Traducción de Manuel de los Reyes

-El Transbordador-

     El Transbordador es una mina de artefactos literarios sin parangón. Plomo al cuadrado pertenece a esa serie inclasificable en exceso, a esa gama de obras que escupen a tus pies sin levantar la mirada cuando pretendes acotar obsesivamente su espacio de desarrollo, su “género”, sus objetivos y pretensiones. Ya hemos hablado en otras ocasiones de la importancia de preservar el sentido lúdico de la Literatura. La obra de la escritora Stark Holborn, maravillosamente traducida por Manuel de los Reyes, que tiene cosas que deberían valerle una especie de… ¿Nobel de la Traducción?, es ciertamente entretenida, muy rica en la forma en que está narrada y muy ligera de tragar, lo que facilita la relectura obligatoria con un empujón definitivo. Nos lo hemos pasado muy bien con la genial profesora Malago Browne.

     Estructurada en un prólogo externo y diez capítulos -prólogo interno vinculado al tan insacrificable comienzo de todo buen western, referido a un tiempo pretérito que describe in media res el origen de los principales agentes de la trama, y otros nueve epígrafes que desarrollan la acción desde la temporalidad presente-, la novela matemática del Salvaje Oeste Americano es un modelo de distribución coherente en tanto en cuanto su progreso natural agrega siempre uno o varios elementos claves para la concepción plena de la trama a efectos del panorama: presentación-nudo-desenlace. En su caso, además, la acumulación es explosiva hasta orillarla al precipicio final, sin margen para la caída tras el gran giro argumental. Una bendita carga de tensión que nos cae encima y apenas podemos digerir cuando ya la apreciamos moderadamente disipada.

     El escritor Lavie Tidhar, también de pluma vaquera, avala la obra de Holborn desde su carácter rupturista de los arquetipos de género. Homenajea el Western y recorre su leyenda como universo cultural único y tremendamente fructuoso parándose en algunas de sus efemérides más populares. Dirige sus riendas hacia el Western literario para descubrirnos unas recomendaciones ajenas y propias muy gratas y necesarias. Se detiene en las letras para hablarnos de revoluciones, reinicios y renacimientos: el género literario que asume los ingredientes del cinéfilo debe reformularse casi más que aquel, pues su vida es mucho más frágil y su visibilidad no está, en absoluto, tan consagrada. Entran aquí los invitados, autoras y autores como Stark Holborn, con sus propuestas locas y deliciosamente heterodoxas. Acudamos pues al comienzo de la particular, seductora Plomo al cuadrado.

     El capítulo-prólogo que dispara la acción nos sitúa cinco años atrás respecto del crudo presente que nos guiará por voz de la propia Browne, heroína de la historia y uno de los personajes más admirables que hemos leído últimamente. Browne y Fermat -el otro cincuenta por ciento del tándem movilizador- se hallan en el Rancho de Broken Hill en lo que entonces supuso su última empresa juntos. Este arranque contextual es la brújula de nuestro camino hacia el conocimiento de lo que se cuece entre inscripciones algebraicas y nubes de pólvora: ellos son matemágicos y su cólera apunta contra el Capitolio.

     En el posterior y primer episodio propiamente dicho nos encontramos con la disolución del equipo: Browne ha decidido rehacer su vida alejada del asalto a trenes y otras explosiones de adrenalina y Fermat no sabe pasar página, vive encadenado al pasado y hará todo lo posible -hasta lo reprochable, hasta lo peligroso- para reunir aquello que un día fue su gran aliciente para existir. Chucha y Pastel se suman al paisaje inaugural de nombres constantes como compañera canina y fiel corcel respectivamente.

