-Libros Walden-

Qué loco esto de Julián Génisson. Repetimos: ¡PERO QUÉ COÑ…, JULIÁN! Bueno, comencemos: Cerebroleso es escandaloso -qué bien traída esta fonética-. Es una fabulosa afrenta contra el esfuerzo concentrativo del lector, pues estamos ante una apabullante plantación de focos estimulantes que nos parpadean en rojo o amarillo chillón alertándonos de su imprescindible existencia. Es deliciosamente difícil no distraerse por el camino narrativo propuesto por Génisson, dado tal paisaje expresivo.
Diez relatos que pertenecen a un mismo ecosistema o, si se prefiere, a una misma cosmovisión, como capítulos apócrifos de una no-novela. Apuntes sobre el conocimiento, que podría actuar como ilustre carta de presentación de la prosa dislocada del autor, se compone de dieciséis cortes o partes, es el colmo de un texto que en su conjunto alberga muchos tramos metatextuales, cultivados a través de notas al pie, referencias cruzadas, conversación interna dentro del mismo libro como cúmulo de páginas, como folio eterno, pintado con mucho juego, humor y una estrategia comunicativa total y arrolladora, como por supuesto puede paladearse en Spiderman.srt.
Otros tampoco escatiman en riesgo formal e incluyen un correo electrónico directamente (Correo de rechazo, relato final de la serie, argumentalmente brillante para hablar del compendio) o fragmentos en cursiva, mas resulta brutal cómo Génisson introduce el primer texto, Modern City: con el título atravesado dentro, con el relato ya arrancando en marcha. También podemos observar MAYÚSCULAS FEROCES, alguna sinopsis… y constantes entradas y salidas del narrador en su narración, fundido con la labor-voz de personaje, alcanzando cotas muy alejadas del vulgar concepto de ‘autoficción’, nadando e insertando (o ensartando) pedazos presumiblemente biográficos o de reflexión personalísima en la rutina de cada espécimen.
Ese autor personajizado o ese personaje autoral nos da instrucciones para leer -como en Dos hermanos, aguantando la respiración- y barajea una especie de citas encabezadoras del relato antes de su comienzo, debajo del título, para decir algo absurdamente relevante -o simplemente absurdo-, porque no tiene piedad con el lector y su método roza lo hostil en algunos puntos críticos de la digestión. Y cuánto disfrutamos.
El desarrollo es camaleónico o animalístico. Nuestro primer protagonista responde al nombre de Greg. Más tarde llegará Marc. Más tarde llegarán personajes con nombres que son letras, letras que identifican seres conectados por a o b, por esto o por aquello. O por eso. Y por eso una de las principales claves -redundamos- de esta masa textual forjada por Génisson es el trabajo que efectúa en torno a sus personajes, los cuales generan relaciones muy llamativas, originales, conflictivas, agridulces… mayoritariamente labradas en o desde el espacio predilecto que es la casa, un espacio -no diremos ‘hogar’- explotado desde muy diferentes ángulos y motivos, resultado de una auténtica geografía y tratado a modo de campo de interacciones y como objeto estudiable.
Ese extenso marco de experimentación -y análisis- emocional constituye en sí mismo un tótem argumental poderoso en el despliegue de cuantos temas toca -o acaricia o estampa en nuestra cara- el autorazo. Pues conviene descolgarse sobre la lectura como si lo hiciéramos sobre una tela de araña pero con cables de acero -y pelusas, puaj-.
Esa sensación envolvente -y por instantes paralizante, provocando un extrañísimo efecto de estatismo como si la acción no corriera- es inherente al proceso que habitan los seres que encarnan los acontecimientos, es decir, no podemos -ni deberíamos- pretender separar el cuerpo móvil de su continente, de su área, de su radio: comprendemos los personajes y sus eventos si y solo si atendemos a sus circunstancias, puesto que acaso son estas las verdaderas protagonistas.
Así las cosas, la tanda de cuestiones que se entrelazan en el recorrido narrativo -desde las más banales hasta las más trascendentales- ocupan un margen muy interesante de subjetividad y calibrado arbitrario. Este hecho supone a medio-largo plazo un enorme acierto en lo que respecta al triunfo de la obra: es el lector quien va a distribuir el peso de la relevancia o el impacto de cuanto se nos cuenta en Cerebroleso. Si bien una gran parte de los mortales nos pondremos en común alrededor del fuego del humor vertido con alto ingenio en determinadas capas de la lectura, con la misma convicción nos separaremos por vías y lindes diversas cuando decidamos reseñar “lo importante”.
¡Pero por un momento puede parecer que estamos dramatizando! Nada más lejos de la realidad, jóvenes. Cerebroleso es una bomba inteligente -una bomba lapa, desde luego- que riega nuestros ojos con minas de astucia y afilado retrato existencial. Es una p*** pasada de libro, la hos***. Nuestra experiencia en su interior se define como alucinante, como si hubiéramos consumido alguna clase de dro**. No deberíamos censurar la palabra dro**, ¿no? Génisson es literariamente atractivo, magnético, y él lo sabe. Lo peor es que el cabr**azo lo sabe.
Es como conocer a una bestia. A una bestia muy amable. Ya habíamos oído alabanzas hacia Génisson, ya teníamos las orejas infectadas de sus proezas. Ahora podemos sumarnos con toda tranquilidad a su legión de admiradores, tras haber testado de primera mano -y de segunda- su extraordinaria calidad. Porque, insistimos, este libro es como conocer a una bestia: lo abres y te hundes en él, en su pelo, en sus tripas, en sus órganos. Lo haces con cierta histeria. Y qué bien. Droja.
Altavoz Cultural