
Despedirse es una mierda. No me gusta ser grosera, pero todavía me gustan menos las despedidas. Yo creo que a nadie.
No es por el capricho o por el egoísmo de querer quedarse con LAS COSAS y no estar dispuesta a soltarlas. Más bien es porque da miedo enfrentarse a una nueva vida en la que LAS COSAS ya no están. Porque, cuando se van LAS COSAS, de repente, nos damos cuenta de la falta que nos hacían. Y lo que duele ahí, más que la falta, es, a veces, el darse cuenta.
Damos por sentado lo que tenemos como si fuera para siempre, pero LAS COSAS se van, se acaban, se rompen, se gastan o se pierden.
LAS COSAS son un trabajo al que has dedicado mil horas y ahora ya ninguna más; son tus pantalones favoritos que ya no te caben sin tatuarte las costuras en la carne que no existía cuando los compraste; son los libros que prestas y que nadie te devuelve; son la amistad que se diluye en la calle y que solo vive en las redes sociales; son la salud que tenías intacta hasta que te ves dependiendo de un hospital.
LAS COSAS son también personas. Son abuelos que se duermen y son madres que se van cuando no toca. Son COSAS que nos dejan diciendo adiós sin querer, con el corazón gritando.
Despedirse es una mierda. Pero despedir un año es una liberación. Como sacar la basura, o hacer limpieza de armarios, o tirar los apuntes de la carrera.
Es una liberación, porque sabemos que cuando se acaba un año empezamos otro. LAS COSAS son finitas, pero los años no. Vuelven con otro nombre y otro número, pero son los mismos. Por eso nos permitimos maltratarlos y maldecirlos, gritarles que se vayan ya y decirles palabrotas.

Nos permitimos responsabilizar a los años de todas LAS COSAS que nos pasan, porque cuando acaba diciembre viene otra temporada nueva e inocente, sin estropear, en la que poder volver a empezar a descargar todo el odio y la frustración que supone verte obligado a despedir, acabar, romper, gastar o perder LAS COSAS. Pero sabed que ellos no tienen la culpa. Porque LAS COSAS solo pasan, igual que pasan los años.
Después de dejar tanto en 2022, ahora toca dejar el 2022 mismo; y podemos hacerlo pensando no en los adioses, sino en las OTRAS COSAS: las que hemos empezado.
Las OTRAS cosas que son la ropa nueva que estás deseando ponerte aunque haga demasiado frío o demasiado calor; son el plato que ya sí te sale y que quieres que todo el mundo pruebe; son las/os nuevas/os compañeras/os que ya son amigas/os y te hacen ir a trabajar contenta; son los bebés que nacen y a los que llamas como tú, aunque no les pongan tu nombre; son las tapas del bar que acabas de descubrir; son las canciones que escuchas por casualidad y ahora suenan en bucle en el coche; son la librería bonita que han abierto abajo; son una proposición de matrimonio en un puente de Brujas; son las oposiciones que, si no eran tuyas aún, ahora ya sí; son la gente que te ha querido mientras decíais adiós a LAS COSAS.
Vamos a celebrar que terminamos el calendario. Vamos a cargarnos de propósitos nuevos, sí; pero vamos a quitarnos la presión de tener un deadline predeterminado. Un año son solo trescientos sesenta y cinco días de un plazo que nos viene dado ya, como un ajuste por defecto. Nada más. Podemos cambiar eso, como cambiamos los sonidos de las notificaciones de WhatsApp o como cambiamos el perfil de Twitter.
Vamos a darle carpetazo al año, y vamos a hacerlo cualquier día. Hoy, mañana, el 31 o ayer. Vamos a hacerlo bailando, comiendo, bebiendo, brindando, cantando, riendo, abrazándonos, besándonos, queriendo mucho, queriéndonos mucho. Vamos a ponernos de pie y a terminar este espectáculo de doce meses -o tres o catorce- como se terminan los buenos espectáculos: aplaudiendo.
Y sanseacabó.
Amalia Torres es coordinadora de La Marabunta
y una de nuestras COSAS favoritas