-Traducción de Mercedes Pacheco-

-Bunker Books-

El ruido de las llaves

   Bunker Books regresa a nuestra retina con la originalidad habitual, con la fuerza característica de su catálogo, plagado de tesoros. Regresa con Philippe Claudel, uno de nuestros más admirados escritores europeos, artista del alma humana con múltiples registros y habilidades para contar sus historias. Nos colocamos el babero y tomamos cuchillo y tenedor. 

   Respecto de la estructura que presenta Claudel en esta novela con fuerte aire de ensayo personal, con fuerte dosis de diario, atrae el hecho de que nada, ni una reja, ni una puerta, ni una cerradura, interrumpe el paso del verbo a lo largo del libro; no hay encabezados, ni capítulos, tampoco citas de nadie ni secciones, no está compuesto por partes mínimamente conectadas pero de algún modo independientes ni sugiere lecturas aisladas a partir de trozos que se suman. Todo fluye, con la cadencia deliciosa del maestro francés, en una balsa lenta y medida, que se deja llevar, arrastrar por el ejercicio directo del hambre. 

   Así las cosas, nuestro autor nos traslada, vehiculado por las duchas manos de Mercedes Pacheco para deleite del público hispanohablante, a saltos de fragmentos, de pedazos que se suceden con tanta coherencia como natural espontaneidad -de ahí sobre todo el aroma a “diario” o cúmulo de “notas”-. Claudel nos introduce en su fascinante mundo de encierro y libertad.

   El oficio de los “guardias de hombres”, la rutina de los reclusos y la convivencia entre ambos hemisferios estallan en un compendio de innumerables detalles visionados al microscopio: olores, texturas, miradas, contactos, espacios y emociones quedan retratadas con la inteligencia y el lirismo habituales del genio galo. Su capacidad para la inmersión solo rivaliza con su extraordinaria virtud para conquistar la narración desde la calidez del humor amargo, desde su sorna o su ironía, con la que dibuja la realidad más cruda de forma que resulta seductora, profundamente estimulante.

   La labor docente, la estética predeterminada o previsible, los crímenes atroces y las relaciones humanas, de modo muy especial, hacen florecer el complejo y extrañamente bello cosmos del microclima desarrollado en el centro penitenciario. Claudel brilla al contar las anécdotas con siglas y apellidos, al desvelar encuentros fortuitos post-excarcelación y traernos a los ojos algunos de los principales ingredientes de esa psique presidiaria tan particular que, en una terrible perversión de los versos de Lope de Vega, podría resumirse en “quien lo probó lo sabe”.

   Pudor, vergüenza, jerarquía y solidaridad se funden con el espectacular desfile de diversidad que circula por el espacio común. La biblioteca, uno de los santuarios de Claudel, y el patio son enclaves ciertamente distinguidos en la rutina y los allí presentes comparten siempre algo más que su tiempo con los demás. En este sentido, nos encanta -si bien no nos sorprende ya- la cualidad de Claudel para plasmar en brusco contraste imágenes diametralmente opuestas -en concepto de belleza o asco, en concepto de moralidad o salvajismo, en concepto de valores o actitudes reprobables- a golpe de fragmentos enlazados, de forma que encajamos dos golpes en uno: el procedente del tramo puramente feroz y el procedente del efecto al colocar este exactamente ahí, en ese hueco de la narración.

   Ocasionalmente salpicado por el argot carcelario, nuestro viaje alcanza un punto de no-retorno cuando el escritor decide desplegar el apasionante mundo de la Literatura integrado en aquellas coordenadas. Poesía, teatro, debates, conversaciones e implicaciones, amor en definitiva es lo que nos transmite un Claudel entregado a una tarea humanitaria bañada en letras. Un viaje, por cierto, que efectivamente refleja el movimiento hacia un destino, hacia una despedida o un cierre, cada vez más próximo en el horizonte según avanzamos, vislumbrado hasta la transparencia tras descifrar la nada azarosa manera de ubicar, como piedras exactas, las piezas que componen el texto.

