Bienvenida a Altavoz Cultural, querida Nerea. En primer lugar, nos gustaría conocer cuándo y cómo te abrazan los tentáculos del Terror, de lo insólito, de lo oscuro. ¿Qué antecedentes literarios, como lectora y como autora, funcionan como preliminares de Los ritos mudos (InLimbo, 2021)?

¡Muchas gracias, chicos, es un gusto conversar con Altavoz Cultural!

Esta pregunta es compleja porque creo que hay muchas referencias (literarias y no) que, cuando escribes, funcionan de manera inconsciente. Pero vamos allá. Me interesa la construcción psicológica del personaje que hace Dostoievski, donde el terror está en comprobar aquello de lo que somos capaces; me divierten y me parecen una herramienta subversiva muy potente los mundos Sci-Fi de Úrsula K. Le Guin y Octavia E. Butler y me encanta cómo Angela Carter revisa arquetipos, los dinamita y ofrece algo distinto.

Pero si tengo que elegir aquello con lo que me siento más identificada y que creo que refleja más fielmente lo que se puede encontrar, en cierta medida, en Los ritos mudos es ese tipo de terror que surge de las situaciones cotidianas, de nuestros universos conocidos que se van pervirtiendo hasta ofrecernos un descubrimiento terrible. El tipo de terror que hace Anna Starobinets en Una edad difícil.

¿Cuánta Galicia hay en tus textos, en general, y en los relatos integrados en Los ritos mudos, en particular?

Pues mirad: justo ahora estoy con un proyecto nuevo en el que se mezclan las figuras mitológicas de las Moiras con una costumbre ancestral gallega. Y ese tipo de interés se avanza ya en Los ritos mudos con un relato en el que se reinterpreta la leyenda de la Compaña, en “No recuerdas la noche”.

Además de ser mi casa, Galicia es magnética. Está llena de imágenes plásticas muy potentes, de texturas, de salitre, de ritos paganos y de aldeas con una vivencia propia del tiempo. Estoy en el punto de volver a eso tomando perspectiva, desacostumbrarme a ella y mirarla de otra forma. Me siento muy próxima a la sensibilidad con la que lo han hecho Óliver Laxe en O que arde y Lois Patiño en Lúa vermella a través del cine. Y además volver a casa es descubrir siempre algo nuevo, algo cierto y algo que escuece.

¿Cómo se gesta la publicación de la obra de la mano de la editorial InLimbo?

Todo empieza con un flechazo. Los conozco de casualidad. Me impactan sus ediciones y su línea, especializados en poesía y narrativa de lo insólito (¿en serio?), con portadas crudas y poéticas de la fotógrafa Pilar Lozano y un cuidado increíble de cada libro. Entonces quiero enviarles el manuscrito, pero tienen el plazo de recepción de originales ya cerrado. Decido mandárselo igualmente. Y resulta que me contestan diciendo que el flechazo ha sido mutuo.

A partir de ahí, todo se gesta con cariño y con mucha implicación, porque esta es la forma de trabajar que tiene mi editora, Ana Martínez Castillo.

¿Cómo ha sido su proceso creativo, en sentido atómico, de cada cuento (grosso modo, por supuesto), y en sentido molecular, como conjunto, en cuanto a disposición, estructura y concepto global?

Sí, como apuntáis con vuestra pregunta, hay un imaginario propio de cada cuento y al mismo tiempo un imaginario colectivo.

Los relatos como unidades surgen de algo visceral y de algo estético. A casi todos les precede una sensación (como por ejemplo la asfixia del pantano en “Los días salados”), una imagen (un claro del bosque sueco ocupado por una comunidad que vive en células ecológicas, individuales y autoabastecidas, dispuestas en círculos concéntricos en “Fä”) o una secuencia (una mujer que llama cada jueves al mismo programa de televisión en “La madre araña”).

En todos está la idea de que lo perturbador es lo que no se dice. Lo importante, lo que se calla. Como sociedad, hemos dejado de lado unos rituales que reconocíamos como tales, y, sin darnos cuenta, hemos adoptado otros. La lectura y estructura del propio libro, a través de cuatro elementos destacados del rito (separación, sacrificio, adoración y redención) se propone como un ritual en sí mismo.

Tras la cortina prologuística de Valeria Correa Fiz emerge Pizarnik para agarrarnos del cuello. ¿Cómo concibes la relación entre lo poético y lo insólito? Honestamente, ¿dirías que tiendes a ponerla en práctica -de manera más o menos consciente o buscada-?

Creo que la relación entre lo poético y lo insólito en el libro se sitúa en lo que apunta justamente Valeria en el prólogo de forma muy acertada: la transformación de lo bello en siniestro y viceversa.

Pongo en práctica lo poético en la observación con la que me acerco a la realidad que describo, en la construcción de imágenes vivas y en la voluntad de sugerir en lugar de hacer evidente y descarnado lo que sucede. Lo poético puede ser una decisión, un gesto y un punto de vista. Como lo que hace en cine Haneke cuando deja fuera de foco la violencia explícita. Más aterrador que verlo es imaginar lo que está pasando.

