Premio Complutense de Literatura 2020

-Ediciones Complutense-

     El Premio Complutense de Literatura 2020 parió una flor en su modalidad de Poesía: una obra lingüística terriblemente contundente y sonora, una luminosa como el reflejo del sol en el lodo, una proeza cargada de épica.

     Raúl E. Asencio Navarro traza un argumento imprevisible para los contornos poéticos sostenibles en pieles de mera emoción y sudor: su propuesta es cientifista, sublime filosofía, caja de herramientas y diana del lenguaje, que retorna a ese púlpito tan añorado de autoridad y capacidad demiúrgica. El vehículo total, decisivo, para rellenar nuestros rasgos de conocimiento. Una delicia en iniciativa y ejecución.

     Varias pasarelas intencionales señalan con transparencia el camino hacia una escogida colecta de composiciones que se reparten bajo algunas sombrillas o pararrayos con título y semblante formalista. Desde la cita de bienvenida hasta los Agradecimientos, la originalidad y la coherencia se asientan con firmeza. Sasha Ilich es la voz de la primera: “Solo espero que mi voz se abra como la madreselva”; premisa sustancial de la obra en la que nos sumergimos. 

     Un prefacio de doble cortina antecede a la que es la premisa nombrada -vs. la anímica mencionada-: el autor nos expone en él el origen -qué buena palabra aquí- de su contienda y su artefacto. Nos traslada su inquietud -en el sentido más útil posible- sobre el Universo y su adivinada asimetría fronteriza entre lo que conocemos / vemos y lo que no podemos conocer / ver, nos sitúa en ese horizonte de sucesos, maravillosamente dibujado con la metáfora de la injusta bidireccionalidad truncada entre los saberes de una madre y su niño respecto del otro. Hume y su análisis del ‘yo’ y sus oscuras facciones es el gancho adoptado en la parte correlativa para sentenciar el órdago que teledirige nuestra aventura de navegación más próxima, a lomos de esa alfombra mágica que conduce Asencio Navarro: vamos a excavar en el otro, que es el nosotros, que lo es todo, desde ese ego que funciona como espectador en una sala de cine. Nos lamemos aunque sentimos frío mirando adelante. El primer paso es siempre el más difícil, pues estamos ciegos y temblamos.

     Una premisa desenvuelve cual regalo gris la primerísima fórmula: la identidad difusa, indeterminada entre la pared que nos sustenta y la que vemos enfrente, ese otro-yo-nosotros, es el ser que pisará sin huellas las columnas del mundo que se [abre, pero shhh] vislumbra ante nuestros confusos -y mentirosos- sentidos. Nace pronto el Miedo: a ser el otro, a serlo todo, a perder ojos, labios, sienes…, atravesados por las palabras que Ralph Waldo Emerson dedica a la superposición -y barrido- de la biografía respecto de la historia, en ese embudo que somete el mundo al proceso de ingesta gramo a gramo.

     Epistemología extiende la sábana espaciotemporal básica para relegar el ayer al simulacro, lanzar la esperanza más física del presente y asumir que la realidad nos alcanzará mañana. El ojo reafirma el parcialismo empírico necesario para soportar todo lo susceptible de ser tildado de estímulo, compartiendo una licencia fantástica en forma de mención a Odisea en el espacio. Llegamos a Otras fronteras -capítulo de duplicada cabeza- que recoge en su primera entrega la legendaria -¡hasta empleada por servidor en trabajos académicos!- cita de Wittgenstein sobre los límites del lenguaje como irrevocables límites del mundo individual, mientras aguardamos que acontezca un milagro fuera de ellos.

     La segunda estampa de este tramo reivindica la poesía como gran -única- herramienta -arma- para descifrar el abismo. La acompaña Una posibilidad, de altísima belleza paisajística y honda melancolía. Algo se ha roto en este punto y lo dejamos obligatoriamente desnudo ante El mundo huele a nuevo y su fuerza en coordenadas de nacimiento / alumbramiento, en una construcción que se nos antoja irremediablemente poética con todo el peso de las letras y su marcada separación respecto de lo exhibido hasta entonces. Así emerge -claro- La poesía, compendio troncal y frondoso cuyo primer peldaño arroja la entrañable conclusión nominativa acerca de los “anillos” de Saturno a partir de la misión observadora de reputados astrónomos: la metáfora como especial e inimitable virtud para expresar conocimiento sin prescindir de la belleza.  

