-Premio Joaquín Gallegos Lara 2022-
-InLimbo-
VI Jornadas sobre Arte y Cultura del Escalofrío
Altavoz Cultural – Noviembre 2023

Hay muchas formas de consagrarse como maestro del género ominoso, como primera fila del escalofrío en su expresión literaria. Jorge Vargas Chavarría tiene la suya propia, sumamente especial, extremadamente complicada de comparar con ninguna otra -incluso para quien por defecto profesional lo intenta, siempre buscando equiparaciones positivas que respalden nuevos descubrimientos-. El autor de Guayaquil -capital hispanohablante del horror y la chunguez- no se arredra ante el reto de plasmar una huella tamaño estelar en las sienes de quienes, como creyentes de una novedosa fe o de un atractivo culto, se dirigen rectos hacia su ración de demostración.
Una boca sin dientes es un terremoto sin paliativos. Su dosificada contundencia, su capacidad camaleónica y su fuerza narrativa en términos de elección de puntos explotables, perfiles personajísticos y modos de desarrollar y zanjar los nudos argumentales confeccionan un pastel picante teñido de rico chocolate. Qué asco, ¿verdad? ¿Lo probarías? Claro que sí.
Doce relatos filtrados en cuatro microcosmos comprenden el menú del chef de alta cocina JVC. Viajamos entre sus secuencias pudiendo disfrutar de la unicidad, de las interrelaciones locales y también del alimento específico que cada pedazo le entrega al conjunto. Especialmente conoceremos el contraste entre hogar y desplazamiento, entre origen y destino, entre trauma incorregible y desagradable, letal sorpresa sobrevenida.
Advertimos ya a su público que recibirá imágenes imborrables -por más que rasques con disolvente y frotes con el alma llorando-, dignas de premio a causante de shocks, así como emociones tan orgánicas como la desolación, la redención o la carcajada ácida. Advertimos otra cosa: no hay finales felices ahí dentro, pues carecen de compatibilidad con tamaña exhibición de deshumanización. Cierren la boca y abran mucho los ojos, hasta desorbitarlos.
- Lugar de origen
Una boca sin dientes
La magnánima entrada al terrolario de Jorge Vargas Chavarría. La virtud del primer gran relato para abrir una antología queda cubierta con tantas creces que asusta. Visitamos la herida irreversible, ese pozo crecido en nuestro pecho que nos recuerda cuánto duele e impide la vida presente a cada rato que habitamos las sombras de la soledad y su silencio.
Contiene algunas de las imágenes más penetrantes de toda la obra, auténtico material para fomentar pesadillas, pensamientos intrusivos espeluznantes y demás convivencias post-lectura no deseadas. Uno de los valores que mejor asiste a ese grado de impacto tiene que ver con una cualidad que también podemos identificar a lo largo de esta primera etapa: la inocencia o, al menos, la vulnerabilidad. JVC presenta personajes de papel tan aparentemente fáciles de rasgar que rápidamente logra empatizar con nuestros instintos más cuidadores y piadosos.
Debemos señalar a este respecto que a ello contribuye notablemente el hecho de que los acontecimientos deplorables sucedan en la infancia: el campo más fértil para la devastación del ser humano. Ese niño eterno se levantará en el epicentro de la suma de todos estos cuentos y alrededor de él girarán el resto de personajes insignes, tal es su magnitud, su condición de alma universal.
Como descubriremos poco a poco, el bueno de Jorge VC disfruta con el despliegue de la casa como elemento crucial en la narrativa de los diversos terrores que acechan a los protagonistas, tanto en su nido como exteriormente a ella, siempre tomándola como referencia, origen u objetivo. La caridad, el cariño, el mimo, la terca negación del mal… irán de excursión hasta el fondo de la alcoba más anciana.
El estilo found footage resulta fabuloso para trabajar el contacto a bocajarro que porta nuestro chico con los ojos del lector, que se descubre capaz de percibir olores, texturas y otras sensaciones afines, todas en la misma gama de repugnancia. Transitamos los oscuros rincones de una vida mancillada forzosamente maquillada, falsa -tanto como para hacer de la marginalidad un motor de superpoder-.
