinco, y es un tema muy recurrente en mi poesía, pues está presente en muchas de las reflexiones que tengo a diario.
Además de la memoria, en Veinticinco podríamos destacar temas tales como, por ejemplo, la familia, la identidad y la infancia. ¿Qué valor les otorgas a esos elementos?
La familia, tanto la que se nos da por nacimiento como la que nosotros elegimos, es, creo, fundamental para crecer como individuos sanos. Es o debería ser siempre un lugar seguro, donde poder “florecer”, por decirlo de alguna manera. Los vínculos familiares es un tema que me encantaría seguir explorando (quizá, en un futuro, si el síndrome de la impostora no me lo impide, en la narrativa). No existen las relaciones perfectas, y en muchas ocasiones pueden surgir roces o heridas sin ser conscientes de ello. Este último aspecto es en el que me encantaría ahondar en un futuro. En Veinticinco, las relaciones familiares aparecen más idealizadas porque me centro precisamente en el apoyo que suponen y han supuesto en el crecimiento del yo poético; pero al mismo tiempo creo que puede vislumbrarse ya un sentimiento dañino con respecto a lo familiar: por un lado, el temor al abandono de ese lugar seguro, de ese refugio u hogar; por el otro, la dependencia emocional que esta situación de desarraigo puede producir.
Estas relaciones familiares también son esenciales para que se conforme un carácter y una actitud ante el mundo. En la familia y nuestros círculos de amistad nos vamos construyendo como individuos; las relaciones que establecemos con los demás dicen muchos de quiénes somos. Este es el valor que los vínculos afectivos tienen para la identidad. En Veinticinco, como ya he dicho, estos lazos ayudan al sujeto poético a seguir, son un refugio y un lugar al que volver.
La infancia, como etapa vital en la que empezamos a relacionarnos y a cimentar nuestra identidad, también es clave en el poemario. Es un lugar al que volver, pero también del que escapar; me gusta pensar que con este libro podría ayudar a romper un tabú con respecto a la niñez: no es necesariamente una etapa feliz e ideal, como normalmente la pinta la tradición literaria. Es un lugar de pureza, sí, pero también de dolor. Para mí, la infancia tiene sus luces y sus sombras, sobre todo para quienes se sienten diferentes y ven difícil encajar. No digo que tuviera una mala infancia; al contrario, gracias a mis seres queridos, puedo salvar muchos momentos y puedo recordarla también como un periodo dulce, cálido. Pero también es cierto que me sentía sola, que sufrí acoso escolar y que había en mí un dolor al que no ponía nombre.
De todos los poemas que componen el libro, ¿qué pieza escogerías como representante de toda la esencia del poemario? ¿Por qué ese y no otro?
En Veinticinco hay muchos temas, como ya hemos ido viendo; creo que es difícil encontrar un poema que aglutine todos ellos. Pero dado que los comienzos son muy importantes, voy a decir uno de los primeros, del que ya os he hablado: «Raíz». Es el segundo poema de todo el libro, y en él se alternan versos de un texto que escribí con ocho años y pequeños párrafos a modo de prosa poética. Me parece muy significativo por su título y su posición en el poemario; porque en él el sujeto poético se describe a sí mismo a través de esos versos inocentes que compuso en su niñez al mismo tiempo que desde una voz ya adulta, que lee y reinterpreta su propia historia. Para mí, este poema, en cierto modo metaliterario e intertextual, nos habla de la posibilidad de escribir o escribirse, de renacer.
Cuéntanos un poco acerca de tu labor literaria: ¿Qué otras obras has producido hasta el momento?
Hasta ahora he publicado tres libros de poesía: Veinticinco, un libro de haikus llamado Aquí en mi mano y un libro de poemas para peques (o no tan peques) titulado Bestiacedario. También he escrito otro poemario, que actualmente estoy mandando a concursos y editoriales tradicionales. Por ahora, todos mis proyectos acabados son de poesía, pero me encantaría retomar también el relato corto, llevo muchos años en bloqueo.