     La transición entre este primer corte y el siguiente nace de las balas de la confrontación en la primerísima exhibición de los recursos de la profesora Browne, afectada por las censurables artes de su amigo para lograr su realistamiento a la causa. Dará comienzo así una oleada imparable de conflictos armados, luchas sin tregua y persecuciones vertiginosas. La magistral narración de Holborn hace que todo sea ameno, completo, muy atractivo. Lickskillet los recibe agazapado, con un diseño escenográfico que bien sirve para alabar el fino pincel de la autora: los espacios son todos característicos, originales, tejidos desde el aspecto polvoriento hasta las costumbres más reseñables de los habitantes, difuminados pero firmes. El escuadrón de matemágicos ya tiene a sus capitanes rodando por las tablas de las tabernas lanzando proyectiles calculados.

     Como otra materialización del pasado, el gobernador Hellburn, otrora Hilbert, componente del mismo gremio que nuestros genios científicos, aparecerá en escena para desplegar la base de la historia central de la obra: el encargo chantajista que sumirá al dócil Fermat y su al fin y a la fuerza enrolada amiga en el asalto más ambicioso de su trayectoria, tan osado como encumbrante. 

     El reclutamiento comenzará en Faculty, donde conoceremos a la prometedora Germain y al veteranísimo Lefschetz. Desde allí viajaremos, ganando a cada palmo en oscuridad y sordidez, al paradero de la anticipada y dolorosamente jubilada Noether, la eminencia sublime de cuantos candidatos brillantes se postulan para tal título, por encima incluso de la idolatrada Browne. El sexto capítulo –Fluctuación del retardo– albergará una inusual pesadilla en la noche de nuestra heroína y un punto de inflexión al despertar, en forma de terrible caos violento muy real. El resultado de la enésima y más severa batalla se traducirá en el obligado reinicio en soledad del desgastado pero aún persuasivo núcleo Browne-Fermat, que deberá hacer de tripas corazón para rescatar al resto de la apenas estrenada banda, en garras de los soldados del Capitolio.

     Nos subimos al tren para el combate definitivo. Al fondo aguarda, cual jefe final de videojuego, el sibilino Hellburn. Sin embargo, la boca del lobo es un destino premeditado con muchísima antelación por el cordero esquirol que se quita al fin el antifaz para entregar su trofeo al líder de la manada. La traición es tremebunda… y será doble para un equilibrador desenlace a la altura de ese capítulo noveno en el que la tensión salta por los aires. Se concentran todas las excelsas cualidades de Plomo al cuadrado en él: agilidad narrativa y espectacularidad visual; fuerza en las actuaciones de los personajes, nunca relegados a la perezosa inercia; determinación para, con prosa suficientemente bella, concretar los puntos calientes de la trama y resolverlos sin estridencias. El sabor que nos deja es acre, nos incita a reclamar una segunda parte por su manera tan refulgente de concluir, que sintoniza con la empleada para iniciar.

     Es Stark Holborn una muy digna sheriff del condado literario del Western. Su destreza para cautivar desde el ritmo y la intriga es sobresaliente. Hemos disfrutado realmente de una protagonista excelente y de un buen nutrido conjunto de personajes muy bien construidos. La historia es apasionante y está presentada con un gusto exquisito: la labor de edición de El Transbordador -desde el grabado de las fórmulas que subtitulan los capítulos hasta la impresionante cubierta (¡y qué color!)- es pulcra y sugestiva, impecable y cálida. Manuel de los Reyes nos ofrece a los hispanohablantes una fascinante oportunidad de conocer la novela de Stark Holborn con una naturalidad y una estética inigualables. El terreno se adivinaba pedregoso y el pistolero del idioma ha recurrido a su dinamita especial para preservar el complejo concepto que atraviesa la obra en toda su riqueza. ¡No os perdáis a continuación nuestras intensas entrevistas con la autora y su magnífico traductor!

Altavoz Cultural

FOUR QUESTIONS WITH STARK HOLBORN

What was your main motivation to write Triggernometry, the most original Western book (a mathematical one!) we have ever read?

