-Edición, introducción y notas de Fran Garcerá-

-Torremozas-

   Leer a Carmen Conde siempre es un viaje. Un viaje introspectivo, un viaje vital, un viaje social, un viaje universal. Un viaje colosal. Esta preciosa edición a cargo del siempre espléndido, nuestro querido Fran Garcerá resulta más que un tesoro hallado a rebosar de belleza, emoción y dicha, si bien debemos confesar que paseamos por sus páginas con el mismo asombro de quien abre un cofre reluciente y su mirada devuelve el brillo incomparable de la riqueza más sincera. Leemos con el cuidado, con la delicadeza del hallazgo incalculable entre las manos, deslizando el papel con máxima sutileza, con el mimo de manos tocando flores. 

   Pero hemos acudido advertidos: conocemos la obra de Carmen y sabíamos del contenido de este libro hermoso, tan feroz, desgarrador, absolutamente demoledor. Sabíamos que la emoción, sin renunciar ni un ápice a su fascinación plástica, nos iba a dirigir por caminos espesos, crudos, avinagrados, carentes de piedad o compasión, colmados por la verdad de una pluma fotográfica-periodística que siempre ha destacado por una enorme virtud más allá de todas las que alberga su catálogo: una poderosa sensibilidad observadora.

   Así, acompañamos el periplo de nuestra poeta por Centroamérica en el año 1963 expectantes por desentrañar la realidad de una parte del mundo que nos es tan ajena, especialmente por cómo nos la cuentan y exponen los medios. Asimismo emprendemos un viaje al pasado, a una época sumamente distinta por su contexto, un contexto que impregna inevitablemente nuestro acercamiento lector para lograr comprender de manera más fehaciente las palabras de nuestra guía. Sentimos como si entonces se palpara una aún mayor distancia entre aquellas tierras y estas.

   Todos estos ingredientes de partida se recogen magistralmente en el punto introductorio elaborado por Fran Garcerá: «Nicaragua y su Garra» o Carmen Conde desde el jaguar nos da la bienvenida a esta impresionante experiencia antes de empujarnos suave hacia los versos que gobernarán barco y corazón durante las siguientes horas.

   Son, concretamente, veintisiete poemas los que constituyen el conjunto pleno de esta singladura, troceada en cuatro etapas, momentos o barras de un ábaco, a saber: Nicaragua y su Garra, Escala en Puerto Rico, En el mar de la vuelta y Desde la vieja tierra firme. Veintisiete composiciones que engloban dos a modo de prólogo bimembre y un poema final incluido en el Anexo. 

   A continuación procedemos a desgranar con máxima admiración el placer que ha sido la lectura de esta magnánima obra, deteniéndonos en sus sucesivos enclaves para ofrecer cierta exhaustividad documental a la puesta en común de nuestra interpretación. Gracias por todo, Fran.

«Nicaragua y su Garra» o Carmen Conde desde el jaguar, por Fran Garcerá

   De la mano de la incombustible labor del Patronato Carmen Conde-Antonio Oliver, Fran Garcerá se funde con el texto portando cálidas manos de recuperación, actualización y embellecimiento de una obra espectacular. Pone a disposición de la presente edición, como pone a disposición del privilegiado lector, su talento, su nobleza y su cariño a las palabras de Carmen. Torremozas alberga una lumbre incesante en la que zambullirse. 

   El propio concepto de viaje y su significado como motor de vida para Carmen Conde nos dan la bienvenida para proceder a hablarnos del más importante de todos los que llevó a cabo la poeta: surgido de la conexión a caballo entre amistad y poesía con Francisca Sánchez y Rubén Darío, relación que cultivó múltiples ejercicios de custodia, administración e iluminación de su memoria literaria, en una época en la que la pareja Conde-Oliver andaba colmada de responsabilidades culturales, tierra propicia para el parto de Jaguar puro inmarchito.

   La documentación de la aventura emprendida por el matrimonio queda apoyada en la prensa escrita y los medios de difusión locales y nacionales, también a través de la correspondencia que dirige nuestra autora a Amanda Junquera, por supuesto mediante diferentes anotaciones a modo de diario colosal que Carmen reparte aquí y allá, rápidamente contaminadas -alegre, imperialmente- por el ecosistema que se le presenta y engulle. 

