Cómo disfrutar del arte con tus propios ojos
Eugenia Tenenbaum
-Editorial Temas de Hoy-

Si conoces a Eugenia y la sigues en redes, te gusta su contenido, este libro te va a encantar.
No solo te despierta la imaginación por cómo está escrito, ya que nos lleva por un museo que se te cuela en los sentidos, sino que te despierta el alma porque eres capaz de ver el arte con una perspectiva diferente.
Ya os digo que mientras lo leía sentía que estaba allí, descubriendo lo que para mí ha sido todo un mundo. Madre mía, si hubiera tenido a Eugenia de profesora de Historia del Arte habría amado más la asignatura…
Además, si conoces un poco la labor de la autora, puedes llegar a conectar con el cariño y la fuerza con la que lo escribe, porque otra cosa no, pero puedes notar el amor que siente hacia la Historia del Arte y las ganas que tiene de destruir el discurso actual con el que se estudia. Y es que a Eugenia no le falta razón, más bien le sobran argumentos y en este libro pone todos los puntos sobre las íes.
La mirada inquieta te engancha, te hace aprender y encima te reconcilias con alguna etapa pasada muy maltratada.
Gracias, Eugenia. Has hecho un libro que perdurará mucho.
ENTREVISTA A EUGENIA TENENBAUM

¿Cuáles son tus inicios? ¿Por qué te enamoras de la Historia del Arte y cuál es ese punto de inflexión que te lleva a dedicarte a su divulgación con tanta pasión, la suficiente como para haber escrito un libro tan impresionante como La mirada inquietante?
Mis inicios estaban relacionados con la Historia del Arte, aunque no directamente. Siempre he sido una persona a la que le ha costado mucho decidir qué hacer, me interesan muchos campos de saber y disciplinas, así que cuando finalmente me decidí por Dirección de Fotografía y vi que no me lo podía permitir económicamente, tras el chasco inicial pensé: «bueno, piensa una opción B que te motive de la misma forma», y esa segunda opción fue Historia del Arte. Al final, gracias a un cambio de planes, descubrí la que a día de hoy considero mi vocación. El punto de inflexión respecto a la divulgación supongo que fue empezar a hablar en Instagram de aquellas cosas que aprendía o que me apasionaban y ver que la gente que me seguía mostraba interés y quería saber más. Si a mí me encanta compartir mis aprendizajes y reflexiones abiertamente y además con ello la gente aprende, todas las partes salen beneficiadas. Me siento muy afortunada de tener un espacio virtual en el que tratar estos temas y problemáticas lleno de gente de la que también aprendo mucho.
A partir de tu experiencia formativa en Historia del Arte, ¿crees que cambiarán los discursos eurocentristas que hay actualmente en las aulas? ¿Qué libros -y recursos, en general- nos recomendarías para alejarnos de dicha perspectiva discriminatoria y acercarnos al ámbito artístico de los demás continentes, con el fin de poder tejer una «nueva Historia del Arte» que podamos desarrollar simultáneamente respecto de la que nos han enseñado?
Creo que cambiarán — ¡tienen que hacerlo! —, pero será un proceso largo. En la mayor parte de los casos, el temario base es eurocentrista, misógino, heterocentrado y no introduce análisis de clase, de modo que depende de la profesional que imparte la materia añadir estas perspectivas o no. En mi universidad, aunque sean muy pocas, sí hay profesoras que le dan una vuelta de tuerca a los contenidos y fomentan el análisis crítico; el problema es que depende de una decisión individual y no de una máxima curricular. Veo también un cambio generacional notable: las doctorandas que están empezando a impartir los seminarios prácticos de las asignaturas suelen hacerlo trayendo consigo estos enfoques contrahegemónicos, así que me gusta pensar que el tiempo regenerará la plantilla docente y con ello también la manera de transmitir los conocimientos.
Respecto a recursos que recomiendo estaría el trabajo de divulgación de Afrocolectivx, sin duda alguna, y de Julia Cabrera a través de @blackartandartists. Algunos libros que considero esenciales son «Calibán y la Bruja» de Federici, «Mujeres, raza y clase» de Angela Davis, los aportes de bell books o «Compartir el mundo: La experiencia de las mujeres y el arte» de María Laura Rosa y Soledad Novoa Donoso. Una profesora que tuve, Eva Fernández del Campo, publicó recientemente «Las mujeres que inventaron el arte indio», todavía no lo he leído pero es una de las docentes a las que más cariño y admiración guardo, así que seguro que es una lectura interesante.
¿Cómo fue, desde cero, el proceso creativo de La mirada inquieta?
Fue un proceso muy caótico, como yo misma, vaya. Pasé más tiempo en mi cabeza estructurando los temas de los que quería hablar, la forma de acercarme a ellos y las obras o artistas que iba a utilizar como guía que escribiendo. Siempre he disfrutado mucho con la escritura, pero enfrentarse a un libro que sabes que una vez pase a imprenta no va admitir cambios hasta futuras ediciones y que va a estar en manos de la gente es una realidad que me paralizó. Al tratarse además de un proyecto tan ambicioso había demasiadas cosas que podían salir mal, y eso mediatizó mucho mi relación con el proceso porque se me disparó la autoexigencia.
