Antología coordinada por María Zaragoza

-InLimbo-

   Copla y muerte. Arte y desenfreno. Ultratumba con flecos y lunares. Recuperación, casi resignificación, en todo caso magistral leyendización extra de una lista de figuras folclóricas que pasean su simpar carácter por las páginas ominosas de una antología de relatos brillantemente cohesionada y presentada desde su orden interno hasta su broche de luces y perlas desde las manos de una coordinadora sagaz, de poderosa visión maternalista: María Zaragoza capitanea un barco alado con diez piratas de ojos pintados que agitan abanicos rojiblancos al compás del horror hecho estrofa. Pena negra es uno de los greatest hits de la literatura de hoy, un clásico instantáneo, una vil enciclopedia sobre cómo escribir fusión de terror y cultura popular. ¡Adentro, criaturas!

   De prólogo cantado por MZ en tono biográfico en torno al making off de esta joya negra desde su idea primaria -brotada en festival de esencia inquietante, como no podía ser de otra forma: de Golem Fest a Golem Fest, pues leemos durante su edición de 2022 el resultado de aquel conjuro [mientras las culpables celebran in situ el ritual de presentación al unísono, coincidencia no premeditada que seguro ha descolocado algún cuadro de nuestra habitación o ha provocado un accidente en el hemisferio opuesto o adelantado una catástrofe natural un par de décadas]-, de citas hermanas que introducen, sugieren y ambientan la llegada, de diez figuras del folclore nacional aparejadas -con esposas de cuero rojo- a la muñeca de diez relatos que despiertan el escalofrío, la fascinación, la carcajada, la ovación, el shock, la virtud reconocida en los ojos, el brillo desprendido derramado por las líneas, en pleno retrato gris fuerte de un mapa sublime de nuestra historia más humana -tan talentosa, tan pecaminosa, tan soberbia, simplemente gigante-.

   Las costuras de este lienzo estampado atañen al elevado equilibrio que propone el alto nivel de los textos reunidos alrededor de la mesa con centro de flores, al recurrente fetiche por los portales espaciotemporales para proponer viajes a otras partes de la vida o del mundo, en un recorrido rastreable cronológicamente por el cauce natural de la sucesión de historias: desde la Guerra Civil hasta el WhatsApp y el twerk -lo de mover el culo, nena-. También a la extendida práctica de la inserción pluriformal de índole músico-poética a partir de coplillas, refranes, canciones, letras, citas célebres, estrofas… en pleno pulmón textual cuando es menester. 

   Asimismo, alude una de las grandes costuras a la riqueza geográfica de mancha folclórica: Valencia, Málaga, Rosario (Argentina), Madrid, Barcelona, entre otros núcleos en los que se desarrolla el cuerpo a cuerpo entre duende y puñal, diversidad en otros términos más hondos magníficamente representada hacia la realidad más pura, con una notoria manifestación de lo queer, lo marica y lo trans, con ídolas e ídolos alzados sobre la represeción, la censura, el arrinconamiento y el olvido. Solo podemos disfrutar, venga.

   Tina de JarqueCarroña de fieras, de Juan Soto Ivars

¡Y en Valencia, en Valencia tenía que estar enraizado el primer relato, eh, Golem Fest!… Pongámonos serios, que avistamos a Tina de Jarque irrumpiendo en nuestra retina. El desgraciado -tan belicoso- final de la revolucionaria performer vertebra una primera persona narrativa en voz del doctor Braulio Fermín, interesado en la ciencia aplicada al ser humano y sus vidas extra. 

Como el trabajo de campo -y fosa- no conoce límites para su ambición, decide acudir al lecho mortal en el que reposa, en una postura imposible, la insigne dama de las variedades. Hurga hasta el final de una pila humana y frailesca y recoge su tesoro. Resulta fascinante la perpetuidad del arte hasta cuando fenece su movimiento: costumbres, hábitos, prácticas depuradas hasta el extremo del aliento dotan de una gracia intrínseca a quien fue estrella por encima de persona. También la dibuja el último placer, esa mueca humanísima. 

Nuestro particular doctor Frankenstein, nuestro resucitador de almas y cuerpos de denominación de origen patria, obra el milagro. Y nos regala, por boca de su consecuencia revivida, una sentencia brutal: “Veo todo lo que me desea”. La antología presente está trufada de este tipo de líneas de discurso sublimes, estratosféricas, para tatuaje, himno o filosofía vital adoptada. Esta se nos alojó en las costillas para siempre.

