
¿Quién es Yolanda Arias Fernández?
Una mujer (signifique eso lo que signifique en este punto de la Historia y de mi vida; aún indago); hija, compañera y madre en lo afectivo y por orden cronológico; lectora, huidora del cinismo, abonada a la capacidad para la sorpresa y la maravilla; una bala perdida, a mucha honra; nómada. ¿Qué tres momentos vitales dirías que han forjado especialmente tu personalidad, tu carácter? Muchas cosas forjan la personalidad antes de ser conscientes de ello y ninguna tiene que ver con el ejercicio la voluntad. Si hablamos de hechos conscientes, entonces probablemente la experiencia de la depresión de mi madre y su proceso curativo durante mi infancia, la elección de salir de mi entorno cercano para estudiar lejos de los compañeros que hicieron que mis últimos años de EGB fueran un calvario, mi propia experiencia con una enfermedad muy larga y la maternidad (la biológica y la que no lo es). Son cuatro, lo sé, y no son hechos puntuales; probablemente todo lo que nos informa tiene un recorrido.
¿Qué grado de relevancia ha tenido tu formación académico-profesional en el desarrollo de tu carrera literaria y artística?
Mi formación es filológica y docente, mi desempeño laboral ha sido más variado. Creo que, aunque para cuando llegué a la universidad ya había leído muchísimo, el punto de vista de la filología me ayudó a entender determinados mecanismos de la literatura y de la lengua, sobre los que había reflexionado de forma más superficial antes. Entender esos mecanismos o aprender a diseccionar, como una cirujana, una obra y descubrir su funcionamiento no te convierte en escritora. Pero, si tienes el impulso creativo, supongo que afina la habilidad personal. Cuánto, no sé decirlo. La mayoría de escritores no han explorado probablemente esos elementos desde lo académico y no lo necesitan para que sus historias sean fabulosas. También me he formado como docente y como correctora ortotipográfica; lo primero, sobre todo por el carácter poco ortodoxo de esa formación, me ha ayudado a normalizar la percepción de extrañeza hacia mi propio pensamiento y también me ha reafirmado en la necesidad de comunicar sin renunciar a la intimidad, de transmitir sin adoctrinar ni moralizar, de acompañar procesos y eso, me parece, es interesante a la hora de escribir. Lo segundo me ha vuelto una maniática de la puntuación y la revisión para no repetirme, pero aún no he necesitado terapia. En cuanto a la formación en lo plástico, menos dos años estudiando con un pintor cuando era adolescente, soy a medias autodidacta y a medias bebo de cursos on line. Me falta mucha formación en este sentido y mucha práctica, así que mi trabajo es muy intuitivo. Mi desempeño profesional ha sido muy variado, a veces caótico, a veces estructurado en exceso, a veces muy libre; vivir experiencias disímiles enseña a no tomarse algunas cosas muy en serio y al mismo tiempo a no dejar de apreciar la gravedad de vivir, la hondura, la maravilla. ¿Cuánto tienes de autodidacta y qué tres grandes nombres te vienen a la mente si te preguntamos por tus referentes en cada disciplina? En el dibujo y la ilustración ya he dicho que no tengo formación académica, al menos reglada. En todo caso en ninguna de las disciplinas es suficiente la formación; el trabajo, la experimentación y el error como oportunidad son una escuela imprescindible. Cuando pienso en referentes tengo una impresión de sillas de madera labrada alrededor de una mesa muy antigua, todo cubierto de polvo. Pero si lo pienso desde la emoción, en un sentido amplio, hay algunos artistas que, desde hace mucho tiempo o recientemente, son una inspiración, un desafío, son intrigantes… Vamos a ver. En literatura sigue alucinándome leer a Ray Bradbury; no creo que jamás me canse y vuelvo a sus relatos como a un hogar que, sin embargo, siempre esconde sorpresas. Siento la poesía de Ángel González, de Valente y de Idea Vilariño, y la narración de Silvina Ocampo como en resonancia con mi forma de percibir el mundo ¡y son tan diferentes! Me resulta difícil reducirlo a tres, porque no paro de descubrir maravillas, que son nuevas para mí aunque no sean novedades. En los últimos dos años he descubierto a Joan Didion, a Nella Larsen, Armonía Somers, Clarice Lispector, Esther Ramón, Be Gómez, Camila Sosa y Pilar Martín Gila. Me tienen deslumbrada por motivos diversos. En pintura e ilustración, siempre me he sentido conmovida por Ernst Ludwig Kirchner, Klimt, Ángeles Santos, Leonora Carrington, Tamara de Lempicka. En ilustración me encanta el trabajo de Rébecca Dautremer, de Víctor Rodríguez, Ricard López Iglesias, Marco Mazzoni, Alessandra Maria, Juan Espadas, Laura Pérez. Hay más, no puedo recuperar ahora el nombre de una acuarelista israelí que me fascina. En educación, Marisa Moya, el colectivo Pedagogías Invisibles y mi amiga y socia Mar Martínez.