Una boca sin dientes es uno de esos cuentos que trascenderá tiempo, tradición y momento editorial para conservarse fresco en el palacio de hielo de nuestras fobias y nuestros escondites mentales necesariamente sellados, ojalá herméticos. Primeros vítores a su descomunal autor.
El silencio de Dios
El segundo escalón de este show infanto-macabro no concede un milímetro a la relajación ni la desidia. El relato integra la única cita encabezadora de todos los cuentos, autoría de Roy Sigüenza. Se nos presenta un dúo protagónico madre-hijo absolutamente anómalo: Inés y Fausto reinician sus vidas en el medio rural amparado por el factor pueblo, con todo lo que ello supone, y en una línea muy próxima en tono y entorno a Banquete. También nos lleva a lugares típicos de la autora Ana Martínez Castillo. Miau.
El bullying de campo, la imposible huida de la identidad y sus férreas raíces, la adaptación más severa a un espacio que no te corresponde con arreglo a la mera posibilidad de prosperar. Deambulamos con angustia por los senderos de una nueva oportunidad atajada en semifallo. Nos interesa comparar levemente el sentido de maldad tan joven expuesta en estas páginas con el que reluce en la edad adulta en Banquete, como si este último fuera el hermano mayor. La proclamada ausencia divina es explicitada aquí pero estirada hasta el límite a lo largo de todo el recorrido de los doce pasos. No existe nada.
Pequeña entre los árboles
Primera pieza minimalista, primer retrato impresionista, primera fotografía móvil que estremece y encoge el pecho con una fuerte dosis de drama descorazonador, más allá del inherente escalofrío o de la propia pretensión terrorífica. JVC es especialista en adentrarse en el espacio fibroso, tan sensible, que aisla del impacto del horror pero sucumbe ante la herida más humana, más anímica. Usualmente el cuadro atañe a la misma entraña familiar que tanto dolor puede arrojar, sea por pérdida, por confrontación o por monstruosidad parida por el destino.
En este caso vamos al ojo de la paternidad, al hueso del alma raída. La estampa del matrimonio infeliz desborda la cotidianidad hacia un pretérito eternamente soñado como nulo, ansiosamente imaginado como futuro improbable. La huella es del tamaño de la costumbre que dicta nuestra torpe supervivencia. La brevedad de la extensión es inversamente proporcional a la concentración de electricidad que soportamos. El concepto de hogar, la vulnerabilidad del mundo adulto y la sombra como elemento narrativo clave conjugan un bodegón florido, triste y hermoso que nos estalla en la cara para cerrar de un golpe seco la brillante primera etapa del libro.
- Lejos de casa
Mudanza
Inicia nuestro bloque predilecto uno de los cuentos de terror más lesivos de la antología, una verdadera delicia. Un tridente encadenado por atmósfera, escalofrío y bucle proyecta una pesadilla espectacular en la pantalla de nuestra mente: “la mudanza sale mal” sería el encabezado perfecto para una noticia sensacionalista sobre el extremadamente brutal caso de nuestro protagonista en cuerpo de novísimo inquilino.
En primer lugar debemos detenernos llanamente en el propio elemento inflamable: ¿quién no aborrece, incluso llega a temer las mudanzas? Jorge es un trilero de la ingeniería humana, pues se aprovecha de nuestras más hondas como reiteradas debilidades para festejar sus virtudes venenosas en la construcción de su particular cosmos terrorífico. Huelga decir que la voz del personaje central de esta historia es una de nuestra favoritas: en tono, en calma-casi-paz transmitida, en hechuras de hombre consciente, responsable y pulcro, en imagen de víctima ideal…
El juego de planos, de cámaras, subconscientes y pseudotics molestos forjan un conglomerado que centímetro a centímetro irá taladrando la tranquilidad del flamante residente recién aterrizado. La extrañeza elevada a su máxima potencia descansará sobre los cimientos de un neo-hogar impracticable: lo perturbador habita ahí dentro.
Esa vecina inoportuna, ese ofertador grandilocuente y excesivo, esa permanente sombra de compañía sospechosa y unos cuantos personajes más rescatados hasta el presente de la acción en modo de notables especias lejanas, configurativas del carácter actual del joven buscador de estabilidad, arman el mapa de calor de foco múltiple que visitará nuestro sujeto en su tortuoso periplo por alcanzar, precisamente, un punto de solidez. El fastidio le llevará hasta la curiosidad, que mutará en desesperación tan cercana al delirio para dar con sus huesos en la más profunda oscuridad de una boca infinita. Si el homónimo Una boca sin dientes resulta en el mejor comienzo posible, este Mudanza confirma la apuesta y la eleva. Todo lo negro a la casilla de JVC.
