Símbolos, números, juegos y notas musicales
en El Resplandor de Kubrick
-Daniel Pérez Navarro-

Los estupendos amigos de Dilatando Mentes amparan una de las más extraordinarias obras literarias del 2020: el ensayo de Daniel Pérez Navarro sobre la adaptación cinematográfica de Kubrick de la memorable obra de King es una bomba inteligente, un monumento a la estética, una cascada de saber.

Conviene acudir a sus páginas con los deberes hechos, al menos, con el aprobado justito: haber visto la cinta de 1980 resulta fundamental para comenzar el viaje de Pérez Navarro sin excesivos problemas, que no sobresaltos.
El prólogo de Nieves Mories -ay, Nieves, que te adoramos y no lo sabes- es la perfecta sinfonía de entrada al gran Hotel Pérez Navarro; sí: comencemos diciendo que empatizamos enteramente con tamaña introducción a la obra que nos ocupa y que compartimos de punta a punta la afirmación de que Daniel logra un universo propio, paralelo -o superpuesto- a los de Kubrick y King, en ese preciso orden.
Desde el imponente Laberinto de setos hasta el memorable Solo para locos, los veinticuatro capítulos que conforman la obra tienen una atmósfera propia, una voz autónoma y reconocible que se incrusta en el conjunto con firmes garras. Contribuye a ello un espléndido trabajo gráfico de Alfred Portátil, cuyos diseños e ilustraciones bañan las páginas y visten el ensayo en sus múltiples detalles, explicaciones, giros y micropropuestas en diversos formatos que, contemplados desde la distancia, asientan una obra magnánima y, observados desde dentro, desde lo hondo de sus palabras, no nos permiten salir, nos mantienen dando vueltas hasta la siguiente esquina de papel que nos ofrezca una ventana al exterior. Todas están chapadas. Y aquí hay mucha gente, muchos demonios, muchos espejos.
La simbología desarrollada por el autor del filme es optimizada por el autor de esta obra literaria, que nos despierta luminosamente en muchas de las fases más oscuras y complejas del entendimiento de todo cuanto quiere transmitir el director de la película; en otras ocasiones, Daniel amplia, expande la propia obra de Kubrick, no ya desde un afán reivindicativo, sino desde una profundidad didáctica que, creemos, con todo respeto por el genial creador neoyorquino, va más allá de los límites de su concepción original, al menos de su interpretación, pues la cinta permite muchísimas líneas de análisis. La nitidez con la que Daniel nos presenta la suya resulta convincente per se, si bien repara en aspectos que, dejados a medio camino, hubieran perdido peso en el conjunto gigantesco que ha construido renglón a renglón, número a número.
Nos ha encandilado la presentación a dos bandos que se hace de la confrontación tradicional libro-película por boca de los propios King y Kubrick -bien conocido es el disgusto del primero con la adaptación del segundo-. Se plantea desde la explicación de ambas posturas, desde la defensa de su visión de los personajes y del ecosistema que proporciona el Overlook. Si bien podríamos hablar de muchos otros aspectos tratados hábilmente por Pérez Navarro, deseamos destacar en este sentido el espectacular trabajo que realiza sobre la descripción emocional, psicológica y personal de Jack, Wendy y Danny.
La riqueza del universo de Pérez Navarro alcanza cotas estelares en los puntos de encuentro entre referencias cinéfilas: el Joker de Todd Phillips, la Psicosis de Hitchcock, el Millenium de Fincher o la también capitalmente colorida Eyes Wide Shut son algunos de los acantilados por los que podemos contemplar El Resplandor, al señor Torrance y al maestro Kubrick antes, durante o después de su desempeño -con modelos previos, decentes propuestas de secuela trunca o paralelismos feroces entre los protagonistas-.
Avanzamos en la lectura con una alta sensación de progresión: cierto es que Daniel nos marca un listón al comenzar, no se anda con ruedines ni exceso de amortiguadores, nos suelta en el laberinto y pretende que, al menos, no salgamos vacíos. Pero se palpa cierta ascensión, cierto camino en pendiente, cierta escalada. Los soportes que sirven como piedras colaboran en un efecto bola de nieve en el que el siguiente capítulo es más complejo -con muchísimas comillas- que el anterior. Nos referimos, por ejemplo, al tratamiento del Dies Irae de las primeras páginas y al desentrañamiento del elemento del Minotauro cerca del final, respectivamente.
La narración extiende sus lazos hacia lo hipotético, la discusión y la explicación a priori, así como hacia la tradición que ofrece la mención a dos joyas del género: La maldición de Hill House de Shirley Jackson y Otra vuelta de tuerca de Henry James. Se impone lo cíclico, como en todo buen laberinto, lo circular, sin un límite previsible, sino con un infinito ante nuestros ojos que solo acota su recorrido por la necesaria paginación. Estamos ante una obra que sobrepasa con mucho la cuestión física; el texto ilustrado es el formato elegido para una aventura que se asemeja a un documental audiovisual, para un seminario de al menos dos meses que descansa sobre una estupenda edición con forma de gigantesco mundo sensitivo al calor de nuestros dedos.
Amantes del cine, amantes de Kubrick, amantes de King, amantes de El Resplandor, amantes de los mecanismos artísticos del terror, amantes todos: hagan hueco en su estantería a una de esas obras que trascienden. Disfruten de cada descubrimiento, agradezcan cada detallazo. Genio Stanley, genio Daniel.
-Altavoz Cultural-

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