   Sería quizás exagerado concluir con algún lema del tipo “el poder de la Literatura” o cursiladas afines, pero desde luego conviene que dejemos bien señalado el contundente discurso que constituye su esencia, por estar en deuda con Claudel: su expresión humanista de la tremenda red tejida en torno a los libros resulta entre entrañable y devastadora. Su confesión respecto de las relaciones comenzadas o reafirmadas a partir de la raíz comunicadora-comunitaria de la palabra “literaria” propone un nuevo estadio de compañerismo, respeto, interés, comodidad.

   El ruido de las llaves es un río de prosa ruda y poética que reúne cuadros pintados por miles de manos diferentes, todas hijas de una misma voz empeñada en conmover, en agitar mente y corazón de quien ose cruzar sus metálicos muros para descubrir otra forma de vida.

   La recomendación de su lectura está tan irremediablemente implícita que a estas alturas de la reseña parece redundante o incluso banal. Philippe Claudel ha vuelto a lo grande, con una obra colosal. Bunker Books ha vuelto a dar en el centro.    

Altavoz Cultural

Entrevista a Mercedes Pacheco

Bienvenida a Altavoz Cultural, querida Mercedes. ¿Cómo ha sido tu experiencia en torno a la labor traductora que le has dedicado a El ruido de las llaves, de Philippe Claudel, y qué rasgos destacarías de la voz original del autor francés?

Gracias a vosotros por invitarme, ¡un gusto estar por aquí!

Por segunda vez, he tenido el placer de poder traducir una obra de Philippe Claudel y como en la obra anterior, Inhumanos (Bunker Books, 2021), he tenido la suerte de poder entrar en su maravilloso, terrible, impactante, deshumanizado y enormemente sensible universo. Esto que acabo de decir puede parecer contradictorio pero, para mí como lectora y traductora, una de las enormes cualidades que posee este escritor es su magistral poder para descubrirnos el alma sensible de una parte de la sociedad desahuciada por su propio destino y, al mismo tiempo, sumergirnos sin tapujos ni pudor e incluso con notas de humor en una terrible realidad asfixiante y demoledora como es, en el caso de El ruido de las llaves, la experiencia carcelaria, tanto para las y los que están dentro como para las personas que esperan fuera.

En esta breve novela, estructurada en pequeños párrafos que impactan en el lector como si fuesen flashes, he descubierto a un Philippe Claudel que nos ofrece su visión del mundo carcelario a partir de su experiencia personal como profesor de reclusos. En ella, nos cuenta sus reflexiones profundas y casi filosóficas sobre la diferencia entre estar dentro y fuera de la cárcel; su relación y sus vivencias con su alumnado y también con los funcionarios de prisiones, testigos que se mimetizan con una cruda realidad, muchas veces con una asombrosa e inhumana gran dosis de impermeabilidad. El testimonio de Claudel da la palabra, con enorme sensibilidad, un respeto profundo y con gran realismo, a los hombres y mujeres encarcelados por diferentes circunstancias de la vida. Claudel no juzga, su mirada es la de un observador  imparcial que conoce desgracias a través de una narrativa tintada de ese humor negro característico en su obra. Sus palabras son como fogonazos que hacen que pensemos en las oportunidades, las equivocaciones y en el destino. Es una novela en la que, aunque parezca mentira, también aparece el amor, el compañerismo, la gratitud y la amistad. 

Con esta obra he reído, emocionado, dudado y también meditado y valorado la esencia de mi libertad, de nuestra libertad, de la libertad de todo el mundo. Con un estilo ágil y directo, Philippe hace que reflexionemos sobre la vida, las relaciones, la justicia y sobre todo las injusticias. Pero nunca sentencia. Solo nos hace pensar, meditar a través de pequeñas anécdotas y nadar en el submundo carcelario, duro y violento, que comparte con nosotros hasta que acabamos de leer la novela. ¿Y cómo lo consigue? Pues a través de un lenguaje preciso, directo; un léxico rico, cuidado pero sin artificios, meditado diría yo, con esa sencillez aparente pero que tiene detrás un laborioso trabajo de búsqueda de esa perfección que no se nota pero que refleja con precisión lo que el autor quiere decir. Frases cortas, puntuación muy personal, verbos que se sobreentienden, diálogos interrumpidos… Todo configura un estilo característico de la obra de Claudel, muy personal y distinto que a veces me supone un reto a la hora de traducir. 