Vacaciones
Una de las más originales propuestas de esta antología desdentada es sin duda este ligero texto vacacional extendido entre líneas de diálogo de pareja cuya tensión se percibe muy próxima al irrefrenable envite de la dinamita. De manera extraordinaria, el autor toma en esta ocasión la voz femenina para encarnar al personaje del dúo que nos traslada su experiencia en la recién pisada Manhattan, expuesta con los tópicos positivos necesarios y tratada como algo más que un atractivo espacio para la libertad y su consecuente diversión.
La aparente ambigüedad, sumada a la trabajada quietud de la escena, dotan de una incomodidad excepcional al desarrollo de una pieza opresiva, punzante. Leemos un pedazo de papel que gotea, lento. El toma-y-daca de ella y él nos mantiene en vilo, gramo a gramo, como si el transcurso de una convivencia de lo más mundana nos regalara apenas una sucesión de migas que vamos tragando despacio y sin pestañear.
Estamos ante otro perfecto ejemplo de la capacidad cinematográfica de Vargas Chavarría: ¿no es acaso este un cortometraje escrito? Se reproduce en nuestra mente con un tono oscuramente luminoso, lúcido, diremos, que inserta picor en nuestra piel según se desenreda, termina de caer la noche y nuestra protagonista decide.
Banquete
Nos cuesta no decir que es nuestro favorito, pero vamos a renegociar esa medioafirmación diciendo que es nuestro preferido de la variante de la brutalidad o lo explícito, frente a otras vías manejadas por Jorge para expresar horror; es decir: Banquete es el mejor de su especie. Vargas Chavarría revienta y reinventa el concepto de adrenalina lectora. Permanece el dúo protagónico de pareja-sentimental, lo que contribuye a una asimetría 2 vs. 1 para este bloque que nace con el singular para avanzar y cerrar con sendos dobletes. Lo de los polos opuestos es, en este presente ejemplo, una obviedad exagerada.
La familia es quizás el principal contexto activo para la creación de males, horrores y amenazas por parte de un demiurgo JVC ciertamente cruel una vez se adentra en las costuras más prohibidas de las relaciones interpersonales. Es hermoso cómo este texto incluido en la sección Lejos de casa habla tantísimo de los orígenes, de los orígenes más inconfesables, los enterrados a simple vista.
El ritual de conocimiento recíproco alrededor de una comida en casa de los padres de él es la ocasión estupenda para volcar, con extra de ensañamiento, las taras más escabrosas. Pero la clave del éxito está en el disfraz de bienvenida: adoramos el camino desde el saludo hasta la fatalidad. Adoramos cómo nuestro autor cuida cada enfoque, cada frame de la secuencia de presentación de los receptores: tan gentiles, generosos y afables, tan peculiares, ¡como todas las familias!, tan suyos, tan… La conversión gradual es un manjar que JVC prepara con una destreza impresionante. Detalles y detalles, personajes que suponen un inocente pasito más en la escalada, intervenciones que comienzan a palparse gruesas…
El gran reto literario de esta propuesta atañe a lo más parecido al “personaje colectivo” que podemos encontrar en Una boca sin dientes (cierto es que Rabia cuenta igualmente con una muy numerosa y bien perfilada nómina de figurantes, si bien aquí apreciamos una cohesión -acaso por el mero concepto de familia- que allá no podremos llegar a asumir en tan alto porcentaje). En este sentido, disfrutamos de los tentáculos de un monstruo de varias cabezas que sin embargo aúna una única voz con intenciones y soluciones nítidas, tan claras como la luz que atraviesa el entorno natural que viste los aledaños del banquete.
Frente al gigante tradicional estará ella: la nueva candidata. Observar a los demás mientras comen es siempre una manera fantástica de conocerlos.
