-InLimbo-

Cuentos sin moraleja, cuentos con la moraleja sucia. Contracuentos de hadas. Cuentos con polvo negro. Cuentos en los que Raquel nos picotea las costillas. Cuentos que enseñan lo que no hay que hacer. Cuentos de niñas. Las niñas de Moraleja. Este es su show de los horrores y ellas son sus bailarinas, pero también sus dueñas.
Nueve textos, como puerta y obtusas habitaciones respectivas, conforman el plano de esta casa literaria que ha cimentado Raquel Moraleja sobre el terreno, siempre negro noche cerrada, siempre fértil que es la editorial InLimbo. Nueve pedazos de papel que reúnen, en un reparto agradecidamente desigual, las mejores y más demandadas habilidades de la figura niña para asustar, sugestionar, amedrentar y provocar, amén de un tono brillantemente logrado que nos incita a pensar que la autora escribe con un bolígrafo con forma de mano infantil, de unos 9 años de edad.
Se instala la pluma en el interior del bosque para hacer brotar toda serie de imágenes tenebrosas, delirantes, capaces de helar la sangre. Se aprecia una experiencia en la mímica literaria y se nota una inclinación natural hacia los abismos humanos. Sentimos rápidamente que la linde que nos aparece delante es la linde que debemos seguir. Hasta que nos respondan los pies. Las manos. La boca. Los dientes. La piel mugrosa y abandonada.
En la linde del bosque
Este relato-prólogo, este prefacio-pórtico nos presenta en primera persona las hondamente tenebrosas intenciones de la narradora, una Raquel que se inserta como cuentista omnipresente a orilla de cama con todas las lectoras arropadas y expectantes. Nos habla a bocajarro, dibujando a la perfección, entre pausas y velocidades tan atinadamente acomodadas, el desenredo de una madeja amorfa y movediza. Una madeja argumental que comienza con un irreparable “Érase una vez una chica y un bosque”, que se eleva como la inmejorable bienvenida a esta colección de textos, amadrinada por sendas citas de Ana María Matute y Carmen María Machado.
Una madeja que avanza en su desatamiento como una digestión al revés, como un flujo de esperanza y hadas cercenadas, hambrienta nuestra alma de un sabor que nada tiene que ver con el tradicional. Esta contrapropuesta del cuento blanco, del más amable, activa todos nuestros sistemas de alerta y deseo, aguardando la subida de telón una vez hemos ocupado, de la mano de esa -primera- niña, la privilegiada cabaña que alimenta nuestra atracción y curiosidad. Ya estamos dentro, Raquel. Y tenemos miedo.
Juegos nocturnos
Niñas, chicas y extraños. Muchos extraños. Muchísimos extraños. Un torrente de extraños que todo lo inunda como una plaga de zombis desplegados tras una introducción fascinante sobre el propio concepto de lo ‘desconocido’ y su influencia en la integración humana del miedo más instintivo. Miramos con ojos de muchacha por la ventana y escrutamos presencias y ausencias, rarezas y costumbres, hábitos y escalofríos.
Desde Aday hasta Belén, patrullamos por un espacio arañado de figuras femeninas tan poderosas como captadoras de luz y sombra, hábiles focos de atracción argumental y fotográfica -la escena de cuerpo sobre cuerpo no se despegará de nuestro subconsciente una temporada; a veces no hacen falta monstruos grotescos ni brujas malvadas, a veces el horror nos arrasa a través de personas comunes, vulgares-.
El escenario de la piscina queda pervertido, centraliza la actividad juvenil mientras se anquilosa la masa siniestra deambulante: ¿malditos?, ¿fantasmas?, ¿no-muertos?, ¿forasteros de otras épocas? La atmósfera reprime tanto que nos aboca a las conversaciones entre los pocos personajes nominados para poder respirar. El mal, lo extraño, lo feroz y lo caliente florecen entre palabras y gestos, consumidos desde los poros de una protagonista que nos presta su cuerpecillo para sentir su temblor, su pánico somatizado.
Estamos en el bosque humano, en el máximo exponente de la naturaleza salvaje, y Moraleja, cuidadosa ella, nos entrega una guía sublime, tan lúcida y despierta, tan de carne y hueso, tan resiliente, con seguramente algún gramo autobiográfico de su creadora… Nos agita el terreno como un elemento sobresaliente -sospechamos pronto que Raquel va a hacer de los lugares los verdaderos titanes de su narración-. Vamos al lugar cumbre. Cerramos esta ventana que tanto nos ha cautivado.
