Este poemario no es un poemario. Mejor dicho: lo último que es, aunque lo sea, es un poemario. Antes es una confesión, un renacimiento declarado, un diario de páginas arrancadas que alternan largos silencios y profundas reflexiones. 

Tamara López nos presenta el antiamor y el amor, en ese orden. En ambos casos predomina la contundencia en el lenguaje y en el trasfondo, en esas imágenes que se elevan detrás de nuestra protagonista como una extensión, como una sombra, que la completa y nos mira. Este libro nos habla de la salvación, de la necesidad de quererse por encima de todo y de todos y de la capacidad para re-conocer la bondad y la nobleza cuando se ha vivido lejos de ellas en apenas los mismos metros cuadrados. 

Tamara es muy valiente: se siente su dolor, su amargo grito de liberación, su renovada visión acerca del sentimiento más apasionante que podemos experimentar los humanos. Podía no haberlo escrito así, podía haberlo hecho con muchas metáforas, palabras de más de cinco sílabas, términos que, dada su cultura y su desparpajo literario, hubieran encajado sin pestañear en las líneas. Podía haber escrito una gran alegoría sobre una princesa atrapada en un castillo que sufre las terribles llamaradas del dragón malvado hasta que acude un maravilloso príncip… No sigamos, por favor. No hay príncipe, ni dragón, ni princesa: hay personas buenas, personas malas y una gran mujer que no necesita ser rescatada más que por ella misma. 

La familia representa la alfa y la omega del torrente sanguíneo que tiñe de ADN, nutrientes y rojo unas páginas amarradas al alma. El desdoblamiento es frecuente, casi permanente, y los pilares sobre los que se construye el soliloquio tienen nombre de carne y hueso y nombre de atributo calificativo, como si las personas que sostienen la espalda de la autora fueran retratadas dentro de un escenario, con subtítulo y luces de neón.

La sensación de pequeño objeto explosivo que provoca el libro en tus manos es lo más cercano -dignamente cercano- al género terrorífico que tanto ha cultivado la jefaza de Chica Sombra a lo largo de su trayectoria. No da miedo, no versa sobre terror, pero muestra una tensión, una visceralidad y un domestic noir que llegan a estremecer.

El periplo por las etapas que estructuran invisiblemente la obra siente cercanos ciertos elementos a modo de extras: sentencias de impactante actualidad, una banda sonora paralela a la lectura, dibujos que abrazan la esencia de los versos, una conversación editor-autora al estilo making off / entrevista.

Vomitando mariposas muertas pone la lírica al servicio del existencialismo. Cuidado con esta palabra: no es negativa ni peyorativa, existencialismo aúna el cuestionamiento del propio ser en coordenadas dañinas y en terrenos fértiles. El baile enmascarado de poemas dichosos y devastadores es la celebración de la vida. Se inserta adecuadamente en la poesía contemporánea como corriente en sí misma más allá de obviedades temporales: el estilo bebe del verso despojado de aparataje formal, la claridad, crudeza, llaneza del lenguaje transparenta el significado de palabras escogidas automática, espontáneamente, la estructuración es anárquica a simple vista y el caos controlado es el gran secreto. 

Lean el libro, este pedazo de poemario que nos cuenta a pedazos quién es Tamara López desde los ojos de la poeta, la mujer, la madre, la amante y las mariposas que no volarán. 

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