Thank you! Embarrassingly, it began life the same way as my previous novel Nunslinger: with the title! In both cases, what began as an off-the-cuff joke lodged in my mind and set off a firework display of ideas. A western with mathematicians… Once I started to muse on it, the notion that in a world where mathematics and science is banned, mathematicians would be seen dangerous outlaws seemed strangely logical. For the plot, I took the classic set-up of a train heist: I wanted to use the structure of a well-worn western trope, but then subvert it completely with the concept. It was a lot of fun.

How did you prepare yourself about all that scientific knowledge shown in the story?

My favourite website at the moment (and one I visit constantly when I’m writing the Triggernometry stories) is Wolfram Mathworld . It’s an astonishing resource, easy to navigate and stuffed full of intriguing mathematical knowledge. Weirdly, I was terrible at maths at school. I still don’t understand a lot of it, but the names alone set my imagination whirring; things like “Silver Constant”, “Jitter”, “Coxeter’s Loxodromic Sequence of Tangent Circles”. They’re brilliant!

I actually get a lot of my ideas – for characters especially – from historical research. Mathematicians are often fascinating people in many ways, and I like to plunder historical accounts for details. Like the fact that Évariste Galois was killed in a duel, or that Solomon Lefschetz lost both of his hands in an explosion while working as an engineer and discovered a love for maths during his rehabilitation, or that Sophie Germain taught herself mathematics in secret, by candlelight, because her mother disapproved. I want all of my characters to seem believable; details like this help me think of them as individuals rather than caricatures.

What level of autobiography from Stark Holborn’s life can we find reading Triggernometry? How did you create Malago Browne’s character?

Even though many of the characters are based on famous, real-life mathematicians, I knew I wanted a bit more freedom and creative license for my first-person narrator. So I created Professor “Mad” Malago Browne to lead the story.

I wanted her to have echoes of a character like Halo Jones, with an unusual first name and a common surname to highlight the fact that she’s an ordinary woman with an extraordinary talent. She was originally called “Brown” until I discovered pioneering mathematician Marjorie Lee Browne during my research. I didn’t want to

co-opt Marjorie Lee Browne’s story, but I decided to add the “e” to my own Malago Browne as a nod/tribute to her.

One thing I’m keen to do with this series is to dispel the notion that mathematics is – and has always been – solely the domain of old white men. Just a glance through mathematics history throws up countless examples of talented scholars from infinitely more diverse backgrounds.

As far as autobiography goes… I started writing the first Triggernometry back in 2016, during Trump’s first presidential campaign, and was finishing the second one – Advanced Triggernometry – during Biden’s, when Covid-19 infections were at a peak in the UK. Although the stories are on one level totally ridiculous, they have serious undercurrents which reflect some of my preoccupations: authoritarian overreach, the vilification and dismissal of experts, anti-intellectualism, the dangers of binary thinking and unexamined stances, scapegoating of a group of people as a tool to maintain power…

How do you feel about Plomo al cuadrado, its Spanish version done by Manuel de los Reyes published by El Transbordador?

Manuel is a wizard of translation. I use the word “mathmo” in the text as a disparaging term for mathematicians, and since the word doesn’t have a Spanish equivalent, Manuel invented a new one: “matemágico”. It hints at the fear and disgust felt by those who view maths as something arcane and unknown, almost like a magical power. It’s such a clever, elegant translation.

Overall, I have loved every second of working with El Transbordador. From the cover designs (I had to pick from six equally stunning concepts), to the production of the physical book itself, to the title – which I think is just as good, if not better than the original – the whole experience has been a joy.

CUATRO PREGUNTAS A MANUEL DE LOS REYES

¿Cómo percibes Plomo al cuadrado con cierta perspectiva desde su publicación y, por supuesto, desde el primer día que te dispusiste a tratarla profesionalmente?