El humor comienza a activar sus mecanismos irónico-sarcásticos y visuales para retorcer la trama especialmente en sus fases de descripción y reflexión. Es ácido, hosco, genuino. Camina, despampanante Tina, camina hacia el horizonte. La noche de los maniquís, de Stephen Graham Jones, nos taladra la muesca cerebral típica de las reminiscencias. La censura parcial del documento confiere un valor añadido a la historia que nos desgrana el científico. La histeria colectiva en torno a esa re-creación implacable y vengativa desemboca en un paisaje de caos y destrucción que nos excita sobremanera. 

Una auténtica pesadilla apocalíptica que no por su lograda crudeza deja de ser hija de un estilo elegantísimo, el de Soto Ivars, que sobrepasa la estupenda adaptación contextual para ofrecer un cuento tan original como técnicamente majestuoso. Qué gran puerta de entrada. ¡Que vivan Tina de Jarque y la madre que parió al compositor de su inmortalidad!

   Estrellita CastroAño de cucaña, de Jimina Sabadú

Del inventor al invento para escuchar una segunda primera persona narrativa aún más extrema: la de una vieja máquina de escribir que absorbe su inercia de una redacción gacetillera que abraza con la bienvenida la llegada de dos nuevos compis de letras: el poetastro ignorable Rosquilla y la camaleónica -y superviviente- Mariquilla. 

Nos situamos en ambos extremos de la Guerra Civil española para abarcar el desarrollo clave de los puntos álgidos de una búsqueda periodística sobre la escurridiza Estrellita Castro, potencialmente entrevistable por esa entusiasta articulista que necesita afianzar su figura profesional en un mundo voraz para el género femenino.

El estreno de Mariquilla Terremoto es la gran excusa noticiable para El Amanecer, en mitad de una fulgurante muestra de derroche cinematográfico de época, con multitud de referencias engalanando las carteleras de un Madrid retratado con magia, con una puntualidad descriptiva apabullante que nos toma la mano y eleva nuestro pulso y la alegría de nuestros ojos. Destaca por motivos inquebrantables el Café Colonial, refugio de la perseguida estrella, afincada en el interior de un espacio dimensional corrupto, feroz, retrodirigido. 

Las dos mayores huellas compañeras de nuestra periodista de investigación se deben al memorable personaje mentor de Sor Pesquisas (una de las figuras superiores de toda la antología) y a su fiel escudero El Kirijistaní, con el que vislumbra los inexorables cambios sociales de una ciudad abocada a la pérdida de arte tras la clausura de cines y cafés-tertulia y al mantenimiento de un machismo intravenoso.

La reivindicación de las canciones de doña Estrellita Castro dejarán paso a la oda a una leyenda de mucha más invisible cuña: la escritora experta en frenología Maricarmen ‘Mariquilla’ Landa. El texto de Jimina Sabadú atesora muchas virtudes, pero debemos destacar al nivel de las más relevantes cómo crece en belleza, poder y fuerza según progresa, hasta encontrarnos una serie de capas de desenlace que se mejoran incluso entre ellas según las vamos troceando. Año de cucaña es una pequeña obra perfecta de arquitectura narrativa que presenta una historia espléndida sin perder de vista el incalculable embrujo de una sensacionalmente homenajeada Estrellita Castro -andalucismos lingüísticos incluidos, ole-.

   Teresita SaavedraEl Príncipe Carnaval, de Mado Martínez

Pero de una obra genial a otra genialidad artística, y es que el texto de Mado Martínez es un museo a escala: qué proeza visual, qué manejo de los tiempos y las voces -o no-voces, jejeje-, qué dominio del siguiente paso correcto de una historia demoledora, tan preciosamente esculpida desde el concepto central de ambigüedad, que bañará hasta sus encías a personajes y ópticas.

La hasta ahora detectable querencia por los dúos coprotagónicos (dos personajes distribuidos verticalmente: la estelar folclórica y su devoto -Tina de Jarque y el doctor Fermín-, o dos personajes horizontalmente camaradeados -Mariquilla y su escudero frente al reto que supone Estrellita Castro-) estalla en este tercer corte en la impresionante pareja conformada por Cindy Vigoreaux, la Sirena de Nueva Orleans, y el Príncipe Carnaval.

El magnetismo de este último hipnotiza la lectura con cada una de sus decisiones, con una enloquecida sirena en el otro extremo del foco, despojada, silenciada, reducidísima. Sentenciada. La particular tendencia de ladrón del príncipe -de hechuras y propiedades tan sobrenaturales, casi mitológicas- causa estragos y llena salas. 

