-Pathosformel-

   El sheriff Philip Goodman se consagra a través de la literatura de Takeshi García-Ashirogi como una figura de culto, un mito perteneciente a esa otra época que siempre representará la madre de todas, plantación de utopías y distopías incomparables: el lejano oeste. El autor nos lleva en volandas hasta una tierra ruda, maldita, salvaje e inmunda, donde la miseria -material y humana- florece como ácido corrosivo que tiñe las almas de quienes buscan prosperidad. Claro, el campo muerto es ya terreno de abono de desgracias, pero si le sumamos calamidades intrínsecas a ciertas apariciones sobrenaturales…

   Goldville será escenario de algunos de los eventos más desquiciados de la historia del western como género y espacio sociocultural. Capitaneada por el propio sheriff Goodman y asistida por su bienhallada ayudante Mary Austen, la acción contenida en esta antología de siete cortes, prologada de forma luminosa por David Bizarro (“Ese caballo que viene de Bonanza. El weird western de Takeshi García-Ashirogi”), dispara en muy diversas direcciones, todas absolutamente disfrutables: denuncia, reivindicación, justicia poética -y de la otra también-, revanchas varias, visibilidad de una ambigüedad en diferentes aspectos exquisita, homenajes chulísimos y macabros y rotundidad literaria para hacer disfrutar.

   Esas siete historias-capítulos de esta espectacular saga están dispuestas de manera inteligente, sublime para hacer de su orden total un nuevo acierto en pro del perfecto conjunto: nuestro héroe asciende de ayudante a sheriff tras los acontecimientos de la primera tarea: combatir la llegada del Increíble Hulk al pueblo. Ya instalado en la cima del poder local, nuestro hombre se partirá la cara contra amenazas venidas desde las antípodas universales: de Hollywood a la tradición japonesa más lesiva, del gore extremo con cabeza llena de pinchos hasta el más crudo machismo… no sin su inseparable ayudante Austen, quien relevará en protagonista a su jefe en una de nuestras aventuras favoritas: la lucha contra Gwengi la T-Rex.

   La religión en su muy amplio espectro es otro de los ingredientes capitales para poder dibujar con tino el mapa que nos proponen los conflictos desarrollados por la pluma del autor, si bien el clima, el entorno, el ecosistema global que reúne en su regazo el pack completo de episodios que siguen a Goodman no concede un palmo a la relajación o el despiste en lo que a abrazar la pureza del oeste americano se refiere. Esta obra está escrita por un gran amante del género, tan conocedor de sus mecanismos e imágenes como para poder filetearlo a su antojo y así ofrecer un manjar ambicioso y, desde luego, genuino.

   Quizás resulte demasiado obvio hablar aquí del ritmo habitual que galopa por estas páginas de arena, balas y sangre, mas nos parece apropiado destacar el equilibrio entre todas las partes, como si el autor fuera un chef profesional que, lejos de dejar algún condimento al azar, gobierna con milimétrica habilidad las cantidades que requiere el plato para no pecar de excesivamente dulce, salado o insípido. 

   A continuación tomamos el cuchillo -quizás el sable, quizás la katana- y procedemos a compartir algunas notas acerca de la lectura de las sucesivas historias que forjan este inolvidable volumen de cuentos paridos por la sabia mano del maestro Takeshi:

El ayudante Goodman contra el Increíble Hulk

   La perfecta entrada, la brillante presentación de Goldville como terreno a conquistar por los lectores. El conclusivo ascenso de ayudante a sheriff del bueno de Philip Goodman será apenas la guinda a un primer bocado de arrolladora, cruenta fantasía surgida desde el aciago pozo de la mutación radical: Bruce Banner no se ha visto en otra igual, rodeado de elementos tan exóticos para cualquier otro soldado del Universo Marvel, con la carga de atractivo necesaria para que la destrucción sea una fiesta.

