-Rut Alameda-

Jornadas de la Mujer 2024

Día 1 de Marzo.

Yo tenía que sentarme tranquilamente a escribir una monografía sobre mujeres y dadaísmo, que es un tema que me encanta y del que quería hablar en algún momento en Altavoz. Estoy en mi casa y me meto en Instagram: vaya, “No estás sola” aparece como publi de varias creadoras de contenido feministas. Un documental sobre el caso de “La manada” ocho años después del incidente.

Tengo que verlo.

Mi cabeza empieza a ir a mil por hora, qué hago, me vienen a la mente un montón de escenas y de frases, quiero hablar de lo que supuso para mí en aquel momento. Tenía 23 años.

El feminismo siempre fue algo que sabía que existía, comprendía lo básico, es la lucha por la igualdad entre hombres y mujeres. Pero nunca había militado, nunca había leído más allá de “feminismo para principiantes” de Nuria Varela, sí que había ido a manifestaciones, pero no era algo troncal en mi vida. Este caso lo convirtió en el eje conductor de mi existencia.

Empecé a leer a mujeres, a escucharlas y a hacer comadreo entre nosotras, se abrieron puertas, se sacaron poco a poco temas tabúes de los baúles y ahí estábamos nosotras. Poniendo en el foco la violencia ejercida sobre nuestros cuerpos. Todas llevamos las cicatrices de años de silencio sobre nosotras, y no podíamos más.

Este caso nos atravesó a todas de distintas maneras.

Hablábamos de la violencia que habíamos sufrido entre nosotras y de repente nos dimos cuenta de que no era cosa solo de esa mujer, era de todas, todas. Esa chica éramos todas, su caso está formado por los hilos de todas las mujeres del estado español que estábamos cansadas de callar.

Miré hacia dentro y vi que con 12 años un chico me acosó sexualmente en mi primer año de instituto por crecerme las tetas más que al resto de mis compañeras; no fui la única, fuimos tres en total. Cuando con 13 vi la mano de un hombre sujetando un móvil mientras me alumbraba a través de mi ventana un verano -este hecho se repetiría varias veces-, cuando mi primer novio concertó un trío sin mi consentimiento porque yo no se la chupaba, ese pavo que me sexualizo en el parque Warner por quedarme en bañador y tener una 105C de pecho, que me llevó a años de ocultar mi cuerpo, a todas las veces que me han llamado gorda, a cuando mi ex me manipulaba con pena para que mantuvieramos relaciones sexuales o al tío al que le daba asco mi coño y que era un simple objeto para él: mis gustos en la cama no entraban. O pensé en todas las veces que me tuve que hacer pasar por la novia de mis amigas para que no las molestaran de fiesta o cuando tenía que ser la amiga borde porque ellas no sabían poner límites. Aquella amiga que me llamó porque su novio la había forzado a mantener relaciones sexuales. Aquella vez que le puso la mano encima. La vez que casi me la ponen a mí, que se quedó en empujones que aún noto. Todas las veces que nos han gritado y nos han hecho sentir mal. A la que el ginecólogo le dijo que tenía que bajar de peso para ser mamá o para cualquier otra cosa, un sinsentido. Cuando no sabían qué me pasaba porque me bajaba la regla. Podría seguir con una lista innumerable de cosas, pero creo que ya nos hacemos una idea, ¿verdad?

Ese 2016 me removió tanto por dentro que fue un antes y un después: de repente prestaba más atención a esas charlas con amigas y le daba más vueltas e importancia a todo, de repente algo en mí surgió como la mala hierba, necesitaba leer, empatizar con otras mujeres. Fue algo liberador.

Ponerse las gafas moradas me liberó pero a la vez fue doloroso, nada tenía sentido. La rabia se iba apoderando de mí, quería acabar con todo aquello que conocía. Y como siempre, el tratamiento de la prensa sobre el caso de la manada escocía, porque se nos estaba juzgando como mujeres por actuar como personas. COMO PERSONAS.

La culpa la tenía ella por irse con cinco muchachos y no ver que aquello era un peligro y un problema, se lo había buscado, había denunciado los hechos por llamar la atención o porque se habían ido sin invitarle a una cerveza, porque a quien se le ocurría irse a otra ciudad de fiesta y no sentir el peligro en las carnes. Joder, si toda la vida te han dicho que tengas cuidado, que no te vayas con desconocidos, que se traduce a “no eres libre como mujer para ir por la calle y si quieres esa libertad luego no te quejes si te violan” y el arma de doble filo de “si te violan y te sometes, estás consintiendo, pero si te violan y te resistes y te matan es su culpa porque tenía que haber consentido”. No había lógica ninguna en aquellas frases de mierda, que tanta rabia nos dieron durante todo el proceso mediático que duró al caso, que nos polarizó tanto como sociedad que las agresiones sexuales en grupo subieron porque se les enseñó a los hombres que no había castigo por hacerlas, a nosotras que teníamos que defendernos y que el miedo aumentaba porque ahora violar era una moda. Mientras ponías la tele y se decía cada barbaridad en las emisoras y en RRSS que la rabia no se disipaba.

La culpa jamás fue de la victima, la culpa es de ellos, principalmente por organizar una violación en grupo desde Sevilla y hacerla real en Pamplona. El segundo culpable es el sistema, que ha enseñado durante siglos a los hombres que la violencia hacia las mujeres es gratuita y que puedes salir impune casi siempre.

Pero las locas somos nosotras, porque somos unas exageradas, ahora ya no se nos puede decir nada por la calle, ya no se nos puede intimidar en el espacio público porque reaccionamos; ahora ya con cualquier cosa ponemos una denuncia a la mínima, todo porque queremos llamar la atención y ser más superiores que los hombres… o eso se dice. Pero en realidad lo que no se dice es que las mujeres llevamos años cansadas de ser ciudadanos de segunda, de ser vilipendiadas, vapuleadas y que se nos ha llenado el cuerpo de tantas cicatrices que no aguantamos ni una más. Que las cosas tienen que cambiar porque tenemos los mismos derechos y las mismas oportunidades y que somos el 50% de la población y nos hemos cansado de estar en la sombra. Que no queremos ser más que nadie, queremos ir por la calle tranquilamente, no sentir miedo, sentir que cuando nos rodeamos de gente se nos tiene en cuenta y se nos respeta. Es un principio básico, fundamental.

Por eso, aunque este hecho en sí es una mierda, hablando claro, prendió la mecha que daría lugar a la cuarta ola del feminismo español, en la que nos encontramos; puso el consentimiento en el centro, puso la violencia diaria en el centro, puso al estado contra las cuerdas porque el sistema judicial estaba putrefacto y olía a naftalina. Y nos salvó la vida a muchas, porque ahora ya teníamos fuerzas para hablar alto y claro sobre nuestras vivencias, darnos el espacio que necesitábamos. Nos dio algo que el patriarcado nos había quitado. Nos unió.

Las redes de apoyo se tejieron a gran velocidad, el hermanamiento creció como la espuma. Ya no estábamos solas. Porque detrás de una estamos todas. Porque ya no queremos tener tabúes en los cajones, los hemos tendido en nuestras terrazas. Esos lazos ocho años después son más fuertes, estamos más conectadas que nunca y tenemos algo claro: la manada somos nosotras. 

Deja un comentario