¿Cómo se gesta el proyecto de Ellaluna?
Mi amiga Mar y yo fuimos madres. Las dos éramos educadoras; ella es Maestra de Educación Infantil y yo profe de Lengua y Literatura en Secundaria. A las dos nos parecía que las necesidades de niños y adolescentes no se atendían adecuadamente en el sistema tradicional de enseñanza ni con las condiciones de los centros escolares, como la ratio elevada. Ambas habíamos estado formándonos por nuestra cuenta y hackeando ese sistema en la medida de lo posible desde nuestras aulas. Y ambas nos dimos cuenta de que no queríamos llevar a nuestros hijos a los proyectos educativos que íbamos conociendo. Decidimos crear la escuela en que creíamos. ¿Cómo valoras el ámbito educativo en la actualidad, qué consideras que falta y qué consideras que sobra? Pufff… Falta respeto por parte del sistema por las necesidades individuales del desarrollo de cada menor; falta comunicación y coordinación con los maestros, educadoras y profesores y profesoras que están en las aulas; falta dejar de compartimentar el conocimiento; falta revisar, reformular y actualizar el currículo; falta formación útil y creativa que no se centre en la mera instrumentalización de la tecnología; falta bajar la ratio, eso sobre todo. Sobra burocracia y autoritarismo; sobra esa concepción jerárquica y ligada a la obediencia y la asimilación, de los espacios educativos; sobran reformas que parece que lo cambian todo para que no cambie nada. Sobran gurús que no han pisado un aula.
¿Por qué Bala Perdida como hogar para Almario?
Qué mejor lugar. Lorena Carbajo (editora) me ha dado una oportunidad en una editorial con vocación de hacer un catálogo original, creativo, valiente, extraño como un pájaro casi extinto pero resiliente, romántico en un sentido excéntrico y marginal para situar esas obras en un centro desde el que hacerlas visibles. ¿Qué texto de los contenidos en la obra utilizarías especialmente como carta de presentación sobre tu perfil literario? Creo que los dos primeros cuentos, “Azul I” y “Azul II”, que funcionan en realidad como uno solo. Poéticos, hermosos y terribles.
¿Qué cuento previo a Almario dirías que fue el que te hizo darte cuenta de que podías llegar a desarrollar literatura de calidad como autora?
Gracias por lo de la calidad ;P Creo que fue uno que escribí sobre alguien que se cae de un guindo. Sentía interés por darle un desarrollo estético, además de por contar una historia. Y antes de eso escribía mucha poesía. Con veinte años me presenté al Adonais y me llamaron porque mi trabajo fue uno de los diez elegidos entre los que se iba a dar el premio. No lo gané, pero aprendí una bonita lección: hay que tomarse con más calma esas cosas; disfruté muy poco del ambiente y los canapés por lo nerviosa que estaba. ¿Cuál fue el punto de inflexión y qué concepto tienes de la generación de autores a la que perteneces? El punto de inflexión fue la conciencia de querer hacerlo en serio, no hay una epifanía de por medio; aunque sí hay dos personas cuyo criterio me animó: Teodosio Fernández y Carmen Valcárcel, ambos son catedráticos en la UAM. Con respecto a lo otro… No tengo claro a qué generación de autores y autoras pertenezco; no tengo una noción clara de generación tampoco. Lo digo humildemente; no sé dónde encuadrarme. En todo caso, me gusta que haya tantas publicaciones de cuentos, de relatos.
¿Tiendes a leer con ojos de escritora?, ¿y a escribir con ojos de lectora? ¿Consumes especialmente el tipo de literatura que escribes?
