-Traducción de Shaila Correa-

-La biblioteca de Carfax-

Jornadas sobre Arte y Cultura del Escalofrío 2024

   Una de las lecturas más incómodas, turbias, oscuras que nos hemos arrojado a la cara en los últimos años. Todo un desafío continuar con sus páginas, con su dimensión tan quebradiza y espinosa en términos sensoriales, tan severa para el espacio emocional, especialmente si nos ceñimos a la tremenda cuestión tabú del suicidio, el elemento crucial de la trama.

   Este sexto título de la Colección Deméter abre sus entrañas con una nota del autor sobre el suicidio, sobre la necesidad de compartir y comunicar cuanto nos asalta en un estado próximo a semejante decisión, a semejante mirada contra el espejo. Es una nota perfecta, redonda, de una relevancia que ya justifica el libro. Le sucede el prólogo del editor de la versión americana, Max Booth III, que es autor de otro estupendo libro de la Colección Deméter: Tenemos que hacer algo, quien nos recibe con el entusiasmo de quien sabe qué bomba nos entrega en mano. Ahí dentro hay nueve capítulos, dolor, un epílogo muy interesante del mismísimo Todd Keisling y una literatura de altísimo nivel al servicio de la vida. 

   Robby y amigos -hermanos Danny y Jordan completan el triángulo cumbre- pulularán entre plays, stops, recuerdos, remordimientos, imágenes que estallan, mensajes que contienen alambres y una sensación de fragilidad extraordinaria, expresada de un modo muy bello, desde dentro, desde el alma erigida como entidad humana.

   La salud mental atraviesa de principio a fin la historia volcada desde la siempre compleja etapa de la adolescencia, la salud mental que nos revela depresiones, personalidades diversas, luchas, modos de ser y de estar en este mundo, realidades que nos trinchan y retuercen para dejarnos del revés… Con unas raíces instauradas en acontecimientos reales, el conjunto de la obra se manifiesta arrollador, inmisericorde con el lector ni barroco en su estética. 

   La traducción de Shaila Correa nos traslada el arduo ejercicio de dibujar con las palabras una serie de escenas abrumadoras, escenas con o sin presencia explícita del ‘hombre muerto’, una especie de rémora que se pega a nuestra piel y lastra de manera contundente nuestros pasos; el fascinante resultado, con un tono sobrio, seco, nos otorga una frialdad pocas veces detectada en la literatura -menos incluso en la literatura de género-. 

   Sentimos cómo Todd Keisling filtra su voz en determinados momentos, ataviado con el control de sus personajes, para expresar emociones que traspasan el papel y descubren su rostro al otro lado. Destapan estos instantes una suerte de intimismo que en realidad trota por todo el libro: prima la delicadeza sonora, sin estridencias ni sobresaltos, un acompañamiento tenue tan adecuado para la exposición de los conflictos que entrelazan a los jóvenes. 

   Es La cinta Duncan una fruta de sabor disruptivo y atrayente. Una calavera que se hospeda en nuestros escondites sin nombre para rumiar conversaciones que quizás nunca antes hayamos tenido. Un artefacto escrito de modo eficaz que nos propone colocar sobre el tapete el nunca demasiado tratado vínculo entre lo que recibimos -a todos los niveles de estímulo- y se congela, permanece, se clava o se devuelve. Un texto incandescente. 

Ferki López, codirector de Altavoz Cultural

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