¿Tienes algún otro poemario en mente ahora mismo que no haya visto la luz? ¿Qué nos puedes contar acerca de él?
Siempre tengo en mente nuevos proyectos, pero me falta tiempo y, sobre todo, motivación, je je. Uno de ellos quiero que hable de la ansiedad (de mi experiencia personal, pero también de la de nuestra generación), y quiero que lo haga desde la cultura de los memes, lo pop y el humor, sobre todo el humor. Creo que puede tener un tono irónico muy alejado de Veinticinco, lejos de la seriedad típica de la poesía canónica; por lo que también lo pienso como un futuro lugar de experimentación y de juego.
Otro proyecto poético que ando maquinando es un poemario que hable, en esta ocasión, de la memoria personal y colectiva pasando por distintas voces femeninas, todas ellas testigos de un lugar terrible en la historia contemporánea de nuestro país: el mal llamado Patronato de Protección a la Mujer durante la época franquista (y en parte de la Transición). En un podcast llamado De eso no se habla tuve la oportunidad de escuchar el testimonio de dos de sus víctimas y me quedé profundamente impactada; recuerdo caminar al trabajo o viajar en transporte público y llorar en silencio mientras escuchaba su historia. Me encantaría leer más acerca del tema y escribir sobre ello, ayudar a esas mujeres a reconstruir su memoria y a romper su silencio.
¿Qué te ha brindado tu obra a día de hoy? ¿Qué experiencia destacarías?
Escribir siempre ha formado parte de mí. La poesía en los últimos años me ha regalado muchas cosas buenas: he conocido a gente maravillosa, he superado miedos y he aprendido muchísimo en lo personal. Pero publicar como lo he hecho me ha traído también momentos amargos, sobre todo de desencanto con respecto al mundo editorial. He llegado a pensar que hubiera sido mejor no haber publicado nada, pero entonces no estaría aquí. Escribir fuera del mercado literario tradicional, sin el apoyo verdadero de una editorial, sin un nombre conocido y sin contactos es una experiencia agridulce. Me gusta pensar que como la vida misma. Escribir es vivir.
¿Por qué vías podemos seguir de cerca tu recorrido? ¿Dónde nos podemos hacer con alguno de tus libros?
Podéis seguirme en mi cuenta de Instagram (@cursivayversalista), ahora mismo, por razones meramente personales, es un perfil privado, pero estoy abierta a aceptar a toda aquella persona interesada en leerme o leer en general.
Veinticinco va a descatalogarse, no sé si habrá ejemplares aún disponibles para pedirlo en librerías, pero se puede intentar (por favor, si alguien consigue alguno por este medio, que me diga, siento mucha curiosidad). También –y este es el mayor favor que podéis hacerme– podéis encargarme un ejemplar personalmente a mí, puesto que tengo aún bastantes ejemplares en casa (la coedición es así de precaria). Además, puedo mandar el libro dedicado y firmado.
Aquí en mi mano (haikus) está disponible en Amazon. Lo autopubliqué con el respaldo de J. Bernavil, tras ganar un concurso convocado por su editorial. Se consigue fácilmente.
Por último, Bestiacedario está disponible en librerías y en la web de la editorial (Baker Street). Pero, como sucede con Veinticinco, se trata de una coedición y tengo (muchos) ejemplares en casa, que puedo mandar por correo, firmados y dedicados con mucho amor.
Y, por último, ¿qué mensaje te gustaría que tu obra transmitiera al mundo?
Me encantaría que lo que escribo ayude a los demás a empatizar con otros y a comprenderse a sí mismos. También a sentirse menos solos, que encuentren en la lectura (de obras mías o ajenas) un refugio, un lugar para entender sus heridas y obtener cierto confort.
Además, entiendo que la literatura y en especial la poesía son medios que hacen posible convivir con la belleza y el dolor a un mismo tiempo. En este sentido, pienso que la literatura nos ayuda a vivir, nos mantiene despiertos. Eso es lo que me gustaría conseguir con mi escritura.

Alba Sanchis Dolz