“La inadaptación a lo imperfecto es lo que mejora al hombre”

-Antonio Gala

          Sospechamos, queridos lectores, no sin vergüenza, no sin disculpa, que un alto porcentaje de imágenes que acuden a nuestra mente al escuchar “musical” tienen que ver con escenas cinematográficas de clásicos hollywoodienses en los que sus protagonistas bailan a ritmo de ya míticas sinfonías de la historia de la gran pantalla. Hoy vamos a hablar del otro porcentaje de imágenes: las del teatro musical, las del espectáculo en vivo, las de la emoción no solo infantil, las de la Gran Vía con cola dando la vuelta a la manzana. Entremos. ¿Nos acompañáis?

No solo de Broadway vive el arte teatral-musical. Nuestra tradición ha explorado las posibilidades de la representación cantada desde los primeros siglos del arte público: envuelta usualmente en las costuras religiosas, sociopolíticas reivindicativas y/o ilustradas, la diversidad de escenarios y destinatarios ha ofrecido históricamente una rica gama de continentes y contenidos abrazados a la función de voz entonada y pies ligeros. Sin despreciar en absoluto al gigante neoyorquino -y su indiscutible influencia y adaptación en nuestras coordenadas, especialmente en los primeros años luminosos del s.XX-, vamos a dedicar esta exposición al desentrañamiento del musical autóctono.

Resulta imprescindible señalar que el concepto de “musical” absorbe unas connotaciones imposibles de extrapolar fuera de su margen de uso prototípico: hasta la segunda mitad del siglo pasado no gozaremos entre nuestras fronteras de “musicales” sin comillas, de aquellas obras que narran argumentalmente bien drama, bien comedia desde un fuerte componente de entretenimiento y destreza audiovisual. Hasta ese momento, las similitudes, condiciones semejantes en formato -el beso entre música y danza como base- y lo sucedáneo como práctica originalmente alejada de todo homenaje van a tejer una primera vida nacional extremadamente plural y esencialmente literaria -vs. cinematográfica-.

Juan del Encina y Gil Vicente son estandartes de la Edad Media precursora del mantra lírico que recorrerá retablos, plazas y pueblos sin dejar de encantar al público asistente, que convertirá el Siglo de Oro en el siglo de la “fiesta teatral”: como veremos más adelante en relación con la cuestión de lo cómico y la denominación adecuada del tipo de obra teatral, la esencia festiva, alegre y desenfadada ha sido una constante en la historia de nuestra más profana dedicación a la génesis musical.

Esta estimulación del llamado teatro cantado viajará tras la dictadura franquista hasta un insospechado cambio de paradigma, como un choque entre lejanos mundos, de la paulatina desaparición del género chico en detrimento de la adaptación de obra extranjera de estratosférico éxito. Pero vayamos paso a paso.

La zarzuela es el otro gran gemelo no reconocido de aquello que conceptualmente estamos exponiendo aquí. Triunfadora por méritos propios -y talentos de talla maxi-, rechaza la capciosa comparación con la ópera. Se asienta en el Madrid decimonónico como una suerte de reverso de la alta cocina teatral, de poso mucho más italianizante y -según las lenguas más clasistas- profundo o elevado. La verbena de la Paloma y La Revoltosa, grandiosos representantes del sainete lírico, contemplan el despegue futuro de plumas como las de Federico Romero y Guillermo Fernández Shaw, que honrarán el trasfondo zarzuelesco hasta la abrupta interrupción de su exponencial escalada por la Guerra Civil.

Como sentencia D. Javier Huerta Calvo, aquello que ha trascendido en nuestra tierra como ‘musical’ es exclusivamente la herencia de la “comedia musical” gestada en Broadway. Las entrañas culturales de nuestra expresión albergan una manera de producir impacto artístico que bebe de fuentes mucho más pretéritas:

Resuenan en nuestras pupilas afanes de Fuenteovejuna o La vida es sueño como caldos jugosos de futuras puestas en escena cargadas de voz en los pulmones e hilo musical en tarima. El teatro es, desde luego, mucho más antiguo que su vertiente más musical, sin embargo, es sencillo rastrear ciertos focos de inspiración, ciertas estrategias colectivas y ciertos cánones heredados; mucho más complicado es liquidar el debate sobre los límites materiales entre Literatura y Música, entre Lírica y Música, entre Teatro y Show -en su acepción más comercial y menos profunda- en bastantes ámbitos artísticos.

