Pamplona, 2021

     Arrebol Poesía es uno de los proyectos multidisciplinares más hermosos que podemos disfrutar en Altavoz. Nuestra estrecha relación con sus iniciativas surge desde el minuto cero que nos conocemos. Nuestra querida Marta Castaño, madrina de nuestras Jornadas Poéticas, y nuestro querido Axel Jiménez Tenorio, padrino de nuestras Jornadas Ilustración y Universo Creativo, son dos piezas únicas que hemos tenido el gusto de conocer, junto al resto del equipo de Arrebol, en el terreno de la cultura. Este fanzine #3 dedicado al fuego es un anuncio de fortaleza, de mantenimiento, de supervivencia. Saben como pocos lo difícil que es prosperar y conservar en el marco de la creación y el arte. Aun así arriesgan, apuestan, disponen su espacio para que las voces florezcan y vuelvan a maravillar. Son muy, muy valientes, muy generosos y lo merecen todo. Ahí va nuestro aplauso en forma de reseña a esta tercera conquista. La tercera de muchas.

     El Fanzine #3 – Fuego de Arrebol Poesía nos remite arquitectónicamente a una selección de textos de la mano de las damas literarias Marta Castaño, Alicia Louzao y Aida Jiménez y a una exhibición de creatividad por parte de Axel Jiménez Tenorio, que se encarga del diseño de portada y de la maquetación de la antología. Cabe mencionar aquel comentario que le hicimos al propio Axel recientemente acerca del juego del papel quemado ardiente como símbolo evolucionado de la propia identidad de Arrebol Poesía. Este papel ya ha rodado, ya ha volado y ahora arde… y quema. 

     La preciosa introducción a modo de prólogo-collage de Marta Castaño a partir de los pedazos incandescentes de cuantos poetas galopan dentro de sus páginas nos abre la puerta a este volcán tan emotivo: Marta remarca la adversidad que ha atravesado nuestras vidas en esta época oscura de enfermedad, desasosiego, lágrimas y adiós, en la que hemos visto reducida nuestra vida a una constante búsqueda de luz que pudiera iluminar una micra nuestra existencia. Aquí tenemos mucho fuego luminoso, muchas llamas a las que aferrarnos para combatir el agua vertida sobre la piel: una veintena de composiciones artísticas forjadas en poesía, ilustración o ambas entrelazadas por el fuerte hilo del brillo compartido nos cantan la victoria de -la tan necesaria, fundamental- comunidad productora de belleza, emoción y sensibilidad. El arte, la cultura, la cultura artística siempre debe ser una prioridad.

     Tenemos el inmenso honor de inaugurar esta colección de propuestas con Ignífugos, un poema ilustrado en el que Rut y Ferki le bailamos al fuego de la pérdida, del dolor, de la inocencia eterna que supone no superar -porque nunca se supera, maten esa palabra- la despedida de un ser querido. Esta obra es muy especial para nosotros, absolutamente entrañable, un homenaje que nos conmueve y abraza y une todavía más, pues ambos alimentamos las raíces del otro desde un febrero de 2015. Y seguiremos.  

     Le sucede el poema de Sam Cárdenas, que desde Leganés nos refresca con una sensación total de huida, de <<correr>> como gesto instintivo y salvador. Su agilidad es apabullante y, desde la oscuridad de una noche que hay que reventar, nos incita a salir; en general, como concepto. Intensidad define este arranque de dos primeros pasos.

     A continuación descubrimos a Ícaro Carrillo, que nos presenta su poema “Eso es todo”, con el que nos mantenemos en la noche, que parece haberse erigido como gran enemiga natural del fuego dado el contraste lumínico entre ambos símbolos. El verso del autor de Cieza es un golpe directo a la mandíbula: te desencaja y deja arrodillado, implorando un mañana mejor.  