Consumo muchos tipos de literatura. Tengo predilección por la literatura fantástica (en el sentido académico del género), me encanta la ciencia ficción y siento debilidad por muchos autores y autoras de países en Hispanoamérica. Cada vez leo más literatura escrita por mujeres y leo mucho ensayo, sobre literatura, sobre filología, sobre antropología, sobre feminismo. Y mucha poesía. Soy tebeófila empedernida también. Y adoro la novela negra. Me doy cuenta de que leo con dos conciencias o tres; no puedo separar a la lectora de la filóloga ni de la escritora. Como cuando voy a un museo o leo un cómic y estoy mirando composiciones, veladuras, tramas, paletas. Siempre, parejo a disfrutar y admirar, me hago la pregunta ¿cómo está hecho?, ¿cómo está resuelto?, ¿qué estructura, ritmo, material se ha usado?, ¿cómo podría hacerlo yo?
¿Qué nivel de autobiografismo -más o menos directo- podemos encontrar en Almario? ¿Qué sabor te deja tiempo después de su publicación?
Es más autobiográfico de lo que yo pensaba. Dos o tres o cuatro cuentos relatan experiencias reales, tamizadas, o hablan de personas reales a las que yo conozco o conocí; a algunas las amo, de muchas maneras, y a algunas las aborrecí y necesité exorcizarlas. Uno de ellos cuenta una historia real, que no lo parece, y es un regalo a mi prima Susana. Algunos relatos revisitan historias que me contaron en algún momento o tienen que ver con mi entorno y que tienen cierto grado de ficción. Algunos hablan, directa o indirectamente, de mi experiencia con la enfermedad y el dolor físico y la fatiga emocional que comportan. Todos tratan temas que me inquietan, me preocupan, me fascinan; muchos muestran una inquietud política en un sentido amplio, sobre todo en el ámbito de lo que significa ser mujer, diacrónica y sincrónicamente. En muchos hay, por ejemplo, un reflejo de mi fascinación por la botánica y el color, o se habla en ellos de personajes y libros que me gustan.
Publicarlo ha sido una experiencia interesante. El hecho en sí fue precioso; saber que hay muchas personas (muchas, en el paradigma de quién soy) que lo han leído y lo leen y participan de lo que yo imaginé es emocionante; alcanzar la difusión que me permitiría llegar a más personas es difícil, desconcertante…, soy nueva en el mundillo literario y no tengo contactos. Pero sigue ilusionándome. No releo los cuentos salvo para grabar a veces alguna lectura y publicarla en redes. No es que me cansen, es que tengo buena memoria y están ahí, en algún lugar de mi cerebro al que llego sin dificultad; y prefiero seguir escribiendo. Pero es como un hijo (si me escuchara el de carne y hueso me diría “mamá, eso es una hipérbole, ¿no?”) y espero que tenga más recorrido.
¿De qué formas has combinado y combinas tu faceta artística como ilustradora y tu desempeño como escritora?
Hice algunos dibujos mientras escribía estos relatos, porque mi forma de escribir es muy visual; cierro los ojos y veo suceder los acontecimientos. A veces empiezo a escribir por la sensación de una imagen. Casi siempre escribo primero y pinto o dibujo después, aunque las imágenes están desde el principio en mi cabeza y escribo a partir de ellas. En Almario las ilustraciones no tienen un estilo unificado, porque nacieron como un juego para mí; algunas son trabajos de amigos a los que propuse dibujar o pintar algo que alguno de mis cuentos les inspirase y estoy encantada con el resultado. Llevo un tiempo preparando un libro de poesía (el texto lleva terminado un año) y decidí incluir una ilustración en cada capítulo, pero es diferente dinámica: tienen un estilo común y están pensadas como piezas que se complementan.
En cuanto a la parte práctica -tiempo y espacio-, hago lo que puedo, donde y como puedo. Llevo una vida nómada.
-Cerremos Almario: ¿cuál de sus textos convertirías en cortometraje? Qué pregunta curiosa, me hace preguntarme si soy cinematográfica en mi forma de escribir. Si hablamos de imagen real, creo que “Nicolás” o “Celia”. Si se tratara de animación, sería “Luego, el jardín”; es uno de mis favoritos, pero lo que cuenta sería demasiado crudo sin el lirismo del dibujo que imagino.
Como reseñista de textos ajenos, ¿consideras útil o necesaria la «reseña negativa», en la cual el texto leído y comentado es criticado abiertamente en un medio, blog, revista… o abogas por el silencio si no te gusta lo que lees?
