Verónica Living

Icíar Gómez Hidalgo

César Narganes 

Juan Cuartero Otal

¿Cuál es vuestra postura respecto del llamado ‘lenguaje inclusivo’? ¿Dónde situáis la línea divisoria entre flexibilidad e incorrección?

Verónica Living: Estoy a favor del lenguaje inclusivo. No tengo formación en lengua y literatura, debo aclarar, así que desconozco muchos de los aspectos formales a tratar en esta discusión (y me gustaría que quien me lea mantenga esto en mente a la hora de interpretar mis respuestas). Puedo hablar de mi opinión, y mi opinión es que el lenguaje inclusivo es necesario.

Creo que el lenguaje es permeable y maleable. Así lo es también la sociedad. Pienso que la relación que se da entre la construcción de la sociedad y la del lenguaje es recíproca: la sociedad construye el lenguaje, y el lenguaje, a su vez, construye la sociedad. El lenguaje inclusivo es una herramienta más para crear una sociedad más igualitaria, que incluya a todas las personas.

Respeto el lenguaje y sus normas, pero no estoy nada de acuerdo con aferrarse a unas formas de usarlo y a unas tradiciones que no se muevan con las personas que lo usamos. No creo que la incorrección del uso del lenguaje sea algo malo. Las normas se cambian cuestionándolas.

Icíar Gómez Hidalgo: Más que una frontera yo veo una transición. La norma cumple su función. Es la fuerza que desacelera, que estabiliza, que contiene. Pero la sociedad a través de sus necesidades ejerce otra fuerza que es contraria, el cambio. Creo que necesitamos ambas para mantener un equilibrio. Hay que fluir, pero necesitamos un cauce para no diluirnos demasiado y desaparecer.

César Narganes: Creo que es necesario. Personalmente, procuro utilizar un lenguaje inclusivo «indirecto» (como en «humanidad» o «alumnado» en lugar de «hombres» o «alumnos») y pienso que el femenino genérico debería aceptarse igual que el masculino. Terminaciones como «@» o «x» no me gustan, por impronunciables. La «e», como en «chiques», aún me resulta rara, aunque va ganando fuerza. 

Para mí no existe línea divisoria. El único límite debería ser el conocimiento del idioma. Si, a partir de ahí, alguien se siente más a gusto usando la «e», por ejemplo, me parece perfecto. Juan Ramón Jimenez se pasaba la ortografía por el arco del triunfo y a nadie se le ocurre cuestionarlo, porque lo hacía desde un conocimiento profundo.

Juan Cuartero Otal: El lenguaje inclusivo no debería considerarse una cuestión de Gramática sino de estilo de comunicación. De ese modo, no se trata de prescribir lo que unilateralmente se considera correcto o normativo sino de aconsejar formas adecuadas, claras o eficaces de expresarse, pero de acuerdo con unos principios. La adecuación, claridad y eficacia dependen por lo tanto de factores textuales y extratextuales que son, además de numerosos, muy variables: sin ir más lejos, el público, la situación, el medio y el tipo del mensaje, la intención, la urgencia, la relevancia o el tono del acto comunicativo. Por lo tanto, lo que se debe esperar es cierta flexibilidad. De todas las partes.

A mí me llama la atención leer que las cartas del cole de mis hijos se inician con una mención desdoblada de los niños y las niñas y/o de los padres y las madres (que no deja de ser un claro guiño y una declaración de principios) y regresan más o menos de inmediato al uso descomplicado de un plural no marcado. No quisiera que se me malinterprete: este uso tan extendido no me parece ni extraño ni hipócrita ni despreocupado, ya que no espero otra cosa. La coherencia era una virtud en otros tiempos en los que el mundo era bastante más simple que este.

 ¿Qué grado de relevancia le dais al contexto de uso en el debate entre lo formal, lo diverso y lo estrictamente normativo? 