Los 70 suponen una carrera de tres peldaños hacia la consagración del musical en España: se realiza la captura de los grandes éxitos norteamericanos, se entienden como factibles sus versiones con acento nacional y se disponen los elementos de los diversos gremios artísticos en pro de una complicada pero suculenta prueba de calidad. Con gran frecuencia dicha prueba alcanza el visto bueno de los de dentro del equipo y de los de fuera, que comienzan a abarrotar los teatros con los ojos puestos en The Rocky Horror Show, Godspell o Jesucristo Superstar.

07/05/2018 Cartel del documental ‘Jesucristo Superstar’ realizado por el artista Favila ESPAÑA EUROPA MADRID CULTURA CREAVI

Es la explosión de las superproducciones españolas, que vuelcan todos sus recursos en el empadronamiento de los titanes internacionales y despliegan todo el talento local en las versiones más fieles y espectaculares. Como un poderoso haz de color, como una suerte de guía de estilo, comienzan a brotar raíces de pluma y acorde internos, que conviven con el cada vez más logrado espejo de lo exterior y abren una vía de experimentalismo para ese gran camaleón que llamamos Teatro.

Dramaturgos, tenores, sopranos, actores, orquestas. Se amplía el arco y se añaden notas musicales a los diálogos, se hermanan guiones y libretos, se exige arte corporal, dotes danzarinas y capacidad de canto. Se busca la redondez de la obra desde una predisposición progresiva: se visualiza el detalle último del número colectivo, se persigue el gesto definitivo del actor convertido en solista, se cuenta conforme se canta. 

De actrices como Concha Velasco o Marta Ribera hasta los primeros guiños de rostros como Santi Millán o Ángel Llàcer pasamos a la liberación de nuestro ombligo para disfrutar algunas de las más potentes experiencias teatro-musicales, basadas en la trayectoria de algunos de los más grandes hitos de nuestra música.

Mecano y Hombres G -dejemos al margen los macro-remembers de La Movida Madrileña, caso aparte- son dos de los primerísimos nombres de esta lista. Sus dilatadas carreras, así como su trascendencia multidisciplinar, ponen el arte escénico al servicio de la música, cambiando la direccionalidad narrativa del binomio. Las compañías teatrales que capitanean estos retos escénicos son el germen de una futura línea propia de entretenimiento. 

La sensibilidad se mueve desnuda por los principales patios de butacas de Madrid, Barcelona y otras ciudades que apuestan por un incremento de la oferta teatro-musical. Estamos en plenos 80 y la llegada de la cartelera repleta de aquellos títulos es fruto de la confirmada independencia de autores y directores respecto de la mirada hacia el Atlántico. 

Amanece la última década del XX bajo el sol de Disney en Estados Unidos y bajo la luna de los Payasos de la tele en España. Ambas influencias desarrollan sus extensos lazos paralelamente a la consagración del musical de autor. Se asume la rama específica, se establece la subsección profesional dentro de la formación teatral y se estrena la confluencia de cantantes que actúan y actores que cantan y bailan con el híbrido naturalizado: actores cualificados para la danza y el canto desde el nido. 

Entramos con paso firme en el siglo XXI, tan esperanzador en las inmensas aguas teatrales https://altavozcultural.com/2020/12/26/teatro-del-s-xxi-anais-bleda-verdu-y-alvaro-tato/   y hallamos propuestas que topan con las lindes circenses, los shows de casino y los eventos televisivos vinculados a la valoración de las virtudes interpretativas. La mixtura de planos estéticos y fines socioculturales desembocan en una bomba de sentimientos, energías y frescura bien conservada. Podríamos decir que el musical empezó a ser musical casi a la misma vez que dejó de serlo o, mejor, se reinventó sobre su propio cimiento justo antes de caer en la indefinición.

Grease, Mamma Mia!, Billy Elliot, Los Miserables… comparten cosmos con Antonio Gala, Emilio Aragón, José Sacristán, Dulcinea Juárez… Todos ellos vertebran, desde sus instrumentos, sus coros y sus coreografías, el Musical, una forma de arte que ha encontrado en nuestro teatro su madurez en los últimos años y que siempre vivirá en una eterna adolescencia. 

-Enlaces de interés:

El teatro musical como unión de música y performance

https://theobjective.com/further/som-academy-llega-la-primera-escuela-de-musicales-en-espana

Bibliografía básica:

https://www.love4musicals.com/2019/06/07/eee02-el-musical-en-espana-anos-70/ 

– Fundación Juan March: https://www.march.es/ 

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