-Continta me tienes-

La hibridación es la forma suprema de arte. Hibridamos estilos, géneros, materias, voces, ámbitos, disciplinas, espacios… Hibridamos para lograr una dimensión superior de nuestra expresión, tanto en su aspecto más pura-y emocional-mente atractivo como en su cualidad comunicativa. Así las cosas, el maridaje de esa voz con ese cuadro es hoy un núcleo creativo-artístico hermoso y multifocal. Así, hoy saboreamos lo visual por la lengua, lo textual -de textura, de texto, de ambos- por la garganta, lo lindo por tantos canales. Dieciocho, exactamente.
Dieciocho personas que -quizás no lo sepan o en tal caso lo disimulan o lo sobrellevan con máxima humildad- hace rato que nos hacen más felices gracias a su escritura. Porque Pictura fulgens contiene una reunión familiar inesperada, unos cuantos abrazos pendientes y mucho agradecimiento que ojalá se sienta explícito desde estas palabras. Porque todas ellas hacen más bonito, más esperanzador y más cálido este mundo. El resultado coral, plasmado en la magnánima casa editorial de Continta me tienes -Sandra, gracias a ti siempre- es una obra que va a ocupar tu mirada, tu oído y tu corazón página tras página.
Dieciocho obras pictóricas, dieciocho poetas, dieciocho composiciones, dieciocho homenajes-vivencias inspiradas. Dieciocho motivos para la belleza extraordinaria. Alberto Conejero y Anne Carson son las madrinas en sendos hombros de cada artista declamante. Porque, como nos aconsejó para siempre la maestra canadiense, debemos aguantar la belleza. Y como nos enseña a cada paso de su espléndida trayectoria el gigante de Jaén: no debemos conformarnos. El cóctel, en fin, solo puede resultar delicioso.
El Museo Nacional del Prado, el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza y el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía se relevan durante el periodo 2020-2022 como paraísos fructíferos para las mejores declaraciones de amor. Pictura fulgens atraviesa sus rincones, sus márgenes, sus subjetivas escalas de preferencia entre ojos curiosos, sus luces y sus sombras.
La antología brilla por la espectacular diversidad intrínseca al magnífico grupo de talentos: no es que no haya dos composiciones parecidas, es que todas pertenecen a razas, a especies distintas, tan complejas, únicas y perfectas. Así, en el abanico sentimental cruzamos por delante de dolor, miedo, carne, fuerza, valor, angustia, mares en calma y playas en tormenta, bendita denuncia, estímulos de grosor variado y saltos mortales hacia la más ruda actualidad del ser humano. El “estado de alarma”, una pandemia, una soledad menos solitaria siempre en un museo, un beso que no pudimos dar y otro que no pedimos pero nos revitaliza.
A ello se le suma la magia de la lengua en sí misma: desde su cuna vasca, catalana, gallega, castellana, con sus giros, vueltas y léxico incomparable, con sus imágenes fónicas genuinas, con su flow natural. Ay, qué gloria, cuánta gloria. La belleza y sus mil caras. Dieciocho.
Se nos cuela magnéticamente lo teatral sobre otras bases de construcción: acaso es el motor que mejor representa la pluralidad de tejidos y colores que manejan esas manos autorales. Por no hablar de su inherencia performativa, de su esencia llameante. Nos sentimos -y sentamos- cómodos a contemplar la cadencia de la cascada: acaso es el orden establecido de las sucesivas voces otro acierto más que lejos de lo baladí contribuye al gran ecosistema que nos envuelve.
Porque Pictura fulgens es, efectivamente, una experiencia. Un viaje en el que el único arraigo posible se lleva encima y se gasta a cada sílaba. Un rastro de migas bellas como de dulces hechos por madre. Y es un privilegio, en primera instancia: gracias a la fascinante labor de edición-confección logramos sacarle todo el partido a dicho carnaval, como si estuviéramos allí, en el foco memorable emergido entre la pintura y la voz.