En general prefiero hablar de lo que me gusta y hasta ahora he reseñado sobre todo álbumes infantiles o álbumes ilustrados sin edad que me han parecido geniales o defendibles; me encanta la literatura ilustrada. Sólo en una ocasión hablé mal de un libro, porque es un cuento con mucho predicamento, premio incluido, y choca frontalmente con aquello en que creo sobre educación e infancia. Creo en todo caso que una crítica, buena o mala, debe distinguir entre gusto y calidad, y que debe estar bien argumentada. Me resulta difícil ver la utilidad de una reseña negativa, salvo que se haga con un cuidado exquisito, una argumentación impecable y sin ninguna alusión personal. Un autor o una autora son mucho más que uno de sus libros. ¿Qué opinión te merece el prolífico mundo de los booktubers? Me confieso muy ignorante sobre este fenómeno, la verdad, no me da la vida; pero prometo informarme y ya os cuento la próxima vez que hablemos.
Cerremos la charla con Venecia Lonis (¿por qué el pseudónimo?), ¿en qué consiste el proceso de encargos artísticos que se te pueden hacer y qué es lo que más te suelen pedir?
Hace mucho tiempo buscaba un nombre que no fuera el mío y me sirviera de marca; me pareció que necesitaba una pantalla, no sé por qué. Leí un artículo de Millás en El País, en una sección que se llamaba “La foto”, creo recordar; en él Millás hablaba sobre una niña a la que pesaban en una balanza romana y que probablemente no sobreviviera a la desnutrición. Se llamaba Venecia Lonis y tenía un nombre para brillar, pero si naces en las dos terceras partes del planeta que la otra exprime es probable que mueras antes de desarrollarte. Era de Haití. Me pareció un nombre hermoso y decidí adoptarlo y dedicar parte de mi desempeño como dibujante a proyectos que necesitaran apoyo para cambiar lo que no hacemos bien, de forma estructural o asistencial. Lo he hecho lo mejor que he podido, haciendo trabajos por ejemplo para el proyecto Claret Acoge o, estas últimas semanas, para recaudar dinero para un centro de formación profesional en El Chocó, en Colombia. Ahora estoy en un momento de transición y dejaré de usar el pseudónimo; en mi web ya sólo uso mi nombre real. En ella se podrán ir viendo láminas que hago y que están a la venta, bien los originales, bien reproducciones; en la misma web se enlazan mis perfiles de redes sociales y mi correo electrónico. Para los encargos no hay más que escribirme por email o contactarme en alguna de esas redes; he tenido encargos de todo tipo, la verdad, algunos muy divertidos, algunos extraños… Me gusta probarme.
Volviendo a la Educación y poniendo sobre la mesa tu formación filológica, ¿qué opinión te merece el llamado «lenguaje inclusivo», especialmente en lo concerniente a su posible, imposible o atrevido uso desde la docencia con vistas a trasladarlo a las nuevas generaciones?
La formación filológica me ha enseñado que las lenguas son sistemas y como tales, evolucionan según unas reglas, que derivan de muchas circunstancias (en este caso, gramaticales, fonéticas y fonológicas, también culturales…), que tienden a la economía y al equilibrio, entre otras cosas. También me ha enseñado que las comunidades de hablantes eligen qué nombrar (en un sentido amplio) y cómo hacerlo, y que ese interés transformador se decanta, más deprisa o más despacio, según muchos factores de nuevo, en el asentamiento o en el cambio. El lenguaje y las lenguas son complejos. En todo caso, tanto diacrónicamente con más claridad, como sincrónicamente, vivimos inmersos en la variación lingüística en función de la geografía, del tiempo, de nuestra competencia, de nuestro contexto; incorporamos estructuras gramaticales y colocaciones, además de palabras, de otros idiomas. Esas incorporaciones no corresponden a nuestro sistema gramatical en un principio, pero algunas acaban asentándose y admitiéndose. Las lenguas son sistemas vivos. Así que, es verdad que la flexión de nuestro idioma común contempla el masculino como género no marcado, es verdad que de momento ninguna de las alternativas parece haber triunfado y es verdad que si el conjunto de hablantes considera que esa forma de comunicar el género no marcado es discriminatoria encontrará la forma de cambiarlo. Yo en concreto sí creo que es discriminatoria, sí creo que la forma de decir el mundo construye (no en exclusiva) una imagen o representación de acuerdo a la cual vivimos y que eso inevitablemente da forma al mundo, porque conforma un paradigma en el que tomamos decisiones constantemente; es un círculo. Pensar que las transformaciones lingüísticas bastan para cambiar la sociedad es una estupidez y no he oído a ninguna feminista decir tal cosa como enunciado absoluto. Pensar que esas transformaciones no son factores de percepción y de cambio social me parece ignorante e ingenuo; hay muchos ejemplos en la historia reciente, no hace falta remontarse mucho. Como educadora, en concreto en esta área, me parece que lo más interesante es trasladar esta reflexión y que se entienda la lengua como ese sistema cambiante que es; esos procesos de variación y cambio son inherentes a su funcionamiento, los alumnos deben aprender a razonar sobre la materia, deben preguntarse, deben cuestionarse y cuestionar las piezas que lo componen y su funcionamiento, para entenderlo y convertirse en sujetos activos y no sólo en consumidores, también en este ámbito. Desde un punto de vista transversal, algunas de las responsabilidades de los docentes y educadores de todo tipo son acompañar en la adquisición de herramientas para la crítica de sus estudiantes, alentar su curiosidad innata, dejar espacio para su iniciativa y permitir su autonomía a pesar de la presencia de los errores, que deben ser tenidos en cuenta en el proceso educativo como oportunidades de exploración y mejora. Personalmente, dependiendo del contexto uso diferentes formas en cuanto a la expresión de la diversidad de género, aunque ninguna me convenza como solución lingüística, porque me parece necesario un cambio. Aquí he sido convencional; en otros escenarios uso la <@>, la terminación <-e>, la <-x>, o el femenino como expresión no marcada.