La obra es atravesada, ya desde los títulos de cada bloque de cuentos, por un fuerte aroma a ocultismo, religión y culto en sentido amplio, un olor a incierto misticismo que dota de un aparato simbólico cada rincón de las cien páginas. ¿En qué cree Nerea Pallares? ¿Qué contacto has tenido con lo sublime, lo intangible, con lo que se escapa de una razón férrea parida por los receptores sensoriales más básicos?

Creo que, aunque vivamos en un momento reacio a aceptarlo, siempre buscamos una forma de trascendencia.

Antes serían las religiones o los grandes proyectos políticos. Ahora es verdad que hay un tremendo batiburrillo, pero no deja de ser parte de lo mismo. Los cultos New Age, ser fanático de un equipo de fútbol, confiar en el coaching para el desarrollo personal o buscar la inmortalidad en el cuerpo con el ideal transhumanista son formas parciales y fragmentarias de dar respuesta a la necesidad de pertenencia, de trascendencia y a la pregunta por el sentido.

Esta pregunta está en Los ritos mudos, en múltiples variantes, a veces de forma irónica, a veces en sentido inverso: ¿qué rituales repetimos y nos definen?, ¿cuáles son nuestras nuevas deidades?, ¿de qué forma se establecen o se diluyen los vínculos?, ¿existe posibilidad de que podamos redimirnos? Y sobre todo y muchas veces: ¿Qué seres aberrantes hemos dejado escondidos en el sótano mientras miramos hacia otro lado?

En cuanto a lo que preguntáis sobre mi contacto con lo intangible: yo creo que escribir es lo más místico que he experimentado. Puedes pasarte meses dándole forma a una idea, leyendo, documentándote, lo que sea. Pero de repente hay un día que te sientas, te pones a escribir y no sabes cómo tu mente entra en una especie de estado de flujo y todo sale de un golpe. ¿De dónde viene eso?

El cuento #Nora es una maravilla actualista: cabalga por el universo de red social, medio virtual y creepypasta. Sirva tal vez como contraste antagonista respecto de la pregunta acerca de lo poético: ¿qué le ofrece Internet al imaginario de Nerea Pallares?

Me ofrece un escenario de observación para imaginar distopías. Ahora mismo Internet es el lugar a través del que damos forma a nuestros monstruos. Me interesa muchísimo, por ejemplo, ver cómo pasa a ser el big data el encargado de la producción de saber o de qué forma estamos usando las redes sociales. Cómo y a qué rendimos culto.

La intertextualidad, los juegos discursivos (el formato diario, la inserción del artículo periodístico, la mencionada referencia al lenguaje de Internet…), el baile de personas narrativas… ¿Cómo dirías que ha evolucionado tu estilo narrativo desde tus primeros textos hasta hoy? ¿Es Los ritos mudos una especie de cumbre en ese polivalente, versátil camino creador?

Los primeros textos funcionan como anticipo: en ellos veo intereses y obsesiones que reaparecieron después y un ensayo de voces narrativas.

En Los ritos mudos, aunque cada relato tiene su universo particular, hay una voluntad concreta y una misma forma de llevar a la reflexión y al pánico a través de la lectura. Pero seguro que no es una cumbre de nada. Todavía estoy empezando. Y menos mal. Lo mejor y más divertido de escribir es seguir escribiendo.

Tu óptica periodística, esa habilidad escrupulosa para la observación, te hace obtener unas imágenes exhaustivas y muy poderosas. ¿Cómo se entrelazan ambas pasiones, periodismo y literatura, a lo largo de tu carrera? ¿Qué senderos te gustaría explorar a partir de ahora con ambas herramientas a tu lado?

Mi literatura con el periodismo puede tener en común, a lo mejor, el ánimo de economía lingüística, de lenguaje bisturí. Pero creo que me ha influido más la investigación académica, al menos en el acercamiento a algunos temas. Indagar, por ejemplo, sobre el absurdo y sus representaciones. Pasé un tiempo haciéndolo en la Pompeu Fabra y de ahí se quedaron dos cosas en lo literario: el interés por ese elemento que irrumpe en una realidad consensuada y la quiebra y la reflexión sobre qué adoramos y en dónde buscamos ahora el sentido que perdimos. Es una cuestión muy amplia y me interesa seguir explorándola.

Quisiéramos terminar esta entrevista preguntándote tres curiosidades de respuesta veloz cual latigazo:

a) ¿Qué cuento de Los ritos mudos causaría especial escalofrío a la Nerea niña?

Temblaría sobre todo con “La espera”, al saber que crece hacia un mundo humano y animal donde esas son las normas… ¡Pero, por favor, niños y niñas, no leáis Los ritos mudos!

b) ¿Qué poemario reciente nos recomiendas?

Medea, de Chantal Maillard, que hace una propuesta muy libre del mito y es filosofía y es poesía.

c) ¿Qué canción inaugura ahora mismo tus días en tu cabeza?

Suena Weval en bucle, el álbum The Weight. Mi amiga Gisse es la responsable.

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