
Antología de relatos ganadores del
I Concurso de Microrrelatos de Terror de La Imprenta
-La Imprenta-
Hay una virtud condensada, sólida, en el arte del microrrelato como forma expresiva del escalofrío. La maestría que requiere el género en cualquiera de sus múltiples posibles mutaciones formales se ve duplicada en grados cuando la pluma oscura que desea tejer el horror elige como escenario el súbito impacto de la escasez numérica, del límite férreo, del contorno claustrofóbico, del foco más concentrado en la sombra.
Esta estupenda antología titulada Pánico desvela empíricamente una amalgama de trucos para golpear retinas, para asaltar nucas erizadas e inundar de un solo chorro a presión cerebros absolutamente indefensos, a merced de lo grotesco, lo desasosegante, lo brutal, lo tétrico. Diez propuestas para justificar el exceso de sábana, diez relatos para volver a registrar -sí, otra vez más- los bajos de nuestra cama, los rincones grises de nuestra habitación, los malditos espejos, los crujientes suelos y los imperecederos armarios que, junto con todas esas criaturas que albergan, nos observan irremediablemente.
Como los estrictos márgenes del espacio narrativo al cuento, la alcoba representará en una altísima mayoría el lugar sitiado desde el que se verterán las tinieblas. Un total de cuatro relatos dispondrán explícitamente como tablero el pozo de mayor intimidad de una persona. Otros tantos podrán sugerirlo veladamente, acaso permitir la elevación de ciertos escenarios al concepto de habitación.
Romperán de manera bien distinta esa óptica centralizadora dos textos cultivados en el calor del entendido como salón familiar y el mismísimo aire libre ofrecido por el parque. Ambos ponen a rodar sendos artefactos especialmente infantiles en su contexto más ilusionante: la navidad y el juego del pilla pilla, respectivamente –Cuento navideño, de Patricia Richmond, y El pilla pilla, de Lou Molero Velázquez-. Los dos rezuman tan dispares como disfuncionales conceptos de ‘hogar’ y ‘familia’, el gran hilo germinador del terreno compartido por las letras que integran Pánico.
Padres verdugos -máximo exponente del abanico antagonista-, madres desquiciadas, niñas y niños que vuelan desde el blanco-víctima hasta el fascinante azul cerúleo origen del espanto. La corrupción de la inocencia y la devastación del noble lazo paternofilial regalan escenas que crispan la memoria colectiva, que arrastran imágenes violentas, horribles, casi más explosivas en tanto en cuanto se quedan, levitando, sobre el precipicio sin llegar a dejar caer todas sus posibilidades de desarrollo crudo. Mucha magia del mutismo hay en estas páginas.
El comienzo de la antología –Alumbramiento, revelación, de José Luis Pascual- es un nacimiento y su final –Toc-toc, de Andrea Valeiras- es un intento de asalto definitivo. Vida y muerte como las dos caras del acecho -ingrediente básico en la tensión de cada pieza- y la desesperanza. El retrato polimórfico del monstruo baila entre el fuego de la cotidianidad y el invierno de lo desconocido, tan infinito, inconmensurable. Son las perspectivas temblorosas de un binomio dentro-fuera -benditas puertas y sucedáneos- que atraviesa el conjunto de duelos entre los miedos y sus presas.
El veneno de esos miedos responde tanto a la brutalidad más visceral –Cuento navideño, Talión a la mitad, de Vate- como a la máxima sutileza respecto de juego visual, construido a doble orilla con superposición de imágenes –En su refugio, de Ignacio J. Borraz, colocado ex aequo en la distinguida cima antológica junto al relato de Valeiras-. La persecución como modo de arista dinámica de la amenaza emerge asimismo en voces –Invidencia, de Luis Gallardo- y esprines –El pilla pilla-. Cercenar, atrofiar, suprimir, achacar. Todos son verbos válidos para este ritual feroz de sentidos danzarines sobre la cuerda de la cordura torcida.
Al texto de José Luis Pascual le sigue el original Ciclos, de La Imagistino, único relato que dibuja el ámbito del amor en el extrarradio de la familia. Debajo de la cama, de Elena Correa, y El escondite, de Patricia Iniesto, sostienen en sus profundidades el venerado santuario unipersonal, que gira unas cuantas tuercas de ciertos lugares comunes para extender nuevos vestidos de pesadilla y completar una reunión de terrores redonda.
El coloquio que presentamos a continuación entre dos de los culpables de ese encanto que nos ha suscitado Pánico pretende dar cuenta, a escala y desde otro prisma, de todo lo expresado en esta pequeña introducción a tamaña antología. Os dejamos muy gustosamente con José Luis y Andrea. Gracias a La Imprenta por su fantástica labor.