¿Cuál es tu definición de Arte?
Definir es muy difícil y me parece que diga lo que diga me meto en un jardín. Pero, ¿Quién dijo miedo? Creo que el arte es una forma de observar, analizar, descomponer y rearmar el mundo dejando al descubierto las relaciones entre las partes, a través del extrañamiento y el pensamiento horizontal, desde la intimidad hasta la acción colectiva, que permite dotar, no sólo de lucidez, sino de sentido estético esa reflexión y su propuesta concreta, en cualquier soporte: visual, auditivo, táctil, espacial, gustoso, a través del movimiento, etc. No es un producto o un objeto, aunque pueda resultar de ello un producto u objeto; el arte es una forma no evidente, no exclusivamente lógica ni racional, de pensar el mundo, ligado a la emoción y a la intuición, que son formas también de conocimiento. ¿Y tu ideal de Belleza? Para mí la belleza tiene que ver con el concepto filosófico de necesidad (pero no con la suficiencia) y con la armonía.
Lorena Carbajo te deja esta pregunta y te manda un abrazo: «¿Cómo crees que estás evolucionando con tu obra -tanto literaria como pictórica?»
Qué bonita es Lorena en tantos sentidos. Creo que cada vez soy más consciente de lo que hago y lo que empezó como diversión va ganando propósito reflexivo y transparencia. Es un proceso de descubrir y mostrar; es personal, y al mismo tiempo espero que llegue a otras personas porque cada vez tengo más claro que es importante compartirse, que eso va creando redes necesarias.
¿Qué proyectos tienes a corto, medio y largo plazo?
A corto plazo tengo terminado un libro de poesía que espero que vea pronto la luz y sigo explorando técnicas de ilustración (ahora alterno la acuarela y los lápices de colores con rotuladores y bolis Bic); también quiero que EllaLuna prospere a pesar de estos tiempos difíciles, porque es un proyecto educativo precioso; y llevo unos meses escribiendo en Nueva Tribuna, un diario digital, explorando otra forma de expresarme. A medio plazo, voy encauzando un nuevo libro de cuentos y me gustaría avanzar en mi formación hacia la ilustración de historias completas; comienzo ahora un proyecto conjunto para un libro muy interesante, pero no puedo aún dar detalles porque es para varios años de trabajo; y EllaLuna, que es una carrera también de fondo. A largo plazo, me gustaría ser menos nómada o llevar mi nomadismo con más paz; me gustaría un poco de estabilidad para no tener que migrar la habitación propia de mi cabeza por la geografía de Madrid mientras me gano la vida como puedo.
¿Dónde pueden encontrarte, leerte y seguirte nuestros lectores?
Pueden encontrarme en https://www.yolandaarias.com; leerme en Bala Perdida, en el blog de mi página, en el diario Nueva tribuna (https://www.nuevatribuna.es/author/yolanda-arias-fernandez ) y en mis redes sociales, donde publico haikus y microcuentos, además de mis ilustraciones y lecturas de viva voz de vez en cuando (@YolanAF en Twitter, @yaf76 en Instagram, Yolanda Arias en YouTube y Yolanda Arias Fernández en Facebook).
Terminamos con este bombardeo directo al corazón:
—¿Qué tres palabras te gustaría saber decir en todos los idiomas?
Inodoro, agua potable, salida; prosaico, pero práctico.