   No solo introduce en este capítulo iniciático Takeshi a su estrella Goodman, sino que nos presenta de primera mano a la fascinante Mary Austen, al longevo sheriff-aún-vigente Buchannon y a un puñado de lugareños que conquistan el fondo del enclave para completar un paisaje de rostros ciertamente apetecible. La explosividad está asegurada bajo la cadencia del aplastamiento incontrolable del todopoderoso Hulk. El resto es solo el comienzo de una leyenda…

El sheriff Goodman contra las sufragistas

   Si buscábamos motivaciones ajenas al cuadro de acción-terror procedente de la desvirtuación más fanática, este segundo corte bien justifica que hemos encontrado un tesoro: la antología de Takeshi recoge en sus líneas de sangre y pólvora una particular, sensacional óptica sobre uno de los hitos históricos del derecho social feminista. Activada por la rebelde Lucy, una de las primeras voces que nos reciben en el anterior texto, se desenreda una maraña de actos cosidos a pelo sobre la lucha de las mujeres en plena ebullición del sufragio universal.

   Este episodio implica la consagración de la buena de Mary Austen como segunda de abordo en eso de hacer-cumplir-la-ley, tras la explosión de un conflicto tan crudo como apasionante que establece un insoportable Ellas vs. Ellos en medio de la rutina de Goldville, agitado como nunca por su propia población. De marcada virtud desde la función narrativa del diálogo, este segundo capítulo en las andanzas de Goodman y compañía proyecta algunos de los juicios y pensamientos más soberbios jamás plasmados en un libro no vinculante a la cuestión de la igualdad social. Bravísimo el autor, como bravísimo un sheriff Goodman que estrena cargo con una autoridad ética y moral indiscutibles.

El sheriff Goodman contra el Cuaderno de la Muerte

   Uno de esos viajes más allá de nuestra mente que nos propone Takeshi sin tipo alguno de pudor ni deuda. Una gozada, una delicia. Una barbaridad que deja a la luz un valor que quizás todavía no ha quedado claro: iniciamos la lectura de esta tercera historia agarrados a la muerte de Randall, personaje capital en la anterior fábula, de modo que hilamos de forma orgánica -más orgánica, imposible- los trozos de esta espléndida colección como si de fases de una misma obra novelada se tratara.

   Estamos ante uno de los desafíos más indescriptibles de nuestra ya consolidada pareja de justicieros: la muerte se presenta con carta propia en tierras de fuertes raíces -y convicciones- realistas -coño, es el lejano oeste, espacio natural de lo que podemos ver y oír y tocar, nada extrasensorial ni afinado por espíritus-. La ruptura dimensional le sale redonda a Takeshi: a lomos del carismático insectoide Carnemar y con un lienzo tribal indio decorando el horizonte, volamos hacia un delirante episodio desclasificado de la eterna confrontación entre el hombre blanco y sus orígenes. Con una diosa muy especial observando desde arriba.

La ayudante Austen contra Gwengi la T-Rex

   Justo en el centro estructural de la colección, parapetada en el calor protagónico más independiente de Mary Austen hasta el momento, la continuación de la serie no puede ser más impresionante, sin que ello se deba entender como un oasis de deleite sobre un todo más aburrido, sino simplemente como un oasis cuya etiqueta está ganada a pulso por méritos propios. ¡Una puta mamásaurio!

   Nuestro pérfido autor aprovecha la ausencia física de Goodman para enfocar en primer plano a una Austen extraordinaria, pero también para esparcir ciertas huellas de intimidad del personaje del sheriff que sirven como caviar para redondear, en una nueva y espectacular altura, una figura que trasciende su condición ficcional.

   Así las cosas, este cuarto peldaño eleva la discusión hacia la identidad, tras haber recogido buenas pistas sobre género, sexo, oposiciones aparentes y comportamientos que van desde lo canónico a lo más asombroso -e interesante-. Pero insistimos: ¡una auténtica T-Rex en defensa de sus crías! 

