-Cicely-

Carla Santángelo Lázaro es una fuente de savia que sustenta desde la fresca hierba artísticocultural espacios destinados a la observación y la relación porosa con el Universo que nos contiene, con el firmamento inmenso que nos envuelve y arrulla. Temporada de peras es un libro hermoso, escrito con una capacidad orgánica fascinante, casi testando la escritura automática, como si las palabras fueran esa masa suave y lenta que va paulatinamente ocupando sus necesidades comunicativas. Es una exhibición de buena poesía entregada a todo tipo de ojos curiosos -que además valoren el tono templado que describe-.
Un bellísimo prólogo de Natalia Romero (“Nuestra época”) más cercano a carta, a misiva que a introducción técnica nos recibe para presentar la voz de Carla, una voz que se despliega libérrima tras una cita previa de María Gómez Lara. Aparecen, brotan los poemas, los cuarenta y cuatro, para hablarnos en coro del jugo dulce de la maduración rebosando la boca y de no perder de vista el horizonte.
El primer poema arranca con “Desde la orilla…” y el libro terminará con “Lejos del rancho…”. Entre uno y otro la mirada “desde”, el viento, el aire libre -sentimos que leemos al aire libre, totalmente abiertos al mundo-, el mar como epicentro a nuestros pies, frutos, -más allá de la aparición de las peras como símbolo crucial a nivel conceptual-; la infancia y los niños y las niñas, la madre y la abuela, la casa como hogar sincero.
Solo un poema integra un texto externo (de Catalina González Restrepo, hacia ya la segunda mitad del libro, sobre oscuridad y algo que nos llama, que alude a la palabra como forma luminosa en el mundo, algo que atraviesa el libro de Carla desde el comienzo). Es precisamente ese binomio luz vs. oscuridad un proceso bastante constante que también introduce a menudo la noche y el cambio de día en el desarrollo de los sucesivos instantes vertidos.
El pino y el monte representan el ampuloso ámbito de una naturaleza como grandísimo entorno no confundido sino complementario respecto de la ciudad, la cual es vista o tratada desde esa breve distancia, cercada para su comentario, su recuerdo o su despedida. Es asimismo la cierta indeterminación geográfica en este sentido la que nos regala algunas coordenadas muy interesantes dentro de su libertad, en un torrente que propone paisajes o momentos de amor muy medidos y sobre todo maneja la cualidad de estar con una misma, en una soledad profunda y sana.
Estamos ante una especie de diario contado a cámara en directo: Carla es imprevisible y no concede facilidad para adivinanzas, sino retahílas de pensamiento y discurso que construyen unos todos sostenidos, cuadros apostados en la pared de papel perfectamente cerrados, identificables de forma independiente y sólida. Una exposición sublime.
Temporada de peras se establece en la colección Flores en el balcón de la editorial Cicely con ternura, con gracia espontánea. Carla se dirige al cosmos con delicadeza redentora, con la conciencia de quien gobierna un lenguaje que es tan rápido boca como sílaba. Su contexto se percibe tan oral, tan desprovisto de artilugios y paliativos que da gusto arrimar el oído a su garganta. Hemos disfrutado de un atardecer poético que nos ha alumbrado, reconfortado y prometido buenas lunas, grandes, brillantes para el corazón.
Ferki López, codirector de Altavoz Cultural