El juego de máscaras es extraordinario: adivinamos la estrategia y perseguimos con la mirada el truco, disfrutamos del autoengaño y conocemos el fondo, aplaudimos, hasta desmayarnos, el viaje. Uno de los seres más imponentes de Pena negra, tantas veces ilustrado por Teresita Saavedra en su versión más mesurada a través de actuaciones sin parangón, visita nuestra lectura para maravillarnos con su ausencia total de empatía, con su devastadora acción verduga, segadora de sonidos vocales, secuestradora de talento andrógino. 

Hermano de segunda generación del relato de Nerea Pallares en esta misma casa negra, el cuento de MM viste el folclore de un color dorado, con galas de grandes citas y terror velado a un tono de estallar por nuestras sienes. La inteligencia combina tan bien con la estética.

   Concha Piquer – Eso vino en un barco, de Gemma Solsona Asensio

Qué enorme cuento, Gemma, qué buen fustazo. Extraordinario en ambos sentidos habituales desde la morfología del halago. Nuestra mayor debilidad de tan triunfal decena.

El eje central sobre el que pivota la avalancha de encanto y temblor es el personaje de Esmeralda, que integra en su personalidad unas características por sí mismas estimulantes -incluida su original habla plagada de anglicismos (cf. con los andalucismos de antaño de Estrellita Castro)-. Es una protagonista perfecta, precisa para los intereses tragihorripilantes de Solsona, que es una maestra en desgarrar almas con guantes de seda, en disecar espíritus mientras ríe agudamente, como si fuera un juego inocente.

Asistimos a la tremebunda presentación de “Lola Puñales: gabinete de curiosidades y prodigios cañí”, uno de los grandiosos descubrimientos con los que nos obsequia la lectura de Pena negra -pensamos, sin justificación analítica razonada, en el texto de David Roas Zoltar Speaks (dentro de Niños, en Páginas de Espuma), desde luego en términos de atmósfera e ingenio, solamente-. El misterio se apodera de nuestra intuición desde apenas los primeros párrafos para tallar con cincel tenebroso una atmósfera asfixiante, que contiene en sus entrañas una auténtica bomba de horror. Ese baúl.

El espectro recorrido en cuanto al género en sí halla en este relato su representante más terrorífico: escalofrío, pánico puro y duro bajo esa capa típica de finura, delicadeza, casi inocencia destilada por las manos blancas de Solsona, que mide, gota a gota, cada pellizco que nos asesta. Incomparable en el arte de la aparente calma mientras propone elementos para doler o escocer, esa tranquilidad para susurrar violencia y miedo atroz -la secuencia de baldosas léxicas hasta la catarsis es espectacular, con un “¿O quizá ya sangra?” tan certero que lo recordaremos para siempre, por el vello erizado-.

Las pistas desdobladas, el rastro de la Piquer, apenas arrojan un halo de clarividencia sobre nada: ¿cuál es el origen real de ESO? Imaginamos desde dioses malditos hasta extraterrestres, desde maldiciones indescifrables hasta ancestros rabiosos, desde todo el mar gritando dentro hasta un sacrificio acallado a base de ira. Pero es el efecto el que nos embriaga, esa imposibilidad de sujetar el cuerpo que se mece sobre, esa imparable cadencia hacia, esa atracción total por la inmensa curiosidad y su tan fiel compañero el peligro. Ahogamos un grito.

Esmeralda es la estrella -y primera espada sobradamente joven de una importante cuadrilla de mozas estandartes de estas páginas negras- de un cuento que fomenta un retorcido amor por el terror más clásico, rozando lo etimológico: por aquello que no conocemos, no vemos, no sabemos, no dominamos. ESO es el punto grueso de una exhibición literaria, como meta y como artefacto casi más propio del cine y sus escondites y trampas, como elemento persuasivo definitivo.

El vestido de folclórica se ajusta de maravilla a la silueta de un texto magistralmente arropado por el esperable calor del bálsamo grácil y popular, con el aire de leyenda puesto en modo ventilador y unas serpentinas que, tan bien calculadas, desaparecen suavemente según se impone el agrio paladar del espanto. Benditos los barcos que nos traen ESOs hasta la mesa de lectura. Bendita tú, maldita Gemma Solsona Asensio, por hacernos releer tus obras como poseídos de ojos azabache.

