-InLimbo-

     Nos fascina el poder de la cubierta de Arde, todo lo que evoca, todo lo que tiembla. Llevaba tiempo el catálogo de InLimbo Ediciones bajo nuestra lupa, ahí quedo, aguardando, acechando. Hemos decidido leer esta primera incursión en su universo de noche, con la única luz de la luna atravesando cristales. No necesitamos nada más; Sara Prida Vega nos alumbra con su esqueleto ciego.

     Arde es un pequeño gran museo. Las formas expuestas son altamente heterogéneas en cuanto a colocación, amplitud y juego de espacios. El ejército de célebres plumas convocado alrededor del fuego poético de la autora es inflamable y precioso -iríamos a la guerra del mundo con sus dedos-. La estructura diseñada en tres partes, como actos lumínicos ardientes, a las que se anexionan un fantástico y apetecible Prólogo: La vida en llamas, escrito por David González, y un epílogo feroz rematado por sílabas de Efraín Huerta, alinea una colección de obras de arte extraordinariamente visuales cuyas imágenes principales recalan en un total de diecisiete poemas o pequeños monstruos. Ardamos.

     Primera parte. Hierba y carbón

Seis poemas de tensión creciente y contundencia de la que pica en la espalda apuntalan con fuertes martillazos de memoria esta primera experiencia en torno a la poesía de Sara Prida Vega. Si solo pudiéramos conocer estos seis escalones, ya nos quedaríamos la escalera. Es hermosa. Le pegaríamos fuego hasta derretir sus peldaños, que se antojan eternos, visceralmente anímicos y sangrantes. No hay raíces más hondas que las familiares, no hay dolor más negro que el de la pérdida, el de la pérdira… el de la pér… el de la pól… pólvora y azufre.  Humo. Y ardemos. Como arden infinitos los ojos de quien ose sentirse culpable. Aquí levantamos la mano de Sara, fría, gélida, jodidamente muerta, hasta el cielo. Siempre hemos sido nosotros contra ellos. Vivan nuestros abuelos, hijos de puta. La nostalgia gris y el pasado húmedo son todo un oasis en el vacío terrenal del corazón, en esa-parte-del-país-en-la-que-TAMBIÉN-existen-personas. 

     Segunda parte. La chispa inadecuada

Tejido de tres materiales: Pasos vagabundos, Rumor libertario y Devaneo forastero. Juntos abrigan; separados pinchan. Entra lo político con toda su bruma. El libro se ha vuelto ensordecedor. Las bombas siguen oliendo a pasado pero ahora explotan en huecos presentes como lunares en la piel. Sara nos saca al mundo. O del mundo. O tal vez nos encierra en él con llave y miles de candados. Pero no morimos de asco; no si nos pide que nos quedemos a ver arder todo. La personificación de aquello que se trata como tópico y adopta una entidad corpórea con la que interaccionar es un recurso genial, sublime, en este intercambio de golpes entre amor y muerte, entre depresión existencial y futuribles desechos. El molde se ha roto a varazo limpio y ahora quedan pedazos de poesía dispersados por renglones largos y duros. Asoma la llamada prosa poética. Cómo odiamos ese concepto. Lo de Sara es magia negra, no un debate entre extensiones. Y llegamos a la cuenta atrás de su bella autodestrucción.                  

     Tercera parte. Hacia la hoguera

La (pen)última parte de Arde es una suerte de manifiesto en tres caladas, cuyos pedazos funcionan como mecha-dinamita-antrax, respectivamente. Se cuela Theodore Kaczynski en nuestra casa y no nos hace daño. Contemplamos la obra de Sara completada, como una travesura de dimensiones infrahumanas, con una repiqueteante llama taladrando nuestra sien mientras nos masturbamos con las ruinas. Ha dejado que el polvo negro nos retrate. Y vuelve el dolor -que nunca se fue-; vuelve más agresivo que nunca: nos pone el espejo. Ay, cómo escuece el espejo. Sara Prida Vega es un animal cultural necesario.

     Qué difícil es encontrar un epílogo en un poemario y qué improbable es encontrar un epílogo narrativo, carente del autocomentario sobre los pasos dados hasta él, independiente en tanto en cuanto libre, despojado y útil por sí mismo. Quémame es el título de la “cuarta parte” de Arde. Este suicidio ígneo de la obra con su autora dentro sujetando el libro constituye uno de los escenarios más apoteósicos que recordamos como colofón a una obra literaria. Debajo de la introducción citada de Vachel Lindsay y el subtítulo ‘Acércame la cerilla despacio…’ hallamos el proceso de desgarro definitivo del personaje de Sara, que ha caminado por todas las páginas como la protagonista de sus versificaciones. Amenaza con regresar, con elevarse sobre sus propias cenizas. La creemos. Es, de hecho, en lo único que creemos.

     El estilo de Prida Vega es crudo, afilado, hormigueante. Tiene vida propia, autonomía. Sus versos exploran rincones, alcantarillas y neomárgenes. Su selección léxica es un regalo para los sentidos: toca la puerta de la poética terrorífica, establece cierto parentesco con el imaginario de obras como Mandíbula (Mónica Ojeda), Tierra fresca de su tumba (Giovanna Rivero) o Lo salvaje (Julia Elliott). Actualiza con oscuro cincel la manera de la escuela de Ángela Segovia y dialoga con brillanteces de ónix como Carla Nyman o Nerea Rojas. Pero ante todo es fuerza, es discurso en su interpretación más social y vital. 

     Como la vida no es justa, excepcionalmente vamos a hacer públicos nuestros más jaleados gustos en referencia a las propias composiciones que dibujan el conjunto: adoramos Tengo frío, Al fin estamos nosotros y Pensad y lamed todos de ella. Lo demás es solo perfecto.

     Las múltiples virtudes de Sara se aferran como murciélagos a una estupenda, cálida cueva de creación: InLimbo es un manantial editorial de destrezas en la sombra, de habilidades tétricas, de riesgo saludado con las dos manos. Una de las casas más originales y relevantes de este mundo tan necesitado de literatura, libros y arte. 

-Altavoz Cultural-

Deja un comentario