El ruido de las llaves es una novela-reflexión, llena de emoción y de verdad, contada desde el corazón pero sin caer en sensiblerías. Nunca pierde la objetividad de un narrador-observador que se pregunta qué hace allí, entre los muros de la cárcel, y a quien le llega un día en que necesita salir de ella. ¿Los motivos? Eso es el poso que deja la lectura… ¿Decepción? ¿Pesimismo? ¿Impotencia ante un sistema injusto? ¿Cansancio vital? ¿O tal vez angustia existencial?  Preguntas en el aire que evocan la necesidad de escapar para poder respirar la vida a pleno pulmón y que solo buscan saber dónde está esa humanidad perdida que algunas y algunos añoramos, como Claudel, y otros la practican sin posibilidad de redención. Estas preguntas representan la necesidad de huir de una cárcel que va más allá de sus muros físicos y… ¿quizás? son producto de una rebeldía crítica, una rebeldía claudeliana que se subleva ante la deshumanización de la sociedad. La voz de Philippe Claudel deja constancia de las leyes de la cárcel, nunca escritas pero siempre aplicadas y terribles, analizando al mismo tiempo y de forma subliminal las sombras incoherentes del sistema penitenciario. Una vez más, como rasgo caracterizador de su obra, la denuncia a un sistema, a unas leyes que fallan y una crítica a una sociedad cada vez más deshumanizada e insensible. Con valentía y sensibilidad. Chapeau, Claudel!

Por segunda vez, Philippe Claudel me ha llegado muy dentro como traductora. 

Para mí, cada libro traducido es una esencia distinta que voy almacenando en pequeños frascos de cristal y colocando en una estantería de madera; no tienen palabras, ni signos de puntuación ni páginas, tienen infinidad de aromas, sensaciones, emociones y música. El ruido de las llaves tiene el aroma de la libertad, la sensación de impotencia, la emoción de la palabra y la música de Luke Faulkner interpretando a Erik Satie.

¿Cómo es tu rutina de trabajo una vez recibes el encargo de la editorial? ¿Qué ha sido lo que te ha resultado más complicado en el caso de esta novela? 

Cuando me llega un original para traducir lo primero que hago es leer sobre el autor o autora, documentarme sobre su vida:  lugar de origen, ciudades en las que ha vivido, aficiones, gustos, viajes, experiencias personales,… Dependiendo de la época, si hay material, leo entrevistas o artículos sobre su obra, veo vídeos si los encuentro. Un breve escáner para conocernos mejor, para hacernos amigos o solamente para ser simples colaboradores de trabajo. Me gusta bucear en su faceta más personal porque creo que si lo hago tendré más conocimientos sobre su forma de pensar, de ver la vida; es una forma de acercarme a él o ella en la distancia. Aunque parezca raro, esta mecánica a mí me aporta pistas para enfocar de una forma u otra la traducción, me ayuda a entrar en el universo más personal del autor o autora y para ponerme en su lugar a la hora de emplear un determinado adjetivo calificativo o un determinado sinónimo. Es curioso, pero es así. Creo que siempre hay una parte de la realidad que rodea al autor o autora en el proceso creativo, en la obra literaria, por mínima que sea, y conocerla a mí me ayuda a conseguir, eso espero, una mejor traducción y ser más rigurosa en el trabajo. A continuación, leo sobre su trayectoria profesional y por último si no he leído nada de su obra leo algún libro suyo. Después de este ritual, ya estoy lista para empezar a traducir… Cosa que haré cuando lea algunas páginas y dé con la música apropiada, la banda sonora que me acompañará durante toda la traducción de ese nuevo libro. Cada traducción nueva tiene su música, que depende del tema, de lo que me evoque, de las palabras, de los personajes y del argumento.

