Premio Internacional de Literatura Joven Lord Byron 2020

-Sial Pigmalión-

     La picaresca del siglo XXI, la huella decadente de los Dos Mil, la cruda realidad de quienes no han tenido sino adversidades en su camino. Sex busca es mucho más que una novela erótico-humorística, pero también más que un “retrato social de una genración”.

     Por encima de todo, Sex busca es entretenimiento: nuestra generación está empeñada en trascender, en paliar la preocupación con discursos significativos. Vivimos en el zasca, en la reivindicación, en la etiqueta, en el mensaje subliminal. Nos olvidamos de que la Literatura, como el Arte, debe tener su cara lúdica, su rostro ocioso, su atractivo estético y su efecto antiestrés. Paradójicamente, esta obra permite una mirada compensada entre dicha esencia contra la tortuosa rutina y la crítica más viva hacia aquellas circunstancias que la han sembrado. Es imagen del veneno y antídoto. El segundo corresponde al viaje en sí, al estupendo proceso que resulta ser su lectura.

     Sex busca es presentada por David Felipe Arranz en un prólogo muy personal, en el cual ya se advierte de la pegajosa dupla autor/narrador-personaje de Armando, tan indivisible en numerosos momentos de la historia. A este prólogo le suceden cinco citas introductorias (Yan Lianke, Lope de Vega, Cantar de los Cantares, José Luis Sampedro y José Bergamín) que reúnen el sentido y la superficie de la novela: vida y literatura como siameses que se dan de comer constantemente; erotismo y sátira como envoltorios más jugosos. El espléndido epílogo de Alberto Rodríguez de Ramos cerrará detrás la balada con un broche original y estilizado, inherentemente anclado a la personalidad del texto y de su autor.

     Sex busca pivota sobre dos almas: Armando y su casera Juana. Antagonista vitales naturales: en edad, en sentido de la existencia, en creencias, en ambiciones y tics generacionales. Juana es el mayor tesoro de la narración en términos de diseño y desarrollo. Armando es la cara b de un Alberto Guerra camaleónico, extraordinario en su papel teatral y magnífico devoto de la ficción más verosímil que hayamos probado.

     Cinco puntos previos al desfile de candidatos sitúan en espíritu, contexto, personajes clave y propuesta metaliteraria la obra, de coordenadas asimétricas y móviles: Mujeres que bailan con lobos. Sobrevivir. El Origen. La Casera. Los Candidatos.

     Iván, Ramón, Paco, Alfredo y Jesús, tan dispares, tan pintorescos, tan divertidos, cruzarán el umbral del análisis más moralino y serán escrutados por los pétreos ojos de una casera dispuesta a conocer hasta la última pelusa. El método para poder lograrlo -bañado en misterio hasta los penúltimos pasos- es brillante, por potencialmente creíble en esta época pandémica y por juguetón, como no podía ser de otra manera. 

     El casting ofrece escenas espectaculares, con las que podemos empatizar en mayor o menor medida respecto de los hechos, pero desde luego siempre con el aura de torpeza, asombro, parodia e incredulidad -¿esto me está pasando a mí?- que en algún caso nos ha invadido en plenos menesteres sexuales. El erotismo es afilado por Guerra con cuchillo y sable: la rudeza consentida de ciertas imágenes casa a la perfección con la óptica distópica de los episodios. Nada queda fuera del tablero, ni siquiera para los más mojigatos. 

     El elenco es nutrido y muy adaptable a la gran pantalla. A ellos -los cinco hombres mencionados como amigos de Armando- se sumarán mujeres tanto o más protagonistas, por vía directa o indirecta. Ellas están excelentes: son naturales, sarcásticas, inteligentes y fuertes. Son, de hecho, la cima de la montaña a escalar por ellos. Dejaremos aparte a Pilar, la tremenda estrella del último capítulo presentado como archivo adjunto y una de las grandiosas figuras de toda la novela.