¿Qué tres palabras describirían Almario?
Poético, terrible, hermoso.
Por último: ¿qué tres palabras sueles usar con frecuencia al escribir -más allá de términos gramaticales-?
Afilado, tejido, luz.
¿Qué canción podría ser la BSO de Almario?
Cualquier pieza instrumental de Yann Tiersen; suelo escribir escuchando su música. Digamos “Porz Goret”, “Penn Ar Roc’h”, “Penn Ar Lann” o “Tempelhof”. Pero “Árbol”, por ejemplo, nació de un poema de Marcos Ana y el ritmo de una canción de Sabina; la puse en bucle en el coche para no perder la sensación asociada a la idea y nada más aparcar lo escribí del tirón en el coche, en mi móvil.
¿Cuál podría ser la de tu día a día más académico?
“Noctiluca”, de Drexler.
¿Qué ciudad, lugar o rincón recomiendas a los amantes de la lectura inmersiva para leer Almario de forma única y especial?
En Madrid hay un parque, El capricho, en la Alameda de Osuna, con bancos entre la fronda. Cualquier bosque de abedules, tupido, o un bosque cualquiera, sentados en el suelo con la espalda pegada a un tronco. También se me ocurre una de las hornacinas de piedra de la Montaña Amarilla en Tenerife, por la extrañeza. Pero “El relato”, sin duda, hay que leerlo en la playa de Otur, en Asturias; sucede allí. Lo mismo ocurre con “Nicolás”; hay un trozo de muro en Gil García, Ávila, en el que aún lo veo cada vez que paso. Si la cosa tiene que ver con esto de la lectura inmersiva tecnológica, mejor en silencio; cada mente ya es una caja de resonancias maravillosa.
Comparte con nuestros lectores: a) un miedo; b) un vicio; c) una manía molesta; d) un buen consejo recibido.
a) Siento un miedo antiguo, cerval, por la oscuridad; aunque no en mi casa.
b) El chocolate.
c) Nunca saco la basura; mi cerebro se empeña en pasarlo por alto.
d) Quien no distingue, confunde.
Recomiéndales, por favor:
a) tres autoras actuales: Be Gómez, Noelia Adánez, Almudena Hernando y Esther Ramón;
b) tres artistas contemporáneos: Ko Byung Jun, Malika Favre, Irena Spector, Karin Rytter.;
c) dos editoriales y dos librerías: Bala Perdida, Continta me tienes, Contraseña Editorial y Astiberri, no puedo reducirlo a dos y me dejo muchas que me encantan; Amapolas en Octubre y Nakama en la calle Pelayo y Taiga, en Arturo Soria (todas en Madrid, que es lo que más cerca me pilla);
d) dos novelas, dos poemarios y una película: La mujer desnuda, de Armonía Somers y Las malas, de Camila Sosa Villada (las he leído en estos últimos meses y me han cautivado); Todos los finales, de Be Gómez y Sellada, de Esther Ramón (los dos están en Bala Perdida); la película es antigua, se titula Another woman y es de Woddy Allen; también me enamoró La delicadeza, protagonizada por Audrey Tautou (me encanta el cine, qué difícil elegir; pondría también cualquiera de Isabel Coixet o el documental Pina; danzad, danzad o estaréis perdidos, de Wim Wenders para Pina Bausch).
Envíales un mensaje a las personas que más quieres, otro a tus lectores y otro a la Yolanda de 2030.
A las personas que más quiero les diría que me ayudan a sostener quién soy y a hacerme crecer y que mi amor trata de sostenerlos a ayudarlos a crecer; que me esfuerzo por estar a la altura a pesar de que el amor no hay que merecerlo y que trato de amarlos sin exigencias. A mis lectores les doy la bienvenida, lo que leen es mi forma más íntima y honesta de ver el mundo, y les doy las gracias, por multiplicar mis historias con sus miradas diferentes a la mía; entre todos tejemos un tapiz de muchas dimensiones, mucho más complejo y diverso que lo que yo escribí. Espero que me acompañen mucho tiempo y tengan ganas de compartirlo. A mi yo de 2030 no sé qué decirle, la vida es tan imprevisible, tan rara. Espero que no esté de vuelta de todo, espero que no se halle desolada, espero que se tomara esta aventura tan en serio como para disfrutarla y tan a la ligera como para no sufrir. De decirle algo, sería: recuerda seguir educando con firmeza y amabilidad y respeto (mi peque tendrá 16 años), recuerda que la primera transformación necesaria para cualquier cosa es la tuya.

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