1er Premio Memoria Histórica – Altavoz Cultural

RELATO

Enhorabuena, querido Nihm Smoboda, por tu primer premio de relato en el Certamen Memoria Histórica. Antes que nada, ¿cómo estás y cómo recibes la noticia?

Me siento abrumado porque este certamen significa mucho para mí. Es un honor que el texto aparezca junto a los demás seleccionados en una antología sobre Memoria Histórica. Recibo la noticia en una época llena de retos y con muchas ganas de seguir luchando.

¿Qué es para ti la Memoria Histórica y cómo crees que contribuye la Literatura a su configuración?

La necesidad de abordar un trauma colectivo para que la sociedad pueda sanar. Eso supone enfrentarse contra monstruos interiores y escuchar a todos aquellos que en su momento fueron silenciados. Jamás es fácil, pero es algo necesario si realmente queremos superar un conflicto. Las relaciones humanas también están hechas de conflictos y no trabajar sobre éstos nos lleva a un callejón, a cargar con un lastre que nos imposibilita desarrollarnos plenamente o a hipotecar a la generación venidera.

El papel de la Literatura es fundamental a la hora de recoger el pensamiento y las experiencias de los que fueron testigos de hechos atroces, porque éstos también forman parte de nuestra historia. La literatura nos plantea cuestiones, nos ayuda a comprender y a acercarnos a un colectivo que haya quedado relegado a la no existencia. A su vez, el arte es un vehículo social: con él se logra sublimar ese dolor padecido que envenena todo lo que tiene a su alrededor.

En esta materia sigue habiendo mucho trabajo por hacer.

¿Cuándo (idea original y decisión de presentación), cómo (proceso creativo) y por qué (sentido, mensaje) Las lágrimas de la montaña púrpura?

Cuando tuve conocimiento de que se celebraba este certamen, me lancé sin pensarlo porque sabía que al participar estaba colaborando con algo mucho mayor: soy guía en Berlín y durante nueve años he enseñado el memorial del campo de concentración de Sachsenhausen. Del mismo modo que para mí eso se trata de algo más que un trabajo, me pareció que la participación en este evento tenía un valor que iba mucho más allá de la posibilidad de ganar el premio.

Quería escribir algo sobre Sachsenhausen, pero lo que en realidad más me atrajo fue una anécdota aparentemente insignificante que muchas veces ni se comenta, pero que en realidad terminaría influyendo sobre un escenario lejos de Europa: en 1937 un grupo de oficiales japoneses hicieron una visita oficial al campo de concentración para estudiarlo. Existen fotografías y sorprende la similitud de los uniformes de los Kempeitai con los de sus aliados de las SS. Resulta estremecedor, porque no sólo los imitarían y establecerían un sistema de campos parecido, sino que además a lo largo de la guerra se comportarían de un modo aún más sangriento que sus camaradas alemanes. En ese momento tuve muy claro que iba a escribir una historia sobre ese año clave que fue 1937 en la que deseaba dar mayor visibilidad a la realidad asiática. De la larga lista de crímenes cometidos por el imperio japonés, destaca lo ocurrido en Nankín.

La montaña púrpura existe: es un lugar hermoso, casi embriagador. Sin embargo, también fue testigo de una gran masacre. Lo que hoy se conoce de este episodio es de una brutalidad capaz de estremecer a cualquiera. Y, sin embargo, hay que tener en cuenta que la matanza fue perpetrada por parte de una nación altamente industrializada que actuó sobre gente indefensa y ante la apatía de la opinión pública. La misma indiferencia que permitió un ensañamiento tan salvaje fue la que nos convirtió en cómplices.

La indiferencia asesinó tanto como las balas y las bayonetas.

El pueblo chino ha visto en numerosas ocasiones cómo su civilización se hundía por completo. Ante tal destrucción, resuenan los versos del poeta Du Fu: “La patria está quebrada, pero sus ríos y montañas permanecen”. Por eso la niña que recupera su voz al gritarle a la montaña es el auténtico gigante de este relato.

Aquella China masacrada, aquella España, aquella Alemania… ¿Crees que el dolor compartido propicia la empatía -situándonos en el lugar de los lectores del relato, que van a conocer una historia lejana geográficamente-? ¿Crees que la distancia beneficia la fría -y necesaria- identificación de la barbaridad, frente al problema de visibilidad con el dolor encima?

Pienso que toda experiencia parecida o compartida propicia la empatía. También creo que los auténticos puentes son emocionales. En el caso de China, me parece que la barrera cultural hace que la veamos más alejada de nosotros de lo que realmente está. Por eso me interesó acercarla al lector contando una parte de su historia que suele ser menos conocida.

Ante un trauma colectivo, las secuelas son terribles y la primera generación opta por el silencio. Su objetivo es sobrevivir a lo que ocurrió y no naufragar mentalmente. Prefieren que sus hijos no sepan nada de lo que pasó para que éstos puedan realmente empezar desde cero, pero en muchas ocasiones eso es una ilusión: los jóvenes crecen en un ambiente enrarecido y repleto de tabúes hasta el punto de volverse asfixiante. Esto en Alemania fue motivo de muchísimos debates cuando la generación de los hijos de la guerra terminó confrontándose contra sus padres. Se decía que la distancia ayudaría a identificar mejor el problema y que incluso se necesitaría de una generación más para curar heridas, pero éstas tenían que ser tratadas.