   Vamos, así, siguiendo un rastro -el que nos concede Garcerá desde su trabajo de proyección-, leyendo unas coordenadas internacionales que nos abducen desde un mundo narrado con permanente jolgorio, muchísima fuerza y una honestidad atronadora. Dato a dato, noticia a noticia, revelación a revelación, seguimos este diario de viaje como si pudiéramos visualizar una pantalla que exhibe cada acontecimiento, cada acto, cada nuevo motivo para escribir. Fran nos confiere las claves para entender la magnitud, la relevancia y la influencia de esta obra paso a paso durante su misma confección -directa e indirecta-.

   Resulta tan grato ver cómo la vida trasciende en su discurrir la poesía: Jaguar puro inmarchito es un hallazgo histórico que retrata un fragmento de la existencia centroamericana en ojos y manos de quien con máximo respeto y esfuerzo la transmitió, en un celebérrimo ejemplo de generosidad. Carmen Conde crea un testimonio único y arrollador, capaz de instar, involucrar y sostener la mirada a todas las almas curiosas, guerreras y dispuestas. 

   Esta magnífica introducción incluye la bibliografía empleada y los criterios para esta edición, así como el deseo por escrito de su editor de compartir el mismo ánimo embriagador al descubrir una obra condiana estratosférica. Acatemos y aplaudamos.

Jaguar puro inmarchito

PRÓLOGO

   Conformado por el binomio de poemas “Muchos hombres duelen…” y “Si dijera lo que siente…”, esta fase preliminar al comienzo del viaje de la pareja por tierras centroamericanas destila intenciones, vientos de cambio ejemplarizantes, amparados en la sana práctica de emplear menos palabras y más trabajo por el prójimo, recurrir a menos hablar y más actuar, un facta, non verba en toda regla que proclama nuestra poeta antes de partir rumbo a un lugar en el que sabe que toda ayuda humanitaria es poca.

   Es por ello por lo que la poeta se carga de amor y ganas de mostrar, compartir y arrimar el hombro, contribuyendo, como así hará, al retrato más fidedigno de un mundo terriblemente golpeado, desangrado de atención y propuestas básicas. Ambos textos, como por otra parte sucede con cierta frecuencia en la poesía de Carmen, establecen una especie de continuación espontánea, de condensación al término del segundo, que recoge lo sembrado en los dos espacios escritos para ejercer un tremendo efecto de sacudida. 

   Con la brújula cargada de buena fe y luz, vislumbramos el horizonte inmediato seguros de afrontar un mosaico de dolor y consuelo, convencidos de que la lectura de estos poemas que emergerán delante de nuestra nave nos tocará y cambiará para siempre, en una catarsis inolvidable. Vamos, querida. 

NICARAGUA Y SU GARRA

   Nos embarcamos en la travesía con coraje y avidez; apenas iniciamos nuestra marcha y ya apreciamos cómo Carmen se mimetiza con el entorno, haciendo gala de un léxico salvaje, rotundo, repleto de ojos que miran, escrutan, denuncian. Este primer corte se presenta compuesto por cinco poemas, agarrados al cuerpo de Managua, un cuerpo que se abre entre agua y frutos.

   El poema inicial es el más frondoso, desarrollado en el doble de versos que cualquiera de los otros, como asentamiento de paisaje y alma. La actitud combativa prevista en el prólogo de esta postal se inserta de manera tenue, tan hábil, en los cimientos del contexto ahora convertido en presente, como si aguardara, a la par que sus instantáneas de protagonistas animales, vegetales, vivos, el momento de explotar: “[…] estos volcanes plácidamente en amenaza”.

   Ese tono contenidamente dulce, muy especialmente respaldado por los pasajes que denotan un detalladísimo proceso de visión e impregnación, ensimismada la poeta con el salvaje exotismo de extraordinaria belleza, repercute en la alimentación in situ de un imaginario que le otorga al “jaguar puro inmarchito” -plasmado literalmente en el tercer peldaño de esta saga de cinco- el foco central, protagónico en simbolismo y representación.

   La doble dedicación de la voz diaria (el bloque se compone de un primer poema fechado el 3 [de febrero] y a este le suceden dos reiteraciones temporales: sendos poemas segundo y tercero se recogen el día 4 y los dos últimos recaen iguales sobre el día 17) aviva el enérgico sentido de cascada que gotea y traspasa la roca -el pecho- para ahondar en un mensaje brutal y descarnado. 

   La figura del Indio copa los últimas y decisivas imágenes de un clamor de auxilio que inunda la escalada de versos después de, suponemos, haber arañado un poso de maduración -de rumia- tras un par de semanas desde el desembarco. Carmen libera todo su esplendor humano en un canto agónico que despide estas primeras páginas del viaje con la paz borrosa. 

