-H&O Editores-

   Manuela Buriel nos traslada a una dimensión distópica excepcional: el mundo del mañana sin Yung Beef. Debemos rescatarlo. Traerlo. Exportar lo que fue para que perviva en nuestra memoria e ilustre a nuestros retoños, esos niños perdidos que ya no creen en Peter Pan. O mejor: darles, precisamente, un Peter Pan con autotune. Desde la intimidad del gusto personal se teje este viaje hasta las entrañas del fenómeno sociocultural. 

   Hallamos así una Presentación, que expresa la sincera búsqueda de homenaje para el re-descubrimiento de la figura cultural de Yung Beef como bien merece esta, para perpetuarla en la eternidad, sobre todo por su peso a modo de herencia para las generaciones posteriores, huérfanas de referentes modélicos en términos populares. Después nos empapamos con el chorro de nueve cantares, cada uno dedicado a una tarea exaltativa específica -ahora vamos con ello-, y una Nota final, que explica algunas decisiones en contenido y forma y opera como una carta firmada, lista para cerrar el conjunto con un lazo negro a modo de duelo. En cuanto a esos cantares:

   Cantar a la Imagen – nace desde el templo-concierto de Yung Beef en directo, desde su imprevisible aparición en el escenario, una aparición mística muy dilatada en tiempo en su show, como si fuera una liturgia, un ritual espectacular de naturaleza muy inmersiva desde la descripción del acontecimiento (inolvidable, que se pretende transportar así para los que no estuvieron incluso: inolvidable, como Jesucristo o un meteorito). Reúne fuertes símiles de creencia y devoción en términos religiosos y de culto y funciona también como un prólogo ideal para los tramos sucesivos, ya abrazado el espíritu que nos asiste.

   Cantar a la calle – la exaltación de la calle como espacio personal; la periferia, el barrio, de Granada para el mundo: la universalización de su esencia. Ya aquí se juega con la intertextualidad, con otras voces, siempre desde el futuro hacia el pasado como hallazgo y con especial atención a la conservación de documentos y fósiles. Toda una oda a lo urbano como la otra -y verdadera- piel del ídolo. Yung Beef como resultado de la calle, la calle como madre inconmutable. Además de un primer canto a la clase pobre. 

   Cantar a la piel – el fervor por la estética del cuerpo y su significado (entre la belleza, el arte, la pasión… a partir de los tatuajes principalmente pero no exclusivamente). La piel como lienzo (y como espacio -y ya van tres, parece este un libro sobre espacios: sala de concierto, periferia, piel-cuerpo…-). Uno de los cantares más fogosos, con nuestro narrador entregado al moldeado de la atracción, del objeto de deseo y pecado. Un zoom al traje de carne que tan libertinamente identifica al genio. 

   Cantar sin nombre – la hermandad infranqueable entre la identidad y el nombre, el ser él-nosotros y nosotros-él, casi como si fuera un uso mayestático del plural, colectivo, abarcador, de seguidores y herederos fieles y entregados que se representan comúnmente, en masa… ante la diversidad de formas de denominarLe, esa máscara múltiple, ese nombre compuesto de tantos nombres, ese Yung Beef que es tantos otros pero siempre es ÉL. Uno de los cantares más interesantes para tratar la cuestión de la denominación artístico-popular, un tesoro para explorar el concepto de “alter-ego” sin abandonar un segundo la admiración. 

   Cantar a la alada palabra – dentro de ese juego de veracidad y lo que dijo o no dijo o debió decir o pudo decir encontramos un compendio de aforismos y citas y frases célebres y fragmentos de sus letras que juntos forjan algo así como un manifiesto, unas instrucciones fundamentales o una biblia de su religión y su mensaje, enarbolando la bandera de la pobreza, de los desmayaícos, transmitiendo sus enseñanzas a los corazones devotos -y a los que aún no sabían/saben que lo necesitan-. Un estupendo librillo-resumen de highlights lingüístico-expresivos del gigante de bronce, como si este nos hubiera entregado unas tablas.

   Cantar a La Vendición Papi – el cantar dedicado al sello en su sentido más comunitario y de conjunto, una materialización del cosmos global, cual escuela vampírica, que se propaga desde el Dios hasta las raíces del caudal de fieles. Como un multiplicador de la semilla, esa Vendición flota en el ambiente e impregna atravesando épocas. Somos hijos de. Reside en esta teladearaña una familia. 

   Cantar a los dientes – quizás nuestro cantar predilecto de los paladeados aquí: el cantar dedicado a uno de los rasgos más característicos de Yung Beef, su dentadura, con toda la idolatría que supone desde esta perspectiva. Esa gran escama de su identidad, de su singularidad, entronca con el sentido de honda reverencia -casi arqueológica ahora-. Una maravilla auténtica. Fetichista.

   Cantar a la voz – el más memorable texto con autotune que jamás hayamos leído. Destilado sobre balsa de la voz y expresión del artista, Manuela Buriel se transforma en este corte en Maa>nuelahh>>>BuUriïeLl con muchísimo efecto, psicodelia, con un estilo inclasificable que por encima de todo nos hace pasar un rato divertidísimo. El significado de lo ‘inmersivo’, así como el significado del ‘homenaje’, quedan absolutamente sobrepasados por tamaña exhibición. Acaso nos queda el concepto de ‘experimento’ como mínimo salvavidas. Una proeza digna de aplauso (véase, por favor, la Nota final para abrochar toda la gracia de este juego).

   Cantar hacia arriba – el cantar más depresivo, más terrible, más jodío; ese cantar a modo de legado y despedida, como si fuera el epílogo perfecto de esta travesía fascinante entre la reivindicación y la reconciliación. Ese dejar ir, ese dejar desvanecerse. Hacia arriba, por supuesto, como corresponde al Seco. Un cantar atrofiado de amargor. Famélico de trauma y angustia. Sin embargo celebrativo: ¡Yung Beef vive para siempre!

   Nueve cantares para Yung Beef suscita muchas emociones y muchos posibles análisis. Esa misma ambición es la mayor virtud del texto de Manuela Buriel: es improbable que cause indiferencia, apatía o sopor. Despierta interés, morbo, shock. ¿Es el texto de un fan? ¿Es un texto sobre Yung Beef o “para” Yung Beef? ¿Extiende el mito o contribuye a ampliar la leyenda? Dicen que cuando escriben sobre ti eres más inmortal. 

   Caben también teorías sobre artistas que están lejos de representar la moda actual y homenajes como este que, bañados en una especie de nostalgia, de algún modo devuelven el favor sentimental. Entre la necesidad y el descanso. Tampoco descartamos la “breve guía para conocer de manera entretenida a Yung Beef”, en una vertiente que roza la didáctica. Finalmente pensamos en una gran broma de la pluma autora: esa cámara oculta que, tan bien amparada por la coherencia y muy especialmente por los párrafos más puramente literarios, explota en el complejo sabotaje al lector que buscaba alguna pretensión demasiado elevada.

   Sea como fuere: nos gusta Yung Beef, nos gusta Manuela Buriel, que canta muy bien por escrito, y nos encanta masticar propuestas tan rompedoras. ¿Un libro sobre Yung Beef?, ¿quién no querría tenerlo?   

Altavoz Cultural

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