
Querido Federico:
Te diré que me sorprende que lleves en tu nombre un diminutivo cuando todavía no hemos sido capaces de abrazarte con las manos.
Hoy por ti la infancia es verde y llena de caramelos que se deslizan por unos nudillos que no conocen el miedo. De esos que se alzan al viento cuando la maestra pregunta por tu nombre. De los que se agarran a cualquier ventana de avión esperando cualquier línea de vuelo que les lleve a tu pajarita encendida.
Hoy por ti la sangre lleva un velo por donde los más pequeños se balancean y saborean esa valentía con la que adornabas tus suelas.
Hoy por ti sabemos que el mono nunca dejó de estar de moda y que cada 5 de junio las persianas tienen un color distinto al levantarse.
No hay madrugadas que borren tu agosto, pero sí arcillas que susurran tu nombre en grande y húmedo.
Hay aulas llenas de ti y rayuelas infinitas jugándose la piedra a mares por encontrarte. Y créeme, tienes un ejército detrás al que no le importaría vivir con un solo pie si en las manos llevamos tu apellido.
Verde es la memoria, Federico. Gracias por enseñarnos a mirar la vida de frente. Nosotros te recordamos con palabras en labios secos y carboncillo entre las uñas.
PD.: Cualquier palabra es poca.
Que nunca se acabe tu verde, poeta.