     La ilustración primera del fanzine corresponde a Sandra Castell Royo y cierra con un sonoro portazo -y la primera muestra de la muy recurrente figura antropomórfica- un comienzo brutal en compás de cuatro. Los tonos de sangre, consumición, volcánicos y decadentes palpan aquí su primera hija con rostro de aquello que no sabemos nombrar pero no resulta tan eterno como siniestro.

     Avanzamos hacia una segunda pared agarrados a las fuertes imágenes del poema de Elsa Moreno: “La sombra de una llama” parece el texto despegado de un mismo espacio idílicamente compartido con la ilustración de Castell Royo. Su explosividad es incontenible, aunque atomizada en el binomio humanidad-muerte. Sería un perfecto himno a toda la colección.

     Mercedes Morón Alonso, una de las mayores promesas de la poesía nacional española, nos obsequia con “Un poema en mí” para hablarnos de la otra cara del incendio: ahora miramos hacia dentro, ardiendo, escudriñando los rincones anatómicos que nuestro cuerpo conserva con increíble destreza térmica. El estallido es igual o más fuerte que el que dirigimos sobre el otro o lo otro. Somos nosotros en llamas. Primera estocada en el pecho.

     Se suma a la autobiográfica oda al ardor Juan Ortiz Irache, quien nos entrega desde Pamplona su magistral arenga a la personalidad llameante que debe propagarse hasta el fin de los tiempos, hasta su volatilización más estoica. En un tono bien diferente del feroz verso de Sam Cárdenas y del punzante estilo de Ícaro Carrillo, el autor de “El ardor” decide emplear la suavidad legitimada por el fuego lento, como una suerte de metaestrategia funcional que nos sopla aire de combustión renovada. Ya no corremos, ahora pisamos fuerte.

     Toma el relevo Ania Otaola para perseguir la estela del humo que se escapa -date cuenta, lectora, lector, de que no hemos dejado de movernos-. Ania es terriblemente orgánica y cardinal: fuego, literatura y palabra son todo cuanto debemos conjugar para, efectivamente, arder. Serviría maravillosamente como sinopsis de la obra completa.

     Aterrizamos en el arte de la talentosamente asidua Inés Paniagua Frechilla: esta vez la joven genia de Valladolid nos expone -corporeizado- el propio elemento protagónico del proyecto presente, nos enseña el Fuego. No nos defrauda en su capacidad para inquietar ni en su estupendo acabado. Supone, indirectamente, la bisagra hacia una segunda parte, no solo en estructura fija, sino en concepción. Veamos.

     Laura Pardo estrena con “Tras el incendio” la mencionada novedosa y concluyente etapa de este fanzine. Habla en pretérito, menciona el viento como estadio natural sucesor de aquello que arde e introduce la mirada hacia lo que ya no es ni somos, hacia lo que fenece y cenicea inevitablemente. Deseamos destacar su acertadísima confección libre de obstáculos gráficos para simplemente permitirnos volar.

     Nos topamos de bruces con M.ª Ángeles Perálvarez y su doble cara -valga el chiste fácil-: la ilustración incluída de manos de esta poeta es una balsa cargada de simbolismo que bien podría resumir el concepto de cuanto es el dualismo arder-quemar y sus vistosas consecuencias. Conocemos a M.ª Ángeles por su mano poética. Hoy alabamos su muñeca de ilustradora y nos deleitamos con este exquisito hallazgo con no podemos dejar de mirar.

     Mónica Picorel se atreve con un “Dennis Hopper en el primer festín del verano” para extrapolar el culto ardiente a otro plano: Easy Rider es un clásico que apesta a libertad, carretera y humo. La metáfora de ciertos componentes compartidos por ambas ópticas -la nuestra y la de aquella reminiscencia nominalizada en la figura del difunto actor de Kansas- es brillante, resplandeciente, exótica. Es la primera vez que nos abraza el verano con todo su fuego. Bravísima.