     Sentimos debilidad por Tatiana, por Iván y por Pilar, pero debemos situar un peldaño por encima al propio Armando, ese “secundario” de lujo, esa sombra al estilo Hitchcock, esa silueta desenfocada en todas y cada una de las fotografías que alimentan la carpeta más explosiva que haya conocido la novela reciente. Qué bien funciona el relato dentro del relato con esos sobres y esas narraciones interiores que todo lo llenan de fluidos, risas y adrenalina. 

     El primer impacto -la alfombra roja- acude a nuestra retina con la llegada de unas calles madrileñas que nos envuelven y hacen revivir tantas y tantas experiencias. Sin caer en el exceso de pretender compararnos lo más mínimo con los actores y las actrices de esta tragicomedia, podemos respirar rincones y eventos muy familiares, que impregnan nuestro recuerdo y, por supuesto, nuestra ansia por redescubrirnos ahí fuera, cuando por fin -hoy os escribimos aún restringidos- sea todo un poco más como antes.

     Desde ese marco madrileño sufrimos una inmersión espacial tan atípica como fabulosa: la localización de la acción básica -Armando y Juana revisando uno a uno los informes sobre los candidatos a compartir vivienda con el primero, propiedad de la segunda- se limita a una estancia que se siente diminuta. Dentro de ella se esconde el universo, que brilla poderoso con cada página incluida en esos documentos, que vuelca una posibilidad casi infinita a tenor de las y los protagonistas de las diferentes historias / los antecedentes.

     Hablábamos antes del realismo ordinario de las situaciones puramente sexuales: justamente estamos ante un catálogo muy heterogéneo -allá cada quien con sus gustos-, pero la honestidad es la que manda, pues no se intuye nada forzado, nada añadido en la fase de postproducción. Se trata de un juego de diarios contados en tercera persona y dispuestos como piezas de un mismo puzle atravesado por dos emociones fundamentales: la belleza de lo absurdo y la fuerza del individualismo frente al colectivo. Los perfiles de los personajes son diversos porque el amor, el sexo y las prácticas íntimas así lo son. De hecho, sospechamos hasta qué punto la propia selección de candidatos -en su versión previa a la novela, esto es, desde el puro autobiografismo del autor- no ha sido una concienzuda elección en torno a dicha diversidad, a esa variedad que da tanto campo a los enredos y circunstancias más insólitas a golpe de escarceo.

     La forma de aterrizar de la obra tras la tormenta de fuego es deliciosa: el ritmo baja como si descendiéramos del mismísimo clímax para susurrarnos que regresamos al habitáculo y al diálogo que conduce esos paisajes de fantasía. Es suave. Posteriormente, como gran sorpresa final, volvemos a ascender frenéticos para husmear en la primera y única ocasión en la que Armando será primera espada. 

     Los títulos de los diferentes episodios/documentos responden a ese ramalazo de creatividad adecuadamente explotada que alterna genialidades prestidigitadoras con reflexiones grises y rotundas. Otra destacable virtud de la prosa de Guerra es que no trata a sus lectores como paletos sin sentido del humor ni carentes de una migaja de sentido crítico. Está simplemente perfecto en este equilibrio.

     Si avanzamos en esa línea podremos concluir que el público objetivo de Sex busca es el viejoven: esos niños maduros, esos mayores traviesos, esos nostálgicos resignados, esos novatos hormonados. Todos caben, siempre con preservativo. La magia es abrir el corazón a una época negra con los labios pintados de rojo.

     Y como Alberto Guerra Obispo es y siempre será el ‘poeta de Madrid’, aquí le dejamos unos versos de despedida:

Sex busca debes leer, joven y no joven también,

hallarás placeres literarios, lujuria como rehén 

de este secuestro erótico programado,

de este caótico y ruidoso baile de cuerpos 

en sartén, en fuego, en andén,

a todo tren y sin freno,

como la vida que nos dieron,

doblegala Guerra en papel,

recordándonos quiénes somos:

orgullosos, arruinados o ajenos,

amemos, coño, amemos y que nos amen.

Amén.

Altavoz Cultural

CUATRO PREGUNTAS AL AUTOR

¿Cuál fue el primer estímulo que te llevó a crear Sex busca? ¿Cómo se gesta su participación en el Premio Internacional de Literatura Joven Lord Byron 2020?

