Coloquio – Altavoz Cultural 2024
Carla Nyman
Scheherezade Surià
Nuria Barrios
¿Cuál es vuestra concepción de «erotismo»? ¿Qué autoras, lecturas y/o referencias sentís que han contribuido de algún modo a la construcción de vuestra mirada a la hora de identificar dicho concepto?
Carla Nyman: El deseo se fragua continuamente en los bordes de la imaginación, y está inserto en una red de identificaciones compartida con los otros. Por lo tanto, es un desequilibrio en el intento de fijar la identidad: cuestiona hacia dónde me alargo. En cierto sentido, podría decir que por fuerza de lo erótico yo me acabo perdiendo, me hago elástica, pero en plural. En términos de Bataille, el erotismo es una «disolución relativa del ser», una desposesión.
Scheherezade Surià: Dice el diccionario que el erotismo es la capacidad que tenemos los seres humanos de sentir y provocar deseo y placer sexual. Sin embargo, para mí también es una fuerza creativa y emocional que se manifiesta a través de la expresión sexual y va más allá del mero acto físico. Una fuerza que está en muchos aspectos de la vida, desde el arte y la literatura (lo que nos ocupa hoy) hasta las interacciones humanas (una mirada puede ser una expresión brutal de erotismo).
Aunque me hubiera gustado, nunca he podido investigar el tema a fondo, pero sí he leído bastante y me gustan aquellas obras que me inspiran y me hacen cuestionarme lo que me rodea. Destacaría, por ejemplo, Aprendizaje o Libro de los placeres, de Clarice Lispector; El amante, de Marguerite Duras; El segundo sexo, de Simone de Beauvoir, y Delta de Venus, de Anaïs Nin.
Nuria Barrios: El erotismo es un poderoso vínculo con los demás. Es el lenguaje poético de la carne. Me interesa especialmente abordar el erotismo desde la disolución de los límites entre cuerpo y espíritu, como sucede en la mística.
¿Cómo valoráis la trayectoria del reflejo literario del deseo femenino en las últimas décadas y cómo consideráis que se trata actualmente a través de las diferentes obras? ¿De qué maneras os habéis acercado vosotras hasta ahora, como participantes productoras, a su expresión textual?
CN: Creo que cada vez encuentro un deseo más genuino y poderoso en literatura. O al menos percibo ese deseo de ser genuino y poderoso. Es una predisposición casi estética. Y ese ejercicio de estilo, de búsqueda, ya configura para mí la asunción y el cuestionamiento de un deseo incorporado. Siento que hay un intento por desautomatizarlo y por recodificar. Aunque estas palabras tienen su peligro, me alegra ver un deseo tan elástico. No tiene otra naturaleza.
SS: Diría que, por suerte, en las últimas décadas ha habido un cambio significativo hacia una representación más auténtica y heterogénea del deseo femenino en la literatura. Se exploran mucho más temas como el placer femenino (¡por fin!), la diversidad sexual y las experiencias individuales de deseo. También veo que este deseo femenino se trata con una mayor sensibilidad y complejidad. Las autoras están más dispuestas a explorar las diversas dimensiones del deseo, incluyendo las facetas más oscuras e incluso tabú.
Como traductora, intento tener los ojos muy abiertos a la producción actual en material de sexo y erotismo. Me parece clave para seguir desarrollando una sensibilidad que me permita trabajar mejor los textos.
NB: Durante siglos, el deseo femenino ha sido recreado por hombres en el arte y en la literatura. El resultado es su visión de nuestro deseo, una visión que el tiempo convirtió en normativa. Pero nuestras voces empiezan a oírse y dibujan una visión muy distinta de nuestros cuerpos y nuestra sexualidad. Estamos en un momento de cambio. Como muchas otras artistas soy agente del cambio.
¿Cuáles creéis que han sido las claves de esa transición desde la mujer deseable (podemos meter aquí también la idea de «musa») hasta la mujer deseante y qué lugar ocupa para vosotras el cuerpo femenino en ese espacio de discusión socioliteraria? ¿Cómo diríais que contribuye la literatura al derribo de determinados tabúes en torno a la figura femenina?
SS: Me parece que la transición desde la concepción de la mujer como objeto deseable o musa hacia la mujer como sujeto deseante ha sido un proceso gradual y complejo —de un modo parecido a como ha sucedido en el mundo del arte—, influido por una variedad de factores socioculturales… y también literarios. Por ejemplo, ahora nos cuestionamos más los roles de género y confrontamos la idea de que la mujer es simplemente un objeto pasivo de deseo, que puede desear de forma activa sin temor al qué dirán.
