
Irene nos lleva por el camino del hogar en la distancia, de los recuerdos, de la familia que aguarda.
Queridos, este libro abre en canal recuerdos escondidos en tu mente, el olor al sol del verano en el pueblo, a la comida cocinándose en la cocina y a los vecinos en sus sillas por las noches. Se abre paso por las personas que ya no ocupan sus sillas, por las historias que en la ciudad no entendemos, por los recuerdos de los pueblos rurales.
Quien tiene un sitio para esconderse entenderá la belleza en las palabras de Irene, que nos conecta a las dos caras de una vida diferente a la nuestra. A la vida que añoramos por las personas y los lugares que a veces no valoramos en el ruido de la ciudad.
Irene nos habla de pérdidas, de amores, de secretos. De noches mirando a la nada.
De escuchar a nuestros mayores, de acordarnos de ellos cuando no los tenemos cerca o simplemente ya no están.
Gracias Irene, por recordarme mis más felices veranos y a su gente. Pero sobre todo a todas las experiencias vividas y las voces de las personas que ya no puedo ver por la distancia.
Les has puesto palabras a sentimientos, ya te lo dije en aquel podcast.
Y ahora, querido lector, si has sentido aunque sea una mínima llama leyendo esta reseña, hazte con el libro de Irene, porque puede removerte muchas cosas y, de paso, puedes encontrar una lectura elegante y muy amena.
Nos vemos en la próxima reseña.
Y otra vez, gracias, Irene 💜
Rut Alameda