-Editorial Dieci6-

   Es 9 de diciembre. Regreso a Madrid después de unos días de puente en Uceda. En el buzón encuentro un paquete contundente, de esos que contienen un libro con algo más (gracias siempre por el cariño, Alejandro). Es el libro de Adri. “Ha llegado”, le escribo en un whatsapp, acompañado de un emoticono de emoción (¿?). 

   Las vistas que propone la cubierta me resultan absurdamente familiares… Estoy seguro de que he estado ahí, en ese edificio enorme de Alicante. Llamo a mi padre:

-¿Te suena un edificio así enorme en Alicante, como si fuera un hotel o algo similar… quizás de cuando era yo pequeño y fuimos?

-Claro: son los Apartamentos Concorde. Los conoces de cuando tenías ummm ¿5 años? O 6…

-Ahá.

-Fue un verano que fuimos a la Playa de San Juan, que te ingresaron por una gastroenteritis aguda, ¿no te acuerdas de nada?

-No.

-Pues lo pasaste fatal, menuda semanita…

-Ah.

   Ya restaurado del dolor de tripa, comienzo a leer a Adri. Abuela, abuela, abuela. Hoy no he llamado a Rufi. Tengo que llamarla. En realidad no la he llamado en todo el puente. La llamo luego por si ha salido a mirar su Primitiva y anda liada. Cuando pienso en que la llamo poco me acuerdo de mi primo, que directamente ha desaparecido de su vida, el muy mamón desagradecido, después de habernos criado a los dos por igual junto con el abuelo Manuel. La llamo. Efectivamente: está fuera y me contesta como con prisa, pero al menos ya sé que está bien. 

   Mare meua. Qué bonito es el valenciano. Hace unas semanas Alba Sanchis Dolz me decía que “Et vull” era excesivo para referirse a una amistad, que mejor “T’estime”. Anotado. No sé si algún día llegaré a usarlo o se quedará como anécdota, ideal para contar en reseñas que no son reseñas. Echo de menos, muchísimo, a Val, por cierto. Tengo que decirle a Rut que volvamos este verano a Valencia. 

   Recorro el libro como si fuera un mapa. Me asalta la comparativa -putas comparativas, que no dejan descansar la lectura para hacerlas superlecturas- con el libro de Juan Gallego Benot: La ciudad sin imágenes. Creo que Adri y Juan podrían hablar mucho sobre la ciudad y todo lo demás. ¿Un coloquio en Altavoz? Pero sobre todo pienso en Odio la playa. Este libro nuevo tiene mucha música de la que me gusta tanto como a Adri, cualidad que comparte con aquel poemario. Es curioso: Mare meua me parece más poético que Odio la playa. Quizás sus imágenes, quizás su forma de fluir. Es un libro fascinante. Me atrapa. Se me van las horas de las manos.

   “El hospital cansa más que la playa”. Qué razón tiene. Por fin mi madre ha terminado con los ciclos de Lidocaína. Ahora estará unos cuantos meses sin tanto dolor. Pocas veces tengo la tentación de subrayar un libro, de marcarlo como si fuera MÍO. No lo haré, pero he pensado en la mano cogiendo el bolígrafo. Si volviera a nacer y fuera escritor, me gustaría ser Adrián Fauro. No es envidia, ni siquiera de la sana. Es sentimiento real de verte representado, como en esas barras de ese artista que haces tuyas y te imaginas una y otra vez escupiendo al micrófono en ese concierto al que vas como asistente.

   A mí también me gustaba más cuando era Crema, pero me encanta el texto de El Chino, de hecho puede que sea mi favorito de Mare meua. Puro barrio, pura vida. Muchísimo juego de espacios, de nostalgia apropiada -¿es la nostalgia contagiable cuando no has vivido en ese lugar, en esa circunstancia? ¿Es un universal?-. Hablando de escritores: la referencia a Stephen King me noquea. Qué detallazo. Otro.

   Igual que sucedía en Odio la playa, Adri cuenta montón de cosas en los márgenes, fuera del foco textual central. Ahí habitan múltiples referencias, guiños, bromas y buena parte de un recreo infinito. Una de las relecturas que haré será la de todo el material periférico, pero ahora debo parar para ponerle la comida a Bimba, que ha estado toda la mañana destruyendo su nueva casa-caja. 

   Regreso a la obra y me quedo un rato jugando a ir y volver desde y hacia las tres “estampas” que arroja Adri en la que podría considerarse la segunda parte del libro si este fuese un libro ““normativo””. Juro que no sé por qué me viene ahora Leonor Saro. Me concentro en ellas: las escruto y pienso en que algún profesional de la ilustración sería capaz de convertirlas en tremendas postales para regalar ahora en Navidad sin que tengan que ver con Navidad, ni siquiera esa de la nieve. Pero realmente regalamos tantas cosas que no tienen nada que ver con la Navidad que al menos estas serían bonitas. 

   Adri dibuja con las palabras. Oh. Es como un álbum de fotos el libro, terriblemente inmersivo. Sus descripciones urbanas me llevan a El viejo, de Guillermo Anguera, que retrata Barcelona de manera espectacular -espectacularmente sucia, real, cruda, compleja, sin idealismos ni atracciones para turistas; una Barcelona descrita por quien la vive, no por quien la visita-. Alicante cae así en la tinta de Adri. Es su Alicante, no la mía de la playa y la gastroenteritis. 

   Un par de teorías me apuñalan la cabeza. Me las guardo por si viene a Madrid a presentar y podemos conversar. Quizás no aguante y se las lance en sendos audios para que los responda cuando quiera y yo reciba las respuestas con la alegría escondida, como si guardara un enorme secreto, porque no sería parte de ninguna entrevista. Quizás aguante. Abro el whatsapp y me fijo en su gato ocupando la imagen de perfil. Es como Bimba pero en gato. O Bimba es como su gato pero en coneja. Voy a recogerle el comedero mientras pienso dónde presentaríamos el libro si viniera a Madrid.

   Mare meua es un viaje. Sí. Creo que es mi gran conclusión. No es algo muy brillante por mi parte, pero sale del pecho. Es un viaje intrafamiliar, intramemoria, intranostalgia, intraurbano. Ahora que ha acabado para siempre Cuéntame… Es un viaje espacial también. Y emocional. Es un libro bonico. Con -ico. El nieto que todo lector quiere para su biblioteca.

   Adrián Fauro habita otro diciembre, y ya van dos. 2021 y 2023. Es como una tradición navideña de años impares. O cosa de brujas. Tengo que contarle a Rufi que he leído un libro muy chulo sobre una abuela como ella. Y hacerle una foto en su terraza con sus plantas. 

Ferki

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