   Miguel de MolinaCon Dios no basta, de F. David Ruiz

El exilio como otro espacio habitable, como esa dimensión con asterisco para las víctimas. La apropiación de un espacio entre cuando ni el desde ni el hacia te tatúan fortuna firme. Qué valiente es el tributo de F. David Ruiz a Miguel de Molina en Con Dios no basta.

Optando por un terreno acentuádamente biográfico, diremos, incluso “excesivamente” biográfico en comparación con la estrategia más extendida de tomar un elemento, un rasgo personal o una dedicación oficioso-profesional de la figura folclórica en cuestión, asistimos a un cuento lleno de emoción. Ubicado en la distancia, con banderas en Rosario y en Málaga, rebosa amor, nostalgia de pasado mejorable -al menos no verdugo-, con una técnica metatextual maravillosamente orquestada en torno a ese enfoque epistolar que vertebra todo el proceso narrativo, dejando afirmaciones de la talla de “pero el arte no se acaba nunca”.

El texto nos redescubre al personaje de Miguel de Molina a partir de sus sentimientos, reflexiones y visiones de la problemática humanística, afectiva, generacional y políticosocial. La presencia de su interlocutor atrapado en el papel, Joaquín, funciona como frontón sonoro, como manantial de escucha que nos entrega un altavoz increíble muy cerca del oído, para que escuchemos cada palabra bajito pero clara. El efecto de doble lector -leemos la correspondencia a la misma vez que el destinatario que la palpa en sus manos- es otro de los recursos que, tan complicados de insertar con eficiencia en un nivel discursivo, destaca por su sentido y su impecable tratamiento.

Estamos ante el relato más dispar de Pena negra, por motivos tan ridículamente obvios como que es el único homenajeante de figura folclórica masculina, o por su forma de presentar la acción, tan contenida, apretada, al borde de la claustrofobia textual, así como por su aparente tono carente de escalofrío o serpenteo nervioso. Y en este caso en la distinción hallamos la virtud: Con Dios no basta no podía faltar. La crudeza y el conocimiento -o viceversa- vertidos sobre nuestra ignorancia ha supuesto un enorme jarro de agua fría que aplaudimos y valoramos con máxima admiración.

   Lola FloresEl precio, de Isabel del Río

Inevitablemente, al pensar por un instante en el prototipo de entidad folclórica que a nuestro entender reúne las máximas condiciones para su exposición como modelo de grandeza legendaria, cada uno aportará una opción particular que podrá o no ser compartida, más o menos extendida, justificable desde lo colectivo, en un ejercicio de subjetividad ampliada hasta la objetivización. Vaya rollazo para deciros que Lola Flores era tan evidente como, por ello, incómoda para cualquier pluma que decidiera atreverse a trabajar su oda. Ole, Isabel del Río. Ole, ole y ole para ti.

La Lola Flores que nos encontramos es una niña de seis años con más desparpajo que nadie, que actúa sobre la barra de la taberna familiar con más arte que un museo. Siguiendo con la preferencia más tradicional de los implicados aquí reunidos alrededor del fuego, la autora también apuesta por la fortaleza dual de un contraste coprotagónico que nutra toda la trama. La niña artista y la pitonisa encontrada en aquel episodio de escape de la soporífera rutina constituyen aquí esa decisión que tan bien opera sobre los intereses dramáticos del contenido.

Uno de los cuentos con mayor ingenio y duende -y capacidad de fluidez natural- de toda la presente saga nos empuja hacia la temprana construcción de una leyenda magnánima. Como un álbum de fotografías hojeado a cámara rápida, de capacidad inmersiva óptima, se suceden delante de nuestras pupilas escenas de violencia y sexo, sombras de hombres malos, regulares, malos y casibuenos; desgracias y tragedias, días de éxito en la prensa y en las élites, todo ello desde esa premonición de la pitonisa La Faraona, consultada en plena tormenta.

Son tres deseos por un precio. Viva la feria, viva el misterio. Las interreferencias a otras figuras folclóricas igualmente tratadas en estas páginas negras -como Imperio Argentina- se despliegan aquí con espontaneidad y frescura, estableciendo un puzle fundamental que logra la virtud de la panorámica frente al injusto defecto del aislamiento per se.

No es en ello en lo que resulta más original esta demostración literaria de la tinta de Isabel del Río: guarda sus mejores notas para el mimo con el que trata, desde la dedicatoria personal, el homenaje a la gigantesca Lola Flores, en uno de los relatos que canónicamente más se ajustan a la antología en términos de reivindicación, admiración y evolución de la perspectiva del mito. 