     A esta escalada del lenguaje cual serpiente enroscada en nuestro viaje se le introduce un abrupto soslayo cada vez menos indirecto: la voz se proyecta ahora hacia un tú agazapado entre las sombras. Un tú amable, sin estridencias, acariciado en ciertas dedicatorias explícitas, con el que se habla sin respuesta sobre el dolor, conversaciones perdidas en la oscuridad o la capacidad señaladora índice en ojo para apuntar a una corporeidad concreta entre la masa inabarcable. 

     Autopista eléctrica Aragón-Cazaril constituye otro de los trayectos más kilométricos y -perdón- autobiográficos. La distancia, el onirismo y la memoria son las teclas pulsadas en una rotonda que despliega imágenes nubosas, renuncia a infancias y se prepara para lo inminente: las llagas, la espesura y las sombras que implica el peaje del saber. 

     Conquistamos El instante, ese enclave a partir del cual el lenguaje poético expuesto se retuerce sobre sí mismo para acentuar una asimetría estructural y a partir del cual también probamos con toda la lengua el primer sabor a muerte. Angelina Gatell vuela debajo. Vocación de infierno recoge -como a un animal accidentado- la tormenta y la multiplica por mil a través de sus dos cápsulas. Yung Beef canta en el centro su himno A.D.R.O.M.I.C.F.M.S. mientras rueda un ritmo explosivo cuesta abajo, con la madreselva bailando disparada y la muerte mordiendo nuestros tobillos. Acude a tiempo la resaca para asistirnos con su clarividente enfoque hacia el horizonte eterno. Para entonces ya hemos temblado enésimamente. 

     Contactamos con la Claraboya desvencijada en sus cuatro saltos como cuatro desenlaces internos de la jornada, incluyendo cielo, día, noche, muerte, una pizca de silencio -que ya nos ha embadurnado las costillas hasta la asfixia- y un nosotros tan dirigido a Marina que por un momento debemos esquivar toda opción de inclusividad. Su probable continuación más natural es la que le pisa el talón en Semper augusta, donde hallamos una de las cumbres visuales de la obra, en esa agridulce promesa frustrada en que consiste la propia esencia de la flor. 

     El dado final de cuatro caras es hijo de Cuestión de tiempo, En mi pueblo la iglesia tiene un techadito azul, Certezas incipientes y Olvido, jardín de silencio y muerte en el que confluyen el tiempo, el asombro, el anhelo y el retorno al estado de quietud iniciático que pliega el círculo hacia la nada previa al todo. El silencio ya ha colmado sus alabanzas como creador capital, como comandante del suceso. El tono de acordeón desde la primera cara hasta la cuarta, ese Olvido, es una sonrisa ancha, con holgura de bajo timbre en el centro y mueca puntiaguda en sus extremos. Tocamos la relajada calidez de un fin lógico presentado sin la estridencia apocalíptica ni el excesivo adorno consolador. Regresamos a nuestra cueva con una grata experiencia.

     Como decíamos muy arriba, Asencio Navarro esconde en la buhardilla de sus Agradecimientos el penúltimo secreto narrativo de Horizonte de sucesos: toma la mano de Zagajewski para revelarnos la estrategia mecánica del poema precedido de silencio, en un símil creacionista absolutamente extrapolable al discurrir del mundo. Pero por supuesto que deja a un lado su clase magistral para compartirnos su actividad escritora rodeada de sonidos muy específicos, tremendamente personales. Su declarado homenaje a las voces de ultratumba es la huella de este fabuloso libro. Su tributo a las que hoy escucha a pocos metros quedan en los márgenes, en el corazón y en la evocación material, a través de las palabras que destila su composición personalizada pero desde la rotundidad del discurso que puede ser susurrado. Una reunión -de unos y otros- que se antoja completa y alborozada.

     Horizonte de sucesos es poesía de probeta, pluma estilográfica y convicción que traspasa cánones y gustos antepuestos. Raúl E. Asencio Navarro conoce la escarcha literaria y la moldea para proponer una lluvia -tan ligera en algunas de estas costas, tan diluviana en otras- que cala interiores de casas y cuerpos. Nos exprime en su proceso de compactación sin dejar de permitirnos un vuelo agradable, despejado. El dominio de los tiempos que juntos dan fruto en esta obra es tal vez la principal virtud de un valiente autor que por encima de todas sus cualidades es honesto con un público escéptico en primera instancia y reclutado entre ovaciones a la mitad del camino. Enhorabuena al hacedor del temblor.

