-ediciones en el mar-

Hay libros que solo se entienden por estaciones. Leerte Un cuento de Navidad en verano es casi antinatural. Por eso me alegro de haber leído Hijas de la loba blanca al empezar noviembre. Esta novela es como una caricia helada en la nuca, el hielo del lago que va avanzando lento, tan lento que es imperceptible, hasta solidifcarse por toda su superficie para que las niñas puedan patinar sobre él.

Imagínate tumbada sobre tu sofá con una manta, quizá peluda como el pelaje de la loba blanca, quizá tartán, para situarte en el norte, donde el verano es corto y fresco, y el invierno invade el campo durante meses y meses. Tienes tu té o café caliente y unos dulces que Vera, la protagonista de Hijas de la loba blanca, jamás probará. Porque Vera es la hija mediana del pastor de un pueblo de montaña, y las hijas del pastor deben ser comedidas, delicadas, correctas. No se pueden dar al goce, sea lo que sea lo que las hace disfrutar. Su madre se encierra en una habitación llena de plantas que poco a poco van ganando terreno y asomándose bajo el resquicio de la puerta. Agatha, la hermana mayor, se refugia en el piano y la música. Vera se deja llevar en el bosque junto a los hijos de los campesinos —qué vergüenza, por favor—, y junto a su enamorada Olia riegan los campos a espaldas del resto. Jann, el menor de las tres, vive asfixiado bajo el jugo del padre hasta que Vera lo rescata y lo lleva al bosque. El niño, hasta entonces débil y enfermizo, coge fuerza y se vuelve tan salvaje como sus compañeros.
Hijas de la loba blanca es una oda a la inocencia de la infancia contada desde la voz de una niña de doce años (aunque quizá la voz de la narradora es demasiado madura para que acabemos de creernos que habla una niña). Eso sí, no es la inocencia dulce que habitualmente nos imaginamos al pensar en la niñez. No se trata de idolatrar una bondad infantil que, sinceramente, creo que no existe. En esta novela Dara Lobeira nos hace una pregunta, aunque nunca la formula tal cuál: ¿quién nos ha enseñado a vivir así, tan mansos, tan reprimidos?
¿Por qué todas estas normas, porque la restricción arbitraria, por qué un solo líder que controla lo que los demás hacemos mientras ellos no siguen sus propias normas y asfixian a todos los demás? ¿Por qué nos hemos alejado tanto de la naturaleza que su presencia muchas veces nos parece una invasión cuando es, en realidad, una reconquista?
Las obligaciones adultas impuestas por nuestro modo de vivir que disfrazan de orden natural va robándonos la ilusión de vivir y corrompiendo nuestro espíritu. Pero la naturaleza siempre triunfa, el espíritu rebelde es difícil de matar.
La novela es una constante metáfora. El lenguaje que utiliza Dara es como leer un poema en prosa en el que se contrapone el frío del ambiente, duro pero acogedor y divertido, con el frío de los adultos, hostil.
Hijas de la loba blanca es una novela perfecta para cuando te apetece zambullirte en el frío y avanzar lento, muy lento, hacia el desenlace.
Clementine Lips