Las expectativas eran tan altas. Están a salvo en manos de bruja, de hada, de genia de lámpara. Isabel del Río ha creado un retrato precioso de aventura mística y tensión camuflada en derroche visual. Una auténtica proeza literaria que bien podría estar incluida en el catálogo documental sobre la enorme Lola. Toma un pedazo de nuestro cariño más grueso, querida Isabel. 

   Imperio ArgentinaLa sustracción, de Ariadna Castellarnau

Otra de nuestras más grandes debilidades. Una barbaridad de cuento que dota de un carácter tan próximo al thriller a una trama pesadillesca, salvaje en fondo y aparato descriptor, pero con un tesoro interno en las tripas: asistimos a una historia en dos partes separadas de manera relativamente velada, en una progresión de las sensaciones de asfixia, amenaza y daño irreversible. 

Restituye una primera persona narrativa muy poco sobada a lo largo de la antología, abrochada a una Regina de catorce años -lo que sí resulta (positivamente) recurrente es el empleo de ópticas infantojuveniles para fotografiar los hechos-. Nos confiesa una cuestionable costumbre rutinaria ejercida por las tres mujeres presentes -que no vigentes; vigentes son cuatro- en la familia (madre y dos hijas: Patricia y Regina), trazada alrededor del género masculino con una poderosa cuerda de venganza, en su sentido más western. 

Las llamadas “sustracciones” son tan habituales como metódicas. Todo una profesionalización -no podía ser otro lugar que el desván el propicio campo de juego-. El brutalismo lanza un eco tan profundo que acapara méritos para la atención de la prensa de la época -otra forma de granjearse una leyenda-. Y en este caldo caluroso de vísceras y justicia emerge el epicentro: la gran ausente, encorsetada pero bruñida dentro del nominativo Tuhermana -¿no es ya esto motivo suficiente para la adoración de la pluma de Castellarnau?-.

Ella es/era/será siempre la perfecta ejemplificada: la mejor de todas en virtudes y dones y aún más guapa que la mismísima Imperio Argentina -¿es esta aparición más tardía y superficial de la folclórica honrada, precisa en tiempo y motivo, otro motivo suficiente para lodelaplumadeCastellarnau? Porque vaya genialidad en todos los sentidos-. Instrumentalizada como vara de medir bellezas, Imperio Argentina también es catapultada hacia el escaparate para calificar el grado de hermosura de Beatriz, la chica más bonita del instituto -aunque no tanto como la Imperio Argentina-, una muchacha atravesada por esos tics de estándar popular, venenoso, peligroso y adictivo que tantos cuentos y tantas películas no ha regalado durante la tradición del arte escalofriante. Y ya si sumamos el pavor a la suplantación de identidad, esa competitividad insana entre hermanxs por el primer puesto de papi y mami o las obsesiones adolescentes en torno al descubrimiento del cuerpo y su fragilidad -acercamos la lupa y detectamos huellas minúsculas de Solsona Asensio, de Cristina Morano, de Iria Fariñas [todas alrededor del fuego InLímbico], entre otras brillantes dibujantes de esa sonrisa perfecta y demoledora en etapa de brackets y/o piercings- pues estalla la fascinante bomba de angustia que envuelve los dedos de esta titiritera.

Suma su cuota de efecto bola-de-nieve a este cuidadoso, sigiloso avance de terror oprimido el flagrante bullying sufrido por nuestra Regina. ¿Pero qué hacer cuando la cruel ignorancia se trasplanta en una cascada de vigilancia, de persecución, como una moneda de dos caras negra y negrísima que nos sentencia a proyectar después del falso, tan ridículamente fugaz, consuelo una soledad eterna, tejida sobre nuestra sombra robada?

Este dos por uno de Castellarnau es tan disfrutable cuando confluye en la definitiva inserción del nuevo yo en aquella antigua y perpetua costumbre… Es excitante cuando menos. Sin embargo, no podemos conformarnos con la brillantez del encuentro último de ambos motivos argumentales: el cauce, tan caudaloso en detalles, aguijonazos y temblores, está a la altura de la desembocadura.