Supe que iba a disfrutar de Plomo al cuadrado como lector en cuanto Pilar Márquez Flores, editora del Transbordador, se puso en contacto conmigo para preguntarme si me interesaría hacerme cargo de su traducción. No fue un presentimiento ni un pálpito, sino que tuve la certeza de que me iba a encantar ese libro: un salvaje oeste alternativo, matemáticas proscritas, forajidos, un tren cargado de dinero y planes para asaltarlo, tiroteos, tabernas con sus inevitables peleas, páramos desérticos recorridos a galope tendido… ¿Qué más se podría pedir? Fue un auténtico amor a primera vista.

También tenía muy claro que, a poco que la prosa de la autora estuviese a la altura de la trama propuesta, el libro iba a ser una verdadera delicia para mí, hablando ya como traductor. Y mis expectativas se vieron cumplidas más que de sobra. Ahora que ya ha pasado algo de tiempo y he tenido ocasión de leer las primeras reseñas y comentarios de los lectores, me alegra enormemente comprobar que Plomo al cuadrado está recibiendo la calurosa acogida que se merece.

¿Qué fue lo más complicado de tu trabajo con esta novela? ¿Cómo te preparaste para el reto que te planteaba en cuanto a, por ejemplo, su fuerte carga matemática en sentido y forma, sus descripciones tan anacrónicas ligadas a una época como el Oeste Americano o la propia personalidad de cada personaje?

Antes de ponerme manos a la obra, la principal incógnita que me rondaba la cabeza era de qué forma estaría integrado en la trama ese componente matemático de la ambientación. He traducido a autores de ciencia-ficción dura, como Hannu Rajaniemi (El ladrón cuántico) o Peter Watts (Visión ciega, Ad Astra), que extrapolan los conceptos científicos conocidos y los subliman hasta recalar en teorías prácticamente arcanas con un elevado grado de extrañeza, aunque sin perder de vista en ningún momento las teorías que anclan sus títulos a nuestra realidad. A diferencia de ellos, lo que hace Stark Holborn en Plomo al cuadrado es utilizar la ciencia dura por excelencia, las matemáticas, como base para urdir una trama profundamente humana. Entre las aventuras y el humor que pueblan sus páginas, lo que subyace es el recordatorio siempre necesario de que discriminar a quienes se alejan de lo que desde ciertas esferas se nos invita a considerar «normal» únicamente puede redundar en perjuicio del conjunto de la sociedad.

Ciñéndonos a la pregunta, el primer desafío al que tuve que enfrentarme como traductor me salió al paso desde el mismo título. Triggernometry en inglés suena prácticamente igual que trigonometry, trigonometría, solo que con un gatillo («trigger») incrustado en el término. En español, por tanto, el efecto debía ser parecido: algo que evocara tanto las matemáticas como los gatillos, los tiroteos, las balas…, el plomo. Y de esta manera, con el beneplácito de la editorial, mi razonamiento desembocó en la solución de Plomo al cuadrado (aunque el término triggernometry en sí tampoco es que se haya quedado sin traducir, puesto que aparece mencionado como tal hacia el final de la historia y es muy probable que adquiera una presencia especial en futuras entregas).

Aparte de eso, cada capítulo se abre con una cita en forma de fórmula matemática. Estas fórmulas están sacadas en su totalidad de MathWorld, una página web que vendría a ser algo así como la Wikipedia de las matemáticas. Nadie espera de un traductor que lo sepa todo, puesto que sería materialmente imposible, pero sí que posea las herramientas y los recursos necesarios para solventar su ignorancia. En mi caso, aparte de lo que alcanzaba a colegir gracias a la propia web de MathWorld, conté con la inestimable ayuda de Pep Burillo y Elías Combarro, profesores en la UPC y la Univ. de Oviedo respectivamente, además de grandes aficionados al género fantástico, que tuvieron la amabilidad de responder a todas mis preguntas y orientarme para garantizar que la experiencia del lector de Plomo al cuadrado en español fuese lo más parecida posible a la del lector del original en inglés. En ese sentido, como se suele decir, suyos son los aciertos y mía cualquier posible equivocación.

¿Cuál ha sido el personaje que más te ha satisfecho mientras desarrollabas tu labor? ¿Cómo sería el Manuel de los Reyes ‘vaquero’?, ¿más próximo a los matemágicos o a los villanos del Capitolio?