Altavoz Cultural

ENTREVISTA A RAÚL E. ASENCIO NAVARRO

Bienvenido, querido Raúl, a Altavoz Cultural y enhorabuena por tu obra Horizonte de sucesos. ¿Cómo recibes su distinción como Premio Complutense de Literatura 2020? ¿Qué primera impresión te ofrece el libro hoy con la distancia del tiempo desde su finalización creadora?

Gracias a vosotras por la lectura y la atención, que era para Simone Weil una forma de amor. 

El premio pierde importancia con el tiempo, pero en su momento fue de gran ayuda. Los poemas de aquel libro llevaban mucho tiempo escritos y cada vez que volvía a ellos les podaba algún verso o quitaba algún poema que ya no me interesaba. La publicación fijó la forma de la obra y palió de algún modo ese ejercicio de reescritura permanente que, de haber continuado, habría acabado por desmontar el poemario.

¿Cómo fue precisamente su proceso de elaboración desde cero y cuánta posproducción le dedicaste una vez esbozada una primera apariencia? ¿A qué refiere el orden interno de la disposición de las composiciones para quien no conozca aún su contenido?

El libro ha pasado por distintas reescrituras, pero en todas ellas estaba la idea de cierto cuestionamiento del yo. De su naturaleza y ante todo de la pobreza con la que lo conocemos, de su complejidad e incluso de su misterio. Buscaba hablar de todo eso fuera de lo confesional, de ahí que acuda a la ciencia y a la filosofía en busca de metáforas, discursos e ideas con las que escribir aquello que en un principio aparece como una intuición personalísima. En ese sentido, me fue muy provechosa la idea del horizonte de sucesos, el cerco que rodea un agujero negro y que marca el lugar a partir del cual ni la luz regresa y en el que ni podemos ni sabemos adentrarnos. El libro parte de ahí, de entender que el yo es también un horizonte de sucesos y que, llegados a cierto punto, desconocemos. Insisto en que este es el punto de partida, porque creo que el poemario va siguiendo una apertura del yo al mundo y al otro, a la lectura, a la amistad, al amor y a la muerte, ya plenamente consciente de que los elementos más valiosos que constituyen las identidades nos son ajenos, de que somos a través de quienes nos miran.

Temblor, silencio, lenguaje como espacio constitutivo del mundo y su conocimiento. ¿Qué te aporta la poesía que no te aporte ningún otro medio expresivo-comunicativo?

La forma en la que escribo es también la forma en la que pienso. Y el lenguaje poético, que a veces puede trazar atajos y cargar sobre sí mismo grandes fardos de sentido, me es muy útil para leer, para glosar y para entender. No es el método más eficiente, pero está claro que lo que llega al poema, aunque solo sea porque ha sido amasado con el lenguaje y levado –pido perdón por el lenguaje, soy de familia pastelera- con la revisión y la reescritura, ha sido asimilado. Ya no sé si comprendido o desvirtuado, pero sí digerido. El temblor, el silencio y la lentitud no son solo asuntos formales o poéticos, sino que le son propios a mi modo de pensar y conocer.

¿Cómo valoras el panorama poético actual y cómo consideras que se inserta Horizonte de sucesos en su selva de voces y tendencias?

El panorama es muy rico y parece que viviremos una buena época por muchas razones. Se está escribiendo muy buena poesía y parece que el ecosistema editorial da cuenta de ello. Que La Bella Varsovia haya sido integrada dentro del grupo Feltrinelli, vía Anagrama es una muy buena noticia. Como también lo son la aparición de Letraversal, la colección de poesía de Editorial Dieciséis o las nuevas de Cántico.

Sobre el lugar de Horizonte de sucesos, no tengo ni idea y tratar de situarlo en alguno obedecería más a una afinidad lectora que a una realidad.

¿Dónde podemos encontrarte y seguir de cerca tus proyectos?

Me encontraréis pasando el rato en Twitter o, más probable aún, en el AVE Zaragoza-Madrid.

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