Tendones, desgarrar, rotura, amputar, raspar, intestino, suturar, herpes, edema, etc., etc.
Una prestigiosísima universidad norteamericana ha publicado recientemente un estudio que expone los cien términos más desagradables referentes a la descripción del cuerpo humano y a las variopintas actividades que con él, en él o a través de él pueden desarrollarse.
Sacar ojos con una cuchara no suena tan desagradable hasta que piensas fijamente, con concentración y plena consciencia, en el acto de sacar ojos con una cuchara; pongo un punto y aparte a continuación para que lo imagines: sacar ojos con una cuchara.
Bien. Que la cuchara sea de metal, tal y como has imaginado, es irrelevante, si bien se ajusta al patrón costumbrista de según qué sociedades y, paralelamente, respalda la noción de lo desagradable: es más fría, más cruda, más… ¿dolorosa?
Por un instante tu cerebro ha vislumbrado la necesidad de que manipules una cuchara de metal cerca de uno de tus ojos para comprobar… ¿qué? Pero se ha conformado con tu repentina obsesiva búsqueda de cualquier insignificante objeto de metal que le ofrezca a tu mano el frío, que no el dolor, esperado.
Dejando a un lado las cucharas de metal -hasta nuevo uso, cuando la palparás con una mayor sensibilidad mientras comes con el brazo absurdamente más alejado de tu cara
que habitualmente para finalmente hacer un brusco movimiento de falsa valentía retomando la postura original al pensar “qué tontería” con una autocomplaciente sonrisa-, podemos afirmar que el hombre es el peor animal para todo animal.
Y no me refiero a los asesinos en serie, a los psicópatas ad hoc, sino a los
experimentadores, a los que prueban por diversión, por curiosidad, por adrenalina fácil y peligrosa.
Cada instante que podemos, ponemos a prueba nuestra propia supervivencia, amparados en el conformista sobreprotector enunciado “qué puede pasar”. Nos medimos, medimos cada ápice de vida de nuestro cuerpo, nos matamos muchas veces a lo largo de nuestra vida, pero no morimos por este o aquel mínimo detalle nunca planificado ni siquiera atisbado por nosotros, como potente ultrasonido que nos salva una y otra vez.
Vivimos deseando morir; vivimos esperando que algo falle en todo ese complejo entramado de casualidades, desaciertos y compensaciones cósmicas que cómicamente desembocan en apasionantes anécdotas. Mientras, ahí seguimos, probando si de verdad podemos sacarnos un ojo con una cuchara de metal, aunque sea en nuestro más
profundo, oscuro, deseo.