Me gustó mucho el papel de Emmy Noether, una especie de líder clandestina que, pese a verse obligada a trabajar en la sombra, persiste en su empeño de organizar una resistencia desesperada frente al yugo de quienes segregan a los matemágicos y pretenden acabar con ellos.

En cuanto a mi yo «vaquero»… Tengo poca madera de héroe, así que me conformaría con hacer de secundario resultón, por así decirlo. Quizás un tahúr cuyo sospechoso talento para ganar todas sus partidas de naipes acabe metiéndolo en líos con la justicia, y a partir de ahí, tras correr alguna que otra peripecia, el azar o el destino lo llevarían a alistarse en las filas de los auténticos protagonistas, a los que ayudaría con algún golpe de efecto modesto pero eficaz antes de hacer mutis por el foro y perderse de vista entre bambalinas. Siempre me han caído bien los tahúres, no sé.

Fuera como fuese, arriesgaría el pellejo con tal de combatir la opresión, eso seguro.

¿Cómo ha sido tu experiencia con El Transbordador y qué consejo le darías a quien pueda estar interesado en zambullirse en la traducción de un género como el Western?

Mi experiencia con la editorial es de diez. Solo tengo elogios para los responsables del Transbordador, a los que considero enormes profesionales y aún mejores amigos.

A título anecdótico, diré que esta es la primera vez que mi nombre aparece en una de sus cubiertas como traductor…, pero ya lo había hecho unos años antes en Mañana cruzaremos el Ganges, de Ekaitz Ortega, maravillosa novela para la que tuve el placer de escribir el prólogo. Y es así, como prologuista, como aparecí acreditado por primera vez en una cubierta de la editorial. El Transbordador pone un cuidado encomiable en todas sus ediciones, por lo que ver el nombre de uno integrado en los elementos que las componen es lo más parecido a experimentar un sueño hecho realidad.

En cuanto a la traducción de un género como el western, ocurre como con cualquier otro: cuanto más familiarizado esté uno con él, más fácil le resultará trasladar el texto de una lengua a otra. En mi caso, me crié leyendo de prestado las novelas del oeste que compraba mi padre: sobre todo Marcial Lafuente Estefanía y Silver Kane, por supuesto, pero también de Zane Grey o Karl May. Recuerdo con un cariño especial las novelas del Coyote, de José Mallorquí, publicadas por Forum a principios de los años ochenta; la primera colección completa de algo que tuve en mi vida. Y luego estaban todas aquellas películas, algunas de ellas tan emblemáticas: Solo ante el peligro, El hombre que mató a Liberty Valance, Caravana de mujeres, Duelo al sol, todo el espagueti western… ¡Y los cómics! Desde Lucky Luke a Blueberry, pasando por el Llanero Solitario. Páginas y más páginas, escenas y más escenas que se le van grabando a uno en la memoria y dejan un poso inagotable al que recurrir tantos años después de haberse empapado de ellas.

Por acercarnos un poco más al presente, creo que merece una mención especial la editorial Valdemar, conocida sobre todo por su amplísimo catálogo consagrado al terror, que desde hace tiempo está rescatando una barbaridad de clásicos imprescindibles del western literario en su colección llamada Frontera. ¿Sabíais que la famosa película Un hombre llamado caballo se basa en un relato de Dorothy M. Johnson? Y lo mismo con La diligencia o Fort Apache, adaptaciones de sendas historias de Ernest Haycox y James W. Bellah, respectivamente. El lenguaje propio del western cuenta con precursores de la talla de Mark Twain, Ambrose Bierce o Jack London, y tenemos la inmensa fortuna de que, con Frontera, Valdemar haya apostado por revalorizarlo en nuestro idioma para disfrute de chicos y grandes. Si como lector ya es una gozada, como traductor se convierte en una fuente de léxico y documentación de valor incalculable.

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