Nos abrimos paso entre las piezas creadas como quien roza con flores a ambos lados su silueta. De Ángela a Berbel, de Obrero a Pol, de Carla a Néstore, de Vázquez a Juan. Atravesamos el centro del camino chocando manos como en un pasillo de celebración. La estructura proporciona parte del deleite una vez asumimos que jugamos a ciegas, con la imprevisibilidad como fiel compañera al girar la página.
Raquel Vázquez dedica su atención creativo-fotográfica a El sueño, de Franz Marc, en el Thyssen-Bornemisza. Raquel es la última voz de su museo, y una muy poderosa en esta entrevista que van a leer. ¡Disfruten!
Altavoz Cultural
ENTREVISTA A RAQUEL VÁZQUEZ

Muchas gracias, querida Raquel, por tu tiempo dedicado a este pequeño homenaje a Pictura fulgens, de Continta me tienes. ¿Cómo ha sido tu experiencia en torno a esta antología desde su propuesta inicial hasta ahora que tienes el libro en tus manos? ¿Qué es lo que más te gusta del resultado final?
El primer año de Pictura fulgens disfruté como espectadora de los poemas que autoras como Rosa Berbel o Ángelo Néstore dedicaron a algunas obras del Museo del Prado. Cuando Alberto Conejero, entonces director del Festival de Otoño, quiso contar conmigo al año siguiente, porque trasladarían la propuesta al Museo Thyssen con una nueva ronda de poetas, fue una sorpresa verdaderamente agradable. Hubo algunos momentos de incertidumbre, pues el cuadro que en un principio elegí (La choza en los lindes del bosque, Étaples, de Henri Le Sidaner), para el que ya había escrito el poema, no estaba expuesto cuando correspondía hacer la grabación del vídeo en el museo, así que tuve que hacer otra elección y escribir un nuevo texto en un plazo ajustado. Guardo muy buen recuerdo de ese día de la grabación, un lunes en el que el museo estaba vacío, y podía pasear entre las obras con un silencio y una quietud desacostumbradas. No sé cuánto tiempo pude dedicarme a contemplar Localización de móviles gráficos I, de František Kupka, uno de mis cuadros favoritos y del que también se incluyó alguna toma en el vídeo de mi poema. Y, por supuesto, fue un privilegio grabar con el equipo de la productora New Folder, encabezado por Gonzalo, así como la coordinación de Paula Foulkes en todo el proceso. El libro Pictura fulgens, tan cuidadosamente editado por Continta me tienes, supone la cristalización de toda esta experiencia, culminada en la presentación-celebración que organizó Violeta Gil en el mes de noviembre. Al final, el resultado llega tras varios años y la implicación de muchas personas y distintas disciplinas artísticas.
¿Cómo crees que se entienden pintura y literatura cuando conforman un binomio artístico? ¿De qué maneras te ha acompañado la primera a lo largo de tu trayectoria dedicada a la segunda?
Pictura fulgens ha sido para mí un viaje en el tiempo. El verano que cumplí veinte años me propuse escribir una colección de poemas que dialogasen con obras de algunos de mis pintores favoritos, como René Magritte o Marc Chagall. Estos dos artistas, en concreto, habían marcado mi percepción del arte en la adolescencia: la conmoción, inédita hasta entonces, que sentí con El imperio de las luces, y la exuberancia de motivos, colores y sensibilidad en la obra de Chagall, a la que llegué tras leer a Blanca Andreu. Para ese proyecto elegí cuadros pintados desde finales del siglo XIX, y me lo tomé como un ejercicio de écfrasis libre: algún texto podía ser más descriptivo, pero, en general, me gustaba reinterpretar la pintura, tomarla como punto de partida hacia un nuevo lugar al que el poema me conducía, como si fuera una cita que diera pie a un diálogo intertextual. Uno de esos poemas estaba inspirado en un cuadro de Franz Marc. Once años después, en 2021, volví a ese pintor y a repetir el proceso creativo, y sentí que aquel proyecto, que se terminó publicando como Pinacoteca de los sueños rotos, cobraba todo su significado.