Pongamos ejemplos: el establecimiento de semejanza entre la limpieza y la muerte; el ascenso de la figura adoptada hacia una cima que sobrepasa con mucho el humilde trono de Regina para atisbar unas cotas que nos resultan imprevistas después de todo el bagaje expuesto sobre la añorada; la honesta decadencia del estatus para obligarnos rápidamente a limitarnos a hablar de supervivencia pura y dura; la modificación de las normas de juego, tras el asentamiento de la nueva líder -en otra (y la definitiva) suplantación cedida ¿voluntaria y animosamente?-; la inserción de versos propios de Imperio Argentina según se suceden los acontecimientos… ¡En fin! Ariadna, gracias. Muchas gracias.

   La Bella DoritaEl tesoro de Niza, de Dimas Prychyslyy

El relato gamberro de Pena negra. La Debussy y cía la lían parda. Y es tan necesaria esta propuesta en esta clase de antología. ¡Una güija! Estamos ante el primero de los dos cuentos que de manera más transparente visibilizan la realidad queer -además se leen seguidos; un abrazo para María Zaragoza por este tipo de virtudes de coordinación-. 

El documentalismo de bandera drag nos informa de la fan(t)á(s)tica implicación de La Debussy y su inseparable Miquel en una carrera divertidísima por la reputación y los dineros a partir de olfatear el secreto de La Bella Dorita

Un collar, un diario, una amenaza, una lucha de titanas -La Bella Otero vs. La Bella Dorita- y una reunión infame de aficionados a los ritos sobrenaturales. Qué cóctel más apetecible, expresado de la forma más adecuada para no distraernos del entretenimiento: puro humor, exceso, jerga y argot, vulgarismo y disfemismo, atracción verbal sin precedentes. 

Todo ello flota aderezado por un impacto de ambientación impredecible: ¡hemos saltado a la época del WhatsApps! Los dos extremos espaciotemporales dedicados a la visita de ultratumba (aquella Tina de Jarque andante en Carroña de fieras y esta Bella Dorita invocada) se cogen de la mano para manifestar la heterogeneidad de campos fértiles en los que sembrar el pánico más folclórico. 

El misterio nos teletransporta a Niza 1964, tras una serie de pesquisas que involucran a anticuarios, modistas, maniquís y chivatos, entre otros dignos oficios más o menos justamente remunerados. Sobre tal misterio se cose el combate, que pese a aludir a sendos espectros, se siente cruento y atroz: la Otero y la Dorita… Fight! -merece la pena reseñar aquí este tratamiento conjunto de egos enfrentados, circunstancia más que extendida a lo largo de la tradición del artisteo, protagonizado por tamañas figuras-.

La resolución es impresionante desde el contenido hasta la forma, con cierta maldición desatada, con esa metaliteratura interreferencial exprimida al máximo a través de la autoría firmante del recorte periodístico correspondiente. Hemos gozado como criaturillas.

   Marifé de TrianaLa Casa de LaSanta*, de Nerea Pallares

Lo llamaremos “cuento delicioso”. El espectáculo diverso -segunda parte, más tatuada aún, de la óptica inclusiva en torno a realidades como la trans- y loco adherido al preciosista universo ballroom con un inicio narrativo brutal a nivel descriptivovisual nos conquista el corazón. Pura Pallares.

Marifé La Santa Negra ejerce de jueza como labor extra a partir de su idiosincrasia tallada en lazos de cupletista-queer (“travesti”, mucho más natural para su autoidentificación, dice)-hechicera. Patricio, ese niño negro que creará escuela y será canonizado en la mayor gloria de la herencia ritual. Ejerce de jueza en certámenes, actuaciones y competiciones por hacer flotar el exceso sobre las cabezas con plumas, antenas, crestas y lianas. Competiciones por ser lo más, lo máximo, lo [inserte superlativo]. Ella disfruta y escruta, como una césar mucho más generosa. Pero es la jungla humana. La más ambiciosa que hayamos leído: un cuadro extraordinario, un pedazo de arte sublime. Pura Pallares.

Su sacrificio constituirá la inmortalidad de esas fiestas: un rito perpetuo de muerte y danza, de folclore y libertad, de pasión e identidad, siempre con alguna Marifé emuladora. El contenido es muy fuerte, crudo, y tan estéticamente transmitido, como un Midsommar encerrado, con espacio suficiente para el impacto, la belleza y el horror. Un matrimonio idílico entre ominosidad y celebración -ese rito que incluye cierta cancioncilla a modo de himno dialoga con otros grandes conceptos, como el de sinestesia y el de diseño, en su sentido más gráfico). 

