Hace diez años que no nos vemos. Por favor, ponme al día: ¿qué cuatro momentos de tu última década crees que han sido de incomparable importancia para forjar tu yo actual?

El primero que me viene a la mente tiene fecha concreta: 2 de diciembre de 2015. Fue el día en que mi madre sufrió un ictus muy severo. Esto me unió mucho a mi padre, porque juntos tuvimos que afrontar el miedo a perderla, la impotencia de la espera, y el peso de no entender que la vida nos iba a cambiar para siempre. Cinco años después me doy cuenta de que río mucho menos, pero a cambio tengo mucha más paciencia. De mi madre he aprendido la capacidad de superación y a decir cada día lo que siento, por si mañana no existiera. A un nivel emocional más práctico, la situación también me ayudó a darme cuenta de qué personas son las que sintieron nuestro dolor como si fuese suyo.

El segundo son las personas que amé. No cito nombres (como decía Gloria Fuertes), pero la intensidad que sentí, tanto en los buenos como en los malos momentos, me hicieron descubrir un sentimiento que pensaba que la humanidad había exagerado durante años. En cambio, cada una de ellas me hizo ver el mundo de forma diferente, y darme cuenta de que el romanticismo era una cualidad escondida de la que no hacía falta avergonzarse.

El tercero es mi paso como estudiante de Josep Call por el Max Planck de Antropología Evolutiva. Viajé a ese centro tres meses de forma casi consecutiva desde 2012 hasta 2017 para realizar mi doctorado. Allí aprendía cada trimestre lo que no podría haber aprendido en España durante años: ser direct-to-the-point en las reuniones; pensar más allá de lo establecido; conocer nuevas teorías; saber manejar grandes egos; desear la interdisciplinariedad. Viví un ambiente diario de competitividad (que no me gustó) y de método, diseño, análisis y reflexión crítica extraordinarios (que me apasionó). Allí la biblioteca está abierta 24 horas al día, porque las buenas ideas no tienen horarios. Y ese amor por el conocimiento, que tan bien supo guiar mi supervisor Josep Call, se me metió muy dentro.

El cuarto sería la primera vez que pinté con acrílico. Recuerdo el éxtasis que sentí con la primera pincelada. Nunca me había atrevido, y de repente comprobar que mis movimientos tenían consecuencias sobre el lienzo, no sé por qué, me hizo parar para llorar. Otro momento fue cuando pude pintar mi primera pieza, ya que hasta entonces siempre había copiado lo que otros hacían. Pero vuelvo al principio: tras el ictus de mi madre, la pintura se me anuló. Hoy intento recuperarlo, pero voy despacio.

Tan joven, pero tan experta y tan reconocida. ¿Cuál es la fórmula confesable de tu extraordinaria labor docente?

Creo que ser buen profesor es apoyarse sobre cuatro pilares.

1) No negar nunca una pregunta a un alumno. Es más, desear no saber la respuesta. Porque si no la sabemos significa que nuestro alumno ha conseguido llegar a una reflexión más allá de nuestros límites, y eso implica que está creciendo más de lo que habíamos esperado. De hecho, esto nos hace mejores también a nosotros, porque volveremos a casa con su duda apuntada para buscarla y aprenderemos la respuesta para explicarla al día siguiente.

2) Saber y admitir que no se sabe. Una de las impresiones más sobrecogedoras que tengo cada día que me sitúo delante de mis alumnos es verles tomar apuntes: cuanto yo diga es susceptible de ser escrito, aprendido. Esperan de mí la verdad. Y para no defraudarles, tengo que reconocer mi ignorancia cuando sea necesario, así como revisar los presupuestos teóricos que digo a fin de estar segura de que transmito un discurso cierto (que no veraz, que eso es aparentar la verdad). Se atribuye a Chesterton la frase: “La única educación eterna es ésta: estar lo bastante seguro de una cosa, para atreverse a decírsela a un niño”. Asumiendo esta actitud, creo que el buen profesor debe integrar humildad cuando reconoce que no sabe, y responsabilidad, porque transmite conocimiento a una nueva generación.