La verdad es que fue de forma accidental. Comencé a escribir relatos cortos sobre experiencias eróticas que habían experimentado amigos y conocidos. La idea inicial no era hacer una novela, más bien un recordatorio literario de todas estas anécdotas para que no se me olvidaran. Debido a la situación excepcional del confinamiento decidí hacer un libro de relatos con ellas. Sin embargo, tras el bombardeo de noticias por parte de los medios sobre el Coronavirus, decidí compilar las historias sobre un eje argumentativo que girara en una hipotética sociedad postcovid, gracias a una vacuna universal que nos habían implantado. 

El editor de mi primer libro, Basilio, es extremeño y me llamó un día porque había visto en internet que estaba de retiro literario en mi pueblo, Montánchez. Quedamos para tomar algo y me preguntó por mis proyectos literarios. Le hablé sobre la novela y le gustó. Le pasé el comienzo incluso. Me animó a presentarla al premio Lord Byron, un certamen de literatura joven (para escritores menores de 35 años) que publicaba su editorial Sial Pigmalión.  

En Altavoz te conocemos mucho más como poeta que como novelista. ¿Cómo ha sido ese salto? ¿Qué has desechado de tu estilo poético y qué has mantenido conscientemente para lograr ser tú mismo y a la vez poder elaborar una prosa de calidad?

Escribir prosa y poesía es muy diferente. De hecho, creo que es un handicap si un buen poeta intenta escribir prosa o un buen novelista se pasa a la poesía. Pienso que yo puedo permitirme el lujo de ser polivalente porque nunca seré un genio en ninguno de los dos bandos. Y aun así, cuando escribo prosa soy una persona completamente diferente a mi yo poético. 

También te conocemos por tu amor a la representación artística del sexo y el erotismo. ¿Cómo fue tu primera vez literaria tratando dicha temática? ¿Qué les dirías a quienes se acerquen a Sex busca esperando una novela eminentemente erótico-festiva?

Había tratado muchas veces el tema del erotismo en la poesía, aunque de forma diferente. Como poeta he buscado o un erotismo sensual o un erotismo jocoso buscando la risa y el juego de palabras. La prosa es completamente diferente. Sobre todo en esta novela. Mi idea no era excitar, sino hacer gracia. Quería poner en evidencia las fantasías postadolescentes de un grupo de veinteañeros narradas desde su punto de vista. Es posible que algún lector se excite con el libro, pero lo que es inevitable es reírte de las desventuras de estos personajes que no dan pie con bola. Igual que Cervantes hizo con su Quijote, que realmente es una antinovela de caballerías, porque lo que hace es parodiarlas, mi libro es, más bien, una antinovela erótica.  

¿Qué primeras impresiones te han llegado sobre la obra y qué crees que significa su publicación para tu carrera literaria con vistas al futuro?

La verdad es que la novela ha tenido una acogida bastante buena por parte del público. Son varias las personas que se han puesto en contacto conmigo por redes sociales para darme sus impresiones. Incluso una lectora me ha escrito para agradecerme que gracias al libro se percató de que su hijo tenía síndrome de Asperger. Tenía miedo de que la gente no entendiera bien el trasfondo del libro, la crítica paródica a esa juventud perdida que echa su vida a la basura en pro de la lujuria y el vicio. Pero la gente (o al menos la mayoría) ha entendido bien la comedia, la sátira, el punto de vista adolescente que he querido darle a la novela para que se convierta en una crónica de la juventud millenial intentando ponerme en la piel de sus alocados protagonistas. 

En cuanto a mi carrera literaria, no puedo decir más que está mejor que nunca porque, por primera vez, puedo aunar prosa y poesía y, al igual que este año 2021 me han publicado novela y poemario, el 2022 tiene muy buena pinta y ya estoy enfrascado en varios proyectos. Aunque he de decir que, ahora mismo, me siento más escritor que poeta. Y la mayoría de mis proyectos han dejado el verso de lado.

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