VL: Es cierto que hay ambientes y/o contextos que son más amables para el uso del lenguaje inclusivo. Depende mucho también de cómo lo usemos, ya que se puede utilizar el lenguaje inclusivo sin recurrir a la “-e”, la “x” y demás, formulando las frases de forma estratégica. El uso del plural en femenino, por ejemplo, está mucho más normalizado que el uso del plural neutro. En mi caso, tanto en mi entorno personal como más público, utilizo cualquiera de los dos dependiendo de las personas a las que me esté dirigiendo. Y aunque intento formar parte de un cambio hacia un lenguaje más igualitario, obviamente hay veces en las que sigo utilizando el plural en masculino porque es lo que hemos hecho siempre y es difícil quitarse ese hábito.

IGH: Sin duda la comunicación es mucho más que la norma. El lenguaje se materializa al comunicarlo y ahí entramos en la pragmática. El contexto lo es todo en la comunicación: el canal, los filtros del receptor, la intención del emisor y el lenguaje no verbal… El mensaje es como un traje y debe ser a medida del receptor. Creo que las palabras son más de quien las escucha que de quien las pronuncia.

CN: Creo que el contexto no debería limitar la forma de expresión, salvo, quizá, en el ámbito educativo, donde se prima el conocimiento de las normas. Todo nuestro entorno vital, el día a día, es el lugar para construir ese discurso sin forzarlo ni aleccionar. Creo que es el camino para normalizar el uso de un lenguaje inclusivo, más que proclamarlo desde un púlpito.

JCO: Es básico y central, como acabo de mencionar en la pregunta anterior: un buen mensaje debe ser lo más adecuado posible a las circunstancias y a la intención del acto comunicativo. Ya después, las intenciones y la capacidad de cada emisor de reconocer esas circunstancias y adecuarse a ellas son variadas – y variables.

Tenemos ese famoso título del libro de Paul Watzlawick: One cannot not communicate. Y con los tiempos que corren, mucho menos, ya que parece que estamos escogiendo la opción de estar constante y felizmente expuestos. Nuestro uso de la lengua nos perfila frente a los demás en cada acto de comunicación: hay quienes pueden tardar más en ser conscientes de ello y en tratar de controlarlo, hay quienes tardan menos y lo aprovechan muy bien. Desde ese punto de vista, dependiendo de modo más o menos consciente del tipo de autoimagen que estamos dispuestos a labrarnos, del tipo de público al que deseamos agradar (o desafiar) y (posiblemente) de nuestra voluntad de ser coherentes, escogemos una serie de variables discursivas que nos etiquetan de manera inmediata. En ese sentido, vuelvo al inicio de esta respuesta: el contexto decide buena parte de la forma, como también del contenido del mensaje.

¿Cómo creéis que influyen las redes sociales, los espacios creativos y el entorno personal en la construcción de un discurso desde la identidad?

VL: Creo que las redes sociales están siendo una herramienta fundamental para este cambio hacia un lenguaje más igualitario. Para empezar, son un gran foco del debate, un lugar donde expresar y recibir opiniones muy diversas. Pasamos muchísimo tiempo en redes sociales, y conocer a través de ellas este tipo de cambios que están ocurriendo ahora mismo puede hacer que llegue a muchos ojos que se replanteen su uso del lenguaje.

IGH: Los canales de comunicación tienen mucho peso en el mensaje y también moldean el pensamiento y la forma de ver el mundo. Las redes e internet han revolucionado la comunicación. Estos espacios se han usado mayoritariamente para trabajar el ego a través del exhibicionismo de lo propio. La identidad no es la percepción que tengas de ti, sino la percepción que tiene el prójimo. Las redes sociales deben estar al servicio de la comunicación, es decir, al servicio del prójimo.

¿Cómo se debe adaptar la enseñanza del lenguaje, desde sus primerísimos pasos, a la perspectiva social actual? ¿Consideráis probable un consenso, una unificación, por parte de los distintos agentes educativos?

VL: No creo que sea la persona indicada para hablar de esto en absoluto. Es una pregunta que hacerle a docentes y demás profesionales de la educación, y me encantaría saber sus respuestas.