En el ruido de las llaves una de las cosas que me ha resultado más complicado ha sido reflejar la concisión del lenguaje, la brevedad de los párrafos y las frases cortas y demoledoras. Philippe Claudel es un maestro de la concisión, de decir más con menos, de evocar sin palabras innecesarias, de hacer pensar en lo que no está escrito y descubrir a través de los silencios, descubrir situaciones, personajes, desenlaces. Pero así es Claudel en su esencia más pura, si leemos Inhumanos, Aromas, La nieta del señor Linh o Almas grises fácilmente lo comprobaremos. Por otro lado, este libro para mí ha sido muy emocional y me ha costado introducirme en el submundo carcelario, en su dureza, ambiente y leyes internas. He tenido que documentarme sobre el argot de las cárceles, el sistema penitenciario en Francia, los distintos tipos de prisiones que allí existen, sobre la organización interna de los funcionarios de prisiones e, incluso, sobre los espacios de la cárcel para hacerme una composición de lugar de la acción. En este último punto me ha ayudado lo que os comentaba anteriormente respecto a la documentación previa a la traducción. Claudel fue durante once años profesor en la cárcel de Nancy, esta experiencia es la base de esta novela; pues bien, localicé la cárcel por Internet, en la actualidad demolida, y pude documentarme a través de fotografías tanto del exterior como del interior del recinto. Cosa que me ha ayudado en la descripción de detalles, en el empleo de adjetivos calificativos y, así lo espero, en la precisión del lenguaje. La fotografía y su poder evocador!

¿De qué modo sientes que conecta El ruido de las llaves con tu trayectoria profesional dedicada a la traducción en cuanto a temáticas, imaginarios o géneros habituales o predilectos? Por otra parte, ¿cómo consideras que se va a desarrollar su recorrido dentro del panorama literario dirigido al público hispanohablante?

Así como el género narrativo de El ruido de las llaves no es nuevo para mí, de hecho lo que más traduzco es novela, sí que lo es su temática. Bucear en el universo carcelario de Philippe Claudel ha sido un reto y una satisfacción, a pesar de la sensación de soledad y desasosiego que dejó en mí. He conectado con la novela porque me gusta la literatura que habla de la esencia humana y de los sentimientos; esa literatura que hace que nos conozcamos mejor a través de las vidas de los demás, que pudieron ser las nuestras. Esta conexión fue nada más empezar el libro, primero al leer la dedicatoria: Para vosotros.

Me pareció un enorme muestra de generosidad, comprensión y afecto.

Y luego, al llegar al primer párrafo: 

«En ese instante comprendí que hasta entonces había vivido inmerso en el disfrute de una libertad de la que ignoraba el alcance y las más comunes aplicaciones, incluso su exacta y cotidiana dimensión».

Curiosamente, sin tener nada que ver en lo que se refiere a la temática ni extensión, El ruido de las llaves me ha transportado a Manhattan Transfer, de John dos Passos, novela que traduje en 2005 al gallego. Como Manhattan Transfer, esta novela de Claudel es un universo de sensaciones y olores que rodea a unos personajes secundarios que sobreviven a dramas humanos mientras la ciudad permanece dormida de espaldas al mundo a los muros de la prisión. Además, las dos comparten una singular estructura.

En cuanto a la segunda pregunta, el recorrido de una novela muchas veces es impredecible y depende de muchos factores. Pero creo que en el caso de El ruido de las llaves el sello claudeliano es por sí solo garantía de éxito. Es un autor que nunca defrauda, que siempre te transporta a mundos muy diferentes pero con el común denominador de la buena literatura. Philippe Claudel siempre merece la pena ser leído y a mí me encanta, desde mi pequeña aportación, ser el puente de unión entre lectores y lectoras en el mundo hispanohablante y contribuir a la difusión de su obra.

¿Qué es lo que más te atrae del francés como lengua desde tu relación como hablante y lectora y, después, desde tu perspectiva como traductora?

Como traductora que soy me atraen las lenguas en general, las que conozco y las que no. Disfruto jugando con las palabras, con las expresiones, me divierte descubrirlas y conocer nuevos significados y encajarlos en el idioma traducido, como en un puzzle donde las piezas son las letras. Lo paso bien traduciendo textos del francés al castellano o al gallego; pero también me encanta trabajar con originales en castellano, gallego o catalán y traducirlos.

