(Auge y caída del Gran Delfín)

Javier Navarro

-che books-

   Es muy antiguo el arte del disfraz, acaso de la máscara, desde luego del truco del “ahora me ves-ahora no me ves”. Y Javier Navarro parece estar muy bien educado en esas coordenadas. Es un mago: domina el lenguaje y sus trampas, recluta y ficcionaliza voces, reúne elementos sorpresivos y pequeñas bombas solitarias a priori inconexas… Todo ello aderezado… Bueno, no, disculpen: el humor (o el Humor, cuando hablamos de sátira) es el epicentro, no el cómplice; es el lunar, no la piel aledaña. Resulta una gozada lamer los filos de la caricatura, los límites del ingenio -que adquiere lenguajes poderosísimos aquí-, los contornos del porrazo gráfico que concluye en onomatopeya altisonante.

   Qué bribón Navarro… Qué bien nos lo ha hecho pasar con esta exhibición de jocosidad, buen hacer literario, pluralidad técnico-estilística y fechorías varias. Qué buena pluma, ciertamente oportuna para contar una de esas historias que se quedan para siempre en la retina o el oído del que ha sido susurrado saliva-en-oreja.

   En el mismo repertorio hallamos una musculosa producción estructural, adecuadamente desconcertante por momentos, capitaneada por una Introducción “escrita” por esa ínclita figura denominada Enoch Soames, a “quien” debemos también las notas al pie de esta edición. Le suceden una maraña de ocho capítulos, a saber: Dies Irae; El Milagro del Domingo de Resurrección; El Camino del Señor (1); Interludio. Milagro en Alepo; El Camino del Señor (2); Anduvo sobre las aguas; La Gran Tribulación; Libro de la Revelación. Todos ellos conforman el conjunto llamado El Evangelio de Diodoro

   La verdad es que el campo religioso es terreno propicio para versiones truncas, dobles, alternativas o incluso mejores que las originales. La Nota final del Editor y los “extras” reunidos en un apéndice -conectan muy bien la introducción y la nota final, así como los extras le dan continuidad e inercia con aires de solidez- constituyen esa especie rara de tesoros que paradójicamente no suelen tener cabida en textos de equilibrada presentación solemne. Pero esa solemnidad es un ingrediente maravilloso para sujetar sobre las palmas el discurso del rigor, no tanto para vestir con trajes de dudoso gusto una comunicación tan solo aparente. Porque la extraordinaria virtud de Javier Navarro aquí es que nos habla con la franqueza del sabio, con la rotundidad del conocimiento llevado al acto de fe forzado hacia el lector, que se proyecta definitivo en su ejercicio de manejar la conciencia y la activada consciencia, de pausar y retomar, de pararse a reír y volver a agigantar las pupilas. Este ¿ensayo? se puede leer con lupa para mayor disfrute, dada su ristra de detalles geniales, desparramados desde las notas al pie hasta los pies de foto/ilustración.

   La potencia de la cuidada selección de ilustraciones interiores es otro de esos puntos candentes que contribuyen a todo el maremagnum de formas y formatos en pro del satírico tono global del conjunto. Bendita locura y bendito loco proceso escritural -y de diseño- ha debido de suponer esta publicación. Le preguntaremos al culpable más abajo.

   La Pasión según Diodoro es magistral en su pretensión -la cual, si has acertado en este juego recientemente improvisado de telepatía, no es entretener- y viene agarrada de un fuerte componente ligado a una versión clásica del sentido de “divertimento”. Navarro se zambulle en mitos, salidas prohibidas y meta- e inter- textualidad (incluidos ciertos recursos narrativos aplaudidísimos) para cincelar una obra por supuesto diferente, pero de esos “diferentes” que suenan próximos al “especial” cargado de admiración.

Altavoz Cultural

ENTREVISTA A JAVIER NAVARRO

Bienvenido a Altavoz Cultural, querido Javier. ¿Cuándo y cómo surge La Pasión según Diodoro en términos de idea primigenia y primer interés en desarrollar su escritura?

Muchas gracias, amigos y un placer estar aquí. 