Creo, o al menos fantaseo, con que sí, en la educación habrá cada vez más espacio para un lenguaje y unas dinámicas más igualitarias. La primera vez que escuché a alguien referirse a un grupo mixto de personas en plural femenino fue en una clase de la universidad. Lo hizo una profesora a la que le guardo mucho cariño precisamente porque con ese tipo de acciones me hizo empezar a replantearme muchas cosas. Cada vez se están viendo más casos de docentes que preguntan a su alumnado por sus pronombres para dirigirse a elles, por ejemplo, y eso me parece un gran paso. Creo, como alumna, que lo que ocurre en las instituciones educativas puede tener muchas repercusiones sociales dentro y fuera de ellas.

IGH: En la enseñanza del lenguaje es importante la norma porque el orden y el control facilitan el aprendizaje, pero hay que escuchar también el pulso que generan los cambios. La infancia lleva incorporado el avance de la generación anterior. Si queremos formar a los seres humanos del futuro debemos incorporar el futuro desde el principio.

En cuanto a un consenso, no lo considero ni probable ni tan siquiera posible, pero a lo mejor aprendemos a trabajar en la diversidad e incluso puede que le saquemos mucho partido.

CN: Pienso que en la enseñanza de un idioma se debe priorizar el aprendizaje de la norma. La perspectiva social es fundamental, pero es más cambiante y diversa y me parece complicado unificar criterios educativos. 

JCO: Si hablamos de enseñanza ‒y no de adquisición‒ creo que topamos con la cuestión de la Gramática Prescriptiva: no estoy seguro de que forzar a la gente a desdoblar sustantivos o a utilizar barras o metonimias para evitar ciertos usos presentados en oraciones-modelo y así aprobar un examen de lengua, al margen de lo que hace, dice y escribe fuera de la escuela sea un camino recto y sin altibajos hacia un mundo más justo y tolerante (¡ojalá lo fuera!). Este es un tema más de las asignaturas de Valores o de Educación para la ciudadanía, que deben aclarar cuáles son los posibles principios, prejuicios, roles y posiciones de nuestra sociedad.

El consenso educativo solo podría venir de arriba –al menos el intento de consenso–, pero dado el panorama sociopolítico que tenemos en estos momentos, la disensión y el boicot estarían garantizados. A lo mejor esta vez los de siempre se sacarían de la manga el PIN-gramatical. Pero creo que esa es materia de otra de las preguntas…

 ¿Es o puede ser el lenguaje una herramienta feminista?

VL: Por supuesto. Ya lo es, siempre lo ha sido.

El patriarcado ha construido el lenguaje y la realidad para su propio beneficio, y el feminismo lucha por cambiar esa realidad, que se define (me refiero a que se expresa) por ese lenguaje. Es un tema muy extenso cómo el lenguaje codifica la realidad, y cómo interviene en las dinámicas sociales de opresión.

El lenguaje también nos oprime, por lo que cambiarlo, modificarlo, reconstruirlo, es una herramienta muy potente para liberarnos.

IGH: El lenguaje es una herramienta, un arma y una caricia. Podemos hacer con él lo que queramos. Es una herramienta de sometimiento, de libertad, de odio, de comprensión, de manipulación… El lenguaje es el alimento y a la vez el fruto del pensamiento, gracias a él comprendemos el mundo y con él construimos el mundo.

CN: El lenguaje es una herramienta primordial para la comprensión de la realidad y por eso tiene que serlo (diría que ya lo es) también para el feminismo.

JCO: Como ya indicó Wilhelm von Humboldt, el lenguaje es una herramienta. Él hablaba de una herramienta del espíritu, pero no hace falta ser tan metafísico: el lenguaje es LA herramienta que necesariamente empleamos para narrar cosas, para pedir cosas y para expresar cosas. Desde ese punto de vista es una herramienta que se puede utilizar para narrar, pedir o expresarse con voluntad feminista – pero que igualmente se puede emplear con voluntad machista, demagógica, didáctica, igualitarista o sectaria. Por si eso fuera poco, el interlocutor también hace su propia interpretación de lo que oye de acuerdo con sus conocimientos y/o sus prejuicios. Es una maravillosa suerte que a veces nos entendamos…

Creo que los adjetivos se le deben poner al hablante y a sus intenciones y no a la lengua que este utiliza, que en sí misma es un ente sin padre ni madre y que no puede ser machista, consumista, retrógrada o progresista (bueno, tal vez inocente). Como dice Pinker en El sentido del estilo, cada lengua simplemente “recoge aportaciones de millones de escritores y hablantes que incesantemente la retuercen y la ajustan a sus necesidades”.