¿Cómo surgió la idea de desarrollarlo como si fuera una visita guiada al museo, recorriendo todos sus escenarios? Es espectacular la capacidad inmersiva que tiene la obra, sientes que estás paseando por las diferentes salas, conociendo los puntos clave uno por uno.
Me gusta mucho que me hagáis esta pregunta porque lo cierto es que esto fue una idea de mi editor, Sergi Siendones. A medida que fue viendo el enfoque que quería darle al libro y que iba a ser más sesudo y denso de lo que inicialmente habíamos planteado, la idea de introducir una parte narrativa que evocase un museo era el recurso perfecto para aliviar un poco el peso del resto del texto. Cuando me lo comentó como idea me fascinó y, de hecho, estas partes narrativas son con las que pude dar rienda suelta a la creatividad, la imaginación y también las que más disfruté escribiendo.
¿Cómo decides estructurar el libro exactamente como está estructurado, atendiendo a la sucesión de temas, referentes y discusiones que dispones en cierto orden?
Desde el principio tuve claro que el libro debía ser útil para gente no especializada, esa era mi premisa inicial. Por tanto y por experiencia, entendí que estructurar el libro por temas — como suele hacerse en algunos libros de divulgación — podía ser interesante pero muy confuso para gente que tuviera entre poca o ninguna idea sobre Historia del Arte, y de ahí que esté estructurado cronológicamente, para que las lectoras puedan ir familiarizándose con los cambios que determinados periodos históricos trasladan al arte que se genera en ellos y así poder acudir a un museo sabiendo más o menos a qué etapa pertenece lo que están viendo. Respecto a los temas, fue un poco intuitivo: la mayor parte de los contenidos que exploré los tengo muy interiorizados, he pensado y estudiado mucho sobre ellos en los últimos siete años, así que más o menos ya sabía qué temas encajaban mejor en determinado período. Otros, en cambio, aparecen a lo largo de todo el libro a través de distintos ejemplos. Había ciertos capítulos que se prestaban a hacer las mismas reflexiones, descartar en cuál se quedaban o en cuál se eliminaban fue una labor conjunta entre Sergi y yo.
¿Cómo te sentiste al terminarlo? ¿En algún momento has pensado que te faltaba algo, algún nombre, alguna mención…?
Como decía, es un proyecto tan ambicioso que nunca puede estar terminado. Faltan millones de cosas, de muchas soy consciente y otras no las he aprendido o reflexionado todavía, así que es un texto que en mi cabeza está en continua revisión. La historia del arte occidental no puede caber en 368 páginas, ni siquiera en 3600 si fuera el caso, así que al terminarlo sentí un vértigo enorme – parte de mis miedos relacionados con esto están condensados en el epílogo. Creo que es lógico preguntarse «¿Lo habré hecho bien? ¿Se entenderá lo que pretendía? ¿Le será útil a las personas que lo lean?», y más con un libro así. También sentí mucho alivio, al final es un proyecto que estuvo ocupando mi cabeza y tranquilidad mental durante dos años, así que verlo terminado y no tener que pensar en o sobre él fue un poco extraño.
¿Qué ha supuesto para ti, para tu carrera, su publicación? ¿Qué grado de trascendencia le concedes respecto de su labor de exposición / mejora / cambio desde la perspectiva con la que abordas la Historia del Arte?
Supongo que ha supuesto la comprobación de que tengo los medios, las bases formativas y la inquietud para defender y comunicar una historia del arte que sea lo más inclusiva y crítica posible. No me siento más segura de mí misma, pero sí tengo menos miedo a la hora de aceptar proyectos profesionales que me asustan o para los que no me siento preparada — creo que nunca me voy a sentir enteramente preparada para nada de lo que haga y ese es uno de los aprendizajes que me llevo después de publicar La mirada inquieta —. Respecto al grado de trascendencia, no considero que sea algo que deba pautar yo, sino más bien el grueso de lectoras. Sois vosotras quienes tenéis la última palabra al respecto, lo que opine yo en este aspecto creo que carece de relevancia.
¿Qué poso te deja de cara a proyectos presentes y futuros, en términos de inercia, argumento, virtudes extrapolables o procesos que sientes que funcionan?
Diría que uno muy importante. He podido conocer lo peor de mí durante el proceso: lo mucho que me cuesta organizarme y ser disciplinada, las cosas feas que soy capaz de decirme por cuestiones de autoexigencia, los vacíos enormes que hay en mi formación tanto académica como autodidacta… Todo esto me lo llevo conmigo con intención de mejorarlo y pulirlo, y eso creo que no tiene precio: el ser consciente de lo poco que sé y, al mismo tiempo, de lo mucho que me motiva pensar en todo lo que me queda por saber, por investigar y por repensar. Igual que tampoco tiene precio la sensación de mirar el libro y decir «Ostras, ¡esto lo escribí yo!».