- La volatilidad de los disfraces
Reina
El texto más candente del libro inicia una sección con muchos más personajes que responden a una concepción mucho más aleatoria y desastrosa que aquel personaje colectivo cohesionado de Banquete y apuntalan la idea del tramo de la obra más “acompañado”, hasta ofrecer sumas de fragmentos aislados entre sí con personajes protagonistas independientes. Este es el más “erótico” de ellos y su abanico de seres responde a una fauna sedienta que pasea sus deseos por Barcelona, como en Mudanza y otro que llegará más adelante (Rabia).
El concepto de ‘disfraz’ acapara una nueva escala de realidad con la inagotable inserción de la tecnología. Si bien las webcams ya estaban ahí, JVC utiliza su sapiencia literaria para manejar su potencial en favor de una lectura suculenta, atrevida, que inculcará una inesperada aura de misterio abrumadora al viaje de nuestro protagonista.
Las virtudes de esta propuesta son suficientes como para aplaudir que cargue con el peso de inaugurar una tercera etapa de la antología después de las impresionantes primera y segunda manga. Por suerte para todos, Jorge no aboga por competir contra Jorge, sino que lo desenreda y arroja hacia valles vírgenes, permitiéndonos conocer más partes del cerebro del genio ecuatoriano. Avisamos de que tanto este Reina como sus dos compañeros posteriores no formarán el sector más tétrico de la saga de doce, pero sí el refugio más entretenido, colorista y sensual, mientras truena afuera.
Diciembre
Este multirrelato compuesto por cuatro “episodios” rompe con la individualidad para aunar caminos e historias paralelos que expresan una diversidad de generaciones y estadios emocionales catártica ante el abismo del fin de año, del cambio de ciclo.
Son cuatro textos punzantes, que duelen, situados más al lado del drama que en el margen del horror; producen desasosiego y tristeza desde ámbitos universitarios y ámbitos familiares que cohesionados nos sugieren una ridícula sensación de interconexión anónima.
El fuelle es mayor precisamente desde la óptica global, que invita a balanzas, equilibrios y juegos de sumas y respuestas. No negaremos que el primer fragmento nos seduce tanto como para reclamar una continuación en algún lugar del multiverso vargaschavarriano… El mosaico funciona y descomprime la tensión acumulada.
Flashes
Regresamos al plano individual para destapar la desgraciada historia de Felicia: porque no hay mayor horror que el de la violencia (lean a Mónica, a Solange, a Ampuero…). ¿Hacía falta un cuento así en la hilera magnífica de Jorge Vargas Chavarría para constatar su altura literaria? Claro que no. ¿Es un cuento redondo, impactante como pocos y absolutamente “necesario” en términos sociales? La duda ofende. Bravísimo.
La ambición por ‘salir del barrio’ nos muestra a una mujer destinada al éxito alejada de sus orígenes, su familia y sus complejos. Guayaquil será la sede de la apuesta definitiva, fuego de machismo y putrefacción, verso atronador de confrontación y cruel-cruento desengaño.
Adquiriendo el rol de excepción a esta etapa que se había movido más calmada en cuanto a acción bruta, nos resulta inevitable reseñar que está muy emparentado con Banquete (más allá de fanatismos, ¿es Banquete el paradigma de relato visceral de JCV?). Su ferocidad, personalizada en una jodida experiencia de pareja tan idealizada como infernal, recala en una actualidad que da mucho miedo.
Como ocurriera desde diferente ángulo en Reina, nuestro autor elige un prisma dentro de otro para documentar y expresar los consecutivos sucesos: el empleo periodístico, el salto al escaparate mediático con toda su selva a cuestas…
- Se vestirá con ceniza el alba
El mundo de fuera
El verso libre del apocalipsis que, bajo una dirección literaria sublime, Jorge Vargas Chavarría decide ubicar al principio, y no al final, del último tramo, para presentar y arrojar raíces en lugar de concluir, compactar, incluso poder redundar. Primero el golpe, después la anestesia o, mejor: las imágenes desembocadas y desenfocadas que se generan a partir de esa explosión, como en una secuencia aturdida, distorsionada, que nos sujeta las muñecas al campo onírico para sembrar en nuestras nubes de autoconvencida ficción un cruel poso de crudeza por la vía más realista.