Verónica Living: “¿Sentís que el lenguaje inclusivo os acoge? ¿Por qué?”

IGH: Sí, me siento incluida. Por mi edad también tuve que aprender a sentirme incluida en el masculino genérico. Muchas veces viví con frustración la ambigüedad que genera al usarse para las personas. Había que decidir sí tú también podías hacer esas cosas o solo nombraban a “los varones”. Cuando optabas por la opción errónea desde el punto de vista del emisor (o emisora porque no solo lo hacían hombres) trataban de avergonzarte. Lo que el lenguaje no te daba, debías completarlo con el rol ideológico que te correspondía.

CN: Sí. Yo ya me sentía representado, por razones obvias, por el lenguaje normativo y el masculino genérico, pero no creo que el lenguaje inclusivo deje fuera a nadie. 

JCO: Evidentemente la respuesta debería ser sí, pues la intención es incluir, pero por muchos motivos me identifico más con una frase de Fernando Pessoa al comienzo de El libro del desasosiego: “Pertenezco […] a esa clase de personas que están siempre al margen de aquello a lo que pertenecen”. La lista de los motivos sería demasiado prolija.

 Icíar Gómez Hidalgo: “Circos, funámbulos, volatineras, troupes, carromatos, mercachifles, charlatanes, tenderas, baratillos, lonjas, verbenas… “Damas y caballeros, niños y niñas, pasen y vean…”. En sus discursos el desdoblamiento del vocativo está “permitido”, asumido y asentado desde hace tiempo. Si no lo oímos, lo echamos de menos. Puesto que tras su utilización no hay una reivindicación desde la perspectiva de género ¿por qué cristalizó su uso? ¿Qué ganan con ello quienes escuchan y quienes lo largan? ¿Dirías que esta personalización es importante para una comunicación persuasiva? ¿Es factible una comunicación sin intención persuasiva?»

CN: Este ejemplo trata de un llamamiento directo a los «clientes», para conseguir que sientan que determinado producto está destinado a ellos. Aunque de forma involuntaria, se podría decir que es perspectiva de género «comercial». Se puede usar el lenguaje sin intención de persuadir, claro, pero los usos siempre se imponen más fácilmente en los casos donde se puede extraer rentabilidad.

JCO: Tenemos un ejemplo de libro de discurso repetido: en una misma situación se recurre al mismo mensaje con más o menos la misma forma peculiar, tanto más esperable cuanto más tenga de (re)presentación pública el acto en el que aparece. En principio, es un recurso de llamada de atención, retórico pero ampliamente efectivo: deja claro que ya empieza un acto y que sigue una cierta etiqueta ante un público del que se exige atención. Imagino que el público a su vez está deseando tener algo a lo que prestar su atención, por lo que no estoy seguro de que se trate tanto de persuadirlo como de ofrecerle justo la señal que está esperando.

La última pregunta me ha gustado y me ha hecho pensar mucho: expresamos cosas con la intención de que nuestros interlocutores las acepten como ciertas y correctas (o de que entiendan nuestra ironía), por lo que vienen con un contenido implícito de persuasión que unas veces está directamente garantizado (¡o anulado!) por la naturaleza de la relación entre los interlocutores y otras veces hay que negociar de modo más o menos eficaz y consciente. En fin, que excepto las expresiones abiertamente fáticas, todas las demás parecen implicar un sutil o no tan sutil componente persuasivo.

César Narganes (1): “«El idioma evoluciona, en gran medida, como consecuencia de los cambios en la sociedad. ¿Crees que puede ocurrir a la inversa: que un cambio en el lenguaje provoque un cambio social?” 

VL: Creo sinceramente que sí que acabará por generalizarse. Si será pronto… eso ya no lo sé. No hay duda de que ya se está haciendo un cambio, y que se está avanzando en este aspecto, porque cada vez son más personas las que utilizan el lenguaje inclusivo y/o están más abiertas a ello.