La decisión del único personaje centralísimo es tan acertada. Asimismo lo es el hábitat actual -días de Rosalia, twerk y redes sociales- para conectar con un discurso absolutamente vigente. En el caos que implica toda buena mezcla de música y sentimiento hallamos temas capitales para realizarle la acupuntura a la antología al completo. Con Marifé de Triana observando desde el plano onírico. Pura Pallares.

   Sara MontielLa que no nació, de Eva Díaz Riobello

No hay gran obra sin gran despedida. De eso se ocupa Eva Díaz Riobello frente a otra enorme cuesta puntiaguda: Sara ‘Saritísima’ Montiel, nada menos. Reúne, como alrededor de una exquisita mesa familiar, a Vicenta, la madrísima, a María Antonia Abad antes de ser Sara Montiel y a… La otra, tras un embarazo heróico atravesado de pobreza, oscuridad metodológica y exhibición de coraje solo en el perfil femenino.

El espejo, por fin, participa del juego. Contribuye notablemente a la principal virtud argumental del cuento: nos ofrece una excursión sobre un origen mucho más oscuro y fantástico de la folclórica -posición apenas apreciable, en cierto modo, en el homenaje a Lola Flores (si bien nos encanta este emparejamiento procedimental indirecto), frente a otras propuestas que abogan por el desentrañamiento del futuro, o la resurrección-, lo cual arroja frescura y nos permite situar el dilema en torno a la dificultad comparada entre tratar lo no conocido por pasado o lo conocible por futuro.

Por supuesto: qué magnánimo desenlace, encuadrado en la necesidad del espíritu continuista. Los versos de su míticamente adoptada “fumando espero” clausuran Pena negra en presencia del lector y de una feroz reclamadora vía ocular. Recrea el genial patrón cronológico-biográfico en su máxima extensión que también saboreamos en El precio. Y lo sobrevive. Una obra maestra que bien podría ser la carta de presentación de la decena de cuentos. Pero que se joda la prensa y se coma, uno a uno, estos riquísimos pasteles hiperazucarados que nos abrigan estómago, alma y memoria.

Altavoz Cultural

ENTREVISTA A ANA MARTÍNEZ CASTILLO

-Editora ominosa de InLimbo-

Muy bienvenida de nuevo a tu casa, querida editora ominosa. ¿Por qué Pena negra ahora mismo? ¿Cómo ha sido volver a trabajar en un texto con tantas voces en contraste con las obras recientes del catálogo de la editorial, vinculadas a una única autoría?

Surge ahora Pena negra por una de esas inquietantes casualidades que nos asaltan a veces: conocer en el GolemFest de Valencia (en 2021) a María Zaragoza en persona, fascinarse con ella, que diga en voz alta lo mucho que le gustaría hacer una antología de folclóricas, abrir mucho los ojos y gritar “sujétame el cubata”. Inmediatamente después empezamos María y yo a conspirar, asentar las bases de la antología que queríamos, seleccionar a las cupletistas, invitar (mediante sobres negros con carta manuscrita y foto grande del personaje, porque algo así se hace con glamour o no se hace) a los autores que nos encajaban con la naturaleza del proyecto. Fue una construcción muy entretenida y no exenta de nervios que hicimos María y yo mano a mano. Meses intensos de audios de wasap. Ahora ya difícilmente podemos vivir la una sin la otra. Trabajar una obra coral siempre es complicado. Con una autoría solo tienes que amenazar y generarle pesadillas a un autor, y aquí hablamos de diez. Pero contamos con un dream team de las letras, gente muy eficiente y certera con la que trabajar es muy fácil.

¿Qué consideras que tienen las figuras folclóricas que no tengan otras fuentes de inspiración en relación con la producción de escalofríos? ¿Qué experiencia personal redescubres con la lectura de Pena negra en torno a tus vivencias más o menos protagonizadas por ese componente de folclore?

El objetivo de Pena negra siempre fue doble. Por un lado, queríamos reivindicar nuestro folclore, redescubrirlo, anexionarlo a nuestro imaginario con fuerzas renovadas. Hay algo muy potente en la copla y el cuplé, en el duende andaluz, en las historias que narra, que son terribles y hermosas y subversivas. En la copla y el cuplé hay una suerte de alma revolucionaria que queríamos resaltar. Y al mismo tiempo el reto era hacerlo dentro de la línea editorial de InLimbo, es decir, con terror, oscuridad, humor negro, colocando ese folclore y esas folclóricas en las esferas de lo extraño. Todo en esta vida puede pasar por el filtro de lo oscuro. Todo. Solo hay que proponerse mirarlo así, desde lo inquietante. Para mí, curiosamente, la copla era algo que me quedaba lejano, un mundo en el que no me reconocía. No así María Zaragoza, que lleva el cuplé en las venas. Pero resulta que te pones a leer, a investigar, a escuchar con atención, resulta que te pones a entender, y ese mundo cobra una dimensión nueva. Brutal y fascinante.