3) Transmitir información útil. Son innumerables las veces que he oído a estudiantes decir frases como “Estoy estudiando cosas que no voy a usar en mi vida”. Creo que el buen profesor atiende al alumno que dice esto porque en su queja expresa un problema fundamental que estaría cometiendo: no le está transmitiendo sentido a lo que explica. Y como no lo hace, solo va a conseguir que su alumno opte por aprenderlo de memoria, como aprendió los afluentes del Ebro. Ya Unamuno señalaba que si se debiese poner en cursiva las partes más relevantes de sus libros, entonces deberían estar enteros en cursiva, porque todo lo que había decidido contar era importante. Ser buen profesor es conseguir que el alumnado ponga en cursiva todo nuestro discurso, porque lo considera útil al completo.

4) Desear que nos superen. Aguantar el nido vacío debería ser una premisa fundamental. Creo que ser buenos docentes significa querer dejar de ser docentes, es decir, aprender a dejar de ser necesarios, lo que implicará que nuestro alumno ya se vale por sí mismo y no necesita más guía que a sí mismo. En ese momento, habremos cumplido nuestra misión: ya no le hacemos falta. Desear esto, en cambio, no es fácil. ¡Cómo satisface a nuestro ego tener un mail con preguntas; sentirnos en posesión de un saber que él aún no tiene; sentirnos su recurso ante la duda! Ser buen docente es no desear el mail, ni la posesión ni la duda. Nuestra profesión es de esas pocas que tiene como misión querer dejar de serlo.

¿De qué manera ha pesado tu formación académica y profesional en tu desempeño actual como maestra? ¿Has tenido referentes dentro de la enseñanza?

Mucho. Me di cuenta durante el doctorado de que muy poco de lo que había aprendido en las aulas me servía para la vida profesional y de que además había ramas de la psicología de las que ni siquiera había oído hablar (como los experimentos comparados para obtener conclusiones sobre la evolución humana). Esto me hizo querer enseñar de forma diferente a como me habían enseñado: centrándome en los cómos y mostrando abanicos de posibilidad. Los cómos son una obsesión docente que tengo. Para mí significa enseñar no solo los resultados de las investigaciones sino cómo se gestaron y se hicieron. Creo que enseñar los procesos es algo que no se suele hacer, y que en cambio permite formar futuros profesionales críticos y rigurosos. Con abanicos de posibilidad me refiero a mostrar al alumno las aplicaciones no clásicas de nuestra disciplina (como la psicología comparada, que no me enseñaron, o el empleo de tecnología para la rehabilitación, que no existía cuando yo era estudiante).

¿Qué le falta y qué le sobra al ámbito educativo nacional?

Le falta un sistema de reconocimiento docente que no desconfíe de los méritos que alegamos (hasta donde sé, somos el único país europeo que solicita a sus profesores justificantes de absolutamente todas las conferencias a las que ha ido para demostrar que no las inventamos) y que fomente y no castigue la interdisciplinariedad. Me maravillan los centros europeos y estadounidenses que he visitado donde un filósofo y un psicólogo pueden estar trabajando juntos en un departamento de Inteligencia Artificial. Aquí esto parece impensable. Para mí la separación de disciplinas es algo tan artificial como las fronteras políticas: un invento humano que no representa en absoluto la realidad. Es cierto que la interdisciplinariedad es difícil porque para ello es necesario estar abiertos al cambio y a tolerar cierta incertidumbre, así como a hablar en otro idioma, propio de la otra disciplina. Sin embargo, los resultados son más integradores, más acordes con la verdad.

¿Qué opinión te merece la llegada de la tecnología a las aulas?