Al idioma francés le tengo un cariño especial porque empecé a estudiarlo de pequeña, como un juego, y nunca pensé que pudiera formar parte de mi bagaje profesional. Es curioso, pero todavía a veces me resuenan fragmentos de canciones con las que aprendía el idioma y es algo que me reconforta porque me retrotrae a una bonita infancia y adolescencia. Me gusta su sonoridad y su riqueza lingüística, creo que es una lengua bonita, agradable al oído; al mismo tiempo, me gusta su dificultad a la hora de traducir, creo que es un idioma con una sintaxis compleja, un léxico muy rico y con muchísimos matices. Pero la verdad es que, además, juega con ventaja ya que también me atrae la cultura francesa, su literatura, su música y su cine… y me encanta el paisaje de Bretaña, el Valle del Loira… ¡El pack completo! Además, su conocimiento me ha permitido traducir a clásicos franceses como Olympe de Gouges o Jules Verne y contemporáneos como François Barbe-Gall o Pierre Charvet, aunque tengo que reconocer que Claudel es mi crush contemporáneo francés… Sus libros son cine y su cine es pura literatura, una bonita combinación bañada de compromiso y verdad. 

Para concluir esta entrevista nos gustaría preguntarte por tu visión acerca del estado actual del mundo de la traducción profesional. ¿Qué opinión te merece su situación hoy? ¿Qué consideras que falta y qué consideras que sobra? 

Creo que si esta pregunta la contestamos cinco, catorce, cincuenta y cuatro o una centena de profesionales que nos dedicamos a este mundo de la traducción todos y todas  contestaremos lo mismo. Habrá unanimidad. La situación ha mejorado pero no es buena y, aunque ya hemos conseguido que nuestro nombre salga en las portadas por derecho indiscutible, todavía es el eslabón perdido que pocos tienen en cuenta en el proceso editorial, uno de los peores pagados y reconocidos. Seguimos siendo el sector más olvidado del libro. Si a esto le sumamos que se caracteriza por una enorme inestabilidad laboral y falta de previsión de los encargos, la mayoría de las veces, el resultado es que las condiciones laborales de las traductoras y traductores apenas permiten vivir solamente de esta profesión y dedicarse a ella en exclusividad, una Ítaca a la que solo unos pocos consiguen llegar y, sobre todo, quedarse. Por el camino quedan muchos cadáveres literarios que ven frustrado su sueño de poder vivir de la traducción, de su trabajo, de su pasión. 

¿Qué considero en falta? La propia realidad de la profesión ya habla por sí sola de nuestras carencias. Según los últimos datos algo menos de la mitad de las personas que la ejercen (44%) se dedican en exclusividad de traducción de libros y más de la mitad (70%) compaginan la traducción con otra actividad profesional,  una o varias, si tienes suerte puede que sigas en el ámbito editorial con correcciones ortotipográficas o de estilo, guías didácticas, corrección o redacción de libros de texto, pero otras veces necesitas entrar en otro ámbito profesional que no es el tuyo para conseguir un sueldo mensual estable y decente. Cuando se tiene, tenemos, que compaginar la traducción literaria con otras actividades es a nuestro pesar, por la escasez de ingresos y la falta de estabilidad laboral, porque no sabes si te va a entrar una traducción este mes o no.

Tarifas estancadas desde hace años y muy variadas, tan bajas que distan mucho de considerarse justas y a veces son irrisorias, es un plus para no poder vivir de la traducción literaria. Y sin posibilidad de negociarlas!, la editorial marca la tarifa y no hay réplica posible. Situación paradójica ya que las exigencias de las editoriales en cuanto al cumplimiento de plazos y dedicación exigen la profesionalización y la exclusividad de traductoras y traductores. Si a esto le sumamos los ridículos porcentajes establecidos de derechos por traducción, el hecho de que rara vez se reciben liquidaciones de las obras traducidas, nuestra condición fiscal llena de lagunas, ser autónomos perpetuos… Echo en falta una solución a todo esto. Creo que queda mucho por hacer.

Respecto a lo que sobra en esta profesión… Creo que sobra la falta de reconocimiento histórico hacia esa persona que sirve de puente de unión entre culturas e idiomas distintos, sobran las prisas editoriales para que el libro salga rápido al mercado, sobra la falta de exigencia de una buena traducción tanto por parte de la editorial como por parte del lector y sobra la precariedad laboral. 

De todas formas, como me puede la vena sentimental y la esperanza de poder continuar en esta profesión, quiero acabar con unas palabras del traductor, entre otros de William Faulkner y Salman Rushdie, y académico Miguel Sáenz: 

«Traducir es, no nos engañemos, una profesión ruinosa. 

Pero si se alterna con otras actividades, es también una de las que hace más feliz la vida».

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