También se explora mucho más la subjetividad femenina, punto en el que la literatura ha desempeñado una función esencial porque ofrece narrativas que exploran la experiencia subjetiva de las mujeres en todas sus vertientes.
Hay más visibilización de la diversidad sexual, sobre todo en los últimos tiempos. Esto ha contribuido a la desmitificación de la sexualidad femenina y ha fomentado una mayor aceptación de la variedad de formas en que las mujeres experimentan y expresan su deseo. Diría que incluso las tan denostadas novelas románticas y eróticas más actuales —dejo que vosotros pongáis los títulos— han ayudado en este sentido.
La literatura derriba tabúes porque ofrece unas representaciones más auténticas y complejas y expone las realidades de las mujeres en toda su diversidad. De este modo se desestigmatizan también muchos temas.
NB: Las palabras modifican la realidad. La disonancia entre los mensajes de una sociedad patriarcal sobre nuestra sexualidad y la vivencia de nuestra propia sexualidad ya se ha instalado. Cuesta tiempo destruir lo establecido, pero una vez que la conciencia se abre paso se ha recorrido gran parte del camino. La literatura es una gran saboteadora de los tabúes. Ante las voces discrepantes femeninas muchos sienten su poder amenazado. De ahí la virulencia de sus reacciones.
En otro orden de cosas, en Altavoz hemos planteado en varias ocasiones la cuestión de la literatura de entretenimiento y la literatura, digamos, «trascendental», esa que enseña, da conocimiento, formación u orientación en algún aspecto antropológico. Si traemos ese contraste a esta charla sobre erotismo, os podemos preguntar: ¿creéis que la literatura erótica puede o debe servir para «educar» a las generaciones juveniles, aquellas que hoy en día están especialmente influenciadas por el canon sexual que impone la pornografía? Siguiendo en esta línea, ¿os parece necesario establecer ciertos límites en cuanto a cuestiones como lo explícita que pueda ser una obra literaria?
CN: No creo en esas parcelas. Lo erótico puede ser lúdico y sabio al mismo tiempo.
Tampoco creo en los límites y en las categorías de moralidad en literatura. La literatura puede introducirse en esos procesos de oscuridad, en ese desfiladero de pensamientos en bruto, en actitudes mezquinas y deplorables, en la mente de un incel, en la de los gym-bros de la manosfera que se levantan a las cinco de la mañana para hacer sus burpees y leer a Marco Aurelio. Creo que es fundamental esa controversia subterránea que te permite la literatura. Es el espacio desde el que accedo a esa alteridad extrema para arruinar la distancia. Otra cosa muy distinta es el modo en el que yo me relaciono públicamente en sociedad.
SS: Desde luego. Tradicionalmente, la pornografía se ha producido desde una mirada masculina. Creo que la literatura erótica actual puede poner su granito de arena en la educación sexual de las nuevas generaciones desde un prisma más femenino, sobre todo en un momento en el que la pornografía, por lo fácilmente accesible que es, tiene una influencia significativa en la percepción y comprensión del sexo, en lo que una persona joven puede esperar (o cree que va o debe encontrar) en una relación sexoafectiva.
La literatura puede ofrecer otra mirada, una alternativa más equilibrada y realista a la representación del sexo en comparación con la pornografía, que suele presentar un enfoque idealizado y estereotipado del placer sexual (y normalmente pensando más en el hombre).
No soy muy partidaria de poner límites a la expresión, sobre todo si hablamos de ficción y de novelas (no hablo aquí de materiales didácticos). Lo que sí me parece una práctica aconsejable —aunque a muchos les parece destripar un libro— es usar trigger warnings o avisos de contenido y orientar bien cada libro al tipo de lector. Es fundamental tener en cuenta la edad y la madurez emocional de los y las lectoras.
NB: Yo no soy partidaria de categorías como “entretenimiento” y “trascendental” ni de otro límite artístico que no sea la calidad. El placer es parte esencial de la literatura y la pedagogía es ajena a la misma. Lo que necesitamos con urgencia es aprender de nuevo a leer, ir más allá del analfabetismo funcional en el que nos movemos, para poder escapar del impacto de lo inmediato -la violencia, la rapidez, el aturdimiento- y aventurarnos en zonas desconocidas de placer que requieren de otra mirada y de otro tiempo. De otro tempo.