En este sentido, creo que sí que podría ocurrir que un cambio en el lenguaje provoque un cambio social, pero quizá porque bajo mi perspectiva van íntimamente ligados en sus procesos. Espero que un uso generalizado del lenguaje inclusivo provoque, o al menos lleve de la mano, más inclusión en diferentes procesos sociales.

IGH: Siento un total convencimiento de que el lenguaje es generativo. Mediante la palabra creamos el mundo en el que vivimos, pero a su vez solo tenemos las palabras que conocemos para hacerlo. Por eso es vital crear y coleccionar palabras.

JCO: Yo sinceramente no creo en el axioma postwhorfiano/orwelliano: el cambio en la lengua no altera nuestra concepción del mundo sino nuestra forma de describirlo y representarlo. Por poner un ejemplo: una sociedad que habla inglés no es menos sexista ni más igualitaria que la nuestra a pesar de que su idioma no muestra apenas distinciones léxicas y morfológicas basadas en el sexo. Somos un poco automáticos, pero no tanto. Otro ejemplo: una sociedad que habla alemán no tiene menos prejuicios de género ni menos dificultades para hablar de manera inclusiva a pesar de que su idioma tiene tres géneros gramaticales. De vez en cuando disponemos de más herramientas de las que queremos utilizar.

César Narganes (2): “¿Piensas, al margen de preferencias, que el lenguaje inclusivo/no sexista acabará por generalizarse o ser aceptado como correcto en un corto plazo de tiempo?»

IGH: Hay formas de lenguaje inclusivo y de lenguaje no sexista que están perfectamente dentro de la norma. Otras, en efecto, plantean problemas muy serios para integrarse en esta. Estos últimos creo que serán naturalizados, pero no creo que se integren en la gramática ni en la ortografía.

JCO: Con respecto a la generalización de los usos inclusivos, yo creo que no se dará a corto plazo (no puedo pensar ni a medio ni a largo plazo después de ver El colapso): encuentra un importantísimo obstáculo que es el principio de economía del lenguaje. Sí se mantendrá (supongo que con vaivenes como los que ahora se ven) asociado un determinado modelo de comportamiento social que lo abraza con consciencia de su valor, pero seguirá rechazado y despreciado por otro. Entre una y otra postura quedarán por supuesto incontables grados medios y vacilaciones.

Juan Cuartero Otal: «¿Crees que una intervención favorable de instituciones como la RAE o la Fundéu cambiaría de facto la actitud general hacia el lenguaje inclusivo?”

VL: Sí, creo que la aceptación por parte de instituciones que “rigen la norma” sería favorable en varios sentidos.

Por un lado, considero que aquellas personas que defienden un uso tradicional y normativo del lenguaje por encima del cambio a algo mejor no tendrían más remedio que al menos reflexionar sobre este debate.

Por otro, para colectivos menos representados en el lenguaje, sería un gran avance que el uso de un lenguaje que nos representa sea formalmente correcto, y creo que impulsaría su uso aún más.

IGH: Creo que generaría muchas respuestas airadas, otras muchas victoriosas y otras tantas críticas. Más o menos como todo. Pero me ha parecido muy divertido imaginarlo. No obstante, para algunas instituciones sería más sencillo que para otras.

CN: Sin duda, aunque la RAE, por su propia esencia (y porque es un campo de nabos, con perdón), siempre va por detrás de los tiempos. Cuando intervengan será solo para constatar un cambio que ya se ha producido.

JCO: Voy a permitirme responder a mi propia pregunta: Me parece un interesante ejercicio de lingüística-ficción imaginar a bienpensantes admiradores de las reglas y prescripciones de una institución investida de prestigio cuando se ven enfrentados a reglas y prescripciones que contradicen alguno de sus modelos expresivos. Posiblemente produciría entre ellos un cisma múltiple basado en prejuicios profundos y conocimientos superficiales: los fieles a la prescripción, los apóstatas por principio, los despistados de siempre, los acríticos sin opinión… Pero lo más interesante, aparte de oír el Telediario, sería ver el corrector de Word subrayando en azul todos los sustantivos y adjetivos con terminación -o/-os, y muchos con -e/-es por si acaso.

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