Pues en su origen hay sobre todo una imagen y una idea. La imagen vino en pleno confinamiento, en la Semana Santa de 2020. Estábamos todos recluidos en nuestras casas; recuerdo por ejemplo una noche a un helicóptero iluminando las azoteas de los edificios de mi barrio buscando fiestas clandestinas… Era Sábado Santo. Charlando con mi hermano por teléfono, hablábamos de que se oían los petardos y las tracas con los que se solía celebrar aquí en Valencia la resurrección de Cristo (y también, por cierto, echando vajilla vieja y agua por los balcones, sobre todo en los barrios marítimos). Fantaseamos: ¿qué pasaría si Jesucristo se apareciera de nuevo, justo en este momento, en medio de la pandemia? ¿Llevaría también mascarilla y esos guantes de fregar que por entonces nos colocábamos para no contagiarnos? (echad un vistazo a la cubierta del libro y veréis qué quiero decir). ¿Cómo sería recibido? A partir de ahí, y teniendo en cuenta el ambiente un tanto irreal y onírico que nos envolvía (calles vacías, ciudades sin contaminación, noches silenciosas, animales recuperando de nuevo su espacio e invadiendo las ciudades…), imaginé una historia alrededor de todo ello en el que la narrativa fantástica por un lado y la sátira por otro estuvieran presentes.

Por otro lado, surge de una reflexión que me hizo pensar por entonces. Incluso en los peores momentos de la pandemia, con la muerte muy presente, la religión –la organizada, la Iglesia católica en nuestro caso, aunque también otros cultos- estuvo más bien ausente, casi invisible. Durante aquellos meses, recordaréis, muchos volvimos a leer La Peste de Camus, nos acercamos al Diario del Año de la Peste de Defoe, o nos informamos sobre lo que había pasado con la Peste Negra o las epidemias del siglo XIX, y más contemporáneamente con la gripe “española” de 1918. En la mayoría de ellas, la religión había sido protagonista. Proporcionando tal vez un asidero psicológico o espiritual, si se quiere, ante la desesperación, la enfermedad y la muerte. O explicando lo que ocurría. O tratando de reorganizar la sociedad y afirmar su poder aprovechando ese caos. Sin embargo, ¿qué nos ha dicho la religión a lo largo de esta última pandemia? Las iglesias estuvieron tan cerradas como los teatros, las misas suspendidas y más aún, los obispos callados y tan inactivos como el resto. Cuando las iglesias se abrieron, junto a las pilas de agua bendita estaban los dispensadores de gel alcohólico, y en las entradas las esterillas para desinfectarse las suelas de los zapatos. ¿La religión no tenía nada que decir? Para mí, fue la constatación de lo profundamente secularizadas que están nuestras sociedades y de lo lejos de nuestras vidas que ha quedado, en el fondo, la religión. Diría que incluso a nivel global, por mucho que, en principio, no nos parezca así.

La sátira, ese género humorístico tan contundente como elegante si se practica con talento, teje esta obra desde la voz narrativa hasta la cuidada selección de las imágenes que acompañan algunas páginas. ¿Cómo fue el proceso creativo de La Pasión según Diodoro en cuanto a estructura, recursos puestos en funcionamiento al servicio del conjunto, extras que remiten a espacios dentro y fuera de la obra y remate convincente de todo lo expresado?

Eso es fundamental en La Pasión…. Su tono de burla, de sátira, tanto en la forma, la estructura o el estilo, como en la trama, y hay que leerla en esa clave. Por eso, cuando muchos de los que la han leído me dicen que se han divertido y reído, la verdad es que no puedo escuchar un mejor elogio.

Reivindico la transgresión en la literatura, su iconoclastia, su capacidad de derribar mitos, clichés, estereotipos. En este momento, la sátira es casi un antídoto necesario a todos los venenos que pretenden ahogarnos, a todos los diques que se imponen a la creación artística y en un amplio sentido a la libertad de expresión.

Mi intención, como digo, fue que esa sátira fuera ante todo entretenida y divertida, con un tono libertario que lanzara asimismo una mirada irónica e irreverente sobre ciertos iconos, fetiches (las fallas, la Virgen de los Desamparados, ciertos personajes públicos, etc.) de una ciudad bañada por el Mediterráneo, que es también la protagonista de la historia, y que en algunas cosas podría recordarnos a Valencia…

Pero también me planteé una gran broma y un juego a varios niveles. Imitando la escritura de los evangelios –que también releí en ese momento- y también la académica, con sus notas a pie de página un poco delirantes. En esta novela imagino la creación de una nueva secta, todo un credo, sus dogmas e incluso sus diversas herejías. De un nuevo Mesías –dejo al lector que averigüe quién es realmente…-, a quien acompaña un apóstol también un tanto peculiar, Diodoro.