¿Sabes? El mayor cambio que noto al dar clase es el sonido. Hace diez años lo que oía detrás de mí mientras escribía en la pizarra era el pasar de las páginas y los bolígrafos cayendo. Hoy en cambio oigo un “tac-tac-tac” frenético, de las teclas del ordenador. El sonido tiene más implicaciones, porque significa varias pestañas abiertas a la vez, tanto con información relacionada con la clase (el alumno puede buscar en Internet un nombre que no recuerdo) como no relacionada (el alumno puede estar consultando la cartelera del cine), y esto es un reto para el docente que debe intentar hacer lo suficientemente atractiva y útil su clase como para que el alumno priorice su explicación a otras cosas. Entonces, salvo esta atención dispersa, que ha potenciado alumnos no acostumbrados a buscar una respuesta durante horas consultando varias fuentes, porque ahora la rapidez de los buscadores les otorga una sensación de haber llegado a la verdad, salvo eso, decía, veo en la tecnología una oportunidad. No soy luddita.

¿Crees necesaria, imprescindible o revisable la libertad de cátedra? ¿Debe limitarse, controlarse o censurarse lo que se enseña?

Creo que como profesores debemos ser neutros, aunque como ciudadanos tengamos una postura definida. Es decir, creo que tenemos la responsabilidad de enseñar de una forma tal que el alumno dudase antes de responder cuál es nuestra ideología, porque eso seguramente significaría que somos capaces de transmitir diferentes posturas ante un mismo tema con igual intensidad. El profesor debe darse cuenta de que hacerlo de otra manera, al tener cierto estatus de ejemplo, podría modelar el pensamiento del alumno. Por tanto, como profesores creo que deberíamos reflexionar cada uno de nosotros sobre si el ejercicio de nuestra libertad (de cátedra) no está limitando el derecho del alumno a conocer todas las realidades potencialmente existentes. Por otra parte, creo que aquellas enseñanzas donde se transmiten como actuales conocimientos que no tienen aval científico (como aún sucede con los diluvianos en Estados Unidos), no deberían permitirse. Y no creo que fuese una limitación de la libertad de cátedra, sino un compromiso con transmitir conocimiento en vez de opinión.

¿De qué manera aprende la ‘profe’ Nereida de sus alumnos?

¡De muchas! Aprendo sobre todo de sus dudas, porque me enseñan nuevas formas de pensar el mismo tema. Muestran enfoques diferentes, a veces muy sorprendentes. También aprendo corrigiendo sus trabajos, porque me ayudan a pensar cómo organizar ideas. Aprendo de los conflictos que me plantean, y de tener que buscar la mejor manera de resolverlos.

¿Somos los humanos tan distintos o muy distintos de los chimpancés?

Somos diferentes. Muchas veces me preguntan quién es más listo, y es una pregunta que no termina de gustarme. No considero que un animal sea más listo que otro, simplemente está adaptado a su ambiente, y el ambiente de ambas especies es distinto. Los chimpancés por ejemplo pueden memorizar en apenas 0.6 segundos el orden de hasta 9 números, algo que ningún humano ha podido hacer (vídeo aquí: https://www.youtube.com/watch?v=aAIGVT3N7B0 ), seguramente porque su vida en la selva depende de su visión y de su capacidad de recordar amenazas o fuentes de alimentos. ¿Eso les hace mejores que nosotros? ¿Nos hace a nosotros mejores inventar smartphones? Son habilidades diferentes, adaptadas al ambiente, a los retos a los que se han enfrentado nuestros antepasados y a nuestras sociedades.

¿Qué es lo que más te fascina del comportamiento humano? ¿Qué nos falta por descubrir de nosotros mismos?