El sheriff Goodman contra Hollywood

   La pieza breve, la delicatessen de la antología. Servido en el mantel más calmado de cuantos adornan la bendita mesa de Takeshi, el cuento del futuro comiéndose presente y pasado, esa alegoría, esa historia de pavor hacia lo novedoso y la reacción tan humana a la pérdida de los signos que nos hacen distintivos ante el arrollador globalismo cinematográfico. La industria de la gran pantalla estira sus tentáculos hasta Goldville, con el despiadado -moderno despiadado, todo un petimetre- señor Porter a la cabeza fantaseando con exprimirle hasta el hueso su encanto al decorado -y con ello cambiar la vida de un lugar con enorme potencial para ser mucho más que un pueblo polvoriento-.

   Contribuye notablemente este capítulo a la labor cinceladora que comentábamos antes en coordenadas del diseño rotundo del personaje de Goodman: esta “amenaza de dudoso éxito”, esta oportunidad de felicidad a cambio del cambio más sobresaliente, esta disparatada propuesta contra sus principios y la ya adulta, avanzada edad de estos hacen que disfrutemos, con mucha mayor pausa que en cualquier otro momento de la antología, de un viaje interno, entrañable por el alma y las emociones del sheriff que regala su nombre al compendio de relatos. 

   Hay cabida, por supuesto, para el humor, habitualmente captado en modo sorna, así como para un repaso cohesionador de ciertos recuerdos que hemos ido sembrando en estadios anteriores, como si viéramos un álbum de fotos en cursiva. Una perla insertada en el instante preciso. ¡Luces, cámara y… reacción!

El sheriff Goodman contra Pinhead y su ejército de cenobitas

   Y como si saltara de la pantalla el homónimo y merecido relato emblema de la secuencia secuestra nuestra tranquilidad para despellejarla sin contemplaciones. ¡Invocando a Pinhead invocamos el mismísimo infierno! El relato más oscuro de todos, cerrado con una brutal tragedia, conecta con la historia de la aventura del Cuaderno de la Muerte a través del componente de la magia negro -con sus ritos, malvadas artes y sorpresas terribles-. Takeshi rompe la baraja en el momento preciso: la crudeza arrasa todas las emociones positivas albergadas previamente, brotadas en los sucesivos relatos que habían forjado el cariño hacia los personajes -especialmente al dúo Goodman-Austen- y habían alcanzado un panorama de resolución de conflictos moderadamente amable.

   Aquí se da la vuelta a todo y sufrimos. Llegamos a un punto crítico, de no-retorno, en el que la dureza del enfrentamiento dado en esta ocasión añade puro material para pesadillas en lo que respecta a provocar un anticlímax feroz que se lleva por delante la sensación de deleite más juguetón que nos acompañaba. Con ello asienta el autor la confirmación de una obra potentísima que atesora la verdadera capacidad literaria para sorprender, enganchar y afectar. Esta reflexión no es óbice para aplaudir un encuentro memorable para cualquier fan del señor de la cabeza repleta de pinchos.

El sheriff Goodman contra Carlos y Federico, verdugos de Dios

   Era muy complicado poner el colofón tan arriba, tan adecuado, espectacular, en esta obra, dado el altísimo nivel mantenido a lo largo de sus episodios. Takeshi García-Ashirogi lo consigue: una historia con (otro) remate apoteósico -que concluye a las mil maravillas la relación tejida entre Goodman y Austen- introduce a dos extraordinarios nombres. Nada más y nada menos que Karl y Friedrich (Marx y Nietzsche, ahá). Esto no lo habíais visto venir.

   Mención al mítico Pacificador al margen, contemplamos una ardua labor de arqueología en manos del sheriff  sobre su compañera, una búsqueda, una cruzada personal que requerirá de sesiones de espiritismo -es el tercer y definitivo relato en la serie interna dedicada al mundo del más allá, de modo que obtenemos: tres de un palo (Cuaderno de la Muerte, Pinhead y súbditos y este final); dos de otro palo (Hulk y la T-Rex) y otros dos igualmente reunidos en un círculo propio (los dedicados a las sufragistas y a Hollywood)-. 