Carla, desde tu producción teatral recogida en Quiero ver cómo la gente sin cuerpos hace el amor observamos muy diversas maneras de explorar las relaciones eróticoafectivas. Algunas de esas propuestas integran un vínculo con la tecnología como herramienta para crear una nueva dimensión de contacto y placer. ¿Cómo visualizas el futuro sexual a medio y largo plazo en torno a esas coordenadas semivirtuales? Por otra parte, ¿cómo consideras que camina el teatro actual en esa dirección de fomentar un espacio cada vez más ambicioso para desplegar tales propuestas?

Respuesta: Creo que la virtualidad ha transformado, hasta cierto punto, el lenguaje de lo erótico. La red, internet activan una disposición estética sobre uno mismo y sobre los demás. Me interesa mucho esa otredad extrema en la que no hay aparentemente tan siquiera un cuerpo. Es tan extrema que, por tanto, es imaginaria, subjetiva.
Scheherezade, ¿qué es lo que te resulta más complicado y qué es lo que te resulta más atractivo del componente erótico desde la traducción literaria? Por otro lado, ¿cómo es, según tu experiencia, enseñar a traducir ese tipo de contenido?

Respuesta: ¿Por dónde empiezo? El erotismo en traducción literaria tiene retos y aspectos atractivos por igual. Como primer reto o dificultad, está la recepción en sí de los términos sexuales, que están connotadísimos en casi todos los idiomas. También cuesta abordar la sinonimia, porque aunque dos términos sean sinónimos no son siempre aplicables y —como decimos las traductoras siempre— dependen del contexto. Si nos ponemos poéticas, también es difícil capturar la sutileza y la intimidad de las escenas eróticas en otro idioma sin perder su esencia y su poder evocador.
Esta semana hablaba con una autora de esto mismo. Le estuvimos dando vueltas y vueltas al término “impregnation” porque me decía que ni siquiera le gustaba la palabra en inglés, y le había costado usarla en otros idiomas, en otras traducciones. Decíamos que fecundación nos sonaba más científico, embarazar quedaba descafeinado y preñar era mucho más directo y potente, pero más coloquial. La de acrobacias que hay que dar muchas veces…
Por otro lado, lo que me parece más atractivo del componente erótico en la traducción literaria es, precisamente, esa ductilidad acrobática. La oportunidad de explorar la belleza del lenguaje y la creatividad en la expresión de la sexualidad humana. La traducción de escenas eróticas puede ser un ejercicio de sensibilidad lingüística y cultural, donde cada palabra y frase se elige para transmitir no solo el significado literal, sino también las connotaciones y matices emocionales inherentes a la experiencia erótica. Porque traducimos no solo actos sexuales, sino sensaciones.
Sobre la enseñanza de la traducción erótica, siempre recalco que, para empezar, hay que respetar el género y tener la mente abierta. Todavía hay quien cree que las novelas eróticas son un género menor y que traducir este tipo de libros tiene poco ¿caché? Aun así, es un género que se vende muchísimo y que, además, explora expresiones sexuales, sentimientos, identidades…, en definitiva, lo que nos hace humanas.
Es esencial, pues, proporcionar a los estudiantes un marco cultural, y no solo lingüístico, para abordar el tema de manera respetuosa y sensible. En el curso que imparto, vemos también los distintos subgéneros —romántica histórica, moderna, erótica, fantástica, paranormal, young adult…— porque el vocabulario y el lenguaje (las expresiones, los tratamientos) pueden cambiar enormemente en función del tipo o subtipo.
Lo mejor, para mí, es cuando los y las alumnas te cuentan al terminar que ha cambiado su forma de ver y de pensar en estas novelas. Aprecian la dificultad que entraña traducirlas, aprenden a dar menos cosas por sentado y, en definitiva, se desprenden de autocensuras varias y se atreven a jugar más con la lengua (al menos en sentido figurado). Y no podría pedir más, la verdad.
Nuria, Amores patológicos ha regresado a nuestras manos recientemente para refrescarnos con su originalidad. ¿Qué sabor te deja hoy cuando la relees y cómo consideras que conversa con el panorama literario actual dedicado a la narrativa? Además nos gustaría saber si esta obra puede ser, de algún modo, el germen de otra novedad editorial futura en términos de contenido similar.

Respuesta: Me alegra mucho que os haya gustado Amores patológicos. El libro mantiene muy vivos la exploración del cuerpo como lenguaje del eros, su carácter transgresor y su espíritu lúdico. Aquello que en su día parecía extraordinario -la escritura del cuerpo femenino, de nuestro deseo como mujeres-, aún hoy, en el siglo XXI, resulta insólito. Si persiste su carácter perturbador es porque cuestiona valores, creencias y prejuicios muy asentados en nuestra sociedad y pone en entredicho la estructura de dominación masculina.