ESCALA EN PUERTO RICO

   La transición primaveral de febrero a marzo (de 24 a 24) se materializa en Puerto Rico y se poetiza en sendos textos engarzados por su forma encabezadora: “Al llegar…” y “Al pisar…”. Ambos poemas confluyen en el terreno del retorno, del reencuentro y la ausencia -aquí sentimos el sinónimo de ‘distancia’ al mismo nivel de acierto- por el espacio de la vida: se retoma lo amistoso mientras se aprecia el cambio de paisaje; sin embargo todo sigue ahí, intocable en una adolescencia intocable. El primero es abrigo de llegada y el segundo es fuego de partida: asistimos a un puente emocional entre la calma que reconoce y la pasión -con exclamación, en fin, explosión mucho más expresiva, gráfica- de la marcha embriagada de fuerza, orgullo y huella.

   Resulta sublime cómo la autora interconecta pasado y futuro (regreso) a través del presente, con solo nombrarlo y desarrollar sus claves de reconocimiento. Este corchete puertorriqueño aúna una suerte de magia atemporal que trasciende las barreras de la nostalgia o el anhelo para abrazar raíces y conversiones sentimentales parciales [dejamos de ser quienes éramos para ser lo mismo pero más, pero nuevo, pero diferente], al contemplar nuestro origen desde lo que antaño era destino y ahora es puerto de paso pero hogar en cierta medida. Concluimos la estancia avalando la unión universal, la hermandad de sangre y agua vertida en un precioso cierre.

EN EL MAR DE LA VUELTA

   Veníamos del mar y despertamos en el mar: este bloque compuesto por ocho poemas nos surca el Atlántico hacia el Cantábrico con cuartel general en el transporte denominado “Covadonga” y desata una lírica reminiscente pletórica de halago y sentimiento de pertenencia, de nueva patria asumida. Es el primero de tales poemas el que conserva el cordón umbilical nicaragüense y el más contundente de la serie al respecto.

   Es curioso cómo nuestra poeta explicita el “volviendo de Centroamérica” en el segundo texto, un segundo pedazo de mar en el que nos confiesa su diminutez ante tamaña inmensidad. Un poema hermoso que sirve de último vagón de pausa y sosiego aún jubiloso antes del estallido. Nos referimos por supuesto al impacto, tan hondo, que conduce toda esta travesía: el sufrimiento humano, de aquellos hombres que desvelan las tierras centroamericanas, a quienes Carmen entrega sus ojos más piadosos y reivindicativos, pues “¡Hay que salvar la carne condenada a la muerte, para ganar la vida!”.

   Semejante impacto expresado confluye con pasmosa naturalidad en el carisma del paisaje, la otra cara de la moneda, diana de entrega y fervor por parte de nuestra agradecida poeta, completamente fusionada con el agua que la lleva: “te soy más tú que nunca lo fuera otra criatura”. Entre ambos mundos, ya comentados antes como los dos grandes polos discursivos de Jaguar puro inmarchito, se cultiva tangencial una voz lúcida destinada al espacio poético más marino de toda la obra, que alcanza el final del mes de marzo y abarca su fundición con el Mar Cantábrico.

   Se nos derrumba encima la llegada, no sin previamente remarcar una vez más el fuego humano de aquellas tierras que tanto gritaban en las noches, con una emoción encogida de estómago por amerizar y sin embargo seguir esparcida, consciente del tiempo concluido. Saltaremos hacia mediados de abril con una deriva aún flotante en los ojos y en el corazón acuoso. Es difícil elegir un tramo predilecto de este regalo escrito por Carmen Conde, pero haciendo un gran esfuerzo podríamos subrayar esta cadena de poemas como nuestra pequeña debilidad personal. Todavía restan unas poderosas “conclusiones”.

DESDE LA VIEJA TIERRA FIRME

   Continúa el jaguar -ese animal tan idílicamente escogido para la representación del carácter centroamericano- avanzando imperturbable por nuestros párpados y nuestra frente: amanecemos en Navacerrada el 13 de abril, con una horda de nueve poemas por delante y la gran incertidumbre acerca de cómo solidificará el raspado reciente pretérito sobre los huesos y labios de nuestra poeta. 