La habitación de las niñas
El presumible texto central desplazado unas páginas antes para deleitarnos como honestamente esperábamos: La habitación de las niñas es la guinda de un libro pletórico. Entre las enes de Nadia y Nona (¿Hola, Cristina Fernández Cubas?) cabalgamos sobre suelo hogareño en esta secuencia -ese suelo tan entrenado para ser detonado por el terror- y descubrimos una familia tan normal y tan original como pudiera serlo cualquiera.
La fuerza de la voz protagónica-narradora se asemeja a la que nos guiaba en el cuento pasado, si bien su personalización dentro de la historia nos ofrece la oportunidad de explorar miedos complementarios y viscerales reacciones ante algunos sucesos realmente devastadores.
Esa facilidad que tiene Moraleja para erizarnos la piel -especialmente cuando susurra o se mueve despacio por el relato- contrasta maravillosamente con su toque más poético: “…en el iris plateado de mi hermana flotan constelaciones color azul noche”. Este cuento sobre lo abominable de lo genial -y lo genial de lo abominable- es crudo, precioso y trascendental para dibujar la raza literaria a la que pertenece la autora, una que equilibra con extraordinaria autoridad la belleza de las espinas de la rosa.
Este relato homónimo también completa la información que veníamos recabando acerca de cómo diseña sus genuinos personajes, esas mujeres que monopolizan el peso discursivo y se entregan a la batalla contra el mundo, contra su origen, contra su herencia sociocultural, contra su entorno, contra ellas mismas.
El lobo feroz
Quizás el más apetecible de la gama de los contraversionados en contexto de tradición y lugares comunes. No defrauda. Conocemos -o aumentamos- a la Raquel Moraleja más carnal, severa y almaparlante. Nos presenta a Alicia, que nos abre la boca ante la apabullante, burbujeante adolescencia y el nacimiento del cuerpo adulto -pensamos mucho en María González y su Cirugía de la muñeca, también en esta misma casa inlímbica-.
Nos adentramos en un bosque de pánico, histeria colectiva, desaparición y amenaza de violencia machista, crimen y deshumanización, con aroma a thriller, con sabor a sangre y una incómoda sensación de pasión.
Alicia capitaliza pero no camina sola: Rebecca es la desgraciada anfitriona de la procesión de mujeres que colman el noticiero y la ansiedad de una comunidad. Con una seductora vuelta de tuerca sobre la leyenda, sobre la figura cánida -detallazo el nombre del hotel elegido- que atemorizaba caperucitas, Moraleja se mueve comodísima por los lares corpogrotescos, por la denuncia feroz y por la lúdica tortura al lector, que ingiere cacho a cacho un papel rojo y mugriento. Altamente recomendable -en realidad como todo el libro-.
A que no te atreves
La asfixia alcanza el formato textual en este bloque infinito de palabras que no cesan de presionar nuestro diafragma -por supuesto en conspiración con la trama-. Después de la familia, la amistad es el gran pozo de las relaciones personales, un pozo de profundidad excelsa que lanza a flote lo más podrido de la condición humana. Faltaba explorar este conducto vital en La habitación de Moraleja, quien recupera la primera persona en su destreza más invasiva para hacernos la experiencia un tanto más sórdida.
El hospital abandonado Santa Perpetua se convierte en nuestro nuevo lugar favorito, monumento del argumento, tan perfecto para… Mariana, nuestra protagonista, es demasiado diferente al resto: étnica y éticamente. Su primera mejor amiga Ana es su salvavidas. Después besos, ensayos de citas, microsectas de patio y aula y algunas de las escenas más terribles de cuantas nos muestra Moraleja en la antología.
Del amor perfecto al perfecto grupo de aventuras, del sentido de crecimiento a partir de la validación, de las taras adolescentes más hondas y torpes, tan complejas, tan irresolubles… con sus malentendidos, crueldades y… y crueldades.
La traición y el vacío son insulto y empujón, respectivamente. Las tentaciones y la jerarquía abrazada son pilares para reconstruirnos. Tan frágiles. Jessica. Una pieza extraordinaria sobre la serpenteante y resbaladiza línea vital adolescente, en continuidad óptica respecto del texto anterior -parece que este es el último corte adolescente, antes de elevar la edad de las protagonistas a la franja de la adultez, estrenada en el siguiente cuento: la estructura ordenada responde a una cronología evolutiva de las mujeres que portan el germen protagónico, desde las primeras niñas hasta las mujeres de los últimos textos, paseando por las arenas movedizas de estos dos cuentos de adolescentes.
A estas alturas cuesta hablar de “favoritos”, pero desde luego premisa, estética y resolución nos agitan para al menos mencionar la ubicación en el podio de un texto que nos regresiona hasta la más tierna y vulnerable etapa de nuestra identidad. Mucho por descubrir, tantas rosas y espinas. ¡A que no te atreves a leerlo!