Me fascina cómo se interrelacionan el lenguaje y el pensamiento. La capacidad (y la necesidad) que tenemos de compartir nuestros pensamientos con otras personas, y de dedicar tiempo a buscar verdades. Me fascina también la disonancia cognitiva (cómo generamos explicaciones a sucesos negativos y nos las creemos para sentirnos mejor, todo un ejemplo de autorregulación). Pero en cualquier caso creo que nos falta mucho por descubrir: entender cómo se generan las ideas; qué mecanismos hacen que nos enamoremos de cierta persona… aunque, por otra parte, luchar por entender está bien, pero no entender otras no está tan mal, le procura cierta magia.

¿Crees en la utilidad del castigo en el período de la educación infantil? Comparativamente, ¿cómo afrontamos los adultos la imposición de un castigo?

La desventaja del castigo es que no enseña cómo queremos que se comporte una persona. Es decir, el castigo solo enseña “Así no”, pero no enseña cómo debería ser el “Así sí”. Un castigo en todo caso debería estar acompañado de una explicación y de un refuerzo de la acción, si llega a darse. Creo que en los adultos los castigos no son tan evidentes como en los niños, y adquieren formas en ocasiones sibilinas. Mi doctorado fue sobre venganza, que al fin y al cabo es un tipo de castigo, y descubrí muchas maneras muy ingeniosas pero no por ello dolorosas, de infligir dolor en otra persona.

¿Crees en las almas gemelas? ¿Qué es lo que más te atrae de las relaciones humanas?

Nunca me había parado a pensar en el concepto de alma gemela. ¿Es alguien idéntico a nosotros, como el ADN de los gemelos? ¿O hace referencia a alguien que nos llena de una manera tal que sentimos un especial vínculo hacia él/ella? En cualquier caso, no es que crea o no crea, simplemente he sentido ambas cosas, conocer a alguien muy parecido a mí y sentir un vínculo potente con alguien diferente que por alguna razón me encantaba. Lo que más me atrae de una persona es que me parezca infinita, es decir, que sienta que no termina, que siempre hay algo nuevo que descubrir, de lo que hablar o compartir. Quizás eso sea lo que más me atraiga de las relaciones, todo lo bueno que aportan y que de manera individual no se podría sentir.

¿Cómo les explicarías lo que es realmente la Criminología a quienes automáticamente piensan en series detectivescas al oír el término? Desmitifícalo cuanto quieras.

Criminología es diferente de Criminalística. Lo segundo es el estudio de las evidencias (pelos, sustancias, ADN, etc), que es el famoso momento de linterna de Grisson, de recogida y análisis del laboratorio. Resumiendo mucho, lo primero se trata de la capacidad de explicar el delito de acuerdo a las teorías e intentar idear maneras de que esto no vuelva a ocurrir (prevención). El problema es pensar al criminólogo como un ente que todo lo hace: piensa, recoge pruebas, patrulla, entrevista… En cambio, el trabajo debe ser siempre en equipo, cada uno con su especialidad, y atendiendo a las distintas partes del crimen (víctima, testigos, agentes implicados, etc.). El criminólogo en todo caso sí es capaz de ver toda esta información en su conjunto y producir una explicación única sobre el caso.

¿Está todo en nuestra mente? ¿Crees que somos una especie desaprovechada en cuanto a capacidades y posibilidades?

Hay muchas películas que hablan de ese mito de que apenas usamos un porcentaje de nuestro cerebro, y desaprovechamos el resto. Digo mito porque es maravillosamente increíble ver un cerebro en acción cuando escucha música, por ejemplo, donde se activan la mayor parte de sus zonas. Es decir, nuestro potencial ya es increíble, solo hace falta dirigirlo hacia sensaciones positivas o útiles. El futuro, quizá, pasará por el transhumanismo y el posthumanismo, donde el cuerpo, en relación con la tecnología, empieza a plantearse si puede sentir más o de forma diferente. Los cyborgs que actualmente existen, por ejemplo, intentan adquirir así nuevas capacidades sensoriales. Para mí los cyborgs representan esa búsqueda humana por sentir más.