     Encadenamos ahora tres lienzos de pura llama: Itziar Repáraz, Elvira Roitegui y Sophie Rovas conforman su propia y personalísima galería con motivos femeninos, naturaleza en primera fila -volcán, tórtolas, flor- y una gran invitación al caos controlado, a la fatalidad más sutil y a la enorme afrenta que asumimos cuando chocamos contra este mundo antinatural(ista). Quemémoslo todo. Claro que sí. 

     Hemos alcanzado la cúspide en la hermana mediana de ese trío mellizo: Roitegui clava la bandera del último lema que vestiremos esta noche. Pero Carla Santángelo Lázaro tiene un plan: mostrarnos la empática, cruel y alegórica imagen del monte como lugar destructible y como fotografía del nosotras. Este fascinante contraste con el verano de Picorel es un estupendo modo de enseñarnos el polimorfismo ígneo. Y vale en cada paisaje. 

     Desde el País Valencià la poeta María Sanz, a saber: curtida en las hogueras alicantinas, nos acongoja con un “Si mañana no vuelvo” plagado de artilugios fogosos. Uno de los textos más deshumanizadores, que retoma el tópico de la muerte como pivote central para hacer girar una espectacular secuencia de escenarios cosidos al lomo de la naturaleza, al hueso más profundo y al perdido paraíso que es la vida. Su contribución al organigrama de este fanzine es como pieza central, como primera espada o primer trabuco.  

     Isabel Verdú, por su parte, replica en este diálogo estructuralizado con otro golpetazo de honestidad bioejercitada: su lírica eleva el mensaje hermano de María Sanz y lo despeña para rodar a su lado. Ambos textos se enriquecen mutuamente y en el caso de Verdú conocemos el anverso de un quizás que por momentos es un deseo terrible que sucumbe en verano. 

     ¿Os acordáis de aquella casa como casilla de salida figurada en esa noche destinada a arder como última y prioritaria misión vital? Bien. Berta Viteri la ha devastado con fuego y ahora es mucho más bella. Cierra Pamplona el arte gráfico que tanto nos ha quemado -felizmente- las pupilas. Ocho es el número de la suerte, artistas.

     Y liquida Pamplona la poesía. Javier Yániz Ciriza concluye nuestra cruzada “Hacia el fuego” con una imagen finalizadora impecable, digna de broche. El último poeta pespuntea el círculo en su último tramo con un alfiler calmado, con otra abrasión de naturaleza, pero con un autocontrol admirable, como quien ha visto arder cuarenta páginas y necesita un candelabro para salir del bosque. Javier toca el hombro de Rut y Ferki, que vuelven a iniciar la marcha. Caminen, oh, valientes.

     El Fanzine #3 – Fuego es un excelente -y muy visceral- tributo al elemento que todo lo cubre de rojo anaranjado, de amarillo exagerado, de chillón y vivo humeante. En esta selección de obras en verso y dibujo hallamos una constante rebelión, una pasión imposible de sofocar -qué fantástica paradoja-, una inconformista huida hacia la lumbre -sirva, sí, como evocación de hogar elegido-. El poder de las imágenes paridas con letras las sitúa en la misma dimensión de esas ilustraciones: el entendimiento es absoluto, redondo; el hilo lineal es de oro y se concibe como un perfecto cuento donde la naturaleza es el fondo y las personas sus vacíos ocupados. 

     Arrebol Poesía volvió, como cada año, como el verano, como el sol sobre la noche. Como la oscuridad destruida por la luz cegadora del arte. Solo podemos transmitir nuestro más sincero orgullo y agradecimiento por poder conocer este tesoro en forma de fanzine, de pequeño museo. También podemos -y debemos- desearles a sus creadores, desde su pluma, su pincel y su organización coral, a toda esa familia que son / somos autores, firmantes e ideólogos, la más inmensa de las fortunas para continuar prendido la chispa que nos calienta el alma.Corred a adquirir su Fuego.

Altavoz Cultural

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