Dulce hogar
Guiomar y Alberto. Quizás la pareja más suculenta de la antología. Férrea, cómplice, afable y sólida como para estrenar nueva residencia. Rutina y paciencia, trabajo y quehaceres domésticos para adecentar. Esa gran verbo que se vuelve pesadilla cuando algo no cuadra, cuando algo está pero no se ve y se ve pero nadie mira cuando debe.
Esta versión del tópico “pareja se muda a casa nueva” nos encanta: reúne la calidad técnica -descriptiva, de diseño de personajes y espacios, de pura narración con todos sus pasos firmes e ingredientes naturales- y propone el horror de una manera muy sutil, sobrenatural.
La extrañeza se presenta en la forma tan polivalente de la mancha, decisión que dota al discurrir de la historia hogareña de una tensión galopante que no nos abandona jamás hasta el punto final.
Las consecuencias psicoemocionales son, por ende, insospechadas, imprevisibles, y el proceso encarnado por nuestra protagonista resulta delicioso, egoístamente delicioso, en términos de destrucción del espaciotiempo que sujeta la realidad entre las paredes de la mente y el cuerpo, Guiomar es uno de los grandes nombres de La habitación de las niñas.
Una de las fuerzas más potentes y originales de cuantas fluyen por la invisibilidad de estas páginas genera uno de los más destacados atractivos de la colección para fijar nuestra atención en un imán alrededor del cual danzan decadencia, terror y conciencia ultrasensorial. Una mancha como fuego tribal, una mancha como pócima hipnótica. Compramos la propuesta con la casa incluida.
Centinela
Un rico puzle conformado por una sucesión de fragmentos encabezados por tres personajes: dos chicas y. “Adri-”, es decir, Cecilia, Juana y un personaje de género fluido que va expresando un proceso identitario tan complejo como interesante, ilustra la forma elegida, original y arriesgada como pocas en la obra, de un cuento muy especial, duro y bello.
Nuestros tres personajes centrales entrelazan -espiritualmente sobre todo- sus caminos en torno a la libertad, una libertad hallada mediante la lectura, mediante la exploración de otros mundos con códigos distintos y más amables, mediante los viajes físicos y anímicos, mediante la necesaria implicación frente al grotesco “mirar para otro lado”, esa deplorable inacción que condena más que el estigma. Oficio de librería, resistencia, autoconocimiento y asistencia humana, el soporte de compartir y la luz de lo genuino.
Uno de los textos más apasionantes que podemos encontrar en la actualidad sobre la ternura, la sororidad y la fortaleza. Un relato que trasciende la habitación, la casa y el mercado literario. No vaciléis en descubrirlo con mirada hiperactiva.
No llores, mamá
De muy diferente manera también troceado explícitamente en su estructura, este impresionante relato nos concede a la Raquel más periodista, inmersa en el rescate de la Historia. Regresan Nadia, Berlín y el Hospital Santa perpetua en una continuación naturalizada, incluso como anexo documental, de A que no te atreves, desarrollada bajo un gigantesco aliciente: inspirado en hechos reales, en sucesos acontecidos.
La autora nos congela con una brutal exposición del proceso de recuperación de valores como la dignidad, la justicia y el amor eterno. Nos ayuda con fantasmas y archivos, nos teje con la aguja clavada en la vena una piel de rebelión que, como coraza invencible, nos permite meternos en el denso barro de la memoria, el consuelo falso y la noción del tiempo contada a partir del dolor.
El horror más sobrenatural deja paso, desde el margen, al horror más entrañable, más punzante y ardoroso. En la misma plana que ocupaba el relato anterior, el tono de esta narración resulta más cercano que nunca, más a bocajarro y exacto, sin la mínima concesión a ni tan siquiera ese cierto lirismo que flagela algunas de las estampas cultivadas por la autora. “Un fantasma es una herida abierta”. Brutal Moraleja.
El deshielo
¡Qué cierre! El cuento más “adulto” en tono y destino se abre paso entre desesperaciones, apocalipsis soñados y figurados, crisis existenciales y mucho coloquialismo para plasmar un broche magistral, a la altura de la antología, un texto atravesado por la Moraleja más contundente y despojada de analogías. Un memorable epílogo.
La última de las voces de esta serie es tan directa que arranca la garganta, tan voraz que presiona la zona de confort del lector hasta robarle su manta y sacudirla con hipnótica energía. El concepto de amenaza es aquí el más importante, sin perder de vista el de incomodidad. Una base más entregada al diálogo como constructor del proceso -que nos regala una primera escena de película, absolutamente brillante- se extiende entre nuestros pies para anudar nuestra suerte.
