
Querido José:
16 de noviembre con plomo ácido sobre las rodillas de un mueble cualquiera. Recuerdo todavía la textura del impulso que se conoce cuando la ceja tiembla en un hombro dislocado y veo más de una lengua partida en varios idiomas. A veces la turquesa también sufre. A veces temblamos, como cuando miramos a través de un rifle y encontramos claveles salvajes con ganas de elección.
16 de noviembre con mayúsculas vivas y sabor a mar salado en ojos con un estampado de color. Y así, sin quererlo, todo pasa, en una cruz de 7 puntas afiladas de un Evangelio que conoce algún que otro pecado capital más.
No hay pena mayor que condenar al hombre al silencio, Sousa.
No hay mayor pena que condenar la madera con astillas perfiladas.
No hay mayor pena que la de contar calles sin tu apellido.
No hay pena, mayor.
Hay días con marcos de madera dilatada en la que hay espacio para dos lenguas que no pueden ser otra cosa que maternas, meciéndonos todos en ella, como quien abre las manos por primera vez queriendo tocar un mechón dorado y soleado.
Hay huellas con relieve y otras con acento portugués.
Gracias por combatir la pena de la mejor manera posible.
Atentamente:
Tus fieles evangelistas -según cualquiera-.