¿Son compatibles ciencia y religión?

Siempre me ha costado pensar que lo sean, porque la ciencia implica creer en algo gracias a sus evidencias y la fe, sustento de la religión, implica creer en algo sin que haya evidencia alguna. Pero debo reconocer que hay varios ejemplos de científicos creyentes. Supongo en cualquier caso que ambas comparten la necesidad del humano por la búsqueda de algo más y se diferencian fundamentalmente en los métodos para conseguirlo. Quizá ambas sean compatibles siempre y cuando la religión se entienda como un conjunto de valores, es decir, una manera de sentir, exenta de aportar unas pruebas históricas o físicas.

¿Cuál es tu concepción de arte?

Me apasiona el arte en todas sus formas y expresiones. Para mí el arte es una necesidad, una forma de placer, también una manera de ordenar ideas cuando estoy abrumada. Añadiría que el arte en mi vida es otra forma de aprendizaje: en los museos, soy de las que pone nerviosos a los vigilantes porque se acerca peligrosamente a las obras para intentar entender cómo las produjo el artista (¿Qué color usó primero? ¿Cómo dio las pinceladas?). También soy de las que lee los carteles, generalmente a la búsqueda de nuevos materiales. Creo que esa es otra forma de disfrutar el arte, y suele molestarme de hecho que el cartel no sea muy específico (aquí brota de nuevo mi obsesión por los “cómos”). En Barcelona, por ejemplo, cuando la tesis me agobiaba iba siempre a la Fundació Tàpies. Allí conocí materiales totalmente nuevos para mí, como el blanco de España, y eso me animó a usarlos en mis collages. También allí me empezó a fascinar dibujar a lo grande, a perder el miedo a los brochazos largos.

Disfruto mucho visitando museos por el mundo y talleres de artistas. En Leipzig, por ejemplo, descubrí a Hans Hartung, que me enseñó a disfrutar los movimientos mientras se dibuja, y a Max Klinger, un rara avis genial. Recuerdo ahora el día en que visité el taller de Klinger. Está en mitad de unas montañas, sin letreros, rodeado por un rosal. Llegar hasta allí no es fácil. El guarda de seguridad me dijo que iba muy poca gente, y me dio pena pensar que su legado se iba desvaneciendo. A veces pienso que me gustaría saber tanto de restauración de arte como de museología, para poder ayudar a conservar el arte para el futuro.

Disfruto mucho el arte conceptual, el surrealismo, el hiperrealismo, el arte contemporáneo, incluso el arte rupestre (como respeto hacia las primeras formas de expresión artística del humano). Hay muchos artistas que me han atrapado, pero generalmente todos coinciden en representar una escena diferente al típico paisaje o a hacerlo de una forma nueva: Jean Léon Gérôme, Magritte, Françoise Sullivan, Gustave Caillebotte, Basquiat… He llorado delante de varias obras, desde el bisonte de Altamira hasta el documental de Coixet sobre la obra de Cai Guo-Qiang.

El arte no solo lo ocupa la pintura. Disfruto también la escultura (en especial, Gargallo y Rodin, pero seguramente porque hay muchos que no conozco y también me encantarían), la fotografía, la novela gráfica (mi último descubrimiento son los mangas de “la otra h” que adaptan obras clásicas), los libros ilustrados (Catarina Sobral, Jon Klassen…), la danza contemporánea (¿quién puede no emocionarse ante las obras de Pina Bausch?), el teatro (Andreas Kriegemburg, Agosto…) y los pop-ups, que colecciono y abro con la misma sorpresa que una cría de 5 años.

Un debate que me gusta proponer en ciertos círculos es si deberían existir o no las colecciones privadas, ya que considero que el arte es un bien universal y como tal debería ser accesible a todo el mundo y no pertenecer a nadie (algo así como un comunismo estético o un open art framework). Pero eso es otra historia.

¿Qué entiendes por feminismo?