Quizás sea, también, el texto más arriesgado de desgajar sin riesgo de escupirlo todo; no obstante, advertimos del peligro de apretar demasiado fuerte nuestros deseos contra el estómago y deslizamos el gran gusto de la autora por proyectar tensión perfectamente integrada en la cotidianidad. Este deshielo se asume inolvidable (shout out para la biblioteca de Eva Hurtado Esteve).
La habitación de las niñas comienza con la palabra “Érase” y concluye con la palabra “miedo”. Entre ambas habitamos un espacio difuso y confuso, rayado, por momentos histérico, por momentos desolador, siempre intenso. La magia de las manos de Raquel Moraleja presagia numerosas aristas, pero citaremos tres especialmente localizadas: fuerza convencida, sublimidad espacial y narración impecable. Uno de los mayores descubrimientos de los últimos diez años en la literatura de género se sitúa en primera fila, con un megáfono, para interpelarnos a conocer a “sus niñas”. Entrad en el bosque.
Altavoz Cultural
Entrevista a Raquel Moraleja

Bienvenida a tu casa, bienvenida a Altavoz Cultural, querida Raquel. Para comenzar esta entrevista nos gustaría preguntarte por tu concepto de «niña» y por tu concepto de «habitación». ¿Qué lecturas, autoras, historias y/o imágenes consideras que han contribuido a la construcción de uno y otro a lo largo de tu vida y cómo sientes que queda ello reflejado en esta colección de cuentos?
En mi libro, el término “niña” recoge a todas las protagonistas que aparecen en los distintos cuentos. Algunas sí que son niñas, otras son ya adolescentes y adultas con conflictos muy alejados de la infancia. Pero todas llevamos siempre dentro a la niña que fuimos. Y la “habitación” es el lugar más importante del mundo cuando eres una niña. Tu santuario. En tu habitación te vas dando forma con el paso de los años. También, la “habitación” se convirtió en el universo compartido de todas estas historias, inspiradas por autoras de lo extraño como pueden ser Angela Carter, Charlotte Perkins Gilman o Cristina Fernández Cubas.
Niñas, habitación. Y bosque. ¡Y bosque! ¿Qué representa para ti el bosque desde la tradición literaria como escenario explotable para tus intereses creativos? Asimismo, ¿qué otros elementos de los cuentos clásicos te resultan especialmente atractivos para jugar a dinamitarlos y dejarlos del revés?
El bosque es el hogar original de los cuentos de hadas. De las fábulas. De las leyendas. En las historias de terror, ya sea en la literatura o en el cine, el bosque siempre es un elemento amenazador. Se traga a la chica, a los niños. Nos han enseñado a temer el bosque oscuro y salvaje, pero yo quería darle la vuelta a esta idea. ¿Y si han querido mantenernos alejadas del bosque porque dentro se oculta algo maravilloso? Creo que no me he internado en un bosque en mi vida, ni haciendo senderismo. Quizás por eso me atraen tanto. Son como un sueño. Otros elementos de los cuentos clásicos que me fascinan son las puertas cerradas, las llaves que las abren, los espejos, los pozos.
En La habitación de las niñas exploramos todo un abanico de miedos y amenazas. ¿Cuáles son personal, propiamente tuyos, entregados a tus protagonistas como herencia de creadora, y cuáles has ensayado con una máscara para su inclusión en los distintos cuentos de forma más ajena a tus experiencias, consciente de que igualmente tendrían cabida e interés para las lectoras?
Creo que hay algo de mí en todos y cada uno de los miedos de mis personajes femeninos. El miedo a la pérdida, a sentirte sola y excluida, a las responsabilidades de la edad adulta, a las relaciones hirientes, a la frustración, a la decepción con una misma. Y miedos más sociales como volver sola a casa de noche en un mundo plagado de lobos feroces. Quería que todos estos miedos, aunque míos, cualquier lectora -también lector- los pudiese sentir como universales.
¿Cómo surge el cuento El lobo feroz en cuanto a idea primigenia y primeros pasos de su desarrollo? ¿Qué consideras que le aporta esta particular versión a la lista de textos que han tejido todo un legado de historias en torno a una de las figuras más icónicas de la cultura popular?
