
Querido Alberti:
Ha resonado tanto tu apellido entre las voces que conozco, que seguramente seas la única persona a la que llamarle por su apellido sea sinónimo de dulzura. Acabo de encontrar tu barco encallado entre varias agendas del 77 en el que volviste a casa. Tendría que ser fiesta nacional el día exacto en que bajabas del avión y te encontrabas con un color de tierra distinto y otro número de arrugas en la piel.
De la transición podría decirte muchas cosas que ya viviste. Así que supongo que eso se mantiene porque seguimos en ella desde que abriste maleta. No hay mucho que pueda contarte de estos 21 años sin ti. El cambio de siglo no fue para tanto, ni para tantos. Llueve bastante menos, pero cuando lo hace, es con ganas. Los nombres se siguen repartiendo entre el cielo y la tierra. Y no, todavía no se sabe dónde está Federico. Aunque sigo Lorca por encontrarle.
Seguimos pintando sobre paredes agujereadas y colgando cuadros sin marcos dorados porque nos han enseñado que olvidar y sonreír es el sinónimo de perdón. Pero qué te voy a contar a ti, marinero.
Miguel también hablaba de un herido y supongo que a los dos os venía el olor a tierra mojada al hacerlo. Como a mí.
También me han contado lo de las Cajas Españolas y te he visto entre las tantas miradas que soportaron el tesoro nacional con los dedos abiertos y enganchados. Fue una manera de recogernos a todos del suelo en tiempos de balas aéreas. Así que, gracias, porque el Prado es hoy, gracias a ti.
P.D. Me alegra saber, que compartimos profesión y un año de vida simultánea.
Gracias por ser camión, salida y salvación.
Atte:
Tu tripulación.

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