   El fuego capitaliza las diversas acciones que retratan la nueva vieja rutina de nuestra Carmen: trae los ecos, las memorias, las siluetas puntiagudas; restituye algunas comodidades; incita al combate del agua inmensa que apacigüe tanta desazón; expone el secuestro de una persona que jamás regresó de ciertos lugares: “Ahora vivo otro mundo, ahora ardo otro fuego”; cimenta una forma de vivir absolutamente rompedora, en la que aúllan y reverberan otras aguas urbanas contagiadas de ruidos humanos.

   Podemos apreciar cuatro tiempos poéticos, con todo lo que ello implica en el conjunto de esta parte postrera de nuestra expedición lectora: mediados de abril -cuando más próximo repiquetea el impacto anímico albergado-, finales de abril, mediados de mayo y el salto largo hacia el poema liberado de octubre.

   El fuego y el agua se despliegan imparables por cada resquicio poético, armando auténticos, apasionantes homenajes al aún indescifrable asombro, al shock de tan marcado tiempo en las sienes de quien ahora no sabe mirar como antes de. Carmen es otra Conde, es su propia nueva versión hiperconsciente de aquella realidad tan lejana pero tan metida en su piel, como si se comunicara con ella como lo haría con una gemela. 

   Así brotan innumerables islas -forma preferida de la autora para identificar el cuerpo centroamericano, sin omitir volcanes o el Sol como otras ricas opciones-, cuya distancia mide también el tiempo vital: buceando en los recuerdos americanos sobresale la mismísima sensación de la juventud fuera de los márgenes, la adolescencia ya inalcanzable, como si este viaje vivido hubiera terminado por abrochar la edad adulta, dejando afuera todas las demás etapas.

   Mayo trae consigo una parada en Madrid (cf. Navacerrada) para abordar una fascinante etapa de hambre insaciable por nuevos mañanas, nuevos destinos, nuevas riquezas para el alma. Añorar se reinventa en desear, extrañar se reproduce como un imperioso cúmulo de querer y querer más. Es en este periodo mayense -de tres poemas- en el que más conscientes somos del retorno a tierra pura y dura -pisamos para comprobar-, arrojando al fin el mismo contraste vs. agua/mar/océano/en consecuencia Centroamérica que se expresaba entre líneas antes de inaugurar el viaje rumbo a Nicaragua [revisítese el prólogo para rescatar y recrear tal sensación]. 

   Cinco meses exactos después de silencio posamos nuestras manos sobre el 14 de octubre en Castilla para tocar un poema particularmente oscuro, que conecta la noche con la lucidez de la memoria gracias muy especialmente al olor como sistema de comunicación en plena sombra negra, con Managua como gran nombre sobresaliente -como gigantesco punto de luz expresiva, referencial-. El último beso lanzado en estas páginas a aquella amada tierra -denominada Paraíso recurrentemente, solicitada para su protección por Dios-, que se percibe más oscura que nunca, tan infinitamente alejada -tan interiorizada-. 

Anexo

   El obsequio final se traduce en el único poema de esta sección definitiva, retrotraído para la causa con suma coherencia: “Los tísicos se mueren…” pertenece al epistolaria de nuestra poeta dirigido a Amanda Junquera, texto de muy reciente aparición inédita -en 2021- en el que Carmen carga contra la pasividad social y la venenosa, estéril y censurable praxis de la prensa en torno a la muerte que castiga suelo nicaragüense (y centroamericano). Datado el 18 de febrero de 1963, ubicaríamos esta composición desgarradora y furiosa entre el cierre de la serie dedicada a Managua -que nos abandona el día 17- y el parón en tierras puertorriqueñas -que abre su paréntesis el 24-. La cruenta crueldad tan cruda retiembla tantas páginas después para grabarnos, infinita, la desesperación de lo marchito sobre el ardoroso fuego de la indiferencia -verdadero fuego supremo de todos-. Brusco cambio de mueca para clausurar. 

   Jaguar puro inmarchito se aloja, efectivamente, en nuestro corazón: sus imágenes, la poesía de nuestra admirada Carmen Conde galopando crujiente, el extraordinario viaje que supone este libro en tantos sentidos… Somos muy afortunados de compartir lengua con semejante titana de la Literatura, y nos sentimos profundamente dichosos por coexistir en el mismo espacio vital que el fantástico Fran Garcerá, cuya tarea investigadora y cinceladora nos colma de felicidad a cada novedad que nos ofrece. Eres inefable, amigo. Muchísimas gracias a Marta y su Torremozas por confiarnos esta humilde aportación a la visibilización de lo que amamos.  

Altavoz Cultural

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