COLOQUIO ENTRE JOSÉ LUIS PASCUAL Y ANDREA VALEIRAS
¿Cómo recibís la selección de vuestro texto para la antología de La Imprenta? ¿Qué valoración hacéis respecto del conjunto de obras?
José Luis Pascual: La selección la conocí siguiendo en directo el evento de presentación que realizó La Imprenta. No puedo negar que me sobresalté al escuchar el título de mi relato a bocajarro, ya que fue el primer cuento que mencionaron. Fue un subidón maravilloso.
Sobre el conjunto de la antología, me parece una buena muestra de lo bien que funciona el formato de microrrelato en un género como el terror. No es sencillo causar miedo en literatura, pero el reto es doble cuando hablamos de textos tan breves. Conseguir, al menos, generar un escalofrío en el lector me parece de un mérito nada desdeñable.
Andrea Valeiras: Yo estaba viendo en Instagram el directo del anuncio de los seleccionados, con una lectura de los mismos a cargo del actor Carlos Olalla. Mi relato fue el último en anunciarse, así que resultó una auténtica sorpresa escucharlo porque no lo esperaba, sobre todo, tras haber escuchado el resto de historias. El nivel estaba altísimo, todas eran diferentes, todas terroríficas. Hay muchas formas de dar miedo y en ese libro hay diez ejemplos sobresalientes.
¿Qué estímulo primigenio supuso la primera piedra creativa para desarrollar vuestro relato? ¿Cuánta posproducción de retoque y apaño le aplicasteis a su versión original?
José Luis: Las ideas para microrrelatos suelen venir de algún lugar inesperado. De repente, escuchas un «click» en tu cabeza y un concepto, una frase, una palabra, desencadena una diminuta historia. Por algún motivo, el nacimiento del anticristo ronda de vez en cuando mis textos, de hecho ya trabajé esa misma idea en esa macarrada titulada «Satan is coming to town».
En cuanto a la «posproducción», sí que apliqué algún cambio al relato primigenio, pero nada demasiado importante. Me gusta esconder la historia dentro de las palabras y que el lector tenga que excavar para encontrar el mensaje completo, y en este caso en la primera versión me pasé de críptico. Espero que ahora se entienda mejor lo que quería contar.
Andrea: La verdad es que lo escribí del tirón y solo le hice correcciones de puntuación y alguna palabra repetida al releerlo. Respecto a la inspiración, pensé en que dos de las cosas que más miedo producen son un sobresalto inesperado en medio de la noche y que alguien intente invadir nuestro espacio. La combinación de ambas daría mucho más miedo si la “amenaza” (o, simplemente, lo inesperado) no proviniese de los portales lógicos: puertas, ventanas… Es el escalofrío de constatar que no solo hay alguien al otro lado, sino que está acechándonos desde un lugar que no considerábamos vulnerable a intrusiones.
Ambos relatos plantean la entrada a este mundo que habitamos a través de canales extrasensoriales y sobrenaturales, desde los cuales avanza hacia nuestro presente el monstruo. ¿Qué es lo que más os atrae de amenazar nuestra realidad con aquella que proviene de otras dimensiones? ¿Qué experiencia más o menos paranormal que os haya acontecido podéis contarnos brevemente?
JL: La intrusión de lo extraño siempre es algo estimulante dentro del género. Últimamente vivimos una corriente que quizá trate de alejarse de esto para anclarse más a un terror de lo cotidiano, pero creo que ambas vertientes pueden coexistir sin demasiados problemas. En mis cuentos me gusta jugar con la ambigüedad y no dejar claro si la aparición del elemento fantástico es real o solo existe en la cabeza de los personajes. Pero para responder a la pregunta, todo lo que procede de un más allá desconocido, si está bien llevado, me funciona a las mil maravillas.
Sobre el mundo de lo paranormal, he de decir que me fascinan estos temas pero, lamentablemente, no he vivido en mis carnes ninguna experiencia, así que no puedo contar gran cosa, lo siento.
A: Todos tenemos nuestros niveles de espacio personal y social con los que nos sentimos cómodos. Cualquier intromisión puede ser una molestia, pero si se trata de algo desconocido, por un canal que no esperábamos, esto llega a resultar aterrador. Es como caminar por una casa encantada vigilando el suelo, las paredes, los rincones oscuros… Y que el monstruo nos caiga encima desde una trampilla en el techo. En cuanto a las experiencias paranormales, las mías estarían relacionadas con una sensibilidad excesiva a la “energía”. Por ejemplo, en Edimburgo no podía acercarme a una zona del cementerio de Greyfriars porque me producía una angustia que no solo me invadía a nivel emocional, sino que también me afectaba físicamente. En esa parcela concreta hubo una especie de campo de concentración hace siglos y cada vez que pasaba cerca notaba cómo me faltaban las fuerzas de una manera difícil de explicar.
