«Me matan si no trabajo, y si trabajo, me matan» decía Nicolás Guillén, que no era maestro, pero mira, metafóricamente, podría.
Es imposible que nos sorprenda el creciente y progresivo desdén con que se trata al sistema educativo desde hace años, si tenemos en cuenta que en este tiempo -y en este lugar- la ignorancia ha conseguido imponerse como una corriente de pensamiento más y no como lo que es: lo opuesto al pensamiento, aunque sí, lamentablemente, más corriente de lo que sería deseable.
Vivimos un momento glorioso, si se me permite la mentira, para la educación y la cultura. Un momento en el que los educadores son permanentemente cuestionados como profesionales y como individuos. Poquito a poco, en el imaginario colectivo, parece que la docencia se ha ido despegando del campo semántico «profesiones» para acercarse al de «vocaciones humanas sobre las que opinar sin criterio». La educación tiene que realizarse con devoción y fervor, contra viento y marea, y, por encima de todo, tiene que realizarse exactamente como la gente opine que tiene que hacerse. De alguna forma, ha conseguido ser el saco de boxeo, el bullied guy del mundo laboral. Porque una persona puede pasar toda su vida sin ir al dentista o sin pedir un papel -no, ese no, vuelva mañana con el otro- en el ayuntamiento, pero nadie pasa sin ir al cole. Simplemente, hacer -haber hecho, estar haciendo o que tus hijos hagan- uso de algo es lo que te da el superpoder de hablar de ello como si fuera ese tema que rezas para que te caiga en el examen del día siguiente.
La educación (y la cultura en general); siendo el pilar básico de la vida social, personal y espiritual del ser humano; es lo que primero se sacrifica siempre y lo que más se maltrata en beneficio de «todo lo demás». Ese «todo lo demás» que no implica procesos ni complejidades humanas, da respuestas inmediatas y soluciona problemas puntuales que, por otra parte, no existirían si de verdad se mimara lo primero.
Dedicarse a la docencia es, en mi opinión, lo más bonito que hay por casi infinitas razones, pero se ha convertido en un permanente justificarse por todo. «En primaria solo se colorea», «es que los profesores tienen muchas vacaciones», «lo que hace un maestro lo podría hacer cualquiera». Pues, fíjate, a lo mejor no. A lo mejor trabajar en un aula con 27 cabecitas que necesitan aprender y adquirir todo lo necesario para ser seres humanos funcionales, exprimir al máximo sus capacidades, y teniendo en cuenta los intereses, motivaciones, experiencias y necesidades de cada una de esas cabecitas no puede hacerlo cualquiera. A lo mejor no es ningún despropósito presuponerle cierta profesionalidad a un profesional, por redundante y evidente que parezca esta frase.
¡Ay, la soberbia que hace a la gente opinar de lo que no sabe! Sería, no sé, como cuestionar a los epidemiólogos que recomiendan una serie de medidas para protegerse de un virus cualquiera en plena pandemia mundial, por ejemplo, se me ocurre.
Por un lado, existe quien «necesita» que los profesores trabajen mucho y aún más, y, además, quiere elegir lo que se enseña y que no se hable en los colegios de las cosas con las que no está de acuerdo. Pero, claro, ¿qué acuerdo? Las cosas son cosas y no se puede estar o no de acuerdo con una cosa. «Lo que es, es, y no puede no ser.»
Por otro lado, las administraciones educativas piden que la enseñanza sea totalmente individualizada mientras se niegan a bajar las ratios profesor-alumno y se masifican las aulas. ¿Cómo se puede individualizar la enseñanza si cada vez hay menos personal y más alumnado? Eso sin entrar en temas sanitarios. Porque todos saben más y trabajan mejor que un maestro. Al parecer, los docentes son los convidados de piedra en su propia fiesta, que hacen tarta para todos y nadie les deja ni elegir la música.
Sin embargo y a pesar de todo, no creo que exista nadie en el mundo – hiperbólica yo- que no esté de acuerdo con que una buena educación sea fundamental para el desarrollo de la persona. Y quizás, solo quizás, sea por esta, llamémosla, verdad universal que, cada vez más, se trata la educación con esa apatía con la que se tratan las cosas que se dan por sentadas.
¿Y si hiciéramos un ejercicio de humildad y asumiéramos que si no le damos un empujón al sistema educativo solo tenemos cosas que perder? Sin eso solo podemos hacernos más pequeños; no se puede llegar a ninguna parte. Si no cuidamos lo que es importante, solo podemos aislarnos, y el «aislamiento», como decía Manuel B. Cossío cuando hablaba de sus Misiones Pedagógicas, «significa la terrible palabra con que el último límite de la penuria espiritual se expresa.»
Un poquito de educación, por favor.
Artículo perteneciente a la sección La Marabunta,
coordinada por Amalia Torres
Me ha encantado este artículo de reflexión.
La sensatez es sabiduría hoy en día, a mi parecer.
Su lectura me la ha facilitado una antigua alumna de la escuela donde trabajo, Alquería Educación (E.I. Zagal). Y para mi sorpresa la autora es otra antigua alumna.
Me he sentido muy orgullosa y agradecida por haber podido tener acceso a su contenido, con el que no puedo estar más de acuerdo.
Rosi Ràfols, maestra
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