¿Qué es lo que más te atrae de la Literatura como herramienta para cultivar esa parcela tan particular situada entre la ficción y la realidad? ¿Qué lecturas y qué experiencias profesionales y personales consideras que han granjeado de algún modo el impulso literario que demuestras en este libro?

José María Merino, maestro de la ficción, un escritor a quien admiro y que tuvo la gentileza de presentar la novela en Madrid estos días, habla en algunos de sus escritos de la literatura como forma de conocimiento, de la ficción como herramienta de comprensión de la realidad, una especie de código que está anclado en nosotros como especie. Y añadamos: de autoconocimiento, algo que intento explorar con todo lo que escribo.

Ante todo, quise hacer aquí una novela, un libro, diferente. Como lector, me aburre mucha de la literatura que se publica ahora, con tanto libro estandarizado, por géneros, por públicos, por etiquetas, por nichos de mercado… Al final, todo parece reproducible, imitable, previsible. Y pronto lo será todavía más, supongo, con el famoso Chat GPT.

Por el contrario, lo que quería reivindicar aquí con Diodoro es la libertad de la imaginación: ésta como liberadora, como transgresora.

Aparte de lo satírico, que os comentaba antes, a mí también me inspira mucho la tradición de la literatura fantástica, pero no de “género” o etiqueta (de “Juego de Tronos”, para ser gráfico, vamos) sino la que precisamente explora las fronteras entre la realidad y la ficción. Por ahí circulaba mi anterior libro, de relatos: Tableaux Vivants.

En Diodoro están muy presentes, por ejemplo, autores como Álvaro Cunqueiro o Joan Perucho, por ejemplo, que juegan con la fabulación, la creación de mundos y con difuminar esas lindes que comentaba. Y por supuesto, hay muchos guiños y referencias en esta novela. Desde el maestro E.T.A. Hoffmann hasta una autora contemporánea paisana y colega mía, a quien también admiro, como Pilar Pedraza. Y Borges, Buñuel y los surrealistas, etc.

Por otro lado, no puede dejar de estar presente aquí mi condición de historiador, por supuesto. A la investigación he dedicado libros y artículos desde hace muchos años. Y esto se tiene que notar, claro. Algunos lectores se han tomado esta investigación en serio y todo. Así que he decidido fundar una nueva disciplina: el campo de estudios sobre la Sociedad Delfinista Internacional y las herejías orestianas, a las que, como se señala en la reseña biográfica de la contracubierta, me estoy dedicando desde hace algunos años… Ahora en serio: me he tomado mis pequeñas venganzas con lo académico, en el texto y en las habituales notas a pie de página por supuesto…

Hemos tenido el placer de presenciar en Madrid una de sus exhibiciones públicas. ¿Cómo ha sido hasta la fecha la promoción de la obra y qué planes tienes a corto y medio plazo respecto de ella, ya sea desde el ámbito presencial o desde el ámbito virtual?

Pues ya presentamos la novela en Valencia, donde junto a la Editorial Contrabando (el sello Che Books es de esa editorial) organizamos varios actos, que fueron muy bien y donde nos divertimos mucho, todo sea dicho de paso. Agradezco a la Librería Juan Rulfo de Madrid su hospitalidad en la presentación, y sobre todo a José María Merino, a quien mencionaba antes, que tan amablemente me acompañó allí. Ahora esperamos dar a conocer también el libro en Barcelona. Y, por supuesto, en todos los lugares que estén dispuestos a escuchar la Buena Nueva…

Lo cierto es que el evangelista Diodoro, el hereje Orestes, y el divino Gran Delfín, como personajes ente otros de la novela, merecen quedarse. Se lo han ganado con todas sus andanzas y las penalidades por las que han pasado. Invito a los buscadores de personajes e historias a que se sumerjan en la obra porque seguro que les divertirá y sorprenderá este elenco. Por cierto, tengo varios amigos en el mundo del teatro, y con ellos he hablado de que a aquellos tipos les veo últimamente cierto futuro sobre el escenario. Dan juego. Así que quien se anime, adelante. Por lo demás, no descarto volvérmelos a encontrar. La historia ha quedado abierta. Se admiten sugerencias y nuevas “investigaciones”.

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