¿Qué os ofrece desde vuestra experiencia literaria -lectora y creadora- el Terror que no os ofrezca ningún otro género? ¿Qué proyectos, a corto y medio plazo y dentro y fuera del Terror, podéis confesarnos?
JL: Para mí, el terror es una herramienta que sirve para tratar todo tipo de temáticas. A nivel literario es un género tradicionalmente menospreciado y considerado de calidad mediocre. Esto me parece un gravísimo error, ya que la literatura, aparte de que debería no entender de géneros, es capaz de generar verdaderas obras maestras que admitan el terror como una de sus bases. No en vano, el miedo es quizá nuestro instinto más primario, aquello que nos une de manera indeleble. En los últimos tiempos parece que el terror empieza a obtener algo de reconocimiento, pero nos queda mucho por remar.
Mis proyectos son publicar mi primera antología en solitario (ya está mi manuscrito enviado a editorial y estoy cruzando los dedos), sacar adelante la segunda antología T.Errores y seguir dando guerra en la web Dentro del Monolito, con un proyecto audiovisual llamado MonolitoTV.
A: Como lectora, me gustan los giros inesperados con un toque siniestro, de esos que te hielan la sangre y te hacen recapitular todo lo que creías que sabías, trastocando tu interpretación. Por eso, cuando escribo, intento conseguir algo así, no el giro por el giro, sino la revelación que se ilumina para hacerte entender que todas las piezas estaban ahí. El terror es un género maravilloso para experimentar con esto, sobre todo si se combina con otros y el miedo te pilla por sorpresa. Tengo varios proyectos, las ideas se acumulan en mis libretas y en mi cabeza. Pero ya encaminados, hay dos que destacan. Por una parte, tengo una novela inacabada que merece un final a la que espero dedicar la atención que merece en estos próximos meses. Es una historia de crímenes y misterios ambientada en la oscuridad de Edimburgo, e incluye algunos pasajes de puro terror. A otro nivel está un pequeño mundo narrativo que he ido construyendo poco a poco y en el que se enmarcan varios de mis relatos que entremezclan fantasía y comedia. Creo que es hora de agruparlos y escribir algunos más, para que ese universo en miniatura se ponga en marcha.
Pregunta Andrea a José Luis: «¿Quién fue la primera persona que leyó tu relato y de qué manera reaccionó? ¿Sueles recurrir a lectores beta?»

Respuesta: Si no me equivoco, la primera persona en leer el texto fue mi mujer, que suele ser siempre mi primer filtro lector gracias a su buen ojo. Además, pude leerlo en la Escuela de Imaginadores y tanto mis compañeros como mi profesor Juan Jacinto Muñoz-Rengel me dieron alguna indicación para pulir el relato. En cuanto a lectores beta, además, suelo recurrir a dos o tres compañeros del Monolito que siempre están prestos a ayudar.
Pregunta José Luis a Andrea: «En tu microrrelato juegas con un elemento tan jugoso para el género de terror como es el espejo. ¿Por qué crees que este tipo de objetos sigue funcionando tan bien a la hora de crear historias terroríficas? ¿Tiene algo que ver con reconocer nuestra imagen por completo, acarreando las partes oscuras que tratamos de esconder?»

Respuesta: Un espejo es un objeto cotidiano en el que todos damos por hecho lo que encontraremos: a nosotros mismos. Sin filtros, sin más intermediarios que un cristal. Si hemos pasado una mala noche, si hemos llorado, si no podemos dejar de sonreír, si nos brillan los ojos… Esa verdad está al otro lado, para bien y para mal. Pero hay algo más: todo está igual, pero al revés: el reflejo nos devuelve el lunar bajo el otro ojo, el jarrón sobre el lado equivocado del mueble, las letras de un cartel en el sentido contrario a nuestra lectura, transformándolas en algo más difícil de entender a simple vista. Enfrentarnos a una realidad tan descarnada con elementos que aparentemente no están en su sitio es un proceso que puede dar miedo a veces. Y con todo eso, creo que hay algo todavía más aterrador: buscar nuestra imagen en el espejo y no encontrarla; que al otro lado haya algo inesperado o incluso que no haya nada. Esa es una de las premisas que inspiró mi relato: mirar al espejo y no estar ahí.
Muchísimas gracias por contar, de nuevo, con un servidor. Compartir coloquio con Andrea ha sido una muy grata experiencia. Abrazos.
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