Necesitamos pedirte que te mojes, con óptica mixta de editora y autora, hasta los huesos: dinos por favor un relato que te haya sorprendido por su contenido, uno que te haya maravillado por su forma y un tercero que te haya gustado especialmente por la propia historia que narra sobre la folclórica en cuestión, en términos de puro homenaje.

Esto es como si me preguntas a cuál de mis hijos quiero más. O si me planteas: Tienes diez hijas, ¿a cuál salvarías de un incendio? Debes y quieres responder: a todas. Mis hijas son todas ellas las más guapas y más listas y las quiero en pack. Pero veo en vuestros ojos que con esa respuesta no os vais a quedar tranquilos. Así que diré que un relato que me haya sorprendido: el de Dimas Pryschylly (qué demencia y trasnoche más grande, Señor); me ha maravillado por su forma el de Gemma Solsona (que siempre me fascina por su forma, escriba lo que escriba) y el de puro homenaje: ese es el de Francisco David Ruiz, que te deja el cuerpo regular incluso homenajeando.

Antes todo esto era campo. Llega Pena negra y siembra de arte oscura un terreno virgen, sin referentes previos para su propuesta. Pero hagamos un esfuerzo extra: ¿qué obras, criaturas o escenas concretas te asaltan durante su proceso de confección? ¿Qué reminiscencias invoca a través de su güija literaria esta poderosa llamada?

Resulta que hay un sustrato muy negro en todo lo español, en nuestra esencia más profunda, que hunde sus uñas en un algo ancestral, llámale x. A veces muy poco valorado y reconocido, en muchas ocasiones infravalorado y desechado. Y siempre nos vamos a mirar lo lejano y exótico para perdernos en mansiones victorianas o cuerpos rotos en selvas tropicales. Que están muy bien, ojo. En este mundo cabe todo. Pero resulta que algunas (muchas) vemos la necesidad de resaltar lo propio, de reivindicar esa tradición nuestra que es de tierra oscura y piedra y llano y crímenes muy turbios y violencia y encierro y señoras de luto andaluzas, señoras de luto manchegas, señoras de luto catalanas, gallegas, extremeñas, levantinas. Nos hemos propuesto gritar a los cuatro vientos que no, no desmerece lo propio, que no, no es menos. Ni los motivos, ni los símbolos y, desde luego, no son menos nuestros autores ni, especialmente, nuestras autoras. Que somos capaces de reinventar el folclore (que en esta antología viene representado por lo andaluz y por la copla) y hacer del sufrimiento, de la pena oscura, de la voz quebrada, del duende de ellas, de las folclóricas, hacerlo también nuestro, nuestro duende que berrea, que grita, que arrastra las trenzas por el suelo, que se ha criado en una taberna de Sevilla y que bebe manzanilla para olvidar que lo habíamos olvidado. No hemos hecho aquí una sesión de güija, hemos hecho necromancia. Levantando los cuerpos sólidos. Dando una nueva vida.

María Zaragoza nos ha chivado cosas promocionales, jejeje. Nos fiamos de ella. Sin embargo, deseamos escarbar: ¿pa cuándo Madrid? En otro orden de logros, ¿qué tiene el difícil honor de suceder a esta pedazo de antología dentro del futuro más inmediato de InLimbo? Solo lo confesable, va.

Madrid, pa pronto. De momento tenemos una parada en Córdoba, en Albacete (la Nueva York de lo inquietante) y está gestándose a fuego lento algo muy molón en Valencia. Cuando toque Madrid lo gritaremos a los cuatro vientos y os digo ya que queremos veros aparecer con peineta.

De los adelantos: la nueva temporada es de órdago y muy variada (siempre ominosa), pero, en la línea de mi alegato anterior, diré que viene una antología de autoras extrañas españolas. Porque nunca se reivindica al aire, se reivindica con hechos. Y esta antología que está por venir es un compendio de voces extrañas, que escriben lo que les da la gana, geniales e insólitas, mujeres que nunca han sido un boom, pero que están (estamos) ahí. Nombres muy reconocidos, con mucha trayectoria. Otras emergentes. Espectaculares todas ellas.

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