Un día broté de tierra de raíces gastadas,

ahondando con heridas, venas de mi planeta.

Y rebusqué una vida que hiciera mella en huecos

que no regara de agua de lágrimas y penas.

Ahondando en la tristeza luché contra mis vientos,

sintiendo cómo el verde se hacía tímido paso.

Noté cómo las hojas se abrían a destajo

y susurré esperanza, medida aun a destiempo.

Abrí en las aberturas de pétalos ajenos

pigmentos amarillos de días soleados,

y cerré yermos campos, sintiendo las raíces

desaparecer raudas, mecidas en mi canto.

Un canto que promete cada vez que despierta

que vida solo hay una, aun cuando está desierta.

Un canto en que me mezo cuando sale la fuerza

burbujeando a mares las faltas de la ausencia.

Mas broté de la tierra de las raíces gastadas

un día en que la nada convino primavera.

Y aunque estas se fueron, humedecido el campo,

recordaré ese llanto como vital quimera.

Silvia M. Díaz

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