Como lector, ¿qué esperas de la antología resultante de este Certamen de Memoria Histórica?

Tengo muchísimas ganas de poder leer los relatos y los poemas de la antología. Es lo que más ilusión me hace. Creo que la gente que ha participado en la convocatoria ha hecho algo realmente fabuloso por el hecho de haber presentado su texto. Han logrado darle forma a un proyecto colectivo. Por eso me parece que a día de hoy esto sólo puede ser una victoria compartida.

Las imágenes de tu relato son extraordinariamente potentes y brutales. Nos interesa saber cómo las procesas, esto es, cómo las filtras desde tu mente al papel: ¿buscas el impacto visual, la mayor fidelidad literal de los hechos descritos, una hipérbole meramente estética…?

De hecho, no quería que la violencia lo eclipsara todo, pero tampoco podía eludirla porque me parecía importante destruir el relato épico que suelen proclamar las fuerzas vencedoras en cada guerra. En Nankín el ensañamiento de los soldados nipones fue de una crueldad inhumana, pero lo que resulta más terrorífico es saber que esas mismas tropas regresaron después a sus hogares junto a sus familias como si nada hubiera ocurrido y llevaron una vida normal para los estándares de la época. Lamentablemente ninguna de las atrocidades descritas en esta historia está inventada o excesivamente dramatizada.

Toda esa exhibición de salvajismo inhumano contrasta con la ternura, la delicadeza que desprende el personaje central: Xiao Zingin. ¿Qué te inspira para su creación y qué buscas con su cuidada introducción en la historia?

La historia de Xiao es la de una inocencia truncada como la de tantos niños de la guerra. Niños que siguen existiendo. Pero a la vez representa el amanecer y por tanto la esperanza. Ella había perdido la voz, pero la recupera para poder contar algún día aquello que vio. Su catarsis lleva a la sanación, una sanación que proclama su triunfo por encima de los que creían que la habían aplastado, porque a diferencia de lo que decía Adorno, la poesía tiene que sobrevivir a Auschwitz.

Tu manejo de los contrastes léxicos es impresionante: la selección de términos que endurecen -por explícitos en una estructura más amable- o atenúan -con belleza y alegoría en espacios más crudos- el dibujo de la acción es una gozada para el lector. ¿Qué influencias artísticas eres capaz de autorreconocer en tu escritura? Nos gustaría descubrir especialmente tus posibles conexiones con la poesía y con el mundo del cómic.

En este cuento me influyó mucho la obra de Eduardo Galeano y la de George Orwell, ambos reporteros. Galeano era capaz de contar mucho con pocas palabras y de forma natural, un maestro. En cuanto a Orwell, me sabe mal porque ahora parece que está de moda meterse con él y decir que está sobrevalorado, pero para mí es increíble, cuando uno lo lee en “Homenaje a Cataluña”, tiene la oportunidad de recorrer unas páginas llenas de contrastes que precisamente hablan de hechos ocurridos en 1937 con una intensidad rotunda, porque más que con el corazón, parecía que lo hubiera escrito con las tripas. Eso en su época no lo hacía casi nadie.

Me gusta mucho la poesía, sobre todo la grecolatina y Dante. De las letras hispanas he descubierto a los autores sefarditas y a los de Al-Ándalus y vi que ahí hay auténticas joyas. Creo que es una pena que no se conozcan tanto. Del siglo XX me quedo con “la tierra baldía” de T. S. Eliot, que es mi obra favorita. También recomendaría a los autores de la dinastía Tang, que me parecen increíbles. Siempre quise poder hacer un libro de poemas que fueran parte de una misma historia. La pandemia me dio la oportunidad de poderlo terminar. Ahora sólo falta hacerle algunas ilustraciones y creo que ya estará listo.

¿Cuál es tu primer recuerdo literario como lector y cuál fue el primer certamen al que te presentaste como escritor?

Me acuerdo de los libros infantiles y de los de la colección del Barco de vapor. De niño leía a todas horas. Luego pedí que me regalaran una máquina de escribir y cuando la tuve ya no la solté: me pasaba el día tecleando. A los doce años creo que fue cuando participé en mi primer certamen literario. No hace falta que diga lo que pasó: aquello estaba destinado a una derrota aplastante.

¿Qué proyectos literarios tienes a corto, medio y largo plazo?

No me tomo ni un día libre: este año hice el poemario, terminé una obra de teatro, me pidieron un guion para un cortometraje y sigo haciendo relatos cortos con la idea de publicarlos en un libro. Además, hace tiempo que sueño con escribir una novela. Voy a seguir así hasta que lo consiga.

De nuevo daros las gracias a todo el equipo del Altavoz Cultural y mis mejores deseos. Un abrazo muy fuerte.

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