El lobo feroz es uno de los primeros cuentos que escribí, cuando ya tenía claro que le estaba dando forma a un libro de relatos con motivos compartidos. El detonante fue el escenario: un hotel canino junto a un vivero en una zona de extrarradio. Ese lugar existe, en realidad. De hecho, el hotel canino es el negocio de la familia de una de mis mejores amigas. Las flores, los perros. Quería una historia recargada, sensual a la vez que aterradora. Y ahí entraron dos lectura clave: La cámara sangrienta, de Angela Carter, y Microfísica sexista del poder, de Nerea Barjola. ¿Por qué convertimos en lobos feroces, en monstruos, a todos esos “hijos sanos del patriarcado” que atacan a las mujeres? ¿Por qué dejamos que su violencia limite nuestro mundo? ¿Cómo es posible que una generación tras otra de mujeres heredemos, como memoria corporal, el miedo a los callejones oscuros, a las furgonetas que ralentizan la marcha, a los grupos de chicos ruidosos? Caperucita roja está más que harta. Ya es hora de que ella sea el lobo.
¿En qué cruces dirías que confluyen feminismo y terror como dos componentes literarios, de manera más general, desde tu opinión como lectora, y especialmente en los relatos que habitan tu colección?
Feminismo y terror son el matrimonio definitivo. Creo que la literatura de lo extraño, y el terror en particular, es el vehículo perfecto para explorar muchos de los grandes temas del feminismo actual. Cualquier tipo de violencia -en el hogar, en el entorno laboral, sexual-, la maternidad (o la no maternidad), la posición social… Hay ejemplos actuales increíbles, como el relato Las cosas que perdimos en el fuego, de Mariana Enríquez, por citar solo uno, pero este “matrimonio” es muy antiguo. Los cuentos góticos de escritoras como Elizabeth Gaskell, Edith Wharton o Margaret Oliphant mostraban a mujeres encerradas en casas encantadas, que no eran más que la forma física de su tormento. El papel pintado amarillo, de Charlotte Perkins Gilman, es un cuento de terror sobre la depresión posparto.
La identidad es uno de los grandes temas acogidos en estas páginas, habitualmente observado desde la adolescencia, pero también expuesto de una manera muy interesante en el cuento Centinela. ¿Cómo planteas el personaje inicialmente conocido como «Adri»? Por otro lado, ¿cómo consideras que conversan el poder que os da a lxs autorxs la ficción como herramienta literaria y la realidad social tan diversa respecto de la construcción y diseño de los personajes de vuestras historias?
Este era el personaje que más respeto me daba construir. Dudé mucho, de hecho. Tiene un conflicto con su identidad de género, y es algo que yo nunca he experimentado en primera persona, por eso temía “inmiscuirme” en un tema que no era propio. Pero lo que quería contar con este personaje es lo importante que resulta tener referentes en nuestra vida. La necesidad vital de sentirnos identificados. De sentir esa comprensión y ese apoyo que a veces te puede proporcionar un simple personaje de una historia. Como si te dijese: “no estás sola en el mundo”. Históricamente, nos han enseñado a empatizar con unos personajes que no nos representaban a más de la mitad de la Humanidad. Hay que darle voz a otras realidades, aunque a muchos esto les incordie.
Sin abandonar esa línea, ¿qué visión tienes del mundo de las bibliotecas y las librerías?
Voy a librerías y bibliotecas desde que tengo uso de razón. Tengo muy buenos recuerdos de las bibliotecas de mi infancia y adolescencia, son las que me convirtieron en lectora, las que me hicieron desear ser escritora. Las librerías aparecieron más cerca de la edad adulta, cuando estás construyendo tu gusto personal. He trabajado como librera, siempre de grandes superficies, y es una experiencia interesantísima, desde luego, sobre todo con un cliente tan heterogéneo. Te ayuda a desacralizar un poco la literatura. Y trabajar en una editorial la desacraliza aún más, creéme. Ahora soy bibliotecaria, pero de Ministerio, no tiene nada de romántico. Pero sí está afianzando -aún más- mi convicción de que las bibliotecas públicas son instituciones fundamentales, auténticos pilares democráticos, como el último reducto de la igualdad social. Pero también -para sobrevivir- necesitan actualizarse con el devenir de los tiempos.
¿Cómo ha sido tu experiencia editorial con la ominosa casa de InLimbo?
Solo tengo palabras buenas para mi casa editorial, InLimbo, y mi editora, Ana Martínez Castillo. La habitación de las niñas les encantó desde la primera lectura, y no dudaron en publicar a una escritora desconocida. Así fue, sin recomendaciones ni “amigos de amigos” de por medio. Un manuscrito más en un buzón de correo electrónico. Todo el proceso editorial ha sido impecable y me han tratado con mucho cariño. El sector del libro debe cuidar a los sellos independientes, o los gigantes editoriales devorarán la bibliodiversidad para siempre.