Esa “ceniza” que anuncia el título del subconjunto se esparce aquí como racimo semillero de tóxica devastación viviente, sentimental y estética. Nuestro autor vuelve a empuñar el bisturí para clavar, cortar y herir, pero esta vez emplea su extremo opuesto, con forma de pincel colorido, para pintar una mirada hacia fuera (que heredaremos en los dos siguientes relatos) que pondera el valor del caos como ingrediente decisivo para detectar -y elogiar y abrazar y llorar- la belleza. JVC podría ganar mil y un certámenes de cuentos con este texto. Porque este texto es para hoy y para siempre.
Rabia
Asistimos ahora al texto más dinámico de la presente serie de tres, el central, y también el más violento de la antología junto con Banquete. Un texto que pelea por entrar en el podio de nuestros favoritos. Su protagonista está en sintonía con los hombres sutiles, nada estruendosos que suelen poblar estas páginas.
Su voz retrata la delincuencia, la inseguridad social más descarnada, y tan tristemente real, localizada en Barcelona, terreno ya pisado por, entre otros, el protagonista de aquella mudanza. La base familiar pero mucho más social en un sentido externo, por relación comunitaria-vecinal, alberga un tesoro que funciona como detonador: a diferencia de Mudanza o Banquete, también a diferencia de El mundo de fuera y Los días felices, aquí se recoge la preocupación en torno a la protección de los hijos, de la descendencia, del universo filial y futuro.
La vía de sufrimiento del protagonista radica en algo mucho más valioso que su propia existencia, incluso más allá de su pareja -el otro pilar instintivo-. Con esa misión de salvamento entre manos se siente aún más extremo, salvaje, el cóctel de caos y confusión que progresa conforme a la evolución del conflicto, que hace florecer a los depredadores naturales en medio de un espectáculo tan crudo como vistoso, desgranado en el relato nocturno por antonomasia -junto al breve Vacaciones, tan diferente-.
La versión más angustiosa por pura inercia de esta cadena temática invasiva desde el feroz mundo externo sobre la intimidad no solo plasma maravillosamente el potencial poder del afuera cuando nos ataca sino que absorbe un extraordinario sentido de destrucción. El sentimiento de rabia que advierte el nombre del cuento es crucial para desentrañar ese contagio iracundo desesperado que convierte la zona de guerra en zona enferma.
Rabia es una caja de Pandora que se mimetiza con el ecosistema más realista para implosionar en las costillas de quienes se visten de héroes urgentes. [Nota final: ese cierre offscreen a partir de la separación física de la pareja, la cesión de galones y el reparto de deberes pro supervivencia es una genialidad de JVC fuera de catálogo].
Los días felices
El epílogo que abrocha cuarta y última parte y toda la obra en su totalidad. Refresca el gusto por la pareja como base del desarrollo argumental y añade una receta a la altura de la novedad deseada y del momento en el que nos hallamos: una despedida con todas sus letras.
Jorge Vargas Chavarría proyecta, con su elegante ritmo casi a la japonesa, su propio apocalipsis. Para ello recurre al constante recuerdo de imágenes, viñetas del pasado, el gran fondo que tiende a acompañar, como una sombra pegada al zapato y agigantada al cruce con la primera pared, a los personajes capitales de este viaje de doce estaciones. Así las cosas, el autor talla el presente narrativo con las manos aún húmedas por una nostalgia caliente.
Los días felices es una fotografía empapada, raíz de los instantes compartidos por nuestra expectante pareja, que aguarda mientras acelera y pausa, eligiendo con el corazón, cómo desea dibujar sus residuales movimientos. Más allá de la importancia del otro como contrapeso o apoyo, consideramos fundamental traer a la mesa el reflejo estético, casi artístico, que desprende ese interior habitado en medio de un exterior a punto de ebullición: por otra parte, es esta una estampa de doble cara adentro-afuera que nos permite resumir en buena medida la vasta preocupación literaria de JVC por el contraste de espacios y sus respectivas perspectivas subjetivas.
El desenlace incita a la lágrima solitaria a surcar nuestro rostro: como ocurriera en otros textos esparcidos por estas páginas, saboreamos el componente dramático, tan original como arriesgado, abanderado como una de las marcas de identidad de un autor espectacular que domina clímax y anticlímax a su antojo para erigirse inolvidable.
Altavoz Cultural