   El mínimo sabor a delirio era necesario para abrochar esta valiente, riquísima receta literaria. El maestro Takeshi demuestra una vez más -y en una de las plazas más importantes: la elección del último texto- su sabiduría, amén de una experiencia incontestable que vuelve a seducir a propios y extraños con un libro demoledor. Viva Goldville, viva el sheriff Goodman, viva la cabeza giratoria de un autor deslumbrante. 

Altavoz Cultural

Entrevista a Takeshi García-Ashirogi

Muchas gracias por tu tiempo, querido Takeshi, y bienvenido a Altavoz Cultural. ¿Qué fue lo primero que hiciste al terminar la primera versión de El sheriff Goodman contra Pinhead y otras espeluznantes aventuras en el lejano oeste? ¿Qué tres palabras definen para ti de manera capital el propio concepto de «lejano oeste»?

Los relatos que forman el libro del sheriff Goodman fueron escritos a lo largo de los años, o de las décadas incluso. El primero de todos fue el de Pinhead, en el 87 o 88… ¡Lo escribí tras ver en el cine la primera de Hellraiser!

Por lo que, al haber sido escritos de manera discontinua, no hubo un momento epifánico final… Pero sí recuerdo que el último que escribí, para la colección Campamento sangriento de Pathosformel, está basado en la Matanza de Texas, y por algún tipo de oscuro vínculo inconsciente, al terminarlo me puse el capítulo piloto de Beverly Hills 90210. Es fabuloso, lo he visto miles de veces, lo recomiendo muy fuerte.

Cuando pienso en el “lejano oeste” me vienen dos conceptos de “western” muy diferentes a la cabeza. Por un lado, el lejano oeste mediatizado por las pelis, libros pulp, anuncios, etc. Que podría definir con las palabras: Marlboro, Espuelas y Duelo. Y después el lejano oeste histórico, entonces pienso en Genocidio, Bomba Atómica e Internet.

¿Cómo fue el proceso de diseño y creación de los dos personajes centrales, Philip Goodman y Mary Austen (nuestra debilidad personal, por cierto), en cuanto a referencias previas, ingredientes que sí o sí querías que tuvieran, relación con el contexto de la obra…?

Me alegro de que tengáis debilidad por Mary, qué bien. Puedo decir sin necesidad de falsa modestia que son dos personajes que a mí, personalmente, también me encantan. Y lo digo sin sonrojarme porque mi sensación nunca ha sido de que yo los haya creado. No recuerdo en ninguna de mis otras de cientos de novelas haber tenido esa misma sensación. Goodman y Mary se me fueron creando según escribía las historias, casi sin rumbo en ese sentido. A mí se me ocurría un buen lío en el que meterlos y ellos reaccionaban a su manera, o algo así.

Después, por Internet, descubrí el fenómeno de las Drag Kings, y entendí que Goodman debía ser eso… ¡Qué maravilla, pensé, un drag king en el salvaje oeste!

La sucesión de las diferentes historias a modo de capítulos con función novelada nos invita a apreciar el desarrollo de tres líneas bastante sólidas en términos de subtemáticas o enfoques particulares: por un lado tenemos los relatos dedicados a Hulk y a la T-Rex, por otro, encontramos tres ejemplos de textos más «espiritistas» (el Cuaderno de la Muerte, el homónimo dedicado a Pinhead y los cenobitas y el relato final) y una rama más «social» representada en los conflictos de las sufragistas y la llegada de Hollywood al pueblo de Goldville. ¿Cómo ha sido para ti manejar tantas y tan brillantes alternativas con vistas a formar en su suma un todo coherente y equilibrado, al que no le sobra nada? ¿Serías capaz de revelarnos tu porción favorita de la antología, tu texto predilecto si solo pudieras escoger uno sobre el resto?

