

Queridas todas:
Hay mayúsculas suficientes para llenarme la boca con vuestro nombre, pero, aun así, faltarían
tildes. Han pasado muchos silencios desde que no estáis, aunque el minuto no haga justicia a
ninguna de las que ya no ríen con nosotras. Os las contaría todas, pero no me da el papel, ni el
agua salada.
Pero aquí seguimos, caminando sobre arena que cada vez moja menos y dejando escapar
cometas porque el miedo se va borrando del código de barras que nos impuso el sistema. Más
que musas, yo sé que sois muchas de colores eternos. Por eso cuando os leo, la barbilla mira
enseguida al cielo para quitarse el sombrero ante una luz que no se apaga nunca.
Sigue habiendo mechones aburridos en los recreos y miedos bajo las agujas sonoras en las
aceras. Me siguen temblando los dientes al escribir vuestros nombres de pila, pero enseguida
recuerdo el olor a pólvora que debieron coger vuestros cabellos. Así que, gracias por la lucha y
el ruido. Porque hoy sé que las flores de este rifle tienen tallo de mujer.
No hay rayuela suficiente para todas las piedras de suerte que nos habéis dejado. Así que, sólo
diré que el morado no es un color primario, pero se acerca.
Todavía queda mucho por hacer, pero llevamos en la lengua ese sabor a pólvora incansable que
no va a parar hasta que tengamos un nido tallado en marfil, lejos de toda paja pasajera. Pero,
os diré, que aún queda jugada.
Cualquier cosa se queda pequeña entre vosotras, pero éste no es sólo nuestro mes, sino también
el de la primavera y la poesía. Y dudo mucho que eso sea una coincidencia.
Las flores de mi rifle tienen tallo de mujer y los anónimos florecen cada vez más con voces
nuevas y valientes.
Atte: vuestra marea cromática.