Un decálogo de motivos para matar

Paz Velasco de la Fuente

-Rosamerón-

   ¿Alguna vez habéis jugado a diseñar vuestro villano ideal? ¿Alguna vez habéis tenido pensamientos intrusivos absolutamente perversos? ¿Alguna vez habéis abrazado vuestra autoestima mientras contemplabais la total decadencia del ser humano, su descenso a los infiernos? ¿Alguna vez habéis tenido pesadillas con personas reales? Paz Velasco de la Fuente logra ponernos la piel de gallina con una obra repleta de atrocidades firmadas con nombres, apellidos, sangre y muy diferentes manifestaciones de maldad. 

   Muertes nada accidentales presenta una tenebrosa colección de casos letales perpetrados por criminales tan censurables como atractivos desde la perspectiva sociológica. Contamos con: Dennis Nilsen, el dúo Nathan Leopold-Richard Loeb, El Torso, legendario descuartizador de Cleveland, el fetichista extremo Harvey Murray Glatman, psicópatas como Richard Trenton Chase, Henri Désiré Landru o Elliot Rodger, el brutal Alexander Pichushkin (“El carnicero de Rostov”), la dama del mal Gertrude Baniszewski y Denise Labbé, la amante más feroz.

   La fascinante edición de Rosamerón integra en sus páginas un compendio maravilloso -de aroma detectivesco, de esencia criminológica- de documentos, fotografías, archivos, recreaciones y estudios dedicados al escrutinio de cada uno de esos perfiles, liberados después de leer un magnífico prólogo de Francisco Pérez Caballero. De lo demás se encarga la pluma de la autora, una Velasco de la Fuente sagaz, finísima en el léxico, generosa en el enfoque accesible y deliciosa en la estrategia comunicativa, receta que nos insta a devorar página a página tantísimos litros de tinta negra y roja. 

   El inherente gusto por la cara más oscura de nuestra especie nos ha regalado literatura, cine, reportajes, documentales, programas de true crime y largos debates en torno a las causas de las personas para doblegarse ante la llamada del Maligno. La chica de al lado, de Jack Ketchum, es apenas uno de nuestros ejemplos favoritos de entre tanta producción dedicada, con mayor o menor rigor, a algunos de los casos más impactantes de nuestra historia contemporánea. 

   La decena de capítulos que vertebran la propuesta multidisciplinar de Velasco de la Fuente se despliega con una autoridad literaria impresionante, que responde al planteamiento de una serie de pesquisas que podríamos reducir, con total injusticia y capricho, a una cadena de pecados apreciables en los sucesivos sujetos analizados. Nuestros asesinos presentan taras vinculadas a la soledad mal llevada, al terrible complejo de inferioridad, a la envidia voraz y destructiva, al narcisismo más explosivo o a la catalización del placer mediante rituales cuando menos macabros.

   Cada uno de esos capítulos nos suspende la inercia lectora en pro de una pausa que nos puede durar horas o días, pues algo de todo lo expuesto, algo de ese panorama desgarrador -sea imagen, objeto o sonido- se aloja en nuestra retina y nos contagia (¿contamina?) su oscuridad. Es decir, no estamos ante una mera sucesión de escenarios terroríficos protagonizados por algunos de los seres más antagónicos de nuestra cultura, sino que asistimos a un recorrido lento, medido y meditado, por cada callejón, por cada alma triturada por el aparato luminoso que deja encendido la autora. Así, transitamos por los orígenes del sujeto, nos detenemos en alguna primera alarma -comúnmente prevista en la etapa de la infancia-, asistimos al punto de inflexión o primer acto deleznable y vamos cubriendo eslabones del proceso hasta el clímax de los acontecimientos, epilogado con un siempre exhaustivo estudio en retrospectiva de los hechos y sus implicaciones cognitivas, socioculturales y penales. 

   Pero por supuesto: es una joya de coleccionista, un trofeo para quienes nos preguntamos tantas cosas tantas veces y tememos las respuestas. Velasco de la Fuente exhibe en este sentido una virtud de guía-compañera sabia que nos coge de la mano para llevarnos sin excesivo miedo a escudriñar todos los planteamientos que originalmente atribuye a cada uno de los demonios que habitan Muertes nada accidentales.

   Más allá de ‘favoritismos’, destacamos la armónica composición del pentagrama completo: la estructura, el orden y la forma de trocear y pulir para su muestra cada fracción de los personajes elegidos, así como de sus acciones, motivaciones y particularidades personales, salpimentan con su riqueza un retrato global que está a la altura del mejor ensayo criminológico sobre la mente del psicópata mortal.

   Muertes nada accidentales incide en el por qué, ese enorme, gigantesco santo grial que reúne a su alrededor investigadores de tan diversas formaciones e intereses, curiosos de todo tipo y analistas que conjugan la lupa, el taquígrafo y la redacción. El catálogo de motivos arma un puzle sublime sobre las entrañas nerviosas del humano como verdugo. Su asombrosa complementariedad amalgamada sugiere el monstruo perfecto de fondo. 

Altavoz Cultural

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