-Pathosformel-
Entrevista a Myke Babylon

Bienvenido a Altavoz Cultural, querido Miguel. ¿Cómo nace Yongüein’s massacre desde cero? ¿Qué pretendes contarnos con la novela?

Encantado de pasarme por aquí una vez más, sois muy guays y me encanta lo que hacéis. A ver, Yongüein’s Massacre nace de un impulso romántico, de lo que siento hacia la Sierra de Gredos y cómo estoy relacionado con sus bosques, sus pueblos y sus cumbres. Es un viaje de eterno retorno en el que, de alguna forma, ese espacio físico es capaz de conectar con otros tiempos de mi vida. Y, si añadimos el hecho de que cuando volví por tercera vez en veinte años (todas por motivos distintos) a este lugar, estaba inmerso en la lectura de ‘Bighead’, de Edward Lee, que aquí editó Dimensiones Ocultas, pues se juntaron el hambre y las ganas de comer. En cuanto a lo que quiero contar… Bueno, diría que no hay un subtexto latente. Al menos de forma consciente. Se le pueden hacer lecturas y encontrar paralelismo, como que Yongüein es el monstruo de un progreso incesante que se cierne sobre los pueblos y los devora para regurgitar espacios colonizados por habitantes de las grandes ciudades o algo así, pero no. “Yongüein’s Massacre” nace de algo más puro y simple; pasar un buen rato, algo que desafíe los gustos del lector, que lleve las sensaciones del asco y el gusto a un punto medio y se combinen mientras piensa: “¿Por qué ver a un bichejo así follarse un cadáver es tan divertido de leer?”. Y también buscaba pulir y refinar detalles que no me habían gustado del libro de Lee, acercándolo a la cultura española.
¿Podrías por favor contarnos tu interés por todo lo que implica la elección de la Sierra de Gredos como espacio literario?
Soy de Madrid, esto es un hecho, y, como todos o la mayoría de los madrileños, a principios de los 2000’s había una necesidad de escapar de un infierno de ruido y polución a través de los pueblos de las Castillas o Extremadura. En mi caso, mi familia recaló en Mijares, en la provincia de Ávila, en lo que se conoce como Valle del Tiétar. Allí pasé veranos, inviernos, fines de semana, puentes y miles de horas que tuvieron más impacto en mí que el tiempo que pasé en los lugares donde realmente vivía. Por motivos varios (el fundamental fue una crisis económica que reventó a mi familia en muchos sentidos) dejamos de ir y, muchos años después, acabé llegando a la Sierra de Gredos, esta vez a Villanueva de la Vera por motivos laborales. Vi otra cara de Gredos y me enamoré otra vez.
También nos gustaría descubrir tu visión sobre Bighead, de Edward Lee. ¿Cómo valoras la obra y qué conexiones le extiendes respecto de tu texto?
“Bighead” es un novelón. Tiene pasajes que duelen, que te ponen cachondo, que te divierten y repugnan y a veces todo al mismo tiempo. Y, sinceramente, no había sentido un combo así jamás leyendo un texto. No tiene un subtexto que a mí me parezca llamativo o interesante, pero sí tiene una capacidad para revelarte cosas de ti mismo que no sabías que estaban ahí. Va más allá de lo que aprendí en clase de narrativa y demuestra que no todo está inventado. Si ya se han hablado de todas las cosas importantes del mundo, si es verdad que desde Cervantes y Shakespeare la narrativa moderna ya no puede reinventarse, al menos vamos a pasárnoslo pirata. Por eso Edward Lee consiguió crear un texto así de divertido y, bajo mi punto de vista, lograr algo que no se había logrado hasta entonces. No soy un erudito ni un estudioso, me gusta leer y me gusta escribir. Seguramente haya precedentes, ideas y conversaciones que ocurrieron antes, plasmadas en otros textos y que me he perdido, pero mi punto de inflexión personal fue este. Mi intención cuando empecé “Yongüein’s Massacre” era crear algo igual de divertido, un poco más ligero y castizo. No me interesaba copiar la novela tal cual, porque no creo que sea un texto perfecto, no tendría sentido, pero sí que me interesaba darle una vuelta.
