Con María José Solano
¿De qué formas consideras que puede la Literatura contribuir a la llamada Memoria Histórica?
La Literatura es la manera que tiene el ser humano de recordar. Sin ella, no hay memoria, y sin memoria, no se puede, de ninguna manera, reconstruir la Historia.
¿Qué autores y qué obras te sugiere instantáneamente el concepto de Memoria Histórica?
Al hilo de esta pregunta, quisiera hacer un poco de memoria de la Memoria Histórica: Como todos sabemos, “Memoria histórica” es un concepto ideológico e historiográfico relativamente reciente, cuya cabeza visible en su construcción y defensa fue el historiador francés Pierre Nora. Él y Le Goff, en torno a los años 70, defendían una “Nueva Historia” basada en el análisis global de conjuntos con especial interés en la narración de los esfuerzos humanos por encontrar su pasado, combinando los hechos históricos con la antropología. Esta tendencia de la Nouvelle Histoire ofreció una mirada interesante y novedosa de la historia global (Fernand Braudel y su “historia total”) pero, desgraciadamente, se alejó de la historiografía centrada en los grandes hombres. La consecuencia fue que, a partir de los 80, los niños aprendimos una Historia cargada de “características generales” pero huérfana de héroes. La necesidad del ser humano de tener referentes heroicos, personajes a los que admirar e imitar como ejemplos morales de comportamiento, ha venido a completarse con la literatura. De ahí el éxito, en las últimas décadas, de las novelas históricas, los clásicos y las biografías.
¿Cómo crees que se debería instalar este tipo de literatura en el marco de la enseñanza media, a menudo ajena o muy superficial respecto de su exposición?
En este tiempo en el que vivimos, con una moralidad compleja, una falsa universalidad y una peligrosa intrusión en la cultura de gurús anónimos de las redes sociales, la escuela debería volver a ser un lugar en donde los programas de Historia, Artes, Ciencia y Literatura recuperasen las grandes personalidades, tanto las conocidas como las actualmente incorporadas, entre ellas, por supuesto, aquellas mujeres anónimas u olvidadas cuyo trabajo, esfuerzo y valor están comenzando a ser reconocidos.
¿Cuáles son, según tu criterio, los peores estigmas a los que se enfrenta aquella literatura vinculada de manera más o menos directa a la narración de los hechos ocurridos en las décadas centrales del siglo XX en España?
El peor estigma de la Literatura (sea de la época que sea) es ser juzgada con la ideologización actual. No se puede leer el pasado sometiéndolo continuamente a los prejuicios, normas y moralidades del presente.
¿Qué te parece que pueden aportar autores extranjeros, alejados del contexto histórico-social nacional, a la visión de la Memoria Histórica enraizada en nuestra tierra?
Para entender la Historia, y con ella al ser humano, necesitamos ser generosos en lecturas. Lo peligroso no es la variedad, sino leer un solo libro.
Desde Heródoto pasando por Posidonio de Apamea, Artemidoro de Éfeso, Asclepíades de Mirlea, Polibio, Estrabón, y así hasta Raymond Carr, España ha sido contada por historiadores “extranjeros” desde siempre, eso por no hablar de los novelistas, poetas o artistas que han viajado por ella narrando o plasmando su mirada sobre nuestra tierra a lo largo de los siglos. Si eso no es riqueza, belleza y, sobre todo, Memoria Histórica, pues yo ya no sé.
Si miramos hacia delante, ¿consideras que hoy, en la segunda década del siglo XXI, todavía se puede desarrollar una literatura mínimamente relevante acerca de la Guerra Civil y la postguerra? En caso afirmativo, ¿qué tres ingredientes principales recomendarías a los autores interesados en tal menester?
Yo creo que es higiénico para la memoria de un pueblo analizar, reflexionar y debatir sobre sus conflictos. La Guerra Civil es la gran herida reciente de nuestra historia y es inevitable volver una y otra vez a ella, pero hay que hacerlo con honestidad, ecuanimidad y lecturas. Esos son los tres ingredientes. Quisiera también recordar, como siempre, a aquellos que ya lo hicieron con maestría. Olvidarlos sería cometer un gravísimo error para con nuestra Memoria Histórica, y por desgracia, a menudo se les olvida o lo que es peor, se les ignora:
A sangre y fuego, de Manuel Chaves Nogales; El laberinto mágico, de Max Aub; Madrid, de corte a cheka, de Agustín de Foxá; las novelas Hermano perro, de Álvaro Fernández Suárez; el Diario de Hamlet García , de Paulino Masip; La fiel infantería, de Rafael García Serrano; el “Diálogo de los muertos”, recogido en Los usurpadores, de Francisco Ayala; La forja de un rebelde, de Arturo Barea; Réquiem por un campesino español, de Ramón J. Sender; las Primeras historias de una guerra interminable, de Ramiro Pinilla; La trilogía de la guerra civil, de Juan Eduardo Zúñiga, los Cuentos sobre Alicante y Albatera, de Jorge Campos; las novelas Beatus Ille, de Antonio Muñoz Molina, y Soldados de Salamina, de Javier Cercas; Los girasoles ciegos (2004), el Libro de cuentos de Alberto Méndez; Enterrar a los muertos, de Ignacio Martínez de Pisón, Una historia de la Guerra Civil que no va a gustar a nadie, de Juan Eslava Galán; La Guerra Civil contada a los jóvenes y Línea de Fuego, ambos de Arturo Pérez-Reverte.