La lista de poetas que participáis en este proyecto es tan extraordinaria como sugerente para establecer quizás una suerte de «generación» en torno a mismo momento sociocultural, inquietudes y cuestiones compartidas. ¿Consideras que esta posibilidad es caprichosa o que, por una vez, después de tantos intentos gratuitos, triviales de la prensa y de la crítica por reunir vuestras voces bajo un mismo signo, Pictura fulgens sí funciona como una representación colectiva?
Cada año se publican varias antologías que nacen con la vocación de reunir a las voces más representativas de la poesía joven contemporánea, pero, como es lógico, siempre está operando algún sesgo: los límites autoimpuestos por edad, lengua o geografía, las filias y preferencias estéticas del antólogo, las afinidades inevitables, o el conocimiento de la realidad poética, que puede ser verdaderamente amplio, por supuesto, pero, al fin y al cabo, finito. Toda antología saca una foto de un momento dado, y es innegable que registra lo que sucede, igual que podría ser más relevante aun lo que ha quedado fuera del encuadre. Pictura fulgens es una foto más de este momento, y me siento muy afortunada de encontrarme en una lista de nombres, como decís, tan extraordinaria, pero creo que hará falta la decantación del tiempo para poder apreciar qué compilación o proyecto es más representativo de la poesía de esta época y, quizá, con la suficiente perspectiva, advertir unos rasgos compartidos que permitan hablar de una generación.
¿Cuál es tu concepción de belleza? ¿Esa concepción cambia según eres receptora o creadora de ella? Si es así, ¿por qué o de qué forma lo hace?
Dijo Simone Weil que la belleza es la única finalidad en este mundo. Nos dedicamos a buscarla, pero ya no sólo como creadores o receptores en un sentido estricto, porque los límites entre creación y recepción son a veces difusos: contemplar las nubes en el cielo, conmoverse con los pliegues de la luz entre las cosas, ¿es sólo recibir o es también crear? Si un poema surge de la contemplación, ¿lo he creado yo o sólo lo recibo y constato lo que ya existe? Aunque no haya registro en forma de palabra, música o pintura, ¿no se crea algo en los ojos de quien mira? Crear, en el sentido de materializar una pieza que pueda ser compartida por otros, pienso que sí aporta una dimensión más de la belleza que recibir la obra: la belleza del proceso y culminación de la creación. Son instantes de adentrarse en lo desconocido, de abolir el tiempo, de llegar a hallazgos casi inexplicables que acepto con emoción y gratitud. Sin saber cómo, emerge un poema, está ahí cuando antes no había nada, y es una belleza distinta, complementaria, a la que recibo como lectora o espectadora de una obra.
¿Cómo dirías que viajamos desde El sueño de Franz Marc hasta tu texto? ¿Qué conexiones consideras que se podrían tejer entre ambas creaciones a nivel emotivo?
Tomé el cuadro de Franz Marc como el inicio de un camino que me tocaba indagar a través del poema. Desde el punto de vista de la mujer que duerme en un primer plano, imaginé una historia, estructurada en un paralelismo que pudiera evocar un estado de reiteración y ruptura de la linealidad del tiempo propias del sueño. Para ello, utilicé elementos que aparecen en la pintura, como los colores primarios, aquí predominantes, o los caballos azules, que me parecían esenciales para subrayar el grupo Der Blaue Reiter del que fue cofundador Marc. Otras referencias del poema no están presentes en la pintura, pero sí son importantes para mí o me encajaban para la cohesión del texto. También tuve presente una maravillosa canción de Nick Cave que se titula “Bright horses”, que, entre otras cosas, contrapone una visión arcádica con otra real de un paisaje con prados y caballos. En definitiva, lo que quise trasladar en el poema es mi recepción, libre y personal, de la obra: un sueño de libertad y calma que, al igual que la contemplación de la obra, en algún momento se termina, y entonces toca despertar.