
-Traducción de María Bastianes y Andrés Catalán-
Estamos ante un libro excepcional. Precioso. Brutal. Hermosamente devastador. Ya desde su título paladeamos la atroz ambivalencia, el insalvable contraste redentor, el fortísimo binomio que, desde su condición polar, activa la lectura de la doble realidad en torno al poderoso vínculo del maestro Pier Paolo Pasolini con su ‘ciudad no-natal’ -y sí vital, en su extraordinario desarrollo personal -: Roma, tan claroscura.
El carnaval de poemas que encontramos en estas páginas nos reflejan una pluma espesa, cargada, saturada de miel y humo, de fuego y sed. Atravesada por el placer, la lujuria, el más ardiente erotismo, flagelada por la soledad, la más honda tristeza anímica, la crudeza de la conciencia social y sus numerosas garras.
Pero esa magnífica reunión de poemas, a la que regresaremos más adelante, es el motor interno, esencial, de una obra mucho más compleja y completa, espectacular. La presente edición de Ultramarinos nos entrega en cálidas, amabilísimas manos una estrella impresa, un auténtico hito para la literatura y su tan necesario como permanente diálogo intertextual.
La labor acometida por María Bastianes y Andrés Catalán desde su prodigio traductor nos reconforta y emociona. Lo primero que debemos leer es su presentación, enmarcada en un demoledor prólogo titulado «Un maravilloso infierno» y unas notas posteriores, pues, hermanados, nos conceden el privilegio de acudir al órgano creativo de esta fantasía de antología.
Las voces de tales artífices nos acompañan como guías tras la cámara, off the record, señalando con el dedo los pilares, los monumentos, los espejos y las urnas que ostentan la magia propicia para afrontar la adecuada inmersión de nuestros ojos en la dentellada lírica del autor italiano.
Así pues, los poemas del genio Pasolini aquí recogidos -sumados obran la treintena- retratan con una belleza de carne y hueso una Roma vivida y vívida alrededor del medio siglo de la centuria pasada. El siglo XX cortado por su mitad y contado, pintado, perfumado por la textura de un Pasolini que cabalga versos entre la brillantez más pulcra y la batalla humana más grotesca. El pecado rebosa las líneas -esas que, por cierto, se nos disparan al corazón al final de todo nuestro viaje: hallamos en las últimas páginas del libro una reproducción de los mecanoscritos de algunos de los textos originales-. Y la empatía, claro. La empatía por nuestro autor y su alargado personaje -como si Pasolini ocupara dos espacios al mismo tiempo: ego y alter-ego-, el que protagoniza episodios eminentemente nocturnos -incluso en esencia, lejos de la literalidad-, de autosabotaje y, por supuesto, profundamente reflexivos. La poesía de la experiencia -hija mayor de la poesía narrativa- alcanza en las palabras de Pasolini una dimensión épica, exuberante. Deliciosa.
Al girar la esquina nos topamos con dos penúltimos obsequios de incalculable precio: sendos ensayos acerca del Pasolini más íntimamente romano, el paseante de esas calles, el decodificador de sus rincones y sus sombras, firmados por Franco Buffoni y Francesco Careri, respectivamente.
Qué magna rotundidad. Abrazamos la colección al terminarla, después de días y días recuperando, casi rescatando nuestras huellas para continuar avanzando -o retrocediendo- en el tiempo esparcido por las ruinas romanas, espolvoreado entre nuestras costillas.
Altavoz Cultural