Uy, la verdad es que fue muy divertido. El proceso era bien sencillo: cogía el cómic, el monstruo, el villano, la movida histórica o lo que fuera que en ese momento me tuviera enganchado, y lo metía en Goldville, el pueblo del sheriff Goodman. Claro que se me quedaron muchos personajes maravillosos en el tintero, pero ahí los tengo, en el cajón para meterlos en futuras aventuras del sheriff.

Curiosamente, el que igual es mi capítulo favorito en principio no iba a ser como quedó al final. Es el de la T-Rex. La idea inicial era utilizar a Godzilla. Pero me suponía un problema meter a una bestia de ese tamaño, ¡cómo enfrentarse a ella! Además, justo en ese momento descubrí la movida del porno con dinosaurios, que estaba viviendo un curioso auge en el splatter de los EEUU. Entonces lo vi claro: ¡porno lésbico con una dinosaurio bien maja! Aunque ahora que lo me hacéis pensar, para escena que me mola y me sigue haciendo reír cuando la leo es la del cowboy sacándose los mocos con el cañón de su revólver. ¡Qué asco!

¿En qué momento crees que se encuentran, por separado, el western y el splatterpunk como géneros literarios en el panorama actual? ¿Cómo sientes que se inserta esta obra, a través de un espacio interseccionado por ambos, en este presente que nos abastece de tantas potenciales lecturas?

Al parecer en EEUU ha tenido su momento dorado esto del weirdwestern. Yo la verdad es que no estoy muy al tanto de lo que se mueve en la escena underground (y aún menos en la mainstream). Estoy mayor como para formar parte de los foros donde se mueve el asunto. Lo que voy cazando, si se me permite la expresión, es por lo que descubro en lo más vendido de amazon o lo más comentado en goodreads. Por ahí veo que ambos géneros, splatterpunk y western, han tenido un renacer bien interesante. Yo, sin embargo, sigo dándole más a los clásicos, como Alan L. May, Dorothy M. Johnson, Clive Barker, Thomas Harris, Ryu Murakami, Jack Ketchum, por ejemplo.

No podemos abandonar esta entrevista sin saciar un par de curiosidades, querido Takeshi: por una parte, ¿qué peso específico dirías que ejerce de fondo el impacto de la cultura japonesa en tu propuesta literaria como autor y, especialmente, en estas aventuras del sheriff Goodman? Por otra, y para terminar, ¿cómo surgió la aparición estelar de ese Carlos y de ese Federico tan insignes en el escenario final de estas aventuras?

Claro, es que en Japón la tradición gore y erótica es ya centenaria. Lo que en occidente sorprendía y escandalizaba hace cincuenta años, en el país de mi madre lleva haciéndose cuatrocientos años en pinturas, tapices y cuentos para niños. En ese sentido, para mí el historietista contemporáneo que mejor refleja esa tradición es Shintaro Kago. Él como nadie parece capaz de exponer las perversiones más abyectas del ser humano y representarlas en dibujos sin ningún tabú o censura. Lo cual es mucho más difícil de lo que a primera vista puede parecer.

En lo que respecta al último capítulo, con Federico Nietzsche y Carlos Marx como villanos estelares, se me ocurrió por algo que siempre me ha llamado la atención al ver las pelis del oeste. La cosa es que mientras en esa parte de Norteamérica la gente iba a caballo, se mataba a tiros con una chapa de sheriff en la solapa y exterminaban a las poblaciones colonas, al otro lado del continente Walt Whitman estaba inventando una poética democracia radical, y en Europa se creaba la internacional socialista o Melville escribía esa obra maestra que es Moby Dick. ¡Dios del amor hermoso! ¿¡Cómo podían coincidir dos tiempos mentales tan distintos en una misma estirpe occidental!? Si te montas una doble sesión con El bueno, el feo y el malo junto a La edad de la inocencia entenderéis de lo que hablo. Supongo que los personajes de Goodman y Mary Austen reflejan esa brutal grieta temporal en el libro. Ambos tal vez viven en el sitio que no les toca, pero no en el tiempo equivocado. 

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