Sé muy poco, debería leer más. En todo caso considero que el feminismo es un movimiento necesario para hacer presente la necesidad de la igualdad. Mi sensación es que hay varias maneras de entenderlo, lo que me hace preguntarme, desde la ignorancia, si esa heterogeneidad podrá volverse en su contra ante ciertas reivindicaciones.

¿Temes al fracaso? ¿Y al éxito?

Al fracaso lo temí durante mucho tiempo. Ahora en cambio me cuesta más definir qué es un fracaso. Fracaso es una palabra que parece despectiva y puede venir acompañada de sentimientos desalentadores que no me gustan. En todo caso, si fracaso es equivocarse, más que temerlo, lo contemplo como una posibilidad más, y prefiero llamarlo intento u oportunidad. Mi problema con el éxito es que tiendo a no disfrutarlo. Temo perder la perspectiva o sucumbir a la prepotencia, y eso me pasa a veces factura, porque no vivo los éxitos que llegan con la alegría que merecieran.

Nos conocimos hace diez años en aquel certamen de relatos que ganaste. ¿Qué hay de tu faceta literaria? ¿De qué forma se inserta en tu rutina vital actual?

La escritura productiva (es decir, la científica) fue ocupándolo todo y dejando cada vez menos espacio para la escritura creativa. ¡La echo tanto de menos! No obstante, de vez en cuando sigo escribiendo ( https://nereidabueno.tumblr.com/ ), aunque me noto menos suelta. Tengo también varios relatos cortos acumulados, para los que me gustaría encontrar un ilustrador y una editorial. Creo que la sensación de ver tus palabras transformadas en el dibujo de alguien debe ser maravilloso.

¿Qué proyectos personales y profesionales tienes a medio y largo plazo?

Como proyecto personal, recuperar e ir dando cada vez más espacio a mis momentos de no-trabajo (lectura no relacionada con trabajo, pintura, escritura…). También viajar a Madagascar, un sueño desde hace tiempo. Profesionales querría terminar los proyectos que ahora tengo en curso: proyecto Dulcinea (intentar ver si las técnicas de doblaje pueden ayudar a recuperar el habla de personas con afasia), proyecto prisiones (comparar entrevistas de agresores sexuales de menores y adultos para, en el caso de que haya diferencias, proponer abordajes terapéuticos diferentes), proyecto H2020 (crear un videojuego que advierta a los adolescentes de los peligros tecnológicos de compartir información sensible). A largo plazo, últimamente pienso que me encantaría dar más espacio a la divulgación que a la docencia reglada, como por ejemplo, haciendo documentales, o haciendo radio.

Terminamos con esta miscelánea:

¿Qué conservas de tu yo de hace diez años? ¿Qué has desterrado?

Un frasco de agua en el que metí un papel “para ver cómo se iba deshaciendo”. Ropa que ya no usaba.

¿Cuál era tu asignatura favorita en el instituto? ¿Cuál lo fue en la universidad?

Lengua y Literatura. Antropología.

¿Qué tres ciudades te resultan especialmente atractivas para vivir?

No he conseguido encontrar ninguna que me provoque esa sensación.

Un miedo, un placer y un anhelo.

Saltamontes, yogur de stracciatela, haber vivido con más edad (y mayor entendimiento) la caída del muro de Berlín.

Una película, una canción y dos libros.

Her (Spike Jonze), Life for rent (Dido), Amor y pedagogía (Unamuno), El proceso (Kafka).

Este espacio es totalmente libre para que envíes el mensaje que desees desde nuestro altavoz. Ha sido un inmenso placer, Nereida.

Con los años me doy cuenta de que el bien más valioso que tenemos es nuestro tiempo. Decidir en qué invertirlo y con quién configura nuestra vida y es uno de los aprendizajes más complejos. Escoged bien. Yo aún estoy aprendiendo.

Anuncio publicitario

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s