¿Qué es lo que más destacarías de cada personaje de Yongüein’s massacre? ¿Cómo ha sido para ti desarrollar el estilo del lenguaje que has plasmado al narrar la obra?
Pues yendo por individualidades, de Jessica destacaría su resiliencia. El valor a pesar de todo lo que le sucede para reponerse, luchar y plantar cara a un diablo hecho carne. De la Abuela creo que me quise acercar al arquetipo de anciana apacible, cotilla y algo sibilina que suele encontrarse en los pueblos, pero con esa capacidad de supervivencia que en otros contextos no existen. En cuanto a los chavales, de El Rulas destacaría que, si no hubiese sido por los sucesos de “Yongüein’s Massacre” habría sido un magnífico participante de Gran Hermano o La Isla de las Tentaciones. De Maicol me quedo con su bondad. No hay malicia en él, es alguien que quiere sin reservas y eso le provoca sufrimiento. Quizá su único momento de reivindicación ocurra demasiado al principio y eso produce que no sea tan importante o querido, pero es uno de los personajes con mejor fondo que he escrito. De Kelvin es importante destacar su aparente normalidad. Es un personaje al que las cosas le han venido dadas y se limita a jugar con las opciones presentes. Trapichea porque son sus amigos y le da un poco igual, pero si su grupo hubiese tenido como afición jugar a rol, habría sido un experto en juegos de mesa. En cuanto a Yongüein destacaría no su brutalidad, su escasa o nula comprensión de la empatía o el sentido de la vida, si no la capacidad de reponerse. Es el mismo motivo por el que destaca Jessica, solo que él lo afronta desde el otro lado de la línea. A Yongüein le da exactamente igual todo, él se repone porque es una fuerza imparable. Un depredador alfa que avanza sin importar las consecuencias. No tiene nada que temer. Y esa es su diferencia con respecto a Jessica. Él observa el mundo desde un punto elevado, mientras que ella, debido a su contexto y a como debe afrontar los sucesos que les relacionan, observa la amenaza desde abajo. Él no tiene miedo y por eso no se detiene, mientras que ella, a pesar del miedo, no puede detenerse. En cuanto a la forma de expresarse de los personajes, escogí esa forma de narrar y expresarse porque sería lo normal en un pueblo de Extremadura. Quizá le metí más acento a Yongüein porque me pareció que al ser alguien que no había contado con una formación escolar en su vida, su acento y sus dejes serían aún más exagerados.
¿Cómo sientes que se relaciona el libro con el panorama literario actual, presente? ¿Consideras que va a ser un título que te vaya a dar alas para próximos trabajos, que vaya a causarte una influencia relevante en ese sentido?
Se relaciona de una forma horrible y estoy casi seguro de que con esta novela me he pegado dos tiros en cada pie. La forma en la que este texto puede ayudarme es si consigue recalar y crear un pequeño público dentro del ya pequeño nicho del terror, lo bizarro y lo extraño. En ese contexto, otras editoriales de género o la misma Pathosformel/Colectivo Juan de Madre Presenta podrían tener interés en que perpetúe estas movidas, jajaja. De cualquier otra forma, no creo que me ayude. Como mucho puede ser algo neutral al ser una editorial muy especializada que no llega al grandísimo público que pilla libros en grandes cadenas de centros comerciales. Pero si el día de mañana quiero publicar en, me lo invento, Minotauro o Planeta, quizá la existencia de este texto sea más un problema que una ayuda. Pero no es ese el motivo por el que escribo. Hago esto por amor al arte, por desahogar movidas que otra gente desahoga con deportes de contacto o haciendo postres. Pathosformel y Colectivo Juan de Madre Presenta me han tratado y me tratan estupendamente. Me da igual si la existencia de este texto me juega malas pasadas. Lo he disfrutado, he conocido gente brutal y confío en que habrá presentaciones chulas que molarán. Eso es lo que importa.
Desde el punto de vista social, ¿qué temas o cuestiones principales resaltarías como elementos a tener en cuenta desde el ámbito de la factura, de la necesaria crítica?
Creo que socialmente hablando es muy blanca. No hay elementos que puedan crear controversia más allá de la obvia violencia, casquería exagerada y elementos sexuales atroces. Imagino que habrá algo que se me ha pasado por alto, algún hecho que pueda malinterpretarse, pero ya digo que al no tener una intención de hablar sobre algo más allá de la ultraviolencia y la diversión, no creo que pueda hacerse una lectura que pudiera resultar ofensiva del texto. Hay un par de menciones a la ideología de Jessica y su relación colateral con el feminismo o algunas ideas modernas que Yongüein asume que sus padres no habrían entendido. Quizá esas muy pequeñas pinceladas puedan sacarse de quicio.
¿Dónde sitúas el afán de leyenda o de monstruo o de ser excepcional respecto de tus personajes? Es decir: ¿dónde ubicas ese Yeti, ese Ser del Mal o ese Peter Pan que te puede pedir tu cuento? ¿Lo consideras un componente importante en tus narraciones ese capitán especial?
Creo que antes que un protagonista carismático lo que les da verdadero empaque e iconicidad a las historias es un antagonista con personalidad, que se robe la pantalla cada vez que sale. El protagonista prefiero construirlo para que cumpla la función de reflejo del lector, que le sirva para empatizar y sentir que le importa lo que le ocurra si luego ese esfuerzo lo puedo emplear en un malo con personalidad, dobleces y carisma. Para mí, construir este tipo de villanos es fundamental, casi que necesario.
En Yongüein’s massacre se describen una serie de escenas atroces, ardientes de violencia. Nos gustaría saber cómo es tu proceso de trabajo de esos instantes álgidos, de todos esos ciclones de distorsión y arañazo. ¿Cómo proyectas tu violencia a través de tu libro?
Es un desafío. Cuando acababa una escena violenta, mi forma de encarar la siguiente era pensar en el próximo escalón. Vale, ya se ha comido la cabeza de un chaval y ha violado su cadáver, ¿cuál es el siguiente límite que quiero romper? Hay dos factores que limitaron o condicionaron el texto. La primera fue mi primera novela, “El Enviado”, que entre crítica y gente que lee parece que sí que se llegó a un consenso de entenderla. Hubo un esfuerzo por unir los puntos y tejer esa intención de lucha contra la condescendencia patriarcal, la indiferencia y el abuso pasivo. Pero la gente menos aficionada, amigos, familiares o lectores ocasionales en general, interpretaron “El Enviado” como una obra machista. Un texto que lo que hacía era grotesco, extraño y cancelable. Y lo era, pero en su superficie. La intención era otra. Por eso me he cohibido en algunas escenas, he intentado que no se pudiera malinterpretar y frustrar el rato divertido que el lector busca cuando se acerca a un texto así. En segundo lugar, esta violencia no me es natural. Es algo que he tenido que perseguir y forzar. Esto que voy a decir no lo he dicho nunca, pero mientras escribía este texto, fomentaba el splatterpunk como género a descubrir y demás, me vi envuelto en una especie de espiral involuntaria en el que mis lecturas, mis relatos, esta novela e, incluso, los tebeos que guionicé durante esos meses, se veían plagados de escenas grotescas y difíciles de digerir. Me cuesta mucho descansar por las noches y Yongüein se encargó personalmente de aparecer en alguna de mis pesadillas. Ni siquiera hacía nada, solo aparecía, me miraba fijamente y sonreía, como en la película ‘Smile’. Era como una especie de aviso, un ‘estoy aquí’ que no me gustó un pelo. En cuanto me alejé un poco de esos contextos, volví a una normalidad, pero es verdad que fue raro. Así que, a pesar de que la ultraviolencia sea natural en este texto, a mí me costó exprimirme el cerebro para llegar hasta ella.
Finalmente, ¿cómo ha sido tu experiencia editorial con Pathosformel?
Genial. Es verdad que yo he trabajado sobre todo con el equipo de Colectivo Juan de Madre Presenta, pero ahora decir eso es decir que has trabajado con uno de los editores de Pathosformel, jajaja. Muy majos todos ellos, han hecho una labor de edición del texto que me ha gustado mucho, el prólogo y el aspecto del libro encajan a la perfección con el contexto encarnado y desquiciado del texto y estamos ahora a ver si cerramos